2.3 El miedo de destruir el altar de un hechicero y la curación de una niña

Un cierto día  llegaron a la Misión varios líderes de un clan para pedirme que fuera a visitar con urgencia a una de sus familias, que había perdido ya dos niños y la tercera criatura: una niña de unos seis años estaba gravemente enferma.

Me explicaron como, en su desesperación para salvar a los dos niños enfermos habían recurrido al “hechicero”. Éste, después de  sacarles mucho dinero, les pidió que construyeran un altar a “su espíritu protector” y que le dedicaran su casa con varios “amuletos”, y con el sacrificio de una cabra, para rociar también toda la casa con su sangre!

A pesar de todo, los dos niños fallecieron y la niña estaba grave. Los líderes del clan eran cristianos y  en su desesperación fueron a ver al catequista. Este les sugirió que al tratarse de un caso tan serio, fueran a la Misión y que intentaran verme a mí, pues según ellos, muchos de los enfermos que yo visitaba ¡se curaban! Les dije que llegaría en un par de horas y que reunieran a la gente.

Les expliqué que, como fueron ellos los que habían construido el “altar de los sacrificios” para que los niños se curaran y ahora querían destruirlo, porque no daba resultado, que fueran ellos también, si lo deseaban, quienes lo tiraran abajo. Les animé a que pusieran su confianza en Dios y que usaran la medicina del centro de salud.

Mientras yo hablaba, la gente guardaba una distancia prudencial de la casa y del “altar”. Invité a los líderes del clan y al catequista a acercarse al “altar” para derribarlo al suelo. Me dijeron: “Padre, nosotros queremos poner nuestra confianza en Dios y tirar este altar, pero necesitamos que nos ayude”. Rezamos y cantamos un rato para calmar su miedo. El miedo puede paralizar terriblemente a la gente en muchas culturas.

Por fin llegó el momento de tirar el altar. Nadie quería comenzar. Pedí a los líderes que se acercaran y que lo hiciéramos juntos. Al primer intento de sacar uno de los troncos del suelo, no se movió nada. Me daba cuenta que su miedo comenzaba a afectarme a mi también. Alguno comentó: “Incluso el padre ¡no puede sacar el altar del suelo”! Entonces, lo agarré bien con las dos manos y ¡salió todo fuera! En cuanto vieron el altar por tierra, todos se apresuraron a pisotearlo y romperlo del todo. Recogieron todos los amuletos de la casa e hicieron una hoguera para quemarlos.

A continuación, comenzamos a rezar por la salud de la pequeña. Me  llevaron a la habitación donde estaba acostada. Tome su mano y al poner mi mano en su frente, constaté los síntomas de la malaria. Como siempre llevaba conmigo pastillas anti-malaria, les expliqué a los padres como tratarla, pidiéndoles que la llevaran al centro de salud al día siguiente. Mientras cantaban, la ungí con el óleo de los enfermos y pedimos a Dios, que bendijera la niña de forma especial, a su familia y a todos los presentes. Regresé a la Misión y los pocos días llegaron los líderes con un par de gallos, para informarme de que la niña estaba bien.  El ministerio de sanación me parece muy importante.

Cantidad de familias me traían sus “amuletos y fetiches” para deshacerse de ellos. Así que algunos días encendía la hoguera, esperando liberarlos del miedo!