Salí de mi casa, camino de la primera misión el 10 de diciembre de 1969.
¡Fue un momento de gran emoción y de aventura!
Sabía que debía viajar desde Roma a Kampala, junto con otro joven compañero alemán: Gothard Rosner a quien todavía no conocía. Fui el primero en llegar a Fiumicino, así que fui a esperar a Gothard, que llegaba desde Stuttgart. Entre los pasajeros que salían vi un joven alto con un bolso y una guitarra. Intuí que ese debía ser mi compañero. Me dirigí hacia él y le dije: “Tú debes ser Gotthard”! Y me respondió: “Y tú debes ser Lázaro”! Yo también llevaba un bolso y una guitarra! Allí nos dimos el primer abrazo de nuestra vida. No podíamos imaginarnos en aquel momento, cómo llegaríamos a ser muy buenos amigos para el resto de nuestras vidas. Hoy, 45 años más tarde, todavía nos tomamos las vacaciones juntos, cuando es posible, y seguimos conectados siempre. Años más tarde, Gotthard llegaría a ser nuestro Superior General. Él ha sido uno de los grandes regalos en mi vida misionera.
Los compañeros nos habían preparado una gran bienvenida en Uganda.
Todavía recuerdo que mientras aterrizábamos en Entebbe, Uganda, según se podía ver desde el avión, había fuegos por todas partes. Me asusté un poco y comenté: “Todo el país parece estar ardiendo”! Después nos informaron que era el tiempo de quemar la hierba seca, para que naciera la nueva para los animales.
La segunda impresión a nuestra llegada fue: la invasión de mosquitos que debían andar buscando “sangre nueva”. Pasamos la primera noche en la parroquia de Entebbe. La malaria seguiría haciéndonos alguna “visita” durante el resto de nuestra vida en Uganda.
Nos sorprendió además, la temperatura: salimos de Europa en Diciembre para llegar al Ecuador, Uganda, ¡con más de 35 grados!
Aprendiendo la lengua: Runyoro-Rutoro en Mugalike. Diócesis de Hoima.
Nos habían repetido, que los primeros seis meses en una nueva Misión, había que invertirlos en aprender la lengua local. Esa era nuestra primera prioridad.
Gracias a Dios, me encanta aprender nuevas lenguas y conocer nuevas culturas. Es también cuestión de respeto e interés hacia la gente con la que vives. Aprender una nueva lengua supone siempre un esfuerzo, pero es también muy divertido, si llegas a reírte de tus propias faltas.
Justo durante el primer mes aprendiendo Runyoro, durante la Misa de Navidad, me pidieron saludar a la gente. Aunque había preparado unas palabras de saludo, se lo pasaron muy bien, pues cada vez que yo quería decir que: Un “Omwana Nkerembe”= Un Niño-Bebé nos había nacido, al omitir la “m” les estaba diciendo que: “Omwana Nkerebe”= Un pequeño MONO nos había nacido! Cuanto más me esforzaba por pronunciar bien, más a gusto se reían!
Otro día un compañero les quería decir: “Esta iglesia está llena de adultos”, pero de hecho les dijo: “Esta iglesia está llena de ¡adúlteros!” Como a recién llegados, la gente está acostumbrada y lo acepta todo. Además te ayudan.
El Runyoro me pareció una lengua muy musical, precisa y refinada. Uno sigue aprendiendo cada día. Uno de los momentos más interesantes llega, cuando ya te sientes a gusto en la lengua y llegas a apreciar la sabiduría de sus proverbios, cuentos, canciones, bailes y tradiciones culturales. Escuchando a la gente, reuní más de 500 proverbios. Utilizar oportunamente los proverbios es la forma más segura de impactarles en su mente y de tocar su corazón. Cuando gozas de buen oído musical llegas a hablar con acento local. Muchas veces, cuando la gente me escuchaba sin verme y de repente alcanzaban a verme, se quedaban muy extrañados de que quien hablaba era yo, ¡un “blanco”! Este don me ayudó muchísimo para disfrutar aprendiendo las siete lenguas que tuve que hablar durante mi vida misionera.