Monstruo de ojos verdes

Monstruo de ojos verdes, de Joyce C. Oates

Sinopsis:

Franky tiene 14 años y vive en una familia aparentemente perfecta, siempre pendiente del padre, un famoso y guapo comentarista deportivo. Pero tras esta falsa armonía se esconde una cruda realidad que parece no querer ver nadie y que poco a poco va minando las relaciones familiares hasta desembocar en una situación verdaderamente angustiosa.

Al tener Franky la voz de la narradora de la historia, se ve el proceso psicológico que sufre en su interior y que la lleva finalmente a aceptar una realidad que estaba empeñada ella misma en ocultarse y ocultar a todos los demás.


Contenidos temáticos de la constelación:

  • Frente a la violencia hacia las mujeres.
  • Frente a la dificultad de afrontar situaciones violentas en la adolescencia.


Contenidos específicos del arte de la ficción:

  • El narrador poco fiable: narradora que deje entrever la realidad de las cosas al lector aunque ella misma no la ve.
  • Perspectivismo: narración de un mismo hecho desde varios puntos de vista.
  • El uso de los tiempos verbales en la narración.

Antes de leer

Gran grupo. Oral. (Tiempo previsto: 10 minutos). ¿Cuáles son las reglas fundamentales de comportamiento que crees que deben existir en una relación de pareja? ¿Puede ocurrir que un miembro de la pareja se salte esas reglas y el otro –o la otra- no se dé cuenta? ¿Qué deberíamos hacer si un amigo o amiga está inmerso en una relación que le resulta claramente perjudicial sin ser consciente de ello? ¿Te gustaría que si te pasara a ti te lo advirtieran?


Tráiler 1

Este fragmento, algo extenso, corresponde al primer capítulo de la novela. En él empezamos a conocer a la narradora y protagonista, tenemos noticia de su entorno, y vivimos paso a paso el episodio que ella considera "el comienzo de todo".


En julio pasado se cumplió un año del comienzo de todo. A las pocas semanas de cumplir catorce años. Cuando el Monstruo de Ojos Verdes entró en mí.

El asunto entre mis padres no había comenzado aún. Bueno, probablemente sí había empezado, pero yo no estaba captando las señales. No quería captarlas.

Yo había ligado con un chico mayor en una fiesta y hubo mal rollo, o lo habría habido si no hubiera sido por el Monstruo.

No tengo ni idea de dónde salió el Monstruo. Nunca le he contado esto a nadie, ni siquiera a Twyla, que es mi mejor amiga y que ejerce sobre mí lo que podría llamarse una influencia tranquilizadora. Nunca se lo conté a mamá, aunque era una época en la que todavía estábamos bastante unidas. Y ahora que lo pienso, debí contárselo.

La fiesta era en la casa de unas personas ricas en Puget Sound, al norte de Seattle. Mi familia, excepto mi hermano mayor, Todd, que no había venido con nosotros, pasaba unos días en casa de unos amigos que eran vecinos suyos; también eran muy ricos y tenían una casa espectacular. Los invitados a la fiesta eran personas que yo no conocía, casi todos en edad universitaria. Una chica que iba a Forrester Academy, mi instituto en Seattle, me había invitado con varias amigas suyas. Cuando llegamos, resultó desagradablemente obvio que yo era la persona más joven de la fiesta. Mi piel blanca como la leche y llena de pecas, mi pelo rojo zanahoria recogido en una coleta que acababa en un estallido de puntas encrespadas y electricidad estática en mitad de la espalda, mi expresión asustada, además de mi top ceñido rosa, mis chanclas y mi cara sin maquillar, todo delataba que yo era la más joven.

Las chicas con las que había ido me dejaron tirada en un tiempo récord.

La casa donde estaba mi familia quedaba a casi dos kilómetros por una carretera costera con mucho tráfico y sin aceras. Aun así, a los pocos segundos de haber llegado a la fiesta yo ya quería dar media vuelta y echar a correr.

Franky Pierson asciende hasta el trampolín más alto. Se prepara para saltar... y se queda petrificada.

Pero no era una competición de salto. Podía haber sido invisible, nadie se molestó en mirarme.

La música estaba tan fuerte que casi no la podía oír. ¿Heavy metal a todo volumen? En seguida el corazón empezó a latirme deprisa al ritmo de la música, como me suele pasar en cualquier situación de nervios. Mi padre dice que soy como él, aunque físicamente me parezco a mi madre: él era deportista, jugador profesional de fútbol americano y dice que respondemos muy intensamente a nuestro entorno, como las aves y otros animales. Si hay peligro, LUCHAS o HUYES.

