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Pedir un crédito rápido puede sacarte de un apuro cuando menos te lo esperas. Todos hemos tenido algún mes en el que las cuentas no cuadran, aparece un gasto extra o simplemente necesitamos liquidez para algo urgente.
El problema no suele ser tanto conseguir el dinero (porque hoy en día hay muchas opciones online), sino decidir en cuánto tiempo lo vas a devolver. Y aunque parezca una decisión pequeña, elegir bien el plazo es casi tan importante como la cantidad que pides.
Lo primero que hay que tener clarísimo es que cuanto más tiempo tardes en devolverlo, más intereses vas a pagar.
Esto no lo inventa la entidad ni es un truco oculto, es simplemente cómo funciona cualquier préstamo. Por ejemplo, imagina que pides 1.000 euros a un tipo de interés fijo.
Si lo devuelves en tres meses pagarás X en intereses, pero si lo devuelves en doce meses, esa cifra subirá. Y no hablamos de una diferencia de unos pocos euros, en algunos casos puede superar los 100 euros de más. Es como cuando te vas de viaje en coche: cuanto más alargas la ruta, más gasolina gastas.
Pues aquí pasa lo mismo, pero con tu dinero.
Ahora bien, tampoco se trata de pensar: “Pues lo devuelvo en el menor tiempo posible y así me ahorro un buen pico en intereses”. Esa idea, en teoría, suena muy bien, pero en la práctica puede ser un desastre. Si te pones una cuota altísima para devolverlo en tiempo récord y eso te deja a final de mes con la cuenta a cero, te estarás metiendo en otro problema.
Al final, acabarás pidiendo otro préstamo o tirando de tarjeta de crédito para sobrevivir, y eso es como apagar un fuego echándole gasolina.
La clave está en buscar un equilibrio, un punto en el que la cuota sea lo suficientemente cómoda para que no te ahogue, pero el plazo lo bastante corto para que no se dispare lo que pagas de más. Y aquí entra en juego una regla que mucha gente usa y que, aunque no es perfecta, funciona bastante bien como referencia: la regla del 35%.
Esta regla dice que no deberías destinar más del 35% de tus ingresos mensuales al pago de créditos. Es decir, sumando todos los préstamos que tengas, la cuota total no debería pasar de ese porcentaje. Pongamos un ejemplo sencillo: si cobras 1.200 euros al mes, el 35% serían 420 euros.
Eso sería el tope “sano” para destinar a pagar deudas. Así te quedarían unos 780 euros para el resto de gastos: alquiler o hipoteca, facturas, comida, transporte… en fin, la vida diaria.
Evidentemente, esto no es algo grabado en piedra. Si ganas 2.000 euros al mes, puedes permitirte quizá un poco más del 35% sin que tu economía se resienta. Y si tus ingresos son de 900 euros, probablemente lo más prudente sea quedarse por debajo del 30% para evitar sustos.
Cada caso es un mundo, pero tener esa referencia ayuda a no pasarse y a calcular mejor el plazo de devolución.
Otra cosa que mucha gente no sabe es que no siempre tienes que quedarte con el plazo que eliges al principio. Hay entidades que te permiten amortizar anticipadamente, es decir, devolver parte o todo el préstamo antes de lo pactado, y así reducir intereses.
Eso sí, no todas lo permiten gratis: algunas cobran comisión por hacerlo. Por eso es buena idea fijarse en este detalle antes de firmar nada. Imagina que te van mejor las cosas y puedes devolverlo antes, sería absurdo pagar más intereses por no haber mirado esta letra pequeña.
Y hablando de ejemplos reales, piensa en esto: María pide 800 euros para una reparación del coche. Si lo devuelve en 4 meses, paga 60 euros de intereses. Si decide alargarlo a 12 meses para tener una cuota más baja, acaba pagando 150 euros en intereses.
Es decir, el coche le ha salido 90 euros más caro solo por alargar el plazo. En cambio, si lo devuelve demasiado rápido y se queda sin margen, puede terminar usando la tarjeta de crédito, que tiene intereses mucho más altos. Por eso, el “punto justo” es tan importante.
Algo que también conviene tener presente es que tu situación económica no es estática. Hoy puedes permitirte una cuota más alta, pero ¿qué pasa si el mes que viene tienes un gasto extra o tus ingresos bajan? Elegir un plazo ligeramente más largo de lo que crees que necesitas puede darte un pequeño colchón para imprevistos. Y si no lo usas, siempre podrás adelantar pagos.
Por otro lado, hay gente que se siente más tranquila sabiendo que su préstamo estará liquidado cuanto antes, aunque eso signifique apretarse un poco más cada mes. Aquí no hay una fórmula matemática perfecta, porque entra en juego tu personalidad y cómo gestionas el dinero.
Hay quien prefiere pagar menos intereses y cerrar el capítulo rápido, y quien valora más tener una cuota cómoda para no ir agobiado.
Lo importante es que la decisión sea consciente, no improvisada.
Si lo piensas bien, elegir el plazo para devolver un préstamo rápido es un ejercicio de equilibrio entre el bolsillo y la cabeza. El bolsillo te dice que pagues menos intereses; la cabeza te recuerda que tienes que comer, pagar la luz, el alquiler y que la vida sigue. Ignorar una de las dos cosas casi siempre sale caro.
