ESTRATEGIA

ESTRATEGIA

Mayra llevaba meses esperando noticias de la investigación policiaca. Era una mujer de unos treinta años, casada con Luis, un panadero. No tenían mucho dinero, pero él todos los días antes de irse la despertaba con un beso y un café caliente. Eso era suficiente para que supiera que la amaba. Hace diez meses una bala perdida se lo quitó, eso dijeron… Una bala perdida. Ella nunca estuvo de acuerdo con esa hipótesis. Todas las semanas se aparecía en la estación de policía a preguntar cómo iban las cosas, y la respuesta siempre era la misma: «Estamos trabajando, tranquila, señora. Cuando tengamos noticias sobre el caso se lo haremos saber».

Cada día que pasaba Mayra sentía más el silencio. Extrañaba la piel suave y velluda de su adorado Luis. El aliento cálido y masculino en su pecho. El departamento de una sola habitación se hizo más grande con el pasar de las semanas. Las cortinas permanecían cerradas y el polvo junto con el moho se apoderaron del lugar. A pesar de eso ella seguía sintiendo en el ambiente el olor del hombre que la llevó al altar. A veces le parecía escuchar su risa. «El Tiempo lo cura todo» le habían dicho. Sin embargo, eso no fue así. Mayra empezó con la negación, después pasó al llanto incontenible y a los tranquilizantes porque creía verlo en cada esquina. Hasta llegó a maldecir a Dios por habérselo arrebatado. Todo eso se había convertido en ira, en odio. Le urgía encontrar al asesino. Cada minuto pensaba e imaginaba quién podría ser y qué motivos pudo haber tenido.

Necesitaba información de los archivos policíacos, así que se propuso conseguirla.

Con paciencia y constancia logró sacarle información a uno de los detectives. Bastó con saber el nombre de un posible sospechoso.

Esa noche se puso en la labor de buscarlo en la red social más popular del mundo y ¡Bingo! Lo encontró. Era un tipo como cualquier otro, vulgar, sin nada particular. Mas en su mirada ella advirtió la maldad.

Mayra creó un perfil falso y le envió un mensaje privado diciendo que algún día le gustaría conocerlo, que era muy atractivo y otras muchas cosas más que estaba segura alimentarían el ego de cualquier hombre.

Y tal como había planeado ¡Cayó! Contestó el mensaje con palabras dulzonas y propuestas sucias. Mayra le escribió algunas líneas mintiéndole: «En este momento era imposible conocerlo personalmente porque la habían condenado por el hurto a un almacén y se encontraba pagando una condena de dos años con casa por cárcel». Pero estaba decidida a engancharlo como fuera, así que tomó algunas fotografías suyas en ropa interior evitando mostrar el rostro y se las envió sin importar que en el fondo de la habitación fuera evidente la mugre y la ropa desordenada. Todos los días mensajes iban y venían, la mayoría de índole sexual. El hombre cada día más interesado sucumbió a las preguntas de Mayra y sin darse cuenta le soltó que pertenecía a una banda de sicarios que operaba en el centro del país. Ella se mostró excitada con la revelación diciéndole que le encantaban los hombres malos y muy machos. Cada día ella le pedía que le contara de forma detallada uno por uno sus crímenes y ella lo recompensaba con actos sexuales en cámara. El tipo anhelaba la hora de encender el ordenador y conectarse con esa mujer hermosa que lo entendía, que compartía sus gustos, sus placeres y maldades. Treinta y tres días después llegó el turno para que entre risas le narrara un homicidio que había cometido contra un insignificante panadero porque fue testigo de un asesinato y jactándose concluyó que él nunca dejaba cabos sueltos. Esa noche no hubo fotos ni vídeos sexuales.

El que accionó el gatillo del arma está purgando una pena de veinte años en la Cárcel de la Picota en Bogotá. El vídeo de la confesión reposa como la prueba prima del caso.

Mayra ahora vive en otra ciudad. Se cambió el color del cabello, encontró un nuevo trabajo y hasta un nuevo amor. Sonríe y duerme tranquila. Le cumplió a Luis y a la sociedad.

Marcela Alfonso, Colombia.