Dos Hermanas en 1874

En diciembre de 1874 el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto puso punto final a una etapa especialmente conflictiva: El Sexenio Democrático o Revolucionario (1868-1870). En esos seis años se sucedieron una regencia (1868-1870), el reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873) un monarca elegido por las Cortes, algo insólito en nuestra historia contemporánea- y, finalmente una efímera república (1873-1874). Aquel pronunciamiento militar restauró a los Borbones en el trono de Madrid, en la figura del joven Alfonso XII. A partir de ese momento, el malagueño Cánovas del Castillo fue el encargado de “diseñar” un sistema político, el de la Restauración, basado principalmente en el turno pacífico entre dos grandes partidos dinásticos – de clara influencia británica-, y que logró dar una necesaria estabilidad política.

En nuestra villa, aquel Sexenio Revolucionario terminó de manera definitiva con la etapa de influencia de los Varela en el consistorio nazareno, pero, a su vez ocasionó numerosos problemas políticos. Como muestra, diremos que en seis años hubo precisamente seis alcaldes cuyos mandatos apenas duraron un año. A esta evidente inestabilidad hay que unir los constantes-y, a veces, enconados enfrentamientos entre monárquicos y republicanos, primero, y entre republicanos centristas y federales, después.

No obstante, y aunque pueda parecer paradójico, ese mismo sexenio propició un gran avance en el terreno económico. Se puede decir que es en esos años cuando se inició con fuerza nuestra particular Revolución Industrial.

Recordemos que en esa etapa surgieron en Dos Hermanas, al amparo de la línea férrea, los primeros almacenes de aceitunas-los de Antonio Valera y los hermanos Gómez Claro (los dos en 1870, y los de Lissén e Ybarra ambos en 1872)- y la fábrica de tejidos de yute (también en 1872), que atrajeron desde el principio gran cantidad de mano de obra.

Dos Hermanas seguía siendo por esos años una sencilla villa de humildes jornaleros y pequeños propietarios de tierras (pegujaleros y manchoneros), que vivía de la agricultura y la ganadería. Una población de casas blancas, calles anchas y terrizas, en la que destacaba la plaza pública, donde se encontraban las sedes de los dos principales poderes de la villa: las casas consistoriales y la iglesia parroquial de Santa María Magdalena.

Pocos cambios se habían producido en su fisonomía desdelos inicios del siglo XIX -la única variación significativa fue la construcción de la línea de ferrocarril de Sevilla a Cádiz, inaugurada en 1861-. Aun así, algo había cambiado desde la estancia de Cecilia Böhl de Faber, Fernan Caballero, en esta población. Gracias a esta escritora y a su novela La Familia de Alvareda, Dos Hermanas comenzó a ser conocida en el ámbito cultural, y a ella acudieron numerosos intelectuales de la época, intrigados por las tradiciones seculares y costumbres de nuestro pueblo reflejadas en aquella novela. Personajes como Antoine Latour (secretario D. Antonio de Montpensier, duque de Orleans) o la condesa belga Juliette de Robersart, llegaron a Dos Hermanas buscando los escenarios descritos en la novela de Fernán Caballero (acudía con frecuencia a las tertulias de la Alquería del Pilar). A partir de entonces, la aristocracia de la capital hispalense fue eligiendo Dos Hermanas como lugar de recreo o retiro en los meses de verano, convirtiéndose a finales del siglo XIX en la “Versalles sevillana”.

Aparte de las casas consistoriales y de la parroquia, continuaban siendo destacables las ermitas de Santa Ana, San Sebastián y de Nuestra Señora de Valme en el sitio de Cuartos, y, por supuesto, las numerosas haciendas situadas tanto dentro de la población como en su término municipal.

Finalmente, el devenir monótono de la villa se paraba con los festejos que se celebraban en la villa, siendo las más importantes en aquellas fechas las fiesta en honor de la Patrona Santa Ana y el Corpus Christi, ambas en julio, y, por supuesto, la Semana Santa. Asimismo no podemos olvidar que los muchos jornaleros que vivían en el pueblo solían pasar las pocas horas de descanso en las tabernas, que tantos quebraderos de cabeza ocasionaron a los capitulares nazarenos.

Jesus Barbero Rodriguez. Revista de Feria 2014. Del artículo "José Carballido Cotán el Alcalde de la restauración (1874-1881)"

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