Alejandra Pizarnik
En el pantanillo

A don Federico Valle

1

Mil pasos arrastran pacientes las suelas maduras en rocas distintas.

Tal vez una gota gima deseando la antigua espesura en tardes más libres que ésta (balbuceante de colorido impuro, el sol inhibido, de agua cobriza, de potros con colas etéreas, de llanto de cactus impotente…).

La cascada reverdea los pastos silenciosos que nutren la negra pelambre de la tierra vestida de brillo.

Sombras persistentes, imágenes constantes que obligan a las retinas a cargarlas alegremente en frágiles moles. Montañas vibrantes de cercanía solar, de lluvia inaudita, de flores invisibles posibles de crear bajo tanto cielo, tanta lumbre cromática, tanta conjetura de lugar.


2

Mis dedos teclean iguales…(acaso contribuyan con sus ruidos a aumentar los fondos de los ruidos naturales).

Las voces se elevan queriendo matizar las aspiraciones de soledad a que obligan los espacios. Cánticos pujantes de fragancia primaveral caen sorpresivamente en la niebla. Los espacios espesan las notas. Labios cerrados por arrugas hábilmente conseguidas. Labios plegados sobre dientes felices. Labios que ríen bajo la opresión tensa del ungido manto de varios tonos (yo rojo, tú azul, él verde, ella gris…). Comienza la lid cromática. Cada color requiere un espacio mayor en la tela. Claro que ninguno quiere sucumbir. Claro que ninguno desea disolverse anónimamente. Y así se sigue, así se camina, así se mira esfumar las blanco-negras hojitas de este calendario que transpira el sudor de un calor intangible.


3

Las montañas permanecen impávidas. Tremenda duda: arañarse bajo el manto carnal o remover los tallos difusos tratando de encontrar a la luz de un embeleso descolorido el perfil de la flor única.