29 de Abril de 2003

La inundación de 2003 se produjo cuando el agua del río Salado ingresó a la ciudad por una brecha en la defensa del cordón oeste de la ciudad. El agua comenzó a ingresar el domingo 27 de abril por la noche y llegó a su peor momento el martes 29. En pocas horas todos los barrios del oeste quedaron bajo agua, incluido el nuevo Hospital de Niños.

Miles de vecinos salieron expulsados de sus viviendas -con lo puesto, a pie o en canoas- y se refugiaron en improvisados centros de evacuados. Otros, generalmente los jefes de familia, permanecieron en los techos durante semanas para cuidar las pocas pertenencias que habían logrado salvar.

La catástrofe conmocionó a la ciudad entera. Los chicos no asistieron a clases durante más de un mes debido a que la mayoría de las escuelas alojó a los damnificados. Muchos vecinos que no se habían inundado colaboraron como voluntarios para atender las urgentes demandas de los evacuados.

Las pérdidas materiales fueron inmensas. El gobierno provincial debió gestionar fondos a la Nación y se creó el Ente de la Reconstrucción para resarcir a los damnificados. En paralelo, la Justicia comenzó a investigar las responsabilidades. Hoy los afectados que demandaron al Estado continúan pidiendo justicia.


Empezar de nuevo…

Yo le tenía miedo a la oscuridad,

hasta que las noches se hicieron largas y sin luz.

Yo no resistía el frío fácilmente,

hasta que aprendí a subsistir en ese estado.

Yo le tenía miedo a los muertos,

hasta que tuve que dormir en el cementerio.

Más aún, yo le tenía miedo al espanto,

hasta que tuve que dormir en el crematorio.

Yo sentía rechazo por los rosarinos y por los porteños,

hasta que me dieron abrigo y alimento.

Yo sentía rechazo por los judíos,

hasta que le dieron medicamentos a mis hijos.

Yo lucía vanidoso mi pulóver nuevo,

hasta que se lo di a un niño con hipotermia.

Yo elegía cuidadosamente mi comida,

hasta que tuve hambre.

Yo desconfiaba de la tez cobriza,

hasta que un brazo fuerte me sacó del agua.

Yo creía haber visto muchas cosas,

hasta que vi a mi pueblo deambulando sin rumbo por las calles.

Yo no quería al perro de mi vecino,

hasta que aquella noche lo sentí llorar hasta ahogarse.

Yo no me acordaba de los ancianos,

hasta que tuve que participar en los rescates.

Yo no sabía cocinar,

hasta que tuve frente a mí una olla con arroz y niños con hambre.

Yo creía que mi casa era más importante que las otras,

hasta que todas quedaron cubiertas por las aguas.

Yo estaba orgulloso de mi nombre y apellido,

hasta que todos nos transformamos en seres anónimos.

Yo casi no escuchaba radio,

hasta que fue la que mantuvo viva mi energía.

Yo criticaba a los bulliciosos estudiantes,

hasta que de a cientos me tendieron sus manos solidarias.

Yo estaba bastante seguro de cómo serían mis próximos años,

pero ahora ya no tanto.

Yo vivía en una comunidad con una clase política,

pero ahora espero que se la haya llevado la corriente.

Yo no recordaba el nombre de todas las provincias,

pero ahora las tengo a todas en mi corazón.

Yo no tenía buena memoria,

tal vez por eso ahora no recuerde a todos,

pero tendré igual lo que me queda de vida para agradecer a todos.

Yo no te conocía,

ahora eres mi hermano.

Teníamos un río,

ahora somos parte de él.

Es la mañana.

Ya salió el sol y no hace tanto frío.

Gracias a Dios.

Vamos a empezar de nuevo.

Carlos Garibay


Portadas del diario El Litoral durante esos días.