Cine soviético


"EL DESTINO DE UN HOMBRE” (1959)

Sergéi Bondarchuk.


Me encanta conocer las óperas primas del cine. Sé que muchos cineastas ya cuentan con un bagaje de cortometrajes anteriores, pero dar el paso al largometraje implica un ejercicio más arriesgado, de ida, pero no sabes si de vuelta, de mucho esfuerzo asomándote a un precipicio en el que te juegas todo deseando exponer tu valía y conocimiento para epatar a productores y público. Normalmente a unas edades en las que la juventud te da arrestos para lanzarte, te empuja con una fuerza enorme, aunque también con la inexperiencia de poder estrellarte y no continuar jamás. Difícil misión.

Cuando pensamos en la primera vez, a casi todo cinéfilo-a le viene al momento “Citizen Kane” de Orson Welles, obra maestra, pero tan pluscuamperfecta como fría para mí. Prefiero las óperas primas impactantes en otro sentido, cercanas, con entrañas, con destellos, poesía y emoción. Y aquí entran, entre otros ejemplos, “La infancia de Iván” de Tarkovsky o “Pather Panchali” de Satyajit Ray, con las que disfruto mucho más. Obras maestras de incalculable belleza y hondura.

Sergéi Bondarchuk fue actor antes que director y en su primera incursión en el cine protagoniza esta cinta sobre las consecuencias de los conflictos bélicos a lo largo de la historia de Rusia en la primera mitad del siglo XX, basada en la obra homónima de Mijáil Shójolov. Una película fundamental en el cine soviético con un gran éxito de público de casi 40 millones de espectadores.

No es una película como muchas otras de otra nacionalidad en las que te distancias del sufrimiento por cómo son planteadas en cuanto a primar el espectáculo sobre lo intimista. Se trata de ese tipo de cine bélico más sensible y no propagandístico soviético al que pertenecen joyas como “La balada del soldado”, “Cuando pasan las cigüeñas”, “Los amaneceres son aquí más apacibles” o “Los dos Fiódor”, por poner algunos ejemplos. Historias sentimentales, personales, alejadas del patriotismo, ligadas al sufrimiento y devastación del pueblo y soldados. Teniendo como cumbre las excelsas “La ascensión” o cine de verdad que conjuga poesía y crudeza extremas como “Ven y mira”. El cine soviético engendró obras bélicas memorables, no tan conocidas en España como debieran ser, por razones políticas pasadas.

“El destino de un hombre” constituye un periplo de un personaje anónimo, no alaba las hazañas bélicas del ejército ruso durante la Gran Guerra Patria, sino que, a través de este soldado golpeado por los acontecimientos históricos, el pueblo ruso se vio identificado. Un hombre nacido en 1900, que pasó por el ejército rojo en la Guerra civil, pasó la hambruna de 1922 en la que perdió a sus padres y hermanos y fue llamado para la II Guerra Mundial para luchar contra el ejército alemán. Toda una odisea que le llevó a ser arrestado por los nazis, estar en campos de concentración de diferentes zonas con trabajos forzados, ser casi ejecutado y perderlo todo después de ser condecorado al final de la contienda. Solo algunas imágenes del fervor del pueblo a la llegada del ejército ruso los ensalza, con efímeros momentos de patriotismo que se ven apagados por pueblos en ruinas y aniquilados en unos planos melancólicos que desprenden desolación rodada con las vísceras.

Le encuentro semejanzas con la película de Marlen Jutsiev “Los dos Fiódor”, realizada un año antes, pues posee un espíritu parecido de euforia a la vez que frustración; pero donde hay más vínculos es en la historia del niño huérfano y solitario que encuentra su consuelo en el soldado derrotado, hierático y circunspecto. Escenas como el encuentro y la posterior convivencia me acercan mucho estas grandes películas.

Bondarchuk se aleja de epopeyas y grandes batallas, la acción que hay está al servicio de la historia anónima del protagonista. Describe instalado en la sensibilidad y delicadeza cuando narra flashbacks o recuerdos oníricos de la mujer y sus hijos. Expresa el horror e injusticia de la guerra con poesía visual dolorosa como esos soldados apresados y hacinados en una Iglesia sin techo, cruces dobladas y lluvia en la que parece que dios ha huido. Escritura punzante en esas filas que caminan hacia el crematorio en la toma aérea, o en el camión volcado entre un paisaje apocalíptico cuando es capturado por los nazis. Aunque también sabe regalar momentos fugaces de libertad cuando el protagonista se escapa y se tumba en un campo de avena en un plano brillante cenital.

