El Engaño de las Riquezas

Por Jesús Briseño Sánchez



INTRODUCCIÓN

 

Así dice el Señor: “Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4.18-19).

 

La palabra engaño es traducción del vocablo griego apate, que significa “aquello que da una falsa impresión, ya sea por apariencia, afirmación, o influencia” (Diccionario Vine).

 

La Biblia Latinoamericana dice: “…pero luego sobrevienen las preocupaciones de esta vida, las promesas engañosas de la riqueza y las demás pasiones, y juntas ahogan la Palabra, que no da fruto”.

 

El Señor Jesús está diciendo que estas cosas se juntan y pueden dejar sin fruto a la misma Palabra de Dios, no existe fruto espiritual en la vida de las personas, y todo árbol que no da buen fruto será cortado y echado en el fuego (Mateo 3.10; 7.19; Juan 15.2,6). Sí hay fruto, pero es de muerte (Romanos 6.21; 7.5; Gálatas 6.8).

 

Siendo estas consecuencias tan devastadoras para nuestra vida y para nuestra alma, debiéramos de estar muy interesados en preguntar: ¿Cómo y en qué cosas nos engañan las riquezas y cómo podemos evitarlo?

 

Nos Hacen Dudar de la Sabiduría de Dios.

 

Dice el Señor: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6.24).

 

Dios en persona nos revela de forma infalible y enfática, que ninguno, nadie, puede servir a dos señores, y nos da la razón de por qué: Amará (servirá) más a uno que a otro. Y pasa a especificar, que no podemos servir a Dios y a las riquezas. Por si la enseñanza no bastara, las Escrituras mismas nos dan tremendos ejemplos de esto en una multitud de casos bíblicos.

 

Sin embargo, el hombre testarudo responde: “a lo mejor yo sí puedo”. Es tanto el brillo, la atracción y la tentación de las riquezas terrenales, que engañan, seducen, engatusan a las personas y las hacen tomar esta postura.


Pero al hacerlo, no solo ignoran y pasan por alto las instrucciones y las advertencias de Dios, sino que ofenden su sabiduría creyéndose más inteligentes qué el mismo. Es como si dijeran: “Jesús de Nazaret dice esto, pero yo le voy a demostrar que está equivocado, le voy a demostrar que yo sí puedo servirlo y, al mismo tiempo, servir a las riquezas”.

 

Quien así decide, generalmente termina dándole a Dios las sobras de su vida mediante una fría y apática religiosidad de apariencias. El engaño de las riquezas pues, nos lleva a creernos más sabios que Dios.

 

¿Cómo podemos evitar este engaño? Creyendo más en las palabras de nuestro Dios y reconociendo que, poseyendo toda la sabiduría, ha de tener más razón que nosotros. No solo crea en Dios, también confié en él. No ponga a prueba su confianza en sí mismo, mejor ponga a prueba la sabiduría de Dios obedeciéndolo.

 

Nos Hacen Dudar de la Providencia de Dios.

 

“Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13.5).

 

La frase sin avaricia es un compuesto en el griego, afilarguros, que significa literalmente ‘no-amor-dinero’. La Palabra de Dios para Todos traduce: “No amen el dinero, sino conténtense con lo que tienen…”

 

También el apóstol Pablo nos previene diciendo: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1Timoteo 6.6-8).

 

Dios no nos prohíbe el procurar mejorar nuestras condiciones, al contrario, ha determinado prosperar a los diligentes (Proverbios 13.4), sus bendiciones son sobre buenos y malos (Mateo 5.45), manda trabajar por el pan (2Tesalonicenses 3.12) y sugiere al esclavo que, si le es posible, procure su libertad (1Corintios 7.21).

 

Dios no quiere conformismo, pero sí quiere contentamiento. No quiere que nos pongamos metas materiales y que de esto dependa nuestra felicidad, quiere que seamos felices por ser sus hijos, por tener vida eterna y, contentos con lo que ya tenemos, trabajemos sosegadamente (tranquilamente) por el pan de cada día.


¿Por qué debe de ser así? Porque desde hace tres mil quinientos años él ha dicho: “no te dejaré, ni te desampararé”. Aún el rey David, hace tres mil años, decía: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Salmos 37.25). ¿Crees hermano que si cambias de trabajo, o si trabajas menos, por servir más y mejor a Dios, él va a dejar que te mueras de hambre? ¿En dónde está tu fe o en qué tipo de Dios estás creyendo?

