Post date: 13-abr-2014 14:11:10
Desde hace muchísimos años ando a la búsqueda de una buena definición de la palabra inteligencia. ¿Qué es exactamente? Todo el mundo lo ha pensado, y cuando digo todo el mundo es porque seguramente alguna vez hemos hablado con alguien que en algún momento dijo: “Es un tipo muy inteligente” o “Una persona muy inteligente” o bien “Tiene una inteligencia descomunal”. O al revés, “No tiene un gramo de inteligencia”. Paro acá, porque usted ya entiende de qué hablo. Lo que me asombra es que, si uno le pide a alguien que le diga ¿qué es la inteligencia?, lo más probable es que se encuentre con respuestas muy variadas y dispares.
Obviamente, la lista podría continuar. Habría bastado que le dedicara más tiempo a recorrer Internet o buscar en las enciclopedias que tengo a mano. No importa. No creo que haga falta. El problema reside en que no hay una definición aceptada universalmente sobre lo que significa. Entonces, ¿de qué habla la gente cuando habla de inteligencia? Más allá de mi resistencia y de que me cueste aceptarlo, hay un hilo conductor en lo que cada uno cree que dice cuando habla de la inteligencia de una persona. Pero, antes de seguir, cabe preguntarse, sea lo que sea la inteligencia, si uno es inteligente para todo (por ejemplo, si una persona inteligente para los negocios también lo es para la física), o si para ser inteligente uno tiene que ser rápido, o si alcanza con ser profundo. ¿Ser inteligente es tener ideas nuevas? Las personas inteligentes, ¿están preparadas para contestar todas las preguntas? ¿Dónde está el punto o la línea en que uno pasa de no inteligente a inteligente? Históricamente, hay ya planteado un debate sobre lo que significa la inteligencia y, por supuesto, hay varios ángulos posibles para abordar el tema.. Unos sostienen que es una cuestión genética y, por ende, hereditaria. Otros, que depende del ambiente en el que el niño se desarrolla, los estímulos que recibe. Y en el medio, todos los demás. Desde 1930 se discute si la inteligencia es sólo genética o influida directamente por las condiciones del contorno. Pero fue en las décadas del 60 y el 70 cuando se produjo el vuelco más dramático entre el discurso público y el privado: nadie se atrevía a decir abiertamente lo que los científicos especialistas en el área comentaban en voz baja: la inteligencia –para ellos– tiene un fuerte componente genético y, por lo tanto, hereditario.
En los Estados Unidos, en 1994, se publicó la primera edición del libro The Bell Curve. Intelligence and Class Structure in American Life (La Curva de Bell. La inteligencia y la estructura de clases en la vida norteamericana). Se convirtió automáticamente en un best-seller y generó todas las polémicas imaginables. Sus autores, Richard J. Herrnstein y Charles Murray, presumen de haber encontrado una buena definición de inteligencia, formas de cuantificarla y, por lo tanto, de medirla. Aparecen análisis estadísticos (que ellos interpretan como irrefutables desde el punto de vista científico) y un estudio pormenorizado del IQ (intelligence quotient, cociente de inteligencia o coeficiente de inteligencia). El IQ se transformó en el método más general para expresar el desempeño intelectual de una persona cuando uno lo compara con el de una población dada. El libro dividió a la sociedad norteamericana (no necesariamente en partes iguales). Quienes adhieren a las conclusiones de Herrnstein y Murray son vistos como reaccionarios de ultraderecha. Los otros quedan ubicados en el amplio espectro que queda libre. Lo que resultaría indispensable es analizar lo que se discute desde un punto de vista más desapasionado. Es difícil debatir sobre un tema tan inasible e indefinible con certeza. Otros científicos están fuertemente en desacuerdo con los tests de inteligencia porque –sostienen– la más importante de las cualidades humanas es demasiado diversa, demasiado compleja, demasiado cambiante y demasiado dependiente del contexto cultural y, sobre todo, demasiado subjetiva para ser medida por respuestas a una mera lista de preguntas. Esos mismos críticos afirman que la inteligencia es más equiparable a la belleza o a la justicia que a la altura o el peso. Así, antes que algo pueda ser medido, necesita ser definido.
Desde otro lugar, Howard Gardner, psicólogo de Harvard, sostiene que “no hay un solo tipo de inteligencia o una inteligencia general, sino siete caracterizaciones bien definidas: lingüística, musical, lógica-matemática, espacial, corporal y dos formas de inteligencia personal, ’intrapersonal‘ e ’interpersonal‘, basadas en la capacidad computacional única de cada persona”. Y agrega: “Sé que mis críticos dicen que lo único que hice fue redefinir la palabra ’inteligencia‘ extendiéndola hasta lugares que para otros ocupa lo que se llama ’talento‘. Pero, si algunos quieren denominar al pensamiento lógico y al lenguaje como ’talentos‘, y aceptan sacarlos del pedestal que ocupan actualmente, no tengo problemas en hablar sobre ’talentos múltiples‘ que puedan tener las personas”. ¿Ambiente o herencia? Los debates ardientes continúan entre los que atribuyen la inteligencia al contexto social de educación y los del otro lado del mostrador, que la ven como genéticamente determinada desde el momento de la concepción. Así puesto, el tema hierve, porque toca las controvertidas cuestiones de educación, clases sociales y relaciones raciales.
Mi posición frente a este debate es que las condiciones del contorno son esenciales. Un ejemplo: si el día que yo nací hubieran equivocado al bebé que les llevaron a mis padres, estoy seguro de que el chico que hubiera crecido en mi casa habría tenido altas posibilidades de desarrollar sus habilidades libremente. Claro, no necesariamente hubiera sido matemático ni profesor. Pero lo que me queda claro es que hubiera explotado la habilidad “de fábrica” que tiene cada persona al nacer.
Mi opinión es que todos nacemos con alguna destreza, con el gusto por algo en particular, con algún talento o facilidad. Pero si ese niño se desarrolla en un medio ambiente sin posibilidades económicas, o sin estímulos adecuados, es muy probable que nunca llegue a descubrir qué le gusta, ni de qué disfruta. Si les diéramos a todos los niños la posibilidad de vivir en condiciones de desarrollar todo su potencial, entonces después podríamos analizar quién es inteligente y quién no. Aunque ni siquiera nos hayamos puesto de acuerdo en qué quiere decir (Paenza, MATEMÁTICA… ¿ESTÁS AHÍ? Episodio 3,14, 2007).