Definitivamente no estaba como para LUCHAR, pero HUIR tampoco me hacía mucha gracia.

Después de unos minutos me pasó algo muy extraño: empezó a gustarme la música. Lo que quiero decir es que seguí odiándola, pero empezó a gustarme el estado de alerta nerviosa que me provocaba.

La gente estaba apretujada en un salón alargado con muros de cristal y vistas a la bahía. A mediados del verano, el Sol se pone muy tarde en el Pacífico norteoccidental y ahora casi se había ocultado tras el horizonte, manchando el agua de llamas rojas en continuo movimiento. Pero en la fiesta nadie prestaba atención al paisaje.

Fui migrando hasta el borde de la fiesta, intentando evitar los empujones de desconocidos que amenazaban con salpicarme con sus bebidas. Por el olor del ambiente estaba claro que bebían cerveza. Como si me llevaran las olas, fui empujada poco a poco hasta que me encontré en otro salón alargado, también con muros de cristal, mayor que el anterior, con vistas a un muelle en el que estaban amarrados un barco de vela, alto y estilizado y un gran yate. En todas partes había gente que no conocía, chicos guapos, chicas arregladísimas, mayores que yo, que enseñaban grandes zonas de piel. Era como si hubiera un cristal opaco entre todos ellos y yo: estaban en una dimensión en la que no podía entrar. Pero yo era testaruda; no salí huyendo.

Pensé en mi madre. Solía quejarse de que era muy duro para ella estar casi siempre con gente que solo quería conocer a papá, el famoso Reid Pierson. Decía que la ignoraban casi por completo o le hablaban en tono condescendiente ('Esto...y usted, ¿a qué se dedica?'). Decía que se sentía como si no existiera. Así era como yo me sentía ahora. Estaba abochornada pero, a la vez, emocionada y esperanzada; miraba a mi alrededor con una sonrisita patética de expectación, como si de un momento a otro alguien fuera a darme un abrazo.

Algún chico guapísimo del último curso de Forrester se abriría camino a través de la multitud y me diría:

-¿Francesca? ¡Hola!

Pero no fue eso lo que pasó. No exactamente.

Localicé un baño con azulejos blancos que relucían como perlas y un jacuzzi lujoso con grifería de bronce. En el espejo vi mi cara con las mejillas enrojecidas y los ojos vedes, con una expresión desconcertada/dolida/estoica. Me dio vergüenza verme, aunque ¿a quién más esperaba ver?

Hacía apenas un año desde que empecé con la regla (“empecé con la regla”, qué expresión más estúpida). Antes de eso era una niña activa y aguerrida; ahora no sabía exactamente lo que era. Una chica, eso está claro. Pero no una chica híper femenina.

O a lo mejor sí. Francesca Pierson y no Frankie. Aunque lucho contra ello.

Mamá me contó que cuando tenía mi edad estaba “obsesionada” por su aspecto. Y por los chicos. Me dijo que había hecho algunas cosas bastante imprudentes que podían haber arruinado su vida para siempre, aunque tuvo suerte (“Fui más afortunada que lista, Francesca”). Así que a veces me preocupaba que pudiera parecerme a mi madre más de lo que me hubiera gustado. Que en el instituto acabara “obsesionada” por mi aspecto como casi toda la gente que conozco.

- Francesca, hola.

Me guiñó un ojo en el espejo. Sacudo la coleta. Decido que estoy estupenda. No híper-guapa, pero sí estupenda.

- Hola.

No me preguntes cómo o por qué: de entre la multitud sale un chico que choca conmigo por accidente, decide detenerse un momento, me inspecciona y sonríe. Yo le dedico una enorme sonrisa como de calabaza de Halloween. Es un misterio cómo desaparece mi estado de nervios; estoy interpretando el papel de una chica que no está emocionada/asustada/entusiasmada a reventar. Se diría que es una escena de una fiesta en una película y que yo ya había interpretado ese papel antes.

Ese chico que me sonríe, al que parece que en realidad le gusto, me grita al oído que su nombre es Cameron; no logro entender su apellido. Está en primero de carrera en USC. Me siento estúpida al tener que preguntar qué es “USC” (Universidad del Sur de California). Me pregunta cómo me llamo y le digo que Francesca –de repente Franky suena demasiado infantil- y le digo entre dientes y bajito dónde estudio. Cameron dice que su familia vive en la isla Vashon de Seattle, su padre es ejecutivo de la Boeing, tienen una casa de verano en la península y a él le vuelve loco navegar. ¿Y yo? Puedo oler la cerveza en su aliento, de tan juntos como estamos. La gente nos apretuja y eso nos junta todavía más. Me oigo decirle, prácticamente gritándole al oído, que mi familia vive en Yarrow Heights y que nos estamos quedando unos días con unos amigos en la bahía. No le doy detalles sobre cosas como quién es mi padre o quiénes son nuestros amigos, porque el amigo de mi padre es bastante famoso (no por los deportes o por la tele, como mi padre, sino por las patentes de alta tecnología informática). A Cameron le da igual, de todas formas no me puede oír o, si me oye, nada de eso le impresiona demasiado. Está ambientadísimo y aceledarísimo, muy pegado a mí, con una gran sonrisa.

