4. Liberalismo y Nacionalismo en Europa.
Vamos a hacer un recuento de lo que llevamos:
Ya hemos visto cómo la Revolución Francesa (1789-1799), inspirándose en ideales ilustrados, rompió con el sistema político del Antiguo Régimen, y cómo Napoleón domó la revolución y la extendió por toda Europa por la fuerza de las armas.
Hemos visto también cómo al mismo tiempo se extendía una revolución económica que poco a poco cambiaría toda nuestra vida: la Revolución Industrial.
Volvamos ahora a los tiempos de la política. Napoleón había sido derrotado en 1815. Los países que le vencieron decidieron restaurar para siempre el Antiguo Régimen. Durante unos años pensaron que lo habían logrado.
Pero se equivocaron: la Historia nunca puede volver atrás. A partir de 1820 Europa fue el escenario de sucesivas oleadas revolucionarias que cambiaron por completo el aspecto del viejo continente. Dos ideales inspiraron todas estas revoluciones: el liberalismo y el nacionalismo.
1. Entre la Restauración y la Revolución
Entre 1814-1815 los países que habían vencido la guerra contra el Imperio Napoleónico se reunieron en una reunión de alto nivel, el Congreso de Viena. Allí decidieron el destino de Europa una vez que el imperio había sido derrotado. Dos eran los principales objetivos de los participantes:
Evitar en el futuro nuevas revoluciones.
Impedir que otro país lograra hacerse tan poderoso como el Imperio Napoleónico.
Trataron de lograrlo de dos formas.
En primer lugar, trazaron un nuevo mapa europeo basado en dos criterios:
las nuevas fronteras debían basarse en los derechos dinásticos tradicionales de las monarquías europeas, no en los deseos de las "naciones";
el nuevo mapa debía garantizar el equilibrio entre las principales potencias y reducir el riesgo de conflictos fronterizos entre ellas.
De esa forma, Francia volvió a sus fronteras tradicionales, mientras las principales potencias vencedoras aumentaban sus territorios y se creaban pequeños estados-tapón para separar a las grandes potencias en sus fronteras más conflictivas.
En segundo lugar, se restauró de nuevo el poder a las dinastías absolutistas que habían caído víctimas de la Revolución o el Imperio y se creó la Santa Alianza, una alianza militar destinada a aplastar cualquier revolución que pudiera surgir en cualquier parte del mundo.
Pero la Restauración no duró. Sólo habían pasado cinco años cuando nuevas revoluciones volvieron a estallar. A partir de 1820 numerosos europeos se lanzaron una y otra vez a la calle contra el poder establecido y se jugaron la libertad y la vida por el triunfo de unos ideales.
¿Cuáles eran esos ideales que movieron las revoluciones del siglo XIX?
1) Liberalismo político
Fue el ideal revolucionario más importante durante la primera mitad del siglo XIX.
Desde muy pronto el liberalismo se dividió en dos tendencias.
La derecha liberal, a la que se llamó liberalismo moderado, defendía un equilibrio entre libertad y orden. Para ello pensaba que las personas con mayor riqueza y mayor nivel de instrucción debían dirigir la sociedad. Por eso defendían el sufragio censitario (recuerda que lo vimos en el tema 2).
La izquierda liberal, o liberalismo progresista, daba más importancia a la libertad y la igualdad de derechos. El sector más radical de la izquierda liberal era el liberalismo democrático, que consideraba que la opinión de todo ciudadano, rico o pobre, tenía que contar igual para que el Estado defendiera también los intereses de las clases medias y populares. Por eso defendían el sufragio universal masculino (recuerda la definición en el tema 2).
2) Nacionalismo
El nacionalismo fue una fuerza revolucionaria importante desde el comienzo del siglo XIX y protagonizó las revoluciones de la segunda mitad del siglo.
Importante
Para entender qué es nacionalismo hay que entender antes dos conceptos, que muchas veces confundimos:
Una Nación es un grupo humano que comparte una identidad étnica (formada por una misma lengua, costumbres, tal vez religión...), un mismo territorio, una misma Historia y el deseo de ser reconocido políticamente.
