SÓLO SERÍAN TARDES AMARILLAS

SÓLO SERÍAN TARDES AMARILLAS

Solamente eran eso, no llegarían a más, sólo serían tardes amarillas, jamás conseguirían alcanzar a Dios, ni en las alas de un verso.

Entró en mi sueño un desconocido,

con olvido desmanteló tu memoria,

nos transformó en desconocidos

deshabitándonos sobre piedras vacías.

Descenderé con un candil cuando mi voz se sofoque

beberé su fosforescencia liquida

hasta evaporarse en el degolladero.

Permaneceré inundado de temblores

bajo las tempestades por las tardes.

La muerte golpea las compuertas,

tiembla el vértigo sobre mis labios,

asesta de una vez el golpe que me derroque

hunde mi nombre,

desuéllame con mi propia sed,

suelta el golpe que me deserte.

En el después, vinieron los inviernos haciendo líneas sobre nuestros rostros, en los espejos fuimos desapareciendo, los incendios quisieron llamarnos en las tardes amarillas, ahí bregaron mis lágrimas sobre sudores religados a una danza entre desconocidos perfectos, con los años me volví coleccionista de espinas donde las flores estuvieron más allá de mis sueños, me hirieron y las heridas moraron donde sin nosotros, me fui oscureciendo para despertar entristeciendo.

Con fragmentos cada día rehíce tu otredad,

la soledad despertaba a las tres de la mañana

para contarle un cuento a tu sombra,

narraba sobre sirenas afónicas

que estaban también tristes,

como enfermas de gripe

con el tiempo las habían desahuciado,

murieron adictas al prozac,

sus silencios se alojaron cerca de mí

daba risa verlas reír sin dientes,

nunca preguntaron cuando te fuiste que sucedería después.

Sostuve el candil sin voz y sin luz,

me acostumbre a los temblores,

había una vez como en un cuento.

Amaneció roto el espejo

hiriendo las venas de la dicha

la sangre recorrió como un veneno de desolación,

la desdicha escurrió ardiente incendiando el alma,

se quedó junto al candil goteando,

muriendo interminablemente en la oscuridad.

Regresé para colgar otro día junto a la boina, el abrigo,

me despojo de esta piel de hilos,

miro mi desnudez y es la misma desde ayer,

pero hay tanta quemazón sobre la piel.

La próxima mañana sin ti, será lo mismo,

el humo se enredará en la primera hora de luz

miraré la taza en la que me sirvo, en realidad es un acantilado,

una hormiga pasea entre las minúsculas sobras de azúcar,

me sabes amargo aun cuando termina por aclarar el día,

esa luz floreciendo llena de hastío

sobre las pocas cosas que inundan la habitación

para hacer menos vacío, los vacíos,

las lágrimas han enfermado tanto

que no tienen fuerzas para atravesar los ojos,

en la calle algo vivo hay en esos cuerpos,

se cruzan las miradas como crucigramas

haciendo una historia que no volveremos a escribir,

solo sabemos del día que ha sido triturado para siempre,

vuelvo a reír levantando la taza,

humedezco mis labios,

miento diciéndoles que son tus labios

vuelven a perderse en sus palabras,

en los buenos días entre la gente.

Regreso al cada día, entre desconocidos que no volveré a ver nunca, intento con mis últimas fuerzas rescatarme de la tristeza, debería ser algo más que carne riendo en este rostro, en este cuerpo intentando todos los modos enfrentar la vida.

Quizás debería saber que estoy loco,

tal vez lo sé, pero me acostumbré.

Me agradezco como si fuéramos dos o tres en este mismo cuerpo, les agradezco y me agradezco por seguir, para seguir un poquito más.

Ha retornado la noche, guardo el cinturón y miro el árbol, en ese lugar vuelvo a colgar un día más.

Adrián Labansat, Ciudad de México.