- Te traigo una cerveza, Fran... ¿has dicho “Francesca”? Qué nombre más bonito.

No le digo que odio la cerveza, que no aguanto ni su olor ni su sabor penetrante que me da ganas de estornudar. Por supuesto, tampoco le digo que mis padres se enfadarían muchísimo si supieran que me encontraba en una fiesta donde “se bebe”. Aunque les prometí firmemente que no iba a beber nada "con alcohol” o “experimentar” con drogas de ningún tipo, forma o condición, de repente estoy en una fiesta con personas que no conozco, que me llevan años y todo lo que les prometí es como si se esfumara rápidamente.

Cameron me toma la mano y me guía no sé a dónde. La música suena tan fuerte ahora que es como estar en medio de un tornado. Es salvaje. Nunca había estado en una fiesta tan guay. Cameron me está hablando y yo sonrío y le digo que sí. No sé de lo que estamos hablando pero me hace reír. Aquí estoy, en una fiesta con un tío de unos 18 años que no conozco, pero que me cae muy bien; la gente está bailando muerta de risa, con pasos extraños, fáciles de seguir, simplemente te contoneas como una serpiente. Es como si Franky Pierson se hubiera transformado. Como si me hubiera transformado en una chica completamente distinta gracias a Cameron. Como si él hubiera chasqueado los dedos y me hubiera hecho guapa y sexy, mientras que antes era torpe y tímida. Hasta puedo bailar, tengo las articulaciones flexibles y soy ágil como una gimnasta. Sacudo las caderas, los brazos, muevo la coleta de lado a lado. Cameron me mira atentamente, está impresionado. Le gusta que otros chicos mayores me estén mirando y estén impresionados también.

Echo un vistazo a las chicas que me trajeron a la fiesta y están boquiabiertas, como si no pudieran dar crédito a lo que ven. La pequeña Franky Pierson es po-pu-lar.

A lo mejor ya estoy borracha, pero da igual. Solo estoy flotando y pasándolo bien y quiero que nunca se acaben la música y el baile.


- Fran...cesca. Qué nombre más bonito.

Cameron me ha traido a otro sitio. No puedo dejar de reírme. Mi cabeza es un globo que crece cada vez más y está a punto de estallar, pero tiene gracia, como las burbujas de la cerveza que se me meten en la nariz y me hacen estornudar... - ¡Achís!- ¡Achís!- ¡Achís! La música ya no está tan fuerte. La oigo y siento sus vibraciones, pero de lejos.

Cameron farfulla palabras que no puedo descifrar. Estamos en una habitación con una ventana que llega del suelo al techo, con vistas a la bahía, y ya es de noche. Puedo oler el agua y puedo oír su movimiento, pero no la puedo ver. Me siento como si estuviera en un trampolín con los ojos cerrados y tuviera miedo de saltar. Tengo miedo de caerme. Los dedos de Camero son fuertes y me hacen daño al apretarme el tórax y medio levantarme. Se inclina hacia mí y empieza a besarme. Pero no es como un primer beso, nuevecito, sino como un beso que ya había empezado desde antes, que es duro, que presiona. Su lengua empuja contra mis labios apretados. Todo va muy deprisa. Yo pienso: ¿Quiero esto o no? ¿Verdad que sí, que quiero ser besada? Porque no puedo recordar dónde estoy, o quién es Cameron. Pero sí sé que tengo que devolverle los besos. Eso es lo que tienes que hacer, devolver los besos. Me da risa y estoy tiritando y tengo la extraña sensación de tener entumecidas distintas partes de mi cuerpo. Los dedos de la manos y los pies se me han vuelto de hielo. ¿Pánico? Pero estoy besando a Cameron; no quiero que sepa lo asustada que estoy ni lo joven que soy. Su boca es carnosa y cálida. Sus manos se mueven por todo mi cuerpo, duras y expertas. Me viene a la mente una imagen repentina y extraña: mi hermano Todd haciendo pesas y ejercicios de gimnasia, corriendo en la banda estática, respirando, jadeando, con una capa aceitosa de sudor cubriéndole la cara; si le dices algo en esos momentos, no te oye, está totalmente concentrado en su cuerpo. Eso es lo que le pasa a Cameron. Mi cuerpo no sabe si le están haciendo cosquillas, caricias o... alguna otra cosa, no tan agradable.

