Etnomusicología de las cantinas tapatías (parte II)

Siguiendo con el texto de la semana pasada, escribo acerca mis impresiones de tres cantinas tapatías:

Los famosos equipales.

Como su nombre lo dice todo está conformado por suficientes mesas y equipales distribuidos estratégicamente para la convivencia cotidiana. Su bebida icónica es la Nalga Alegre, que, en lo personal no me gustó.

La historia de Los famosos equipales inicia en una casa que data del año 1910 en la calle de Angulo y González Ortega y a decir de Doña María Luis Partida González, comenzó a operar como un tendejón (local comercial con permiso para venta de alcohol), que diez años después, en 1920, comenzó a operar ya como cantina de la mano de su abuela, doña Carmen Partida Mancilla.

Una rocola al fondo, justo al lado de los baños, es la encargada de amenizar musicalmente el lugar. Cuenta con una gran variedad de música de todos los géneros, sin embargo, noté que las miradas se tornan hostiles cuando algún ocurrente programa música que no esté en sintonía con La Sonora Santanera, Fito Olivares, La Sonora Kaliente, y otros grupos musicales que incitan al baile, y sin embargo, nadie se para a bailar. Ya llegada la noche, la rocola comienza a emitir indicios de melancolía, de a poco suena Agustín Lara, Roberto Carlos, Francisco Céspedes, hasta llegar a la música vernácula de Pedro Infante, Vicente Fernández y José Alfredo Jiménez. El clímax musical de la noche es cuando algún valiente se propone exponer su temeraria voz para iniciar la ronda de karaoke, en donde la convivencia se vuelve armoniosa, y como si el canto y la competencia unieran cuerpos, se funden en un abrazo, que se rompe sólo para intercambiar números telefónicos, con promesas rotas de llamarse al día siguiente.

La canción más coreada de la noche según mi percepción fue No, de Armando Manzanero, interpretada por Alejandro Fernández.

Mi Oficina Old Bar

Dicen que todos los tiempos pasados fueron mejores, y en ocasiones tomo esto como premisa de vida cantinezca. Y es que hubiese preferido que La oficina, -como se le conocía anteriormente a esta cantina- se quedara como antes. Con ese espíritu de cantina de a de veras, con azulejos en las paredes, trompa de cerdo como botana, y de fondo musical: Los Rieleros del Norte, Lalo Mora, Ramón Ayala, Los Traileros Del Norte, Los Cardenales De Nuevo León y otros grupos norteños que dan identidad social a los pobladores fronterizos, y que al ritmo del acordeón, tarola, bajo sexto y otros instrumentos, nos aproximan a entender cuestiones sociales del norte del país. Ahora, con la nueva administración de la otrora cantina, se ve una nueva tendencia a transformar el ahora bar en un recinto de roqueros, punk, metaleros. Es bastante interesante la interacción que se da entre los clientes antiguos y los noveles roqueros. Por un lado, los antiguos clientes, como ya lo mencioné, prefieren deleitarse de un buen tequila puro, escuchando norteños, baladas, boleros, mariachi, y otros géneros propios del país, desde tempranos, saliendo de laborar, -según me han contado los comensales, llegan directamente a lo que consideraban su cantina. Acechando la noche, se puede ver a jóvenes, y otros no tanto, vestidos de negro, arribando al lugar con cierta agresividad en su comportamiento; apoderándose de la exrocola de los antiguos clientes. Bebiendo litros de cerveza, moviendo sus cabezas a la cadencia de canciones como Rock and Roll de Led Zeppelin, Run to the hills, de Iron Maiden, God save the queen, de Sex Pistols, TNT, de AC/DC, entre otros clásicos de rock, punk, trash, heavy y hard rock. Entonces, pasa lo contrario delo que ocurre en Los Equipales, si algún osado se atreve a cambiar de género musical no perteneciente o derivado al rock and roll, los metaleros lo miran de una manera violenta, lo intimidan, hasta lograr que no lo repita, o se vaya.

Es así como interactúan en este lugar las personas, se notan bastante las distinciones que se pueden dar a partir del mal entendimiento y poco apreciación musical de ambas partes, ya que unos critican su música de “locos mariguanos, sin quehacer” y otros los etiquetan como; “viejitos amargados reprimidos”

La canción más coreada por parte de los antiguos clientes fue: Pa´todo el año, de José Alfredo Jiménez. Y Por los nuevos roqueros: La Balada, de Cuca.

El Caballito Cerrero

Estaba instalado en el frío y húmedo sótano de un edificio, sin nombre y sin letrero. Era el único lugar donde sirven el exclusivo tequila de marca artesanal, que llevaba el mismo nombre.

La historia del tequila jalisciense es que era una marca artesanal que se separó de Tequila Herradura. Y es "cerrero" precisamente porque no necesita "herraduras".

De los adornos en la barra sobresalían las fotos porno y el hipnótico cuadro de una mujer con varios ojos.

En una copita, con una cruz en el fondo, sirven el famoso tequila. Decían que no se permitía la entrada a mujeres, sin embargo, fui acompañado de una de ellas, sin problema alguno.

El olor a gatos era lo primero que recibía en la entrada de viejo sótano. Un par de hombres de edad avanzada nos dieron la bienvenida con dos caballitos de tequila de un gran sabor. De fondo musical la vieja y sucia grabadora sintonizaba Radio Gallito, en donde se podía escuchar de manera lejana a La Jilguerillas, Los Alegres de Terán, Las hermanas Huerta, Lorenzo de Monteclaro, entre otros que por su bajo volumen no logré escuchar.

Era una cantina diferente, según decían los trabajadores de allí, era sólo para conocedores, y así parecía, ya que éramos los únicos que conocíamos ese lugar. Una verdadera joya, que ha desaparecido.

Así pues, considero que existe una filosofía de cantina, la cual engloba la convivencia, el buen comer, el compañerismo, el ocio; que tan importante es para el ser humano, el desahogo, la conservación de lugares históricos, historias, costumbres, recinto de construcción del tejido social a través del dialogo, el fomento al consumo de música nacional y local, y la trasmisión de cultura, por medio de la palabra. Como todo hay que llevarlo: con medida y nada con exceso, aunque por otro lado me quedo con la cita de una canción de nuestro filósofo de la canción José Alfredo Jiménez; hay que disfrutar al máximo, al fin que la vida no vale nada…