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El plazo de devolución varía entre 61 y 90 días
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Préstamos desde 50€ hasta 5.000€
Devolución hasta en 60 meses
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Tabla de contenido
Cuando pedimos un préstamo rápido, lo normal es que la primera sensación sea de alivio o incluso de emoción.
De repente, tienes el dinero en tu cuenta en cuestión de minutos u horas, puedes resolver un imprevisto que te estaba quitando el sueño o darte ese capricho que llevabas tiempo posponiendo. Y todo parece fácil, casi demasiado.
Pero claro, esa es la cara amable de la historia. La otra parte, la que muchas veces dejamos para pensar más tarde, es que ese dinero hay que devolverlo. Y no solo devolverlo, sino devolverlo en las condiciones y plazos que se han acordado.
Ahí es donde hay que poner los pies en la tierra y actuar con cabeza, porque un despiste o una mala gestión pueden meterte en un lío mayor de lo que imaginas.
En la mayoría de los casos, sobre todo cuando se trata de cantidades medianamente importantes, el pago está domiciliado en tu cuenta corriente. Esto significa que, en la fecha pactada, la entidad prestamista hará el cargo correspondiente, sumando capital e intereses, de forma automática.
Es parecido a cuando te cargan el recibo de la luz, el agua o el teléfono: no tienes que preocuparte de hacer una transferencia o un ingreso manual. Es cómodo, sí, pero también implica que el día que toque, tu cuenta debe tener el saldo suficiente para cubrir el pago.
Si ese día estás justo de dinero, el cargo puede no llegar a efectuarse y eso abre la puerta a comisiones, intereses de demora y otros problemas que siempre son más caros de lo que esperas.
Otra forma bastante habitual de devolver un préstamo rápido es hacerlo con tarjeta de débito. Funciona de manera parecida a una compra por internet: entras en la web o la aplicación del prestamista, introduces los datos de tu tarjeta y realizas el pago.
Muchas veces, esta opción está ya fijada desde que firmas el contrato, pero hay empresas que te permiten elegir el método que mejor se adapte a ti. Lo importante, uses el sistema que uses, es que el pago quede bien identificado: con tu nombre, tus datos correctos y el número de referencia del préstamo.
Así evitas confusiones y problemas administrativos que, aunque puedan parecer menores, a veces retrasan el registro de tu pago y te meten en la categoría de “moroso” por un simple error.
Más allá de cómo se devuelva el dinero, lo que de verdad marca la diferencia es la planificación previa. Antes incluso de solicitar el préstamo, conviene que te sientes un momento, saques papel y bolígrafo (o la calculadora del móvil) y veas si vas a poder devolverlo sin apuros.
Parece obvio, pero mucha gente no lo hace. La inmediatez de estos préstamos es tan tentadora que uno se lanza a por ellos sin pensar en la devolución, y luego, cuando llega el cargo, el presupuesto mensual se tambalea. Y ahí empieza la bola de nieve.
Si, por cualquier motivo, la situación se complica y ves que no vas a poder pagar en la fecha acordada, lo peor que puedes hacer es quedarte quieto esperando a que pase algo por arte de magia. No va a pasar.
Aquí tienes dos opciones bastante más inteligentes: pedir una prórroga o renegociar las condiciones del pago.
La prórroga es básicamente decirle a la empresa que necesitas más tiempo, pero que tu intención sigue siendo pagar.
Esto suele costar algo más de dinero, ya que te cobrarán intereses por esos días extra, pero suele salir infinitamente más barato que dejar el préstamo impagado y acumular recargos. Por poner un ejemplo, en algunos créditos rápidos un préstamo de 100 euros a devolver en 30 días puede tener un coste de un 1,1% diario. Si pides ampliar el plazo 15 días, pagarás intereses por esos 15 días y listo.
No es gratis, pero sí mucho más asumible que enfrentarte a penalizaciones y gastos añadidos.
Si pides la prórroga antes de que llegue la fecha de vencimiento, todo es más sencillo.
En cambio, si dejas que la fecha pase sin pagar, el préstamo entra en situación de impago y ahí los problemas crecen rápido: intereses de demora mucho más altos, comisiones de gestión y, en el peor de los casos, la inclusión en listas de morosos como ASNEF.
Una vez entras ahí, no solo tendrás que pagar lo que debes, sino que también te costará mucho más conseguir cualquier otro préstamo o incluso contratar ciertos servicios básicos.
En algunos casos, al pedir una prórroga, la empresa puede pedirte que pagues una parte del préstamo ya, y el resto al final del nuevo plazo.
No siempre es la opción más cómoda, pero sigue siendo preferible a dejar que la deuda se acumule y se vuelva incontrolable. Piensa que, con estos productos, el tiempo siempre juega en tu contra: cuanto más tardes en resolverlo, más caro se vuelve.
