Réquiem por un campesino español

Réquiem por un campesino español, de R. J. Sender

Sinopsis:

Mosén Millán, cura párroco de un pequeño pueblo aragonés, se dispone a celebrar la misa de réquiem -la que se celebra un año después de la muerte de una persona- por Paco el del Molino, un muchacho de 26 años al que bautizó, dio la primera comunión y casó. En tanto espera la llegada de familiares y amigos, va recordando distintos episodios de la vida de Paco, con especial atención a lo que ocurrió en el pueblo al comienzo de la guerra civil española.


Contenidos temáticos de la constelación:

  • Frente a la injusticia social. El germen del compromiso político.


Contenidos específicos del arte de la ficción:

  • Los juegos con el tiempo: anticipaciones y flash back.
  • La descripción.

Antes de leer

Gran grupo. Oral. (Tiempo previsto: 10 minutos) ¿Por qué cosas de este mundo (o de la vida) merece la pena luchar, entregar nuestro tiempo, nuestra energía?

Tráiler 1

Un día, Mosén Millán pidió al monaguillo que le acompañara a llevar la extremaunción a un enfermo grave. Fueron a las afueras del pueblo, donde ya no había casas, y la gente vivía en unas cuevas abiertas en la roca. Se entraba en ellas por un agujero rectangular que tenía alrededor una cenefa encalada.


Paco llevaba colgada del hombro una bolsa de terciopelo donde el cura había puesto los objetos litúrgicos. Entraron bajando la cabeza y pisando con cuidado. Había dentro dos cuartos con el suelo de losas de piedra mal ajustadas. Estaba ya oscureciendo, y en el cuarto primero no había luz. En el segundo se veía sólo una lamparilla de aceite. Una anciana, vestida de harapos, los recibió con un cabo de vela encendido. El techo de roca era muy bajo, y aunque se podía estar de pie, el sacerdote bajaba la cabeza por precaución. No había otra ventilación que la de la puerta exterior. La anciana tenía los ojos secos y una expresión de fatiga y de espanto frío.

En un rincón había un camastro de tablas y en él estaba el enfermo. El cura no dijo nada, la mujer tampoco. Sólo se oía un ronquido regular, bronco y persistente, que salía del pecho del enfermo. Paco abrió la bolsa, y el sacerdote, después de ponerse la estola, fue sacando trocitos de estopa y una pequeña vasija con aceite, y comenzó a rezar en latín.

La anciana escuchaba con la vista en el suelo y el cabo de vela en la mano. La silueta del enfermo –que tenía el pecho muy levantado y la cabeza muy baja– se proyectaba en el muro, y el más pequeño movimiento del cirio hacía moverse la sombra.

Descubrió el sacerdote los pies del enfermo. Eran grandes, secos, resquebrajados. Pies de labrador. Después fue a la cabecera. Se veía que el agonizante ponía toda la energía que le quedaba en aquella horrible tarea de respirar. Los estertores eran más broncos y más frecuentes. Paco veía dos o tres moscas que revoloteaban sobre la cara del enfermo, y que a la luz tenían reflejos de metal. Mosén Millán hizo las unciones en los ojos, en la nariz, en los pies. El enfermo no se daba cuenta. Cuando terminó el sacerdote, dijo a la mujer:

-Dios lo acoja en su seno.

La anciana callaba. Le temblaba a veces la barba, y en aquel temblor se percibía el hueso de la mandíbula debajo de la piel. Paco seguía mirando alrededor. No había luz, ni agua, ni fuego.

Mosén Millán tenía prisa por salir, pero lo disimulaba porque aquella prisa le parecía poco cristiana. Cuando salieron, la mujer los acompañó hasta la puerta con el cirio encendido. No se veían por allí más muebles que una silla desnivelada apoyada contra el muro. En el cuarto exterior, en un rincón y en el suelo había tres piedras ahumadas y un poco de ceniza fría. En una estaca clavada en el muro, una chaqueta vieja. El sacerdote parecía que iba a decir algo, pero se calló. Salieron.

Era ya de noche, y en lo alto se veían las estrellas. Paco preguntó:

–¿Esa gente es pobre, Mosén Millán?

–Sí, hijo.

–¿Muy pobre?

–Mucho.

–¿La más pobre del pueblo?

–Quién sabe, pero hay cosas peores que la pobreza. Son desgraciados por otras razones.

El monaguillo veía que el sacerdote contestaba con desgana.

–¿Por qué? –preguntó-.

- Tienen un hijo que podría ayudarles, pero he oído decir que está en la cárcel.

–¿Ha matado a alguno?

–Yo no sé, pero no me extrañaría.

Paco no podía estar callado. Caminaba a oscuras por terreno desigual. Recordando al enfermo el monaguillo dijo:

–Se está muriendo porque no puede respirar. Y ahora nos vamos, y se queda allí solo.

