Conducta

Orientaciones conducta, estilos educativos y autoestima-1-2.pdf

Principios de la psicología en el aprendizaje

El refuerzo y el castigo

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Claves prácticas

Autocontrol y tolerancia a la frustración.

tolerancia a la frustración

La expresión de las emociones es fundamental para procesar lo que estamos viviendo y por tanto, ayuda al bienestar de las personas. Si somos capaces de observarnos a nosotros y nosotras mismas, identificar cómo nos estamos sintiendo y qué causa que nos sintamos así, podemos usar estrategias para regular esa emoción y evitar llegar a límites en los que las emociones nos sobrepasan.

Cuando las niñas y niños son pequeños expresan sus sentimientos, miedos y frustraciones a través del llanto, los gritos, golpes… A medida que crecen aumenta su capacidad de expresar sus sentimientos y emociones a través de formas más positivas, pero como todo, es algo que se tiene que aprender.

Por eso, es importante ayudarles a expresar sus sentimientos y emociones y darles estrategias para aliviarlas. Para ello debemos escucharles y aceptar sus emociones, permitirles expresar sus quejas e inquietudes y hacerles saber que comprendemos cómo se están sintiendo: “Entiendo que estés cansado, ¡es un rollo no poder salir al parque!”

A partir de la expresión de las emociones, podemos regularlas de manera sana, antes de “estallar”. Podemos buscar estrategias para reconducir la situación y ofrecer alternativas: darnos un momento para respirar y relajarnos, apartarnos un momento de una discusión, decirnos a nosotros mismos mensajes positivos o alternativas (p.e. no podemos jugar en el parque, pero podemos jugar a un juego de mesa todos juntos/no pasa nada si no gano esta partida, lo importante es divertirse jugando)…

También es un buen momento para generar hábitos que nos animen a sentir más emociones positivas. Las emociones positivas están ahí, y hay que saber detectarlas y disfrutarlas. Sentir orgullo por haber sido capaz de hacer ese bizcocho tan rico, sentir gratitud por la solidaridad de las personas que nos rodean, usar el humor y reírnos de los chistes…

Por último, recuerda que los niños observan y aprenden de los adultos que están con ellos. Cuídate, expresa y maneja tus propias emociones.

¿Qué son las rabietas y qué podemos aprender de ellas?

Las situaciones que nos generan rabia, enfado o frustración nos pueden llevar a perder el control, dando lugar a las rabietas. Esto puede ocurrir especialmente en los niños más pequeños, que aun no tienen suficientes habilidades de comunicación y gestión de las emociones, y en los momentos en que nos sentimos cansados o nerviosos.

El objetivo es que nuestro hijo aprenda que la rabieta es una conducta inadecuada que no le va a servir para conseguir lo que desea, que no va a cambiar la forma de pensar de los padres y que es más adecuado expresarse de otro modo, hablando. Si cedemos ante una rabieta, estamos “premiando” por ese comportamiento y por lo tanto, esa conducta se repetirá en otras ocasiones.

Dos aspectos clave son:

  • Establecer límites educativos: debemos encontrar el término medio, ni permisivos ni autoritarios. De este modo ayudaremos al niño a sentirse seguro, todos necesitamos un punto de referencia.

  • Potenciar lo positivo: presta especial atención cuando tu hijo se esté portando bien, dile cuando hace las cosas correctamente y no solo cuando se comporta de la manera inadecuada. Elógiale cuando haga algo que le habías pedido expresamente “agradezco que hayas recogido tus juguetes, muy bien hecho”.

¿Qué podemos hacer durante las rabietas?

    • Mantén la calma, cuando debemos decir “no”, respira hondo y repítele tu postura, con tranquilidad y un tono de voz adecuado, “ahora no hay caramelos, porque pronto será la hora de la cena”.

    • Cuando la rabieta ha comenzado, no se puede razonar, es preferible no intentarlo. El niño está fuera de control, sus emociones se han desencadenado. Imagina un cazo de leche que empieza a hervir e incluso retirándolo del fuego, no lograremos evitar que se derrame.

    • Procura no enfurecerte. Si un día estallas, da un paso atrás, respira profundamente y pide disculpas por el grito, dile al niño que lo que has hecho esta mal y explícale por qué te has enfadado.

    • No burlarse ni minimizar el problema diciendo cosas como “tu enfado es tonto”.

    • Al hacer frente a las explosiones de rabia es conveniente ignorar la rabieta. No debes prestarle atención, puedes continuar con tu actividad o ponerte a hacer otra cosa sin decirle nada, salvo recordar calmadamente y de vez en cuando que cuando se le pase podremos hablar. Si le reprochas, explicas o sermoneas, le estás prestando atención y por tanto, refuerzas su conducta. Ten en cuenta que en los primeros momentos de aplicar la retirada de atención, es previsible que la intensidad de las rabietas aumente, después tenderán a extinguirse. Se constante, no le prestes atención hasta que la rabieta desaparezca. Actúa con seguridad y paciencia, aunque parezca que dura una eternidad, en realidad sólo duran unos minutos.

    • Este procedimiento no debe aplicarse ante rabietas en las que el niño pueda hacerse daño a si mismo o a otros.

    • En casos extremos de no poder ignorarla o el niño la prolonga mucho, espera unos minutos a que la rabieta disminuya y puedes proponerle una alternativa “cuando te calmes, vuelve y nos iremos a jugar”. No debes decir nada más. No te sorprendas si grita más, ya que le has prestado atención. Si lo consideras necesario, repite la frase. No hagas nada más, la meta que se persigue es que el niño abandone su actitud.

    • Cuando la rabieta termine, atiende al niño como si no hubiera pasado nada. Tras la explosión de rabia no suele ser conveniente hablar del incidente, aún no estamos preparados, y todavía menos recriminarle por la rabieta “has hecho una tontería, te has portado como un niño pequeño”. Dale la oportunidad de hablar de otra cosa o de que realice alguna actividad que le distraiga “venga, vamos a cocinar”.

    • Tiempo después, sí puede comenzar a hablarse de los motivos que le han llevado a ello, cuando el nivel de frustración haya desaparecido totalmente. Intenta identificar las causas de las rabietas: el niño es muy exigente y nunca tiene suficiente, no sabe esperar turnos, es muy perfeccionista, se cansa enseguida de las cosas… Enseñarle a identificar la etapa previa a la pérdida de control y que pida ayuda. Plantearle alternativas más eficaces a la conducta de pérdida de control.

El cuento de la tortuga, es un recurso utilizado para fomentar habilidades de autocontrol en niños de entre 3 y 8 años. En el enlace podéis encontrar el cuento de una pequeña tortuga que se enfadaba por todo y explotaba con gran facilidad.

Y a la izquierda presentamos unos pasos para hacer la postura de la tortuga cuando perdemos el control.