Si la prórroga no es suficiente o no te convence, la otra opción es hablar directamente con la entidad para renegociar las condiciones. Esto puede incluir alargar el plazo de devolución, fraccionar el pago en varias cuotas o incluso obtener una rebaja temporal de los intereses.
No todas las empresas aceptan estas negociaciones, pero muchas prefieren llegar a un acuerdo antes que iniciar un proceso de recobro, que también les cuesta tiempo y dinero.
Los préstamos rápidos suelen estar en ese grupo, así que darles prioridad te ayudará a reducir el coste total que acabarás pagando.
Pedir un crédito rápido hoy no tiene nada que ver con lo que era hace unos años. Antes, conseguir financiación implicaba plantarte en el banco, hacer cola, rellenar un montón de papeles y esperar varios días a que te dieran una respuesta.
Ahora todo eso se hace desde casa, con un ordenador o incluso con el móvil, y en muchos casos puedes tener el dinero disponible antes de que acabe el día… o incluso en cuestión de minutos.
Este tipo de préstamos están pensados para sacarte de un apuro: una avería del coche, una factura inesperada, un electrodoméstico que se rompe justo cuando menos te lo esperas.
Y lo mejor es que el proceso es rápido, claro y bastante más sencillo de lo que imaginas.
El primer paso, antes de lanzarte a rellenar formularios, es pensar cuánto dinero necesitas de verdad. Parece obvio, pero mucha gente pide más de lo necesario “por si acaso” y eso, al final, significa pagar más intereses.
Si sabes exactamente el gasto que quieres cubrir, ajusta el importe a esa cantidad. No es lo mismo pedir 300 que 500 euros, y ese margen se nota cuando llegue el momento de devolverlo.
La mayoría de plataformas de créditos rápidos cuentan con un simulador online. Es muy útil porque te muestra al instante el coste total del préstamo según el importe y el plazo que elijas.
Solo tienes que mover las barras del simulador y verás cuánto pagarás y en cuánto tiempo. Así puedes valorar si te compensa o si es mejor pedir un poco menos y devolverlo antes.
Una vez que lo tienes claro, llega el momento de rellenar el formulario de solicitud. Nada de trámites eternos ni de preguntas absurdas: te pedirán tu nombre, DNI o NIE, fecha de nacimiento, dirección, correo electrónico y teléfono.
También te preguntarán por tus ingresos y tu situación laboral. Es un paso rápido, pero no lo hagas con prisas: revisa que todo esté bien escrito, porque un dato mal introducido puede retrasar la aprobación.
Después viene el envío de la documentación. Lo habitual es que te pidan una foto o copia de tu DNI y el número de cuenta donde quieres recibir el dinero. En algunos casos, también solicitarán un justificante de ingresos, como una nómina o un extracto bancario.
Todo esto se hace online: subes los archivos a la propia web, los envías por email o los compartes a través de aplicaciones seguras.
Nada de desplazamientos ni de esperar a que abran oficinas.
Cuando envías todo, la empresa revisa tu solicitud. Aquí es donde la tecnología hace magia: la mayoría utiliza sistemas automáticos que verifican tus datos en tiempo récord. Si todo está correcto, puedes recibir la respuesta en minutos.
Y si te aprueban el préstamo, te enviarán un contrato con todas las condiciones: el importe, los intereses, el plazo de devolución y cualquier comisión o penalización por impago.
Léelo con calma. Ya sé que cuando necesitas el dinero quieres que esté en tu cuenta cuanto antes, pero firmar sin entender las condiciones es un error que puede salir caro. Si todo te encaja, normalmente solo tendrás que confirmar la aceptación con un código que te envían al móvil o firmando digitalmente.
La mejor parte viene ahora: el ingreso del dinero. En muchas ocasiones, lo tendrás en tu cuenta de forma casi inmediata. Si trabajas con el mismo banco que la entidad que te presta, puede ser cuestión de minutos. Si son diferentes, puede tardar algo más, pero lo normal es que lo recibas el mismo día.
Eso sí, por muy fácil que sea el proceso, conviene usar este tipo de préstamos con cabeza.
Son una buena solución para un imprevisto, pero no para financiar gastos habituales todos los meses. Antes de pedirlo, pregúntate si podrás devolverlo sin problemas y en el plazo acordado. Un retraso puede generar intereses de demora que encarezcan mucho el préstamo.
Otro consejo importante es comparar. No todas las empresas ofrecen las mismas condiciones y las diferencias pueden ser grandes. Hay comparadores online que te muestran varias opciones de créditos rápidos para que elijas la que más te convenga.
Fíjate en el tipo de interés, en si cobran comisiones extra, en la flexibilidad de los plazos y, sobre todo, en que la entidad esté registrada en España y regulada. Así te aseguras de que estás tratando con una empresa seria y legal.