- Cameron, quizá po... podríamos...

- Nena, tranquila. Eres tan sexy, eres maravillosa.

No es exactamente la primera vez que alguien me besa. Pero sí es la primera vez que lo hace un chico mayor y con experiencia. Alguien que no conozco y que me llama “nena” como si hubiera olvidado mi nombre. Me levanta el top y me toca los pechos, que es la parte donde tengo más cosquillas. Me empiezo a reír, tanto que casi me ahogo. La cara de Cameron despide calor como si hubiera estado corriendo. Y yo pienso: ¿Quiero esto?¿Es esto lo que yo quiero? Estoy intentando acordarme de lo que me han contado sobre sexo seguro y pienso: ¿Sexo seguro? Pero, ¿esto es... sexo?

- Cameron, creo que no quiero...

- Venga, Nena. Tú sabes que sí quieres.

Tengo pánico aunque a la vez estoy excitada. ¿Será eso lo que siento: excitación? Creo que ya no estoy borracha. Pero siento el estómago revuelto. Tengo el pelo sobre la cara. Se me debe de haber deshecho la coleta. Cameron me tira del pelo. Me está besando de nuevo; es como si su boca me estuviera masticando. Lo empujo para apartarlo, pero no logro moverlo. Todo está sucediendo demasiado deprisa; es como hundirte en el agua; intentas respirar y tragas agua, y de repente te entra el pánico y empiezas a dar manotazos y a luchar por tu vida.

Cameron me empuja hacia abajo y me hace acostarme sobre algo. No es una cama o un sofá. Se siente como una mesa. Es algo duro y el borde me hace daño en el muslo. Me sigue llamando “Nena”, pero su tono ya no es tan amistoso. Es como si estuviera intentando atraer hacia sí a un animal al que va a hacer daño. A la vez, actúa como si se sintiera defraudado, como si yo le hubiera estando tomando el pelo. Me tiene sujeta sin que pueda moverme. Se ha bajado la bragueta. Mueve torpemente las manos y jadea. Me baja las bragas como si le diera igual si las rompe. Quiero gritar, pero su antebrazo me oprime la garganta.

-¡Joder, deja ya de jugar! Eres una…

Estoy luchando con todas mis fuerzas. Trato de gritar. No sé qué hacer.

Y entonces, de repente, lo sé. Como cuando se enciende una cerilla. Levanto la rodilla con fuerza y le doy justo en la ingle. Suelta un grito sordo y se queda flácido. Todo sucede en un momento. Le digo:

-¡Déjame en paz! ¡Suéltame!

Sigo tumbada, pero doy patadas como una loca. Es como si estuviera cruzando la piscina impulsándome solo con las piernas. Y mis piernas tienen mucha fuerza gracias a años de nadar y correr. Puede que parezca delgada, pero soy fuerte. Tengo encima todo el peso de Cameron pero logro escaparme golpeándole de todas las formas que puedo e incluso clavándole los dientes. ¡Los dientes!

Eso le da miedo a Cameron, creo. Gime y me insulta con las manos sobre los genitales doloridos. Me mira fijamente y dice:

-¡Eres un m-monstruo! ¡Deberías verte los ojos! ¡Un monstruo de ojos verdes! ¡Estás loca!

Me echo a reír como una salvaje. Es como si este tío hubiera visto en el interior de mi alma.

Ahora me he librado de él y echo a correr. Salgo de la habitación, voy por un corredor, paso junto a unas macetas con helechos, junto a una pared con máscaras indias, soy como un animal salvaje que busca la salida de un laberinto, aquí hay una puerta, de repente estoy fuera sintiendo el aire fresco y estoy a salvo.

Está oscuro y hay bruma, puedo oler el agua de Puget Sound y respiro grandes bocanadas de aire como si me hubiera estado ahogando.

Pero ahora estoy A SALVO.

Soy una buena corredora. Me gusta correr casi tanto como nadar. Así que me voy corriendo hacia casa junto a la carretera de la costa, evitando los coches, con el pelo al aire y dándome contra la espalda. Supongo que para los que pasan en coche tengo aspecto de loca. Pero me siento muy bien. No es lo que podría esperarse; ni siquiera pienso: Oh, Dios, casi me violan. Al contrario, pienso en lo contenta que estoy. Mi madre decía que ella había sido más afortunada que lista cuando tenía mi edad. Creo que yo he sido afortunada y también lista. He luchado contra mi atacante y no ha podido conmigo. Le he dado con la rodilla en la ingle, le he dado patadas y le he mordido. Me he escapado. Ni siguiera he tenido tiempo de tener miedo. Era un abusón y un miedica y me imagino que ahora estará preocupado por si les cuento a mis padres lo que ha sucedido y se ve metido en un buen lío.

