Etnomusicología de las cantinas tapatías (parte I)

Por: Miguel Ángel Flores Hernández

Contacto: @florhez


Como actividad meramente académica, me he propuse realizar un estudio etnomusicológico, en algunas de las cantinas que parte de la sociedad tapatía consideran como referentes. En mis visitas de campo traté de analizar: ¿qué tipo de música se escucha en estos recintos?, en los cuales, convergen todo tipo de personas, ya sea para pasar un buen rato en compañía de amigos, o solas, tratando de olvidar sus penas, y en ocasiones aumentándolas. Además, me propuse saber: ¿qué tipo de bebidas son las que consumen cuando escuchan y cantan a todo pulmón las canciones en un unísono que perpetúa en los ladrillos que sostienen a las paredes viejas y sucias de estos lugares?

Así pues, analizando estos y otros aspectos del comportamiento de los individuos que asisten a algunas cantinas típicas de Guadalajara, trataré de encontrar ¿cómo es que la música influye en su conducta y cuál es el papel que ésta desempeña en los rituales cantineros?

Las cantinas que visité para la presente investigación son las siguientes:

Los famosos equipales: cantina que abre sus puertas en 1970 en su actual ubicación; Juan Álvarez, esquina con Mariano de la Bárcena, —y escribo que en su actual ubicación, ya que según me contó la nieta de la fundadora, desde 1920 su abuela comenzó con la venta de alcohol, en la calle Angulo a su cruce con González Ortega, a unas cuantas cuadras del Centro histórico de Guadalajara—.

Mi Oficina Old Bar: otrora cantina, ubicada en Mezquitán número 100, a su cruce con Independencia, en el Centro Histórico de Guadalajara. A media cuadra del extinto Centro Cultural Roxy.

El Caballito Cerrero: cantina que se ubicaba en un recóndito sótano de un edifico marcado con el 562 de la Avenida Hidalgo, a sólo dos cuadras del Mercado Corona.

Prosigo el presente texto retomando el concepto que concibo acerca de lo que considero Etnomusicología: es el estudio de la música, no sólo en su forma metodológica como la entienden los musicólogos, sino que abarca su estudio como tradición cultural, de cierto grupo de personas alrededor del mundo.

Considero que tiene la importancia de estudiar los diferentes géneros musicales que interactúan en sociedades indígenas, populares, tradicionales, y la función que ésta cumple en cada cultura, es decir; el estudio antropológico como fenómeno cultural.

En este sentido la etnomusicología y en folclor convergen en el estudio de la música que producen los habitantes de cierta población y su proceso creativo.

Así, pues la etnomusicología utiliza metodologías antropológicas para el estudio de una sociedad desde algo que ha acompañado al hombre quizá desde su génesis: la música.

Y es que música y bebida son una combinación tan recurrente en los rituales cotidianos de socialización en las cantinas, hay quienes al compás del mariachi le dan largos tragos a la botella de tequila, trayendo después una explosión de efusividad, seguida de un grito que desahoga ese caudal de emociones que producen los acordes en conjunto y bien organizados. O quienes no se despegan ni un momento de su mojito cuando en el gramófono escupe un son cubano y el lugar se vuelve un pequeño carnaval privado. Y qué decir del amargo sabor de la cerveza que baja por la garganta al ritmo del acordeón norteño que nos traslada al calor y a los asados del septentrión.

Los ejemplos anteriores bien podrían rondar en los límites de los clichés, sin embargo, trataré de desmitificar algunas concepciones del imaginario acerca de las cantinas, y lo que en ellas sucede.

Por tanto, escribo algunos conceptos acerca de lo que se considera una cantina. La Real Academia de la Lengua Española señala que cantina es: 1. f. Establecimiento público que forma parte de una instalación más amplia y en el que se venden bebidas y algunos comestibles. Sin embargo, considero que esta definición es bastante escueta. Ya que en el argot cantinero, siempre existe el debate de qué lugar sí es cantina, y qué lugares sólo se jactan de serlo, pero no cumplen los requisitos establecidos por los clientes que casi religiosamente asisten sin falta a las reuniones donde las fichas de dominó fungen como fieles testigos de su suerte. Las cantinas de antes, las de a de veras no permitían el acceso a las mujeres, según me cuenta un viejo amigo que con sigilosa voz y níveo cabello, relata al mismo tiempo que deja caer sobre la mesa oxidada de Mi Oficina Old Bar, cinco cartas de una baraja americana, con un rictus de melancolía y enojo, porque su mano no le salió como él quería, teniendo como fondo musical a Los Cadetes de Linares, prosigue con docta seguridad: “Ey, los Gringos fueron los que se trajeron las cantinas cuando fue la bronca del 1846, pos los soldados querían comer y beber algo, no todo es chingadazos. Aquí hallaron lugares, que aunque estuvieran parados de pie, les servían su botanita y sus alcoholitos alrededor de una mesa, y fue por ahí de los inicios de los ochenta, —de este siglo— que dejaron entrar a las mujeres, ya que pos uno como hombre cómo iba a permitir que lo vieran desahogarse y llorar sus penas. Por esa razón muchos dejaron de frecuentar las cantinas, y preferían quedarse en casa poner música y dormirse abrazado de una botella. Yo no, mírame: cuarenta y tantos años en las cantinas y bien feliz”

Y es que al parecer, muchos mexicanos se resisten a expresar sus sentimientos sin ayuda de un caballito, una cerveza, un trago, pues, y mucho menos dejan que la mujer sepa de ellos. Pero basta una canción que haga recordar algún suceso doloroso para que la emotividad se desborde como río que desemboca en el canto, llanto y abrazos.

Al igual que a los soldados Gringos, los mexicanos asisten a las cantinas para echarse un botanita, que por lo general se convierte en desayuno, comida o cena, o en las tres juntas, según sea el caso. Y es que es casi imposible resistirse a los encantos culinarios que curan desde una cruda, una infección estomacal o del alma, una aguda gripe, hasta problemas de disfunción eréctil, según cuentan algunos cantineros tapatíos. Para la cruda no hay mejor remedio que una torta ahogada, bañada en chile, acompañada de una cerveza bien fría. Una jícama y pepino, acompañadas de un trago de tequila, para que asiente el estómago y el alma de una vez. Un caldito de camarón calientito para que se vaya la gripe, por fuerte que ésta sea. Y sin tiene problemas de erección, nada como viril de toro, con sal y limón, para que trasmita todo el vigor de semejante semental. Y una vez curado de todo mal, ahora sí, que pongan las de Chente.

En síntesis una cantina clásica es un patrimonio histórico, en donde se reúnen personas de todas las clases sociales, en los últimos tiempos; de todos los géneros, mayores de edad, y se asiste a conversar con los amigos, parientes, o solitarios, a festejar, desahogarse, cantar, brindar, comer, jugar cartas, dominó y por supuesto escuchar música que nos recuerde que somos parte de una rica cultura y de un folclor invaluable, que nos da identidad como mexicanos.

Ahora, entendiendo el contexto cantineszco, daré paso al análisis etnomusicológico de cada cantina visitada, esto para la siguiente semana.