Y posee algo muy común en el cine soviético tan delicado como continuas canciones tradicionales destacando la sublime "Kathyusa" que cantan en coro los soldados a los nazis en un momento memorable.

Una película con nervio en algunos instantes, abundancia de primeros planos, con una puesta en escena muy destacable, enclaves poderosos visualmente y mucho dolor. El pesar de un pueblo que sufrió las consecuencias de la larga contienda, pero que al final de la película expresa sus ganas de continuar y aferrarse a algo que dé esperanza. Un héroe que padeció lo indecible al que el público adoró deseoso de regeneración.



Estrella Millán Sanjuán.



EL BOSQUE DE ELEM KLIMOV


Regresando una vez más al cine soviético, recalamos en la sublime “Proshchanie”, (1983) (ADIÓS A MATIORA).

En mi estudio sobre este tema de meses, he llegado a la conclusión de que el cine que mejor refleja los espacios naturales es éste, dotando de una especial sensibilidad y simbología a un entorno tan influyente en el ser humano, que le retrotrae a su esencia. La apertura de este regalo de película comienza con el sonido del agua que brota, elemento natural propio de los bosques y que es fundamental y recurrente en esta historia. Después, Elem Klimov nos sumerge en una atmósfera plomiza y distópica cuando observamos a unas personas vestidas con capas de agua que se acercan lentamente en barca por un río hacia un bosque en una isla entre brumas, hecho que intuimos como una amenaza, no como un deleite del medio natural.

El tono gris de la fotografía acentúa aún más nuestra sensación de incertidumbre en los pasos por el barro que se acercan entre árboles melancólicos a una cabaña advirtiendo un mal presagio.

Klimov rodó sumido en una depresión y estado de abatimiento esta especial película; un guión y proyecto inconcluso por el fallecimiento repentino de su esposa, Larisa Shepitko. Y qué mejor ofrenda que dar luz a su plan que acercar el alma de ella y la visión de él para contarnos un relato redondo sobre la invasión de la naturaleza, el escaso respeto de los avances tecnológicos hacia el pasado, lo ancestral y originario.

Los habitantes de una isla deben abandonar sus casas de madera ante la decisión de construir una presa cerca que sumergirá en el agua esa aldea cargada de historia. Este hecho originará la división de los habitantes, los sumisos, que abandonan sus hogares y los que como, la protagonista, se resisten a huir de su medio, aferrándose a lo atávico y telúrico, simbolizado en la mejor escena descrita en un bosque que haya podido ver en el cine.

El cine de Klimov puede expresar con una imagen más que el propio libro en que está basada la historia. La escena de íntima conexión de la bella anciana con el bosque posee una atracción hipnótica fascinante. Un plano de un árbol caído y ella refugiada en su copa a modo de cueva, me parece de una genialidad y locuacidad visual sin igual.

La oración que susurra para pedir ayuda a los elementos por la venida de la civilización, el trino de los pájaros y una música turbadora, provocan emociones que nos acercan secretamente a la angustia de esta luchadora mujer. Se respira la energía de la tierra, de los árboles, la fecundidad, la pureza del manantial al que pide benevolencia, con unas aguas que brotan y son rodadas de forma muy parecida al travelling que rueda Tarkovski por el suelo inundado de “Stalker”.

La caricia al musgo turgente, un árbol muerto con aspecto de arácnido, troncos de cedros y ramas pinchosas por las que es perseguida con la cámara; montículo de tierra recorrido por cientos de hormigas, apelación al elemento fuego de clemencia a un sol que no calienta y atravesado por una nube que recuerda a “Un chien andalou” de Buñuel, son los factores que construyen una secuencia magnética incomparable. Un canto a la madre tierra que sientes vibrar y retumbar con resonancias ancestrales.

Y ese imponente árbol, solitario, parecido a un fresno, que se erige como el símbolo de esa resistencia de las gentes de la aldea a abandonar su sitio. Intentado cortar para que no sobresalga cuando se inunde la isla, ni las sierras, hachas, maquinaria, ni el fuego podrán con su poder, que exhibe triunfante en unos planos contrapicados que le dan un carácter celestial en esa copa que se eleva al infinito.