Bueno, no lo iba a contar. Era suficiente con haber escapado.

Él me había llamado “MONSTRUO DE OJOS VERDES”.

El MONSTRUO DE OJOS VERDES me salvó la vida.

Actividades Tráiler 1

1. (Pequeño grupo. Oral) En este fragmento, situado en el primer capítulo de la novela, se dan ya algunos datos de la vida de la narradora-protagonista de la historia. Recopiladlos entre todos: familia, ambiente social, nombre de la protagonista, etc.


2. (Pequeño grupo. Oral) La historia comienza in finis res: ya ha ocurrido todo y la narradora se sitúa en el punto de partida. Por eso, la narración situada en el pasado se ve salpicada de referencias a cosas que habrían de ocurrir más tarde. Esos "elementos anticipadores" serán habituales a lo largo de toda la novela. Subrayadlos y lanzad hipótesis acerca de qué creéis que puede consistir ese "todo" al que hace referencia la narradora cuando dice que aquello fue "el comienzo de todo".


3. (Pequeño grupo. Oral) En un momento dado del relato, la narradora decide pasar del pretérito al presente para contarnos lo que ocurre. Buscad el momento en que sucede y pensad cuáles pueden ser los motivos que justifiquen este cambio.


4. (Pequeño grupo. Escrita) Franky empieza viviendo una situación que le resulta placentera hasta deslizarse progresivamente a otra que le resulta primero incómoda y luego indeseada y violenta. Escribid en dos columnas las acciones, palabras y actitudes de los personajes que aparecen en este fragmento. En la columna de Cameron, reflejad las que muestan que no tiene en consideración lo que pueda desear Franky; y en la de Franky, las palabras, pensamientos y acciones que revelan cómo ella va poco a poco siendo consciente de que no es eso lo que quiere y cómo decide decir "NO".


Cameron (acciones, palabras, actitudes) Franky (pensamientos, palabras, acciones)






5. (Pequeño grupo. Oral) ¿A qué puede referirse Franky al decir: "Cuando el Monstruo de Ojos Verdes entró en mí"? Para centrar el debate, relacionadlo con esta otra frase: "Si hay peligro, LUCHAS o HUYES".


Tráiler 2

Inmediatamente después del episodio anterior, vemos a Franky en su casa. A su padre acaban de renovarle el contrato en la cadena de televisión en la que trabaja.


A papá le encantaba celebrar cosas. Lo llamaba Celebración de Buenas Noticias y con frecuencia había alguna de esas celebraciones. Consistía, por ejemplo, en un enorme banquete de comida china. Le encantaba tomar el teléfono y pedir suficiente comida como para una docena de personas. Si mamá estaba en la habitación, se reía (a veces con un poquitín de ansiedad) y protestaba:

- Cariño, ¿quién va a comerse todo eso?

Aquel día, mamá no estaba con nosotros. Yo sabía que papá estaba enfadado, por la mañana les había oído “dialogar” sobre el tema. Seguramente, papá sabía que la buena noticia estaba al caer, aunque la había mantenido en secreto (en el mundo de las relaciones públicas y de las notas de prensa estás obligado a guardar los secretos hasta que ciertos hechos se reconozcan públicamente), así que no le hizo ninguna gracia que mamá se fuera a la Feria de Arte y Artesanía de Santa Bárbara (California). No solo le molestaba que estuviera ausente de nuestra celebración de Buenas Noticias, sino que se oponía a que su mujer se mezclara con esos “artistoides” a los que describía como “tías menopáusicas” y “niñatos gay”, categoría de seres humanos que merecían todo su desprecio.

Yo sabía que papá había presionado a mamá para que cancelara su viaje a Vancouver, Canadá, en enero. En aquella ocasión no había ninguna Buena Noticia, pero papá quería que estuviera en casa durante el fin de semana. Viajaba tanto por su trabajo en televisión, dijo, que contaba con que mamá estuviera en casa cuando estaba él.

- Cariño, mi trabajo es lo que nos paga la vida tan adorable que llevamos. Te gusta nuestra vida, ¿no?

Mamá se apresuró a decir:

- Reid, sabes que sí. Claro que...