Hasta las primeras casas había un buen trecho. Mosén Millán dijo al chico que su compasión era virtuosa y que tenía buen corazón. El chico preguntó aun si no iba nadie a verlos porque eran pobres o porque tenían un hijo en la cárcel y Mosén Millán queriendo cortar el diálogo aseguró que de un momento a otro el agonizante moriría y subiría al cielo donde sería feliz. El chico miró las estrellas.

-Su hijo no debe ser muy malo, padre Millán.

-¿Por qué?

-Si fuera malo, sus padres tendrían dinero. Robaría.

El cura no quiso responder. Y seguían andando.

Paco se sentía feliz yendo con el cura.

Ser su amigo le daba autoridad aunque no podría decir de qué forma. Siguieron andando sin volver a hablar, pero al llegar a la iglesia Paco repitió una vez más:

-¿Por qué no va a verlo nadie, Mosén Millán?

-¿Qué importa eso, Paco? El que se muere, rico o pobre, siempre está solo aunque vayan los demás a verlo. La vida es así y Dios que la ha hecho sabe por qué.

Paco recordaba que el enfermo no decía nada. La mujer tampoco. Además el enfermo tenía los pies de madera como los de los crucifijos rotos y abandonados en el desván.

El sacerdote guardaba la bolsa de los óleos. Paco dijo que iba a avisar a los vecinos para que fueran a ver al enfermo y ayudar a su mujer. Iría de parte de Mosén Millán y así nadie se negaría. El cura le advirtió que lo mejor que podía hacer era ir a su casa. Cuando Dios permite la pobreza y el dolor –dijo- es por algo.

–¿Qué puedes hacer tú? –añadió–. Esas cuevas que has visto son miserables pero las hay peores en otros pueblos.

Medio convencido, Paco se fue a su casa, pero durante la cena habló dos o tres veces más del agonizante y dijo que en su choza no tenían ni siquiera un poco de leña para hacer fuego. Los padres callaban. La madre iba y venía. Paco decía que el pobre hombre que se moría no tenía siquiera un colchón porque estaba acostado sobre tablas. El padre dejó de cortar pan y lo miró.

–Es la última vez –dijo– que vas con Mosén Millán a dar la unción a nadie.

Todavía el chico habló de que el enfermo tenía un hijo presidiario, pero que no era culpa del padre.

–Ni del hijo tampoco.

Paco estuvo esperando que el padre dijera algo más, pero se puso a hablar de otras cosas.

Como en todas las aldeas, había un lugar en las afueras que los campesinos llamaban el carasol, en la base de una cortina de rocas que daban al mediodía. Era caliente en invierno y fresco en verano. Allí iban las mujeres más pobres –generalmente ya viejas- y cosían, hilaban, charlaban de lo que sucedía en el mundo.

Durante el invierno aquel lugar estaba siempre concurrido. Alguna vieja peinaba a su nieta. La Jerónima, en el carasol, estaba siempre alegre, y su alegría contagiaba a las otras. A veces, sin más ni más, y cuando el carasol estaba aburrido, se ponía ella a bailar sola, siguiendo el compás de las campanas de la iglesia.

Fue ella quien llevó la noticia de la piedad de Paco por la familia agonizante, y habló de la resistencia de Mosén Millán a darles ayuda –esto muy exagerado para hacer efecto- y de la prohibición del padre del chico. Según ella el padre había dicho a Mosén Millán:

- ¿Quién es usted para llevarse al chico a dar la unción?

Era mentira, pero en el carasol creían todo lo que la Jerónima decía. Ésta hablaba con respeto de mucha gente, pero no de las familias de don Valeriano y de don Gumersindo.

Veintitrés años después, Mosén Millán recordaba aquellos hechos, y suspiraba bajo sus ropas talares, esperando con la cabeza apoyada en el muro –en el lugar de la mancha oscura- el momento de comenzar la misa. Pensaba que aquella visita de Paco a la cueva influyó mucho en todo lo que había de sucederle después. “Y vino conmigo. Yo lo llevé”, añadía un poco perplejo. El monaguillo entraba en la sacristía y decía:

- Aún no ha venido nadie, Mosén Millán.

Lo repitió porque, con los ojos cerrados, el cura parecía no oírle. Y recitaba para sí el monaguillo otras partes del romance a medida que las recordaba:

...Lo buscaban en los montes,

pero no lo han encontrado;

a su casa iban con perros

pa que tomen el olfato;

ya ventean, ya ventean

las ropas viejas de Paco.

Se oían aún las campanas. Mosén Millán volvía a recordar a Paco. “Parece que era ayer cuando tomó la primera comunión”.

ACTIVIDADES TRÁILER 1

1. (Pequeño grupo. Escrita) Separad el fragmento que corresponde a un flash back –un salto atrás en el tiempo- motivado por los recuerdos del cura y el que corresponde al presente de la narración. Continuad diez líneas el texto realizando un nuevo flash back que conecte con el final del fragmento.