Un Estado es la organización política de un territorio independiente.
Entonces, ¿qué es nacionalismo?
El nacionalismo es un movimiento político, surgido en el siglo XIX, que defiende que el Estado debe basarse en el sentimiento nacional de sus habitantes.
El nacionalismo surgió del concepto liberal de soberanía nacional, que convertía a la Nación en el sujeto de poder, y se extendió por Europa con las conquistas napoleónicas.
En un principio el nacionalismo dio cohesión a Estados con un largo pasado, como Francia o España. La idea era identificar todo lo posible el Estado con una sola nación. A ese tipo de estados se les llama precisamente Estado-Nación.
Pero pronto se convirtió en la bandera de pueblos que se encontraban divididos entre diversos Estados o que estaban englobados en Estados más grandes. Esos pueblos reclamaron ser considerados como nación y conseguir su propio Estado.
3) Socialismo
Un tercer ideal estuvo presente en algunas revoluciones liberales del período: el socialismo. Lo veremos a fondo en el próximo bloque. Por el momento basta que sepas que para este período llamamos socialismo al conjunto de doctrinas políticas que surgieron tras la Revolución Industrial para defender los derechos de los obreros. Defendían como máximo valor político la justicia social y la igualdad económica y sostenían que para ello era imprescindible limitar o abolir la propiedad privada y fomentar el colectivismo.
2. Un siglo de revoluciones
A lo largo de ese siglo de revoluciones que fue el siglo XIX en Europa es útil distinguir dos períodos:
En la primera mitad del siglo XIX predominaron las revoluciones liberales, cuyo objetivo era establecer sistemas políticos liberales y profundizar en las libertades políticas. Eso no significa que en esa época no fuera también importante el nacionalismo y, en menor medida, el socialismo.
En la segunda mitad del siglo XIX el principal factor de cambio político fue el nacionalismo. Dio como resultado la aparición de nuevos países que cambiaron el mapa europeo. En estos movimientos la revolución se combinó con la iniciativa política y militar de algunos Estados.
Eugène Delacroix fue uno de los grandes pintores del romanticismo, un movimiento cultural del siglo XIX que tenía un gran interés por los sentimientos y pasiones humanas. ¿Y qué más pasional que una revolución?
En este cuadro Delacroix representó de forma simbólica una escena de la revolución de 1830 en París. En el centro una mujer del pueblo aparece transformada en una diosa griega, la alegoría de la Libertad, con el pecho desnudo (un rasgo común en las divinidades clásicas) y el gorro frigio en la cabeza, que, si recuerdas del tema 2, era el símbolo de la liberación de los esclavos. Esta mujer-diosa ondea la bandera tricolor de la Revolución Francesa (rojo, blanco y azul), que hoy es la bandera de Francia, mientras avanza sobre una barricada llena de cadáveres.
La siguen representantes de la burguesía, reconocibles por sus sombreros de copa, y de las clases populares, con gorras, pañuelos y ropas de obrero. Adultos y niños se mezclan en esta multitud que representa al pueblo en armas, cuya firmeza y entusiasmo se muestran en las expresiones de sus rostros.
2.1. Las revoluciones liberales de la primera mitad del XIX
Las revoluciones suelen producir contagios. Si las circunstancias son favorables, el ejemplo de una revolución puede hacer estallar otra revolución en otro sitio. Eso pasó en la primera mitad del siglo XIX. Por eso hablamos de tres grandes oleadas revolucionarias a lo largo del período.
1) La oleada revolucionaria de 1820
Fue la primera oleada revolucionaria después de la Restauración. Ocurrió sobre todo en el sur de Europa. En general la organizaron grupos pequeños de burgueses organizados en sociedades secretas, como los masones. Frecuentemente tomaron la forma de golpes de Estado militares. Destacan varios acontecimientos:
En España un golpe de Estado contra el régimen absolutista de Fernando VII implantó un régimen liberal durante tres años, el llamado trienio liberal (1820-1823).