- Lo mínimo que puedo esperar de mi mujer es que me dé apoyo emocional, creo yo.

- Sí, Reid. Tienes razón.

- ¿Tengo razón con un beso?

Esta era una de las cosas que nos decía a todos. Tenías que reírte con él. No bastaba con estar de acuerdo con él (aunque lo estuvieras al cien por cien), sino que además tenías que darle un beso en la mejilla.

Mamá se rió y acabó cediendo. Normalmente papá era tan gracioso que acababas cediendo.

Pensarás que papá nos llevaba en todos sus viajes, pero no era así, excepto durante nuestras vacaciones de dos o tres semanas en verano. Porque papá estaba muy ocupado y en la televisión la competencia es “a muerte” (cuando decía estas palabras solía pasarse el dedo por el cuello lentamente como si estuviera disfrutando la sensación de una cuchilla invisible) y no tenía mucho tiempo libre. Por eso, estaba en contra de que mamá nos llevara a Samantha y a mí a Portland para visitar a los abuelos durante unos días. (Algo debía de haber sucedido entre papá y los Connor, porque la familia de mi madre casi nunca venía a Seattle a visitarnos. Nadie se quedaba en nuestra casa excepto, algunas veces, amigos o conocidos profesionales de mi padre.) Creo que en el fondo papá era muy anticuado: no le gustaba que nadie de su familia viajara. Cuando la hermana mayor de mamá, Vicky, fue hospitalizada con disentería en la ciudad de México, hace algunos años, papá dijo:

- ¿Ves lo que pasa por viajar fuera de Estados Unidos? Sobre todo una solterona, sola.

Estaba de broma, pero a la vez siempre hablaba en serio.

Le pregunté a mi hermano Todd por qué era tan importante para papá que mamá se fuera unos pocos días.

- No es que se vaya a la luna, le dije; volverá enseguida.

Pero Todd siempre se ponía de parte de papá en cualquier discusión. Puso cara de hermano mayor que se esfuerza por no perder la paciencia y dijo:

- Porque papá quiere que mamá esté en casa.

Como si eso fuera todo, así de simple.

Actividades Tráiler 2

1. (Pequeño grupo. Escrito) Estas primeras páginas del libro deberían ponernos alerta frente a un hecho que Franky aún no parece ver y, sin embargo, el lector sí empieza a sospechar. Fijaos bien y completad este cuadro sobre la figura del padre.


¿Cómo es el padre de Franky? ¿Qué le gusta? ¿Qué no le gusta o le molesta?





  • (Gran grupo. Oral) Comentad con el resto de la clase lo que pensáis de esta forma de actuar y de pensar del padre. ¿Qué indica? ¿Qué consecuencias puede acarrear? ¿Qué tipo de educación inculca a sus hijos?



2. (Pequeño grupo. Oral) Cameron y el padre de Franky tienen algo en común en cuanto a su relación con las mujeres. ¿Qué es?


  • La novela nos ofrece las distintas maneras en que pueden las mujeres reaccionar ante este tipo de situaciones: con una actitud más asertiva ("te enfrentas") o más pasiva ("huyes"). Una y otra tienen consecuencias muy diferentes. Comentadlas a partir de lo leído en ambos fragmentos.



Tráilers 3 y 4

Los dos fragmentos que siguen pertenecen a dos momentos distintos de la novela, los capítulos 4 y 25, pero narran una misma situación desde dos puntos de vista: el de Franky y el de su madre, recogido en un diario.

Empecé a sentirme resentida con ella por actuar de forma tan extraña. Supongo que estaba enojada por tener que preocuparme por ella; se supone que tu madre se tiene que preocupar por ti, no al revés.

Surgió una nueva tensión entre las dos. O al menos por mi parte. Ya no era su pequeña Francesca; ella no podía esperar que me acurrucara con ella y me comportara como Samantha. Yo sabía que ella notaba un cambio en mi actitud, pero durante algún tiempo no dijo nada. (Eso era típico de mamá, no hablar sobre algo que le molestaba, como si fuera a desaparecer solo). Pero un día se le vinie­ron abajo las defensas y me preguntó si me pasaba algo.

-Pareces tan ... retraída, cariño. No me has dicho ni cinco palabras desde que has montado en el coche.

Íbamos, como siempre, hacia Yarrow Heights, a casa. Mamá había pasado por el instituto para recogerme des­pués del entrenamiento de natación. Había estado hacien­do otros recados antes; la parte de atrás del coche iba llena de materiales de arte.

Mi padre odiaba el olor de las pinturas acrílicas y de la arcilla para modelar. Y no le gustaba que bajo las uñas, que llevaba cortas, mamá tuviera arcilla con aspecto de barro seco.