En resumen: pedir un crédito rápido en España es tan sencillo como elegir la cantidad que necesitas, rellenar un formulario, enviar tu documentación, esperar la aprobación y recibir el dinero en tu cuenta.
Lo importante es hacerlo con responsabilidad y sabiendo que es una herramienta para resolver una situación puntual, no para endeudarse de forma habitual.
Si sigues estos pasos, podrás afrontar cualquier gasto imprevisto con rapidez, seguridad y sin complicarte la vida.
Hoy en día, vivir sin cuenta bancaria es casi imposible.
Piensa en todo lo que haces cada semana: pagar la compra con tarjeta, recibir la nómina, pasar un bizum, domiciliar la luz o el teléfono… La mayoría de nuestras transacciones pasan por un banco, queramos o no.
Por eso, más que tener “una cuenta cualquiera”, lo importante es tener la cuenta adecuada, la que se ajuste a lo que necesitas y no te haga pagar de más.
No se trata solo de guardar el dinero en un sitio seguro, sino de hacerlo en un lugar que te permita moverlo con libertad y, si es posible, que te ofrezca ventajas. Hay cuentas que no cobran comisiones, que te permiten sacar efectivo gratis en muchos cajeros, hacer transferencias sin coste o incluso te devuelven un porcentaje de los recibos que domicilias. Y aquí está la clave: si usas tu banco todos los días, ¿por qué no sacarle el máximo partido?
Si lo tuyo es la operativa diaria (ingresar, pagar, enviar dinero) lo ideal es una cuenta corriente. Son las más prácticas porque permiten domiciliar pagos, asociar tarjetas y hacer todo tipo de operaciones sin límite. Además, suelen ser la puerta de entrada a otros productos, como préstamos personales o hipotecas.
Eso sí, para que una cuenta corriente sea realmente interesante, debería estar libre de comisiones. Un cargo de 3 o 5 euros al mes puede parecer poca cosa, pero al final del año supone 36 o 60 euros menos en tu bolsillo.
Si trabajas y cobras nómina, aún mejor: hay bancos que ofrecen condiciones especiales si domicilias tus ingresos. Hablamos de tarjetas gratis, rentabilidad en el saldo, regalos de bienvenida o descuentos en determinados comercios. Eso sí, antes de lanzarte, revisa si exigen permanencia o condiciones que no encajen contigo.
A veces, abrir una cuenta no es opcional. Por ejemplo, si pides un préstamo en un banco, puede que te obliguen a vincularlo a una cuenta suya para gestionar los pagos. En ese caso, aunque sea un requisito, no tienes por qué aceptar comisiones por mantenimiento o apertura. Negociar este punto puede ahorrarte un buen pellizco.
Hablando de préstamos… Los personales son uno de los productos estrella en cualquier banco. Sirven para casi todo: cambiar el coche, reformar la cocina, pagar estudios o cubrir un gasto inesperado. La ventaja es que el dinero llega rápido y no tienes que justificar demasiado en qué lo vas a usar.
Un truco que nunca falla: antes de pedir un préstamo, usa los simuladores que ofrecen los bancos en sus webs. Solo tienes que poner cuánto quieres pedir y en cuántos meses quieres devolverlo, y verás al instante la cuota y el coste total. Si ves que la cuota se te queda un poco alta, siempre puedes ajustar el importe o ampliar el plazo para que encaje en tu presupuesto mensual.
También es habitual que los bancos ofrezcan mejores condiciones a clientes “vinculados”: menos intereses si domicilias la nómina, contratas un seguro o usas su tarjeta de crédito. Puede ser interesante… pero solo si son servicios que realmente vas a utilizar. Si no, estarías pagando por cosas que no necesitas.
Tanto para abrir una cuenta como para pedir un préstamo, la regla de oro es comparar. No te quedes con la primera oferta que veas. Hay bancos que ofrecen cuentas sin comisiones y préstamos más baratos que otros, y la competencia juega a tu favor. Dedicar un rato a buscar puede significar ahorrar decenas o incluso cientos de euros al año.
Hoy por hoy, casi todo se puede hacer online: abrir una cuenta, pedir un préstamo, consultar movimientos… sin pisar una oficina.
Es cómodo, rápido y te ahorra desplazamientos, pero también implica que debes leer muy bien todo lo que aceptas, porque una firma digital tiene la misma validez que si estuvieras en la mesa del director de tu sucursal.
Elige una cuenta que no te cobre por operar, aprovecha si puedes conseguir ventajas por domiciliar ingresos, y cuando necesites un préstamo personal, pide solo lo que puedas devolver sin agobios. Si comparas, negocias y entiendes bien lo que firmas, tendrás un banco que trabaje para ti, y no al revés.