El ejemplo español tuvo como respuesta revoluciones liberales en lugares como Portugal y la actual Italia, aunque acabaron fracasando.
En Grecia estalló una guerra de independencia contra el Imperio Turco, bajo cuyo dominio se encontraba. Logró la independencia en 1830.
2) La oleada revolucionaria de 1830
La oleada de 1830 consistió en revoluciones con mucha más participación popular que en 1820. Se centraron sobre todo en el norte de Europa. Destacan los siguientes acontecimientos:
En Francia el absolutismo fue definitivamente derrotado, estableciéndose un régimen liberal moderado con una monarquía constitucional en la persona de Luis Felipe de Orleans.
Bélgica logró su independencia frente a los Países Bajos.
En Polonia una revolución nacionalista contra el dominio del Imperio Ruso acabó en una desastrosa derrota para el pueblo polaco.
3) La oleada revolucionaria de 1848
La oleada de 1848, llamada la primavera de los pueblos, fue la que mayor participación popular tuvo. Los grandes motores de la revolución fueron el liberalismo democrático, el nacionalismo y, por primera vez, el socialismo. Toda Europa fue afectada por revoluciones, pero las más importantes fueron las siguientes:
En Francia una revolución contra Luis Felipe de Orleans logró el establecimiento de una república democrática. Poco después los socialistas protagonizaron una nueva revolución, que fue aplastada por la joven república. Pero el miedo al socialismo hizo que ganara las elecciones a presidente Luis Napoleón, sobrino de Napoleón Bonaparte, que en pocos años convirtió su régimen en una dictadura y acabó por tomar el título de emperador bajo el nombre de Napoleón III. Nace así el II Imperio Francés.
Por toda la actual Alemania e Italia y el Imperio Austríaco estallaron numerosas revoluciones liberales y nacionalistas. Sólo algunas lograron el éxito.
A la altura de 1848 la estructura política de Europa había cambiado para siempre. El Antiguo Régimen había desaparecido en toda la Europa occidental y los regímenes absolutistas comenzaban a convertirse en restos del pasado.
Pero aún quedaba mucho por hacer. La democracia apenas había empezado a avanzar. Se iría imponiendo en el oeste de Europa y otros países desarrollados a partir de la mitad del siglo XIX, aunque lo haría más mediante reformas políticas que mediante revoluciones.
Incluso esa democracia de la segunda mitad del XIX estaba aún muy incompleta. La esclavitud aún existía en muchos países desarrollados y su abolición era una cuestión muy debatida. Se trataba además de una democracia partida en dos, ya que la mitad de la población adulta, las mujeres, aún tardarían en obtener el derecho al voto. La lucha por el sufragio femenino culminaría, ya en el siglo XX, la lucha por las libertades que había ocupado todo el siglo XIX.
2.2. Nacionalismo y revolución en la segunda mitad del XIX
Tras la oleada revolucionaria de 1848, el nacionalismo se convirtió en la principal fuerza revolucionaria en Europa. Numerosos pueblos siguieron luchando por la creación de un Estado unificado o por su independencia política.
Vamos a centrarnos en los tres casos más importantes.
1) La unificación italiana
A mediados del siglo XIX no existía un país llamado Italia. Lo que hoy es Italia era un conjunto de pequeños estados independientes. Los más importantes eran:
el Reino de Piamonte, en el noroeste;
los Estados Pontificios (o sea los dominios del Papa) en el centro;
el Reino de Nápoles y Sicilia (o Reino de las Dos Sicilias) en el sur.
Además, el nordeste de Italia estaba en manos del Imperio Austríaco.
Pero todos estos territorios compartían una misma Historia y una lengua común: el italiano. Por eso desde comienzos del XIX surgió un fuerte movimiento nacionalista que tenía por objetivo unificar toda Italia y convertirla en un Estado independiente.
La unificación fue un proceso largo que se prolongó entre 1859 y 1870. Fue el resultado de dos movimientos paralelos:
Una revolución democrática, que trataba de implantar en Italia una república.