-Por el amor de Dios, Krista, pareces una labradora.

Yo iba repantigada en el asiento delantero, poniendo un CD de Laurie Anderson, ese que empieza con una mú­sica de ballenas que te pone la piel de gallina.

-Vale, mamá: «ni cinco palabras».

Mamá se rió; parecía algo sorprendida.

Escuchamos la voz susurrante de Laurie Anderson. Ex­traños sonidos submarinos, muy adecuados para la atmós­fera de Seattle en mayo: bruma, amenaza de lluvia, lluvia.

He visto ballenas en el mar, no muchas, pero sí al­gunas. Las mal llamadas ballenas asesinas. Tanto en el estrecho de Juan de Fuca (entre el norte del estado de Washington y Columbia Británica, Canadá) como en el océano Pacífico, a cuarenta minutos de casa en coche. ¡Es alucinante! Cuando las ves salir a la superficie, saltar, ju­guetear en el agua verde y cristalina, es un subidón. Te quedas mirando al agua fijamente durante un largo rato, esperando a que vuelvan a salir.

Mamá musitó algo positivo sobre la música; es el tipo de música que le va también a ella. Entonces bajó el vo­lumen: Para Que Pudiéramos Hablar.

- ¿Qué tal la natación?

-Bien

-¿Has hecho salto?

-No, hoy no.

(En realidad sí había saltado, o más bien lo había in­tentado. Sentía las rodillas flojas y tuve problemas para concentrarme. «No es día para saltos», como solíamos ex­presado diplomáticamente.)

Mamá conducía. Yo no la miraba y, sin embargo, noté que estaba perdiendo la sonrisa en un lado, como si se le hubieran soltado las grapas. Al mirar por el retrovisor, sus ojos (enrojecidos, pero yo no los pensaba mirar) parecían a punto de llorar; conducía menos suavemente que de cos­tumbre, como si la ruta familiar hacia nuestra casa en la calle Vinland ya no le fuera tan familiar. Con tono reti­cente, me dijo:

-No sé si hay algo que te preocupa, Francesca. En el instituto, o ...

Pero no siguió hablando, no quiso decir en casa. Le respondí, molesta:

-Mamá, en realidad no me gusta que me llamen Fran­cesca. Es muy pretencioso, como si fuéramos italianos o algo así. Samantha ya es suficientemente malo, es tópico, pero Francesca ...

Suspiré y volví a subir el volumen del CD, para oír a Laurie Anderson cantar sobre alguien a quien quiere y va alejándose de ella poco a poco.


Se notaba que le había hecho daño, así que añadí:

-Todo el mundo me llama Franky, ¿sabes? Me pega más, soy yo.

Me habría encantado contarle lo del Monstruo de Ojos Verdes, pero no justo ese día.

-¡Vale, ya lo hemos hablado miles de veces! -mamá intentó reír-. Muy bien, «Franky», si es así como quieres que se te vea.

¿Si quiero que se me vea así? Nunca lo había pensado de ese modo. Siempre había dado por sentado que la gente te llama lo que le da la gana, empezando por tus padres, y que tú no decides.

Le dije:

-Incluso mis profesores me llaman Franky, mamá. Excepto cuando me riñen.

Mamá intentó reírse:

-Bueno, «Franky». He notado que has estado inu­sualmente callada últimamente. Desde que me fui a Santa Bárbara has estado retraída. No habrá alguna relación en­tre ambas cosas, espero.

Me revolví en el asiento.

-No, mamá.

-El otro día, cuando llevamos a Twyla y a Jenn a su casa, noté que estabas muy callada y ellas dos hablaron todo el rato ... -mamá titubeó, sabía que estaba adentrán­dose en terreno peligroso-. Espero que siempre sepas que puedes hablar conmigo, Francesca, quiero decir, Franky, si alguna vez ...

-Sí mamá, vale.

Algo muy raro había pasado en Santa Bárbara, según parece. Papá se fue ese sábado, diciendo que tenía un «asunto urgente» en Los Ángeles, pero por lo que pude oír cuando mamá volvió, él había ido a la feria de arte y artesanía a inspeccionar. No estuvo con ella, solo la espió y luego volvió a casa.

Creo que eso es lo que sucedió, aunque no había nadie a quien yo pudiera preguntar.

Oí que papá decía:

-Tus amigas tortilleras... muy amiguita con tus amigas tortilleras, yo te vi.

No llegué a oír lo que le respondió mamá.