Al final, lo más sensato es calcular bien antes de pedir el préstamo. Mira cuánto puedes destinar al mes sin poner en riesgo tus gastos básicos, usa la regla del 35% como guía y elige el plazo que encaje.
Y si puedes, deja un margen de seguridad para no ir con el agua al cuello.
Porque pedir dinero no es difícil. Difícil es devolverlo de forma que no te quite el sueño ni la tranquilidad. Y eso, aunque suene aburrido, empieza por algo tan simple como elegir bien el plazo.
Hablar de préstamos rápidos online es como hablar de esas soluciones express que prometen sacarte de un apuro en cuestión de minutos. Sí, suena muy bien sobre el papel: rellenas un formulario, envías tus datos, y en lo que tardas en hacerte un café, tienes el dinero en tu cuenta.
Pero claro, todo tiene un precio, y en este caso conviene entender muy bien cuánto nos puede costar esta “comodidad” antes de lanzarnos de cabeza.
Esto significa que, aunque dos plataformas te ofrezcan exactamente la misma cantidad de dinero, lo que acabes pagando al final puede variar muchísimo. Por lo general, los intereses diarios suelen rondar el 1%.
Parece poco, ¿verdad? Pero cuando empiezas a hacer números, la cosa cambia. Cuanto más dinero pidas y más tardes en devolverlo, más caro te saldrá. Así de simple.
Una forma muy práctica de comparar precios entre distintas empresas es calcular cuánto cuesta pedir 100 € durante 30 días. Por ejemplo, si el interés diario es del 1,1 %, un préstamo de 100 € a devolver en 30 días te costará 33 € de intereses.
Es decir, que devolverás en total 133 €. Puede que 33 € no suene a una barbaridad, pero si multiplicas esto por cantidades más altas, ya se nota bastante más.
Y si además sumas que a veces surgen gastos adicionales por gestión, comisiones o prórrogas, el coste final puede dispararse.
Ahora bien, aquí es donde entra en juego la famosa TAE, esa cifra que muchos anuncios incluyen en letra pequeña y que, en el caso de los microcréditos, puede superar tranquilamente el 3.000%. Y sí, suena a locura, pero hay que entender que la TAE está pensada para calcular el coste de un préstamo a un año. Si el tuyo es de solo 30 días, esa métrica deja de tener sentido práctico.
No es que vayas a pagar miles de euros de intereses, es que la fórmula matemática hace que parezca así porque extrapola un plazo muy corto a todo un año.
Por eso, para evaluar un préstamo rápido, es mucho más útil fijarse en el interés diario o mensual, o directamente en el coste en euros que tendrá el préstamo para un periodo concreto.
Y aquí los comparadores online son nuestros mejores aliados. Hay muchas plataformas que te permiten introducir la cantidad y el plazo que quieres, y automáticamente te muestran qué empresas ofrecen el mejor precio. Incluso te dicen si hay alguna promoción activa o algún descuento especial para nuevos clientes.
Además, la mayoría de prestamistas incluyen en sus webs un simulador de préstamo.
Esto es muy útil, porque puedes jugar con las cifras antes de decidirte: pruebas qué pasa si eliges 15 días en lugar de 30, si pides un poco menos de dinero o si optas por una empresa que cobra un poco menos de interés diario. Así puedes saber exactamente cuánto vas a pagar y cuándo, sin sorpresas desagradables después.
Eso sí, aunque estos préstamos sean rápidos y fáciles de conseguir, no debemos olvidar que su coste es alto en comparación con otras formas de financiación, como un préstamo personal en un banco o incluso una tarjeta de crédito (dependiendo del uso que le des). Los préstamos rápidos están pensados para casos puntuales, no para utilizarlos como una solución habitual.
Si los usamos de manera repetida, los intereses pueden convertirse en una bola de nieve difícil de parar.
Pongamos un ejemplo para verlo más claro. Imagina que pides 300 € a devolver en 30 días, con un interés diario del 1%. Al final, habrás pagado 90 € solo en intereses, lo que significa que devuelves 390 € en total.
Si por cualquier motivo no puedes pagarlo a tiempo y decides pedir una prórroga de otros 30 días, es probable que tengas que pagar otra vez esa cantidad de intereses. En poco tiempo, podrías acabar pagando más de la mitad de lo que pediste solo en recargos.
Por eso es tan importante leer bien las condiciones antes de aceptar.
No solo el interés diario, sino también si hay comisiones de apertura, si te cobran por alargar el plazo o si aplican algún tipo de penalización por pago anticipado (sí, algunas empresas incluso cobran por devolver antes el dinero, aunque no es lo habitual).
También hay que tener en cuenta que algunas plataformas ofrecen préstamos gratis para nuevos clientes, donde si devuelves el dinero a tiempo, no pagas intereses.
Esto puede ser una buena oportunidad para salir de un apuro sin coste, pero ojo: si te retrasas, las condiciones cambian radicalmente y los intereses aplicados después pueden ser igual de altos que los de cualquier otro microcrédito.