La actuación militar y diplomática del Rey del Piamonte, Victor Manuel II, y su primer ministro Cavour. Ellos pretendían crear un Reino de Italia dirigido por el rey del Piamonte.
El Piamonte logró unificar todo el norte de Italia y expulsar a los austríacos gracias a una hábil política de alianzas con otros reinos, primero Francia y luego Prusia. Por su parte, Giuseppe Garibaldi, un líder revolucionario, logró unir a los demócratas a la causa de Victor Manuel II. Aprovechó una revolución en Sicilia para desembarcar con un ejército de voluntarios, los camisas rojas. Se hizo con el control de la revolución y conquistó el Reino de Nápoles y Sicilia.
De esa forma, Victor Manuel II se convirtió en el primer Rey de Italia. En 1870, con la conquista de Roma, se completó la unificación del Reino de Italia.
2) La unificación de Alemania
A mediados del XIX tampoco existía un país llamado Alemania. Lo que había en el centro de Europa era una extensa asociación de Estados que se llamaba la Confederación Germánica. Algunos de ellos además tenían una Unión Aduanera, de forma que sus productos no pagaban aduana al pasar la frontera.
Todos estos países compartían también una Historia y una lengua común: el alemán. Por eso surgió aquí también un movimiento nacionalista que quería la unificación.
Dos países lideraban la Confederación Germánica y eran rivales entre sí:
el Reino de Prusia;
el Imperio Austríaco.
El proceso de unificación alemana se prolongó entre 1866 y 1871. No fue el resultado de una revolución, sino de la iniciativa política del Rey de Prusia, Guillermo I, y de su primer ministro, Otto von Bismarck. Su estrategia consistió en provocar una serie de guerras cuyo objetivo era convertir a Prusia en el líder de los países alemanes y alejar de ellos la influencia del Imperio Austríaco.
Este segundo objetivo se logró en 1867, cuando el Imperio Austríaco fue derrotado por Prusia. Para unir a todos los estados alemanes en una causa común, Prusia provoco una guerra contra el rival tradicional de los alemanes: Francia. En 1871 el Imperio Francés fue derrotado. En el Palacio de Versalles (donde, si recuerdas, había estado la corte de los reyes franceses), se firmó la creación de un nuevo Estado: el II Imperio Alemán. El Rey de Prusia se convirtió así en el Emperador de Alemania (el Kaiser, como se dice en alemán).
3) La cuestión de Oriente
A partir de 1871, el lugar más inestable de Europa fue la región de los Balcanes, en el sudeste europeo, hasta entonces dominado por el Imperio Turco. El Imperio Turco estaba cada vez más débil. Esta debilidad fue aprovechada por tres fuerzas:
Los pueblos balcánicos, que buscaron su independencia influidos por el nacionalismo.
El Imperio Ruso, que tomó bajo su protección a algunos de estos pueblos, sobre todo a los serbios, como forma de extender su influencia en la zona.
El Imperio Austríaco, que también aprovechó para ganar influencia y territorios en la zona.
Esto provocó lo que en su tiempo se llamó la cuestión de Oriente, una situación permanente de tensión que se prolongó hasta 1914 . Durante este tiempo el Imperio Turco perdió casi todos los territorios que le quedaban en Europa, donde nacieron nuevos estados:
Albania;
Bulgaria;
Rumanía;
Serbia.
Estos empezaron pronto a competir entre sí por extender sus fronteras, un problema agravado porque los Balcanes eran un mosaico étnico en el que distintos pueblos convivían a menudo en los mismos territorios.
3. España: la caída del imperio y el triunfo del liberalismo
El siglo XIX fue también para España un siglo revolucionario. Dos fueron los principales procesos revolucionarios que la afectaron:
las revoluciones nacionalistas de las colonias americanas y asiáticas hicieron que España perdiera el imperio que había formado desde 1492.
dentro de la propia España se implantaron lenta y progresivamente las ideas liberales.