 

Cuando amamos al dinero, cuando nuestro espíritu es esclavizado por los afanes de este mundo, por el engaño de las riquezas y por la codicia de otras cosas, entonces, no solo dudamos de la palabra y la sabiduría de Dios, sino también de sus promesas y de su providencia.


Es como si dijéramos: “Dios ha dicho que él no me dejará ni me desamparará, pero no es cierto, yo tengo que trabajar duro por mis bienes, yo tengo que ser feliz gracias a mis triunfos, yo tengo que buscar el éxito y explotar todo mi potencial”.

 

Es posible que esto lo digamos nosotros, o que alguien nos haya dicho cosas como: “a ver, dile a tus hermanitos que te den de comer, dile a tu iglesia que te mantenga, dile a tu Dios que te mande comida del cielo”. A esa persona hay que decirle con firmeza: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4.4).

 

Tal vez algunos días de nuestra vida no hayamos comido, pero estamos vivos gracias al amor, a la misericordia y al poder de Dios. Y si hoy no nos falta un plato de comida, no es gracias solamente a nuestro esfuerzo, porque nuestro esfuerzo no crea los alimentos (Hechos 14.17).

 

Pero ¿Cómo saber cuándo somos avaros o codiciosos? Si Dios no nos prohíbe buscar la superación, ¿Cuál es pues el límite o la señal de que estamos cruzando la raya? Bueno, conteste usted algunas preguntas y le abrirán los ojos: ¿Tira usted comida a veces? ¿Tiene usted ropa, bolsos o zapatos que no usa? ¿Ha solicitado o aceptado ayudas que en realidad no necesitaba? ¿Posterga su felicidad hasta lograr ciertos resultados, metas o bienes materiales? ¿Le es fácil desprenderse de cosas que valora?

 

¿Cómo saber cuándo vamos por buen camino? Cuando la lucha por superarse no daña su situación financiera, su salud física o emocional, ni su vida familiar o espiritual. Si usted detecta problemas en alguno de estos ámbitos, tal vez se debe a que está intentando servir a dos señores. Una persona codiciosa no toma en cuenta los sentimientos de los demás, sino que se enfoca en sus propias necesidades.


La envidia acompaña a la codicia, pues a veces se desea lo que otros tienen. La falta de empatía les impide ver cuando hieren a los demás. Son insatisfechos crónicos; sin importar cuanto haya, siempre quieren la mayor y mejor parte, y servirse primero. No saben delinear límites, son capaces de comprometer los valores y principios más elementales en la búsqueda de su éxito.

 

Nos Hacen Creer que No Tenemos Suficiente.

 

Dice el apóstol Pablo: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2Corintios 9.8).

 

Mire la hermosa promesa de Dios: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4.19).

 

El creyente tiene, gracias al poder de Dios, en todas las cosas todo lo suficiente. Pero otro engaño de las riquezas, es que nos hacen creer que no tenemos lo suficiente. ¿Por qué no podemos compartir nuestro pan con los hermanos? ¿Por qué no podemos ofrendar como Dios manda? ¿Por qué no podemos invertir en las cosas de Dios? Porque no tenemos lo suficiente, y lo que tenemos nos puede hacer falta.

 

Tenemos que trabajar tiempo extra, tenemos que trabajar el sábado hasta medianoche, tenemos que ver cómo capacitarnos para ganar más, tenemos que dejar solos a los hijos, no podemos dedicarnos a las obras que nos pueden salvar, no podemos evangelizar, ni visitar a los hermanos, a veces ni siquiera reunirnos, porque NO TENEMOS LO SUFICIENTE. Esa creencia falsa nos hace contradecir a Dios y, además de todo lo que ya hemos visto, nos hace dudar también del poder de Dios.

 

Hace unos días un señor me dijo: “somos pobres ¿verdad?, tenemos que trabajar”. Y yo le dije: “la pobreza es mental. Yo veo pasar a muchas personas con vehículos de lujo, pero con una terrible cara de angustia, de enojo, de tristeza, o de frustración. ¡No son felices! Son pobres en su mente”. He conocido personas millonarias que solamente piensan en la forma de quitarle más dinero a los que menos tienen.

