Carta a Xi Jinping

Como dicen ustedes: 'cóng jiàn rú liú', hay que aceptar las críticas como el fluir de la corriente, vengan de donde vengan

El presidente de China, Xi Jinping, en Manila (Filipinas), el pasado 20 de enero.

Estimado presidente Xi: es buena señal, dicen diplomáticos españoles, que nos haga una visita de Estado la semana próxima. Se encontrará con un país que ha superado la emergencia financiera. Poco que ver con el que recibió hace siete años al primer ministro chino Li Keqiang. Entonces se comprometieron ustedes a seguir comprando deuda española. Eso no se olvida, y posiblemente contribuya a que este Gobierno, como los anteriores, evite cualquier tema que su delegación prefiera no abordar.

No tiene usted previsto comparecer ante los medios. Es una lástima, porque ya es hora de que la segunda economía mundial salga del plasma. Significaría mucho que dejaran de escudarse en su holgada posición financiera, esa que hace que los políticos occidentales se autocensuren para no incomodarles. Podría desmentir los bulos que se cuentan sobre su país, cargados de prejuicios culturales, cuando no racistas. Pero a cambio, presidente, tendría que responder a preguntas.

Ha de entender que el mundo se cuestione, por ejemplo, qué hacen con los miles de musulmanes uigures detenidos sin cargos en Xinjiang. O qué ha sido del exjefe de Interpol Meng Hongwei. Afincado en Lyon, fue detenido en septiembre en un viaje a China. Es un funcionario internacional, pero en su país no goza de inmunidad diplomática. ¿Se trata, acaso, de una purga interna? Estados Unidos les acusa de querer robarles secretos empresariales y militares. La Nueva Ruta de la Seda, su proyecto estrella de inversión, preocupa a Bruselas. En un documento este año, 27 embajadores de la Unión Europea en Pekín aseguraban que va en contra de la agenda comercial de la Unión y que favorece a las empresas chinas subsidiadas. ¿Qué responde?

Hoy los gigantes estadounidenses de Internet están más cuestionados que nunca por el tratamiento de los datos personales. ¿Qué límites ponen ustedes? ¿Es el sistema de crédito social chino, esa especie de carné cívico por puntos, tan orwelliano como lo pintan? El momento para pronunciarse es perfecto, piénselo: sus rivales, Estados Unidos y Rusia, están en mínimos de credibilidad. Hasta ahora ustedes han intentado comprar los afectos. Pagaron una millonada para que Xinhua tuviera un cartel luminoso en la plaza neoyorquina de Times Square. Pero nadie cree a una agencia oficial que escribe al dictado de su Gobierno. Están abriendo institutos Confucio en medio mundo y financiando programas culturales. Quizá les haya servido para seducir a ciertas élites, aunque a la sociedad civil le rechina la propaganda china.

Han conseguido avanzar más que ningún país sin abrazar el modelo occidental. Millones de sus compatriotas están orgullosas de ello. Pero académicos y miembros del Partido Comunista, en privado, critican que haya cambiado la Constitución para acumular más poder. El argumento de que Occidente quiere contener a China ya no sirve. Como dicen ustedes: cóng jiàn rú liú, hay que aceptar las críticas como el fluir de la corriente, vengan de donde vengan.