Al inicio de las guerras napoleónicas, España era todavía dueña de un enorme imperio, que abarcaba toda Hispanoamérica, el archipiélago de Filipinas, frente a las costas de China, y algunos otros territorios en el Pacífico y África.
Cuando España fue invadida por los franceses y muchos españoles tomaron las armas contra el nuevo rey, José I Bonaparte, muchos hispanoamericanos hicieron lo mismo. Lideraban este movimiento los criollos, es decir, los descendientes de españoles nacidos ya en América, cuya posición social era superior a la de los restantes componentes étnicos de la sociedad hispanoamericana: indios, negros y mestizos.
En 1815 Fernando VII recuperó el trono español y restableció el absolutismo. Entonces, los que se habían sublevado en América decidieron cortar los lazos con España. La guerra contra los franceses se convirtió así en una guerra de independencia contra el dominio de España.
Bajo el mando de líderes como Simón Bolívar o José de San Martín, los independentistas lograron derrotar a los partidarios de la unión con España. Entre 1816 y 1828 toda Hispanoamérica, a excepción de Cuba y Puerto Rico, alcanzó la independencia, fragmentándose en los numerosos estados que hoy componen la región. A la vez que ocurría esto, una revolución en Portugal había hecho que el rey portugués se refugiara en Brasil, convirtiéndolo en país independiente.
Cuba, Puerto Rico y Filipinas se mantuvieron unidas a España hasta 1898, cuando tras una guerra lograron independizarse de España con la ayuda de los Estados Unidos. La derrota militar a manos de los Estados Unidos fue sentida como un desastre por los españoles.
Mientras España perdía su imperio, grandes cambios políticos sucedían en su interior.
Al regresar a España en 1815 Fernando VII anuló toda la obra revolucionaria de las Cortes de Cádiz (recuerda que las vimos en el tema 2). Restauró el absolutismo y lo logró mantener hasta su muerte, a excepción del paréntesis del trienio liberal (1820-1823).
Pero tras su muerte, en 1833, estalló una guerra civil entre dos bandos.
Por un lado estaban los carlistas, partidarios de que fuera rey Carlos María Isidro, hermano menor de Fernando VII. Los carlistas defendían el mantenimiento del Antiguo Régimen.
Por otro lado, estaban los partidarios de que fuera reina Isabel II, la hija de Fernando VII, que aún era una niña. Como los absolutistas defendían a Carlos, los defensores de Isabel II buscaron el apoyo de los liberales.
De esa forma, la guerra de sucesión se convirtió en una guerra entre absolutismo y liberalismo. La victoria del bando de Isabel II en 1840 significó el triunfo definitivo en España del liberalismo, si bien en su versión moderada.
Durante el largo reinado de Isabel II (1833-1868) se mantuvo un régimen liberal muy inestable, en el que continuamente se sucedían los golpes de Estado militares (se les llamaba pronunciamientos). Además las libertades estaban muy limitadas, empezando porque solo los más ricos podían votar (o sea, que había sufragio censitario).
En 1868 se produjo una revolución que expulsó del trono a Isabel II y estableció en España una democracia liberal, con sufragio universal masculino. Se trajo como rey a un príncipe italiano, Amadeo de Saboya. Pero al poco tiempo abdicó (o sea, que renunció al trono), superado por los grandes problemas políticos de España.
Tras su abdicación España se convirtió por primera vez en una República. La Primera República (que es como se conoce) duró solo entre 1873 y 1874. Un nuevo golpe de Estado acabó con la República y también con la democracia, restableciendo una monarquía liberal moderada.
El sufragio universal masculino no volvería hasta 1890. Pero aún quedaba mucho camino por recorrer para lograr una democracia real y efectiva en nuestro país.
Fuente: Claseshistoria.com
Para saber más de la Unificación Italiana, aquí una recomendacción.
También lecturas recomendables son Los Miserables de Victor Hugo y La cámara de los tapices de Walter Scott. Aquí los tenéis por cortesía de Claseshistoria
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