Al final, no se trata solo de conseguir dinero rápido, sino de que no nos salga caro el “favor” que nos hace la empresa prestamista.
Antes de pedir, merece la pena dedicar unos minutos a usar un simulador o un comparador. Piensa que ese pequeño esfuerzo puede ahorrarte bastante dinero y evitar que te metas en una espiral de intereses difíciles de pagar.
Y, sobre todo, recuerda que un préstamo rápido no es gratis ni mucho menos, aunque el dinero llegue a tu cuenta en tiempo récord.
Pedir un microcrédito hoy en día es tan fácil que casi da miedo lo rápido que se mueve todo. Hace unos años tenías que pedir cita en el banco, llevar papeles, esperar colas… y ahora, desde el sofá, con el móvil en la mano y en menos tiempo de lo que tardas en preparar un café, puedes tener el dinero en tu cuenta.
Eso sí, no todo es tan “mágico” como lo pintan los anuncios, porque hay cosillas que marcan la diferencia entre recibir el dinero en diez minutos o quedarte mordiéndote las uñas un par de días esperando.
Lo primero que mucha gente no sabe es que la hora en la que pides el préstamo cuenta, y mucho. Aunque las webs te dejan hacer la solicitud a cualquier hora, las personas que revisan y aprueban trabajan en un horario.
Así que si tú lo pides un sábado a las tres de la madrugada, por mucho que te digan “aprobación inmediata”, lo más probable es que no lo miren hasta el lunes. Por eso, si tienes prisa de verdad, lo mejor es hacerlo en horario de oficina, que es cuando hay gente tramitando y las transferencias vuelan.
Otro punto clave es la documentación.
Parece una tontería, pero si te equivocas en un número del DNI, mandas una foto borrosa o tu documento está caducado, ya puedes olvidarte de la inmediatez. Ellos necesitan verificar que eres tú y que todo está en regla, y si algo chirría, te paran el proceso y te piden que lo soluciones. Eso significa horas o incluso días de retraso.
Por eso, antes de darle al botón de “enviar”, revisa todo. Ten a mano tu DNI o NIE en vigor, los datos de tu cuenta correctos y cualquier otro documento que te pidan.
Si lo mandas todo bien desde el minuto uno, te quitas de encima un montón de problemas.
Y aquí viene el gran secreto que poca gente comenta: el banco con el que trabajes. Si el prestamista usa el mismo banco que tú, la transferencia puede ser prácticamente instantánea, incluso en fin de semana o festivo.
Pero si tu cuenta es de otro banco, ahí entra en juego el sistema interbancario, que puede tardar entre 24 y 48 horas. Es decir, que aunque ellos hagan el envío al momento, el dinero no lo ves hasta uno o dos días después. Por eso, si vas a pedir un microcrédito urgente, compensa buscar un prestamista que tenga cuenta en tu mismo banco. Así evitas el atasco.
Algunas webs incluso te ponen un listado de con qué bancos trabajan y cuáles son los más rápidos. No es un detalle menor, porque hay bancos que, aunque sean diferentes, procesan transferencias en horas, mientras que otros se lo toman con más calma. Esa información, si te la dan, es oro puro, porque te ayuda a elegir bien y no quedarte con la cara de “¿y mi dinero?”.
También hay que tener en cuenta que las plataformas hacen controles automáticos antes de soltar el dinero. Comprueban si tienes deudas pendientes, si tus ingresos son suficientes y si los datos coinciden.
Todo esto, cuando lo haces a plena luz del día y con todo correcto, va como la seda. Pero si lo intentas en días raros, como festivos o puentes, es normal que algo se atasque.
Ahora, la parte buena: cuando todo se alinea, la sensación es una maravilla. Pides el microcrédito, lo aprueban en minutos y el dinero aparece en tu cuenta antes de que te dé tiempo a mirar el móvil otra vez. Es algo que, para imprevistos como una reparación urgente o un gasto que no puede esperar, te saca de un apuro enorme.
Eso sí, y aquí viene el consejo de amigo: no abuses. Un microcrédito es para una urgencia, no para caprichos, porque los intereses suelen ser más altos que en otros préstamos. Si lo usas con cabeza, perfecto, pero si te acostumbras a depender de ellos para cualquier cosa, te puedes meter en un lío.
Pedir un microcrédito rápido no es solo darle a “aceptar” y cruzar los dedos. Hay que cuidar la hora en la que lo haces, tener la documentación preparada y elegir bien el prestamista, sobre todo si quieres que el dinero llegue en minutos y no en días.
Si aplicas estos tres trucos, la probabilidad de que todo salga bien aumenta muchísimo y te evitas ese estrés de esperar y esperar mientras piensas en el gasto que tienes que cubrir.
Al final, es un poco como cocinar: si tienes todos los ingredientes listos y el fuego encendido, el plato sale rápido. Pero si te falta algo o el fuego está apagado, por muy buena receta que tengas, vas a tardar más.
Pues con los microcréditos pasa igual: todo depende de la preparación y del momento. Y cuando das con la combinación perfecta, te preguntas por qué no lo hiciste así desde el principio.