En medio de nuestro país descubrimos muchos rostros de jóvenes vulnerables. Jesús, en su palabra, nos pide ser una Iglesia samaritana donde podamos detenernos frente al joven herido. De manera que ese joven descubra el amor de Dios a través nuestro.
Cantemos a nuestra Madre...
Pidamos a María que nos regale su corazón amoroso para acoger y acompañar a tantos jóvenes heridos. Especialmente tengamos presente a quienes viven en nuestro entorno.
El Papa Francisco comenta el texto del Buen Samaritano señalando lo siguiente (Fratelli tutti, n. 63):
“Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino, que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron, no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos para atender al herido o al menos para buscar ayuda. Uno se detuvo, le regaló cercanía, lo curó con sus propias manos, puso también dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo que en este mundo ansioso escatimamos tanto: le dio su tiempo. Seguramente él tenía sus planes para aprovechar aquel día según sus necesidades, compromisos o deseos. Pero fue capaz de dejar todo a un lado ante el herido, y sin conocerlo lo consideró digno de dedicarle su tiempo”.
Una cosa que está siempre presente en la vida de Jesús, de la Iglesia y hoy en día de nuestros Pastores es la preocupación de que todo joven sea feliz y tenga las fuerzas para darle un sentido positivo a su vida. Ya Jesús dice: “He venido para que tengan vida, y vida en abundancia” (Jn 10,10). Lo mismo los Obispos de Chile que invitan que en nuestras comunidades está “la necesidad de darles espacio y participación en la vida de la Iglesia, haciéndolos más protagonistas; por otro lado, salir a su encuentro, valorando sus búsquedas, sus maneras de pensar y entender la vida”. (OOPP 64). Reflexionemos en qué medida como comunidad podemos ensanchar nuestra tienda para que todos puedan encontrar un lugar de consuelo.
Algunos jóvenes se acercan al altar con unos cirios donde está la imagen de María simbolizando los rostros de los jóvenes por los cuales hemos rezado en esta semana: jóvenes indiferentes, jóvenes lejanos, jóvenes violentos, jóvenes delincuentes, jóvenes migrantes. Salgamos de prisa al encuentro de estos jóvenes, como María que fue a servir a su parienta Isabel.
Recemos juntos la oración que el Papa Francisco nos propone en Fratelli tutti.
Señor y Padre de la humanidad,
que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,
infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.
Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.
Impúlsanos a crear sociedades más sanas
y un mundo más digno,
sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.
Que nuestro corazón se abra
a todos los pueblos y naciones de la tierra,
para reconocer el bien y la belleza
que sembraste en cada uno,
para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,
de esperanzas compartidas.
Amén.