 

He conocido no pocas personas con casa propia, automóvil y excelente trabajo y ganancias, ¡que no hallan la puerta! Y yo me pregunto: ¿qué puerta quieren hallar? ¿No se acuerda que cuando Carlos Slim era el hombre más rico del mundo solo quería tener un poco más?


La codicia quita la vida de sus poseedores (Proverbios 1.19). ¿No hemos visto a personas que siendo multimillonarias se destruyen en drogas, pierden a su familia y hasta se suicidan? ¿Pues no que el amontonar riquezas y propiedades les iba a dar la felicidad? Ese es el engaño de las riquezas: te prometen lo que jamás te van a dar.

Y si no me cree, lea las palabras del hombre más inteligente y más rico en la historia del pueblo de Dios: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad” (Eclesiastés 5.10).

 

Después de haber dedicado su vida a amontonar oro, a crear cuanto proyecto deseó, concluye diciendo: “Miré yo luego todas las obras que habían hecho mis manos, y el trabajo que tomé para hacerlas; y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu, y sin provecho debajo del sol” (Eclesiastés 2.11).

 

Dice Jesús: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12.15). Las riquezas prometen ser duraderas, pero no lo son: “¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque se harán alas como alas de águila, y volarán al cielo” (Proverbios 23.5). Grandes fortunas e imperios se han perdido de la noche a la mañana, y a veces en un instante (Hageo 1.9).

 

Las bendiciones de Dios sí son permanentes: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6.19-20).

 

Es verdad, el problema no es el dinero en sí, sino el amor al dinero: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1Timoteo 6.9-10).

 

Es un engaño de las riquezas cuando te dicen que no tienes lo suficiente, es un engaño cuando te dicen que ellas te van a satisfacer, es un engaño cuando te dicen, que una vez satisfecho, te dejarán en paz la avaricia y la codicia. ¡No te dejarán!


Escucha y entiende: es un engaño satánico cuando oyes un susurro que dice: “cuando tenga mucho dinero seré feliz, ayudaré a todo el mundo y ya no buscaré más”. Si teniendo poco no ayudas a tus hermanos, tampoco lo harás cuando tengas mucho; y si teniendo mucho no eres feliz, tampoco lo serás cuando lo tengas todo. Entiende.


Este engaño de las riquezas, de creer que no tienes suficiente, es de alguna manera inducido por la cultura que nos rodea y por el entorno en el que crecimos. Las gentes del mundo le han atribuido a la riqueza material un significado y unas cualidades que en realidad no tiene. Asimismo, se han creado un estándar muy fantasioso e inseguro acerca de la búsqueda tanto de la felicidad como de la prosperidad.

 

A fin de cuentas, se carga sobre los hombros de los jóvenes una carga que no tienen por qué llevar, que no pueden llevar y que los destruye cuando lo intentan. Se sienten temerosos y frustrados cuando no son los primeros, cuando no sacan puros dieces, cuando no ganan bien, cuando no son aceptados en la sociedad, cuando no se sienten atractivos, es decir: cuando no cumplen con los estándares sociales y las altas expectativas que otros tienen sobre ellos. Y aunque nosotros sufrimos por eso, lo reproducimos siempre en la siguiente generación.

 

Hermano: serás más libre y plenamente feliz, cuando te sientas privilegiado con el amor, la adopción y la aceptación del Dios Todopoderoso. El Señor te ha creado como un ser especial y te ha amado desde que estabas en el vientre. Estás en su mente, te guarda en su corazón y tiene los ojos puestos en ti.

 

No necesitas la aprobación de los hombres, necesitas la aprobación de Dios. No necesitas ser el más alto, el más rico, el más inteligente, la más atractiva, la mejor vestida; no tienes que conquistar al mundo ni subir a ninguna cima, pues Dios te ama tal cual eres y él te hace más que vencedor por medio de aquel que te amó tanto hasta entregar la vida por ti (Romanos 8.37).

 

“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8.32). Felicidades: ¡Tienes lo suficiente! Y si aún te preocupan las cosas necesarias, entonces confía en Cristo Jesús: busca primeramente el reino de Dios y su justicia y deja que esas cosas vengan por añadidura (Mateo 6.33).

 

Tonalá, Jalisco – Junio de 2022

 

“Si quieres ser rico no te afanes en aumentar tus bienes,

sino en disminuir tu codicia” (Epicuro de Samos).