Mamá me estaba diciendo que bla bla bla, cuando te­nía mi edad bla bla, en Sto Helens, Oregon. Como si yo no lo supiera. Sus orígenes en un pueblo pequeño, le en­cantaba hablar sobre ello. Quería subir a tope el volumen del CD para ahogar su voz.

No, en realidad quería acercarme a ella y acurrucarme, como solía hacer cuando era pequeña. Acurrucarme con mamá, hacer que me subiera a su regazo.

-¡Ay qué mayor es mi niña! -solía decir riéndose-. Qué mayor y qué guapa.

Con Samantha todavía funcionaba; a fin de cuentas solo tenía diez años. Pero no con Franky. Lo que yo quería era borrar aquellas arrugas que la sonrisa le marcaba en la comisura de los labios y los ojos, y que parecían gra­badas con una pequeña cuchilla.

Quería tomar sus manos y decirle que eran unas ma­nos muy hermosas, aunque tuvieran las uñas cortas y muy poco glamourosas, aunque tuvieran restos de pintura y ar­cilla.

Me vino de parte del Monstruo el impulso de quitarle de un tirón el pañuelo azul turquesa que se había anudado cuidadosamente alrededor del cuello.

A la vez, estaba deseando salir huyendo hacia algún sitio o por lo menos tener dieciséis años y carné de con­ducir (papá me había prometido que me compraría un coche solo para mí si «me portaba bien»). Así no tendría que depender tanto de mamá para ir a todas partes. Era algo demasiado íntimo, la cosa esta de madre e hija. ¡De­masiado!

Mientras mamá daba la vuelta hacia nuestra entrada, yo ya tenía la mano puesta sobre el tirador de la puerta. Cuando se detuvo, yo ya estaba casi fuera, arrastrando mi mochila. Le grité por encima del hombro con un tono ino­cente, con mi voz de «Franky no tiene la culpa».

-Mamá, estoy perfectamente. Tengo mi propia vida, ¿vale? Como tú tienes la tuya.


Estas últimas semanas, las chicas han empezado a darse cuenta de la tensión que hay en nuestra familia. He notado que Francesca me mira fijamen­te. Sus hermosos ojos verdes. Se parece mucho a mí cuando tenía su edad. Temo por ella por lo sensible que es. “Franky”. Se queda mirándome con alarma/rechazo. Parece saber lo que ocultan los pa­ñuelos que llevo. Mis mangas largas. Quizá ha lle­gado a oír la voz enfadada de R. Sé que ella me culpa a mí. En su lugar, yo probablemente reaccio­naría así. Quiere ciegamente a su padre, igual que Samantha y Todd.

* * *

(A veces me siento como el pobrecito Conejo, temblando de miedo cuando R. irrumpe en la habitación.)

Hoy, cuando llevaba a Francesca a casa desde Forrester, he intentado hablar con ella. Le he pre­guntado sobre la natación/saltos y ha arremetido contra mí, con tal amargura que me he quedado de una pieza. Dice que odia el nombre “Francesca”.

Actividades Tráilers 3 y 4

1. (Pequeño grupo. Oral) El primer fragmento nos muestra el tipo de narrador que Lodge denomina "poco fiable", ya que a medida que Frankie narra la historia el lector va adivinando el peligro que se cierne sobre la familia, un peligro que ella no ve o no quiere ver: "Un narrador poco fiable sirve precisamente para revelar de una manera interesante la distancia que media entre la apariencia y la realidad, y para mostrar cómo los seres humanos distorsionan o esconden ésta". (David Lodge)


  • Subrayad las frases en las que se puede observar que Franky no ve lo que el lector ya claramente sabe.



2. (Individual. Escrita) La realidad que Franky no ve queda explícita en el fragmento último, que recoge las palabras de la madre volcadas en un diario. Los dos fragmentos sirven para mostrar la técnica narrativa llamada perspectivismo, que consiste en narrar una misma situación desde puntos de vista diferentes.


  • Completa esta tabla para recoger la distinta visión que los dos personajes dan ante el mismo hecho.

VISIÓN ANTE EL MISMO HECHO


FRANKY MADRE DE FRANKY

Tensa porque no quiere tener que preocuparse por su madre. Preocupada por Franky porque se da cuenta de que sospecha lo que ocurre.





3. (Individual. Escrita) Siguiendo el modelo que se ofrece en el tráiler, vas a narrar un mismo hecho desde dos puntos de vista diferentes: el tuyo y el de un profesor o profesora. En el primer caso, cuentas a un amigo en el tuenti o facebook lo que ha ocurrido, en el segundo, el docente escribe un informe de su visión del suceso. Puedes elegir una de estas situaciones o inventar otra diferente:


- Ha habido una pelea, el profesor o