Este film tremendamente poético, de una hondura como pocas y con un final casi apocalíptico, representa una melodía pura sobre la conservación de lo tradicional, lo esencial, en detrimento de la deshumanización imperante que conlleva el avance de la civilización.


Estrella Millán Sanjuán.



NOVYY VAVILON (1929). (LA NUEVA BABILONIA).


Grigori Kozintsev y Leonid Trauberg.

Drama histórico, dividido en ocho partes y contextualizado en París durante la guerra franco-prusiana, en concreto en marzo de 1871, con el efímero surgimiento de la “Comuna de París”; una forma de gobierno que se enfrentó a los políticos y burguesía tomando el poder la clase obrera durante poco más de dos meses para intentar mejorar sus derechos sociales y laborales.

Este acontecimiento llamó la atención de esta pareja de directores, pertenecientes a la FEKS, que vieron en él la antesala a la posterior Revolución rusa de 1917, ya que en realidad sirvió de inspiración e impulso a un incipiente comunismo. Tal fue la importancia de los hechos en París, que Karl Marx redactó un panfleto reivindicando la actuación de esos comuneros para difundirla lo más posible a la clase obrera del mundo y poner de manifiesto su relevancia histórica.

Kozintsev y Trauberg crean una obra maestra a través de un montaje enérgico, con partes frenéticas y muy dinámicas, basado en intercalar primeros planos de los personajes, con actuaciones de la contienda o buscando la continua dialéctica entre imágenes. Recuerda al “Acorazado Potemkin” (1926), de Eisenstein, por el parecido montaje con esos rostros desencajados, cambios continuos de planos, el fervor de la lucha y el énfasis en el dramatismo, si bien esta película que describo no tiene imágenes tan multitudinarias, sino que se centra más en personajes concretos, con un trazo en su psicología.

También en algún detalle me ha recordado a "Der letzte mann" (1924), de Murnau.

La historia ubica dos clases sociales polarizadas totalmente. Por un lado, la burguesía, algo caricaturizada en su superficialidad, hedonismo y falta de compromiso. Con ironía, durante una fiesta con bailes de cancán les exhiben cantando , defendiendo la libertad y apoyando al ejército francés que lucha contra el prusiano con el grito de “¡Muerte a los prusianos!”. Por otro, la clase oprimida de París que reacciona con un movimiento de la población negándose a aceptar la derrota del gobierno ante Prusia, siendo abandonada por los políticos y el ejército francés que huyen a Versailles junto a la clase alta. Esto provoca que el pueblo se una y forme la Guardia nacional obrera para luchar con las donaciones que, a duras penas, dan los pobres para cañones. La alternancia rápida de planos del desenfreno y jolgorio indolente de unos y la derrota del ejército francés, con la entrada de caballos a galope del contrario, es muy efectiva en su dialéctica y diálogo que ocasiona en el espectador.

La burguesía y políticos, ante la amenazante situación, son representados como ratas que huyen de un barco que naufraga, mientras la clase obrera se reúne para evaluar la situación y tomar decisiones sobre su futuro. Ahí se encuentra Louise (Yelena Kuzmina), una valiente mujer vendedora en una tienda de ropa llamada “La nueva Babilonia”, donde horas antes las mujeres adineradas, “luchaban” por la ropa apilada en montañas por las rebajas, para conseguir el mejor producto con que lucir en la fiesta. Y también aparece en escena el soldado Jean, exhausto, con sus botas destrozadas y hambriento. La química entre ellos es evidente y le piden que se sume a la lucha obrera, a lo que él desiste, acusando cansancio y desolación.

A partir de aquí el relato se hace más sombrío con una excelente fotografía del conocido Andrei Moskvin, que bebe del expresionismo con esas sombras alargadas de los caballos, soldados y carros que salen despavoridos hacia la bella Versalles. Un simbólico plano de la bandera francesa en primer término y en profundidad de campo un soldado a caballo solitario, acompañado de una melancólica luna y un árbol describe eficazmente la situación.

Los intertítulos nos hablan de París, con impactantes gárgolas con forma de animal de los edificios que parecen vigilar la tensa situación. La clase baja se organiza animadamente y surge la Comuna de París que trae consigo la mejora de condiciones laborales en las fábricas, más derechos, mientras se suceden planos de la productividad optimista, sin depender del patrón, con el Consejo que va trazando un plan de nuevo gobierno pacifista y más justo.

Con un acertado sarcasmo, ahora los exiliados burgueses son los que, a golpe de Marsellesa, reivindican lo perdido ya que ven amenazante la progresista forma de gobierno y piden la sangre entre jolgorio, numerosos planos de instrumentos y festejo con las imágenes de gárgolas de aves con sus picos hostiles. Mientras, el soldado Jean, que también se alejó de París, está envuelto en desencanto por el recuerdo de su amada Louise a la que besó y abandonó de forma cobarde abducido por el deber militar.

La vuelta del ejército para asediar París da un giro dramático a la historia que se tiñe de oscuridad y sombra mientras las mujeres, hombres y Guardia obrera combaten por sus ideales con lo que tienen a mano; sillas, muebles, adoquines, algún fusil, pero es en vano. Las vendas hechas de la ropa de la tienda de Louise no son suficientes para curar tanto herido y fallecido que va obstaculizando las fúnebres calles, mientras los soldados enmudecen cualquier grito de libertad y justicia en cada disparo. El plano del hombre que no puede acabar del todo el escrito “VIVE LA COMMUNE” es muy simbólico y emocionante, vestigio del espíritu de revolución cercenada, mientras los burgueses vitorean desde las colinas la contienda.

La dramática secuencia del abatimiento del pueblo aniquilado, mientras espera a ser fusilado, observando cómo los soldados cavan las tumbas –entre ellos, un arrepentido Jean, que observa impotente a una histriónica y desesperada Louise– tiene la angustia de un cuadro de Goya.

Desolación, derrota y ruina se dan la mano en un momento lúgubre y angustioso enfatizado por la abundante lluvia y, sobretodo, por la apabullante música de Shostakóvich que acompaña magistralmente todo el metraje, adaptándose con emoción a cada capítulo.

Pasión y sentimientos desbordados, interpretaciones exaltadas propias del cine mudo unidas al especial montaje soviético conforman una obra maestra que debería ser tan conocida como otras de la historia del cine mundial.


Estrella Millán sanjuán.



EL BOSQUE EN TARKOVSKY


Uno de los directores que para mí mejor ha reflejado este entorno, ha sido Andréi Tarkovsky.

En su ópera prima “Ivanovo detstvo” (1962), “LA INFANCIA DE IVÁN”, no existe mejor fotografía del bosque. Su iluminación cambia dependiendo del episodio que se esté narrando.

Comienza esta película con un elocuente plano del niño visto a través de una telaraña, presagio del sufrimiento que experimentará por el asesinato de su familia por los alemanes en la 2ª Guerra Mundial. Pero a continuación, podemos deleitarnos con un movimiento de cámara vertical ascendente por el tronco de un pino celestial en el que se ve en profundidad de campo a Iván. Destellos de felicidad en un ambiente forestal con juegos infantiles entre árboles, raíces desnudas con un rayo de sol que impacta en el primer plano del niño, mientras se escucha a un cuco en un lirismo arrebatado.

Un sueño que choca con la siguiente escena en que nos damos cuenta de su angustiante presente en el que un pinar nocturno inundado, se ilumina por una bengala y el mismo niño avanza de forma apesadumbrada por la gélida agua, con la expresión de gozo de antaño amputada por el horror que provoca la contienda.

Con maestría, Tarkovsky nos abraza melancólicamente con este prólogo antes de los créditos iniciales, avanzándonos que su relato no va a ser fácil de digerir.

Otra de la escenas más sugerentes y conocidas es la del cortejo de dos oficiales entre unos abedules. Si bien, hubo detractores de este episodio por ser una especie de paréntesis en la historia principal, debido a su falta de experiencia, a mí me parece un total acierto. Los bosques pueden albergar todo tipo de historias, amparándose en su discreción, lejanía e intimidad.

El ruso creó para la posteridad una de las imágenes más bellas que he visto, la del chico que suspende entre sus brazos sobre el vacío profundo de una zanja a la oficial que se resiste a ser cortejada, robándole un beso, aprovechando la vulnerabilidad de ésta. Ella se asemeja a alguien que ha fallecido y que está sobre su propia tumba, pues está inerte, vacía, con los brazos colgando y sin pasión alguna. Su plano subjetivo posterior corriendo y esquivando los troncos de abedules tan próximos evidencian de forma asombrosa su estado psicológico, provocando un ambiente claustrofóbico y asfixiante.

No hace falta recrear escenas de acción para expresar el horror de la guerra, eso lo demuestra este director con creces. La escena nocturna de los soldados en barca entre los árboles anegados sin hojas, mientras los reflejos de las bengalas los iluminan, constituye un retrato muy eficaz de la tensión que experimentan. Disparos cercanos mientras se parte un árbol, el niño Iván convertido en hombre que realiza misiones heroicas como los demás, el reflejo del bosque oscuro en el agua… Si esto tiene un nombre es desesperanza, aflicción. Y en eso Tarkovsky es inimitable. Una persona que refleja el bosque como canalizador del estado psicológico de las personas, con unos contrastes realizados con suma habilidad según su estado de ánimo.

El bosque onírico alumbra al espectador y lo envuelve y el bélico lo sumerge en el mismo abatimiento y oscuridad de esas aguas que ahogan y pudren los árboles.


Estrella Millán Sanjuán.



EL BOSQUE PARA LARISA SHEPITKO


Existe otra gran película soviética sobre la 2ª Guerra Mundial que es “VOSKHOZHDENIYE” (1977) de Larisa Shepitko. (La ascensión).

Para mí está íntimamente relacionada con "La infancia de Iván", de la que hablé hace unas semanas, pues se nota la influencia de Tarkovski en ella en algunos planos y en el lirismo que exhibe, si bien la directora aporta su sello especial místico y crudo en más de una ocasión.

Empieza antes del título con una escena en la que se escuchan disparos del ejército alemán contra unos partisanos en plena ventisca que, a duras penas, pueden refugiarse en los claros de un bosque totalmente nevado y con árboles desnudos. Van cayendo al suelo varios de ellos mientras los demás, en una lenta agonía, tratan de guarecerse en la parte más tupida, para no ser un blanco fácil. Una vez allí, algunos mueren en su última morada, fría y desapacible. Los que se salvan se refugian entre los árboles, con la amarga sensación de la desesperanza y la injusticia, con el hambre como compañera de viaje, que no distingue a niños y ancianos, que se reparten unos pocos granos de cereal en una arboleda callada, gélida e inhóspita.

El magnetismo que desprende la escena viene dado por su cruel realismo, en donde percibes que el medio no va a servir de ayuda, sino que será testigo de una lenta agonía a nuestro pesar. La escasez de alimentos lleva a dos hombres a buscar provisiones para el numeroso grupo, en lo que será una odisea terrible.

La imagen de la naturaleza nevada es tan dura, como hermosa. Una belleza que puede volverse despiadada por lo extenuante de caminar por ella hundiendo los pies en cada paso, por el pavor que provoca la noche, como bien dice uno de ellos y por la exposición de nuevo a los alemanes que los encuentran fácilmente por el contraste con el blanco. La pureza y misticismo atribuidos a este color aquí se torna una triste delatora.

Aunque tratan de ocultarse en el sotobosque con dificultad, uno de ellos es alcanzado en la pierna y su compañero lo arrastra agónicamente para ocultarse en la espesura cercana.

El sonido de la rotura de cristales de hielo de los arbustos mientras los roza reptando con su compañero encima es muy sugerente. Es punzante, desesperante, en realidad lo que se quiebra es el proyecto de vida de estos luchadores idealistas a los que el grupo que dejaron atrás, espera como última esperanza. Apoyado el herido en un árbol, la directora crea un plano muy bello visto a través de unas ramas congeladas que recuerdan a la telaraña de “La infancia de Iván”. El partisano nos mira de frente con una expresión entre abandono y rabia golpeando las ramas para hacer caer el hielo al suelo.

Shepitko refleja un bosque inerte, silencioso, sin concesiones, tan frío y real que duele. Como esa injusta guerra que se llevó tantas vidas por delante. Las palabras del herido son muy reveladoras, cuando le dice a su amigo, que le da calor con su aliento: “Tuve miedo de morir en la noche en el bosque. Solo, como un perro”.

La recomiendo.


Estrella Millán Sanjuán.