Charles Baudelaire
XLI El puerto

Un puerto es una morada encantadora para un alma cansada de las luchas de la vida. La amplitud del cielo, la arquitectura móvil de las nubes, las coloraciones cambiantes del mar, el titileo de los faros, son un prisma maravillosamente propicio para entretener los ojos sin nunca cansarlos. Las formas esbeltas de los navíos, de complicado aparejo, a los que el oleaje imprime oscilaciones armoniosas, permiten conservar en el alma el gusto del ritmo y la belleza. Y luego, sobre todo, aquel que ya no tiene ni curiosidad ni ambición experimenta un cierto placer misterioso y aristocrático, al contemplar, recostado en el mirador o acodado sobre el malecón, todos esos movimientos de los que parten y de los que regresan, de aquellos que aún tienen la fuerza de anhelar, el deseo de viajar o de enriquecerse.

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