2. (Pequeño grupo. Oral) En contraposición a esos flash back, hay elementos en la narración que funcionan como anticipadores para el lector de lo que se va a encontrar más adelante: es lo que ocurre, por ejemplo, con el romance que repite el monaguillo. A partir de esos versos, imaginad en qué circunstancias se produjo la muerte de Paco.


3. (Pequeño grupo. Oral) Los dos protagonistas de esta brevísima novela, Mosén Millán y Paco el del Molino, empiezan desde este episodio a ver el mundo de manera diferente. Localizad qué frases son indicativas de esta discrepancia de puntos de vista. Imaginad, conversando, el trasfondo social del pueblo y el perfil psicológico de Paco el del Molino.


4. (Gran grupo) Coloquio libre sobre el fragmento. Podéis señalar qué os ha gustado, qué os ha sorprendido o desconcertado, o todo aquello que se os ocurra.


5. (Individual. Escrita) Junto a los juegos con el tiempo de la narración, una de las cosas que más llama la atención en este fragmento es la viveza de las descripciones. Para adiestraros en este difícil arte, para aprender a detener vuestra mirada en las cosas y en el efecto que estas provocan, leed primero unas líneas del profesor John Gardner. A continuación, realizad los dos ejercicios que se plantean.


"Al profano podrá parecerle que la descripción lisa y llanamente sirve para indicarnos dónde suceden las cosas. […] Una buena descripción es algo más: es uno de los medios que tiene el escritor para llegar al fondo de su mentalidad inconsciente. Una buena descripción es simbólica no porque plantee una serie de símbolos en ella, sino porque, al trabajar de modo adecuado, logra que una serie de símbolos perfectamente apropiados afloren a su conciencia aun cuando sigan siendo en gran medida misteriosos incluso para él […]. No solo se describe un granero: se describe un granero tal como lo ve alguien cuando tiene un estado anímico determinado, porque sólo de ese modo puede el granero comunicar sus secretos, o bien los puede comunicar la experiencia que de los graneros tenga el escritor combinada con todo lo que yace en el estrato más profundo de sus sentimientos. Consideremos el posible ejemplo como un hipotético ejercicio descriptivo: descríbase un granero tal como lo ve un hombre que acaba de perder a su hijo, muerto en una guerra. No es lícito mencionar al hijo, la guerra o la muerte. Tampoco conviene mencionar al hombre que ve el granero. Si el escritor trabaja a fondo, el resultado de su trabajo debe comprender una imagen poderosa y turbadora, una descripción fiel de un granero en apariencia real, aun cuando sea un granero del cual obtenga el lector cierta idea de la emoción que embarga al padre que lo contempla, y aun cuando tal vez no sea capaz de precisar ni delimitar siquiera cuál es esa emoción. (John Gardner. El arte de la ficción).


  • Describid la casa de Paco el Molino tal como la ve él después de haber estado en la cueva. No mencionéis en ningún caso el episodio de la cueva. Tendréis que incorporar vuestro escrito en algún momento de este párrafo: "Medio convencido, Paco se fue a su casa, pero durante la cena habló dos o tres veces más del agonizante y dijo que en su choza no tenían ni siquiera un poco de leña para hacer fuego. Los padres callaban. La madre iba y venía. Paco decía que el pobre hombre que se moría no tenía siquiera un colchón porque estaba acostado sobre tablas. El padre dejó de cortar pan y lo miró."


  • La escena inicial tiene la fuerza de un aguafuerte, de una fotografía. Os proponemos dos opciones: o bien convertir las líneas de Sender en un dibujo en blanco y negro, o bien buscar una fotografía de nuestros días que tenga la misma fuerza, la misma llamada a nuestra sensibilidad y a nuestra acción que la descrita en el libro y "traducirla" a palabras

Para seguir leyendo/viendo

Si os interesan las narraciones en torno a la guerra civil española, quizá os pueda gustar alguno de estos títulos:


  • La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas. Relato breve incluído en el volumen Qué me quieres, amor. José Luis Cuerda dirigió una película basada en tres de los cuentos que inegran el volumen.
  • La forja de un rebelde, de Arturo Barea.
  • Campos, de Max Aub.

En esta web tenéis una pequeña antología de textos sobre la guerra civil española, tanto escritos por quienes vivieron en carne propia la contienda y el exilio, como escritos en los últimos veinticinco años, concluida ya la dictadura franquista: La guerra civil española en la literatura


Si lo que os interesa más bien son los libros que reflejan la paulatina toma de conciencia política y de compromiso social quizá os puedan gustar estos libros:


  • La creación del mundo, de Miguel Torga.
  • Los perros hambrientos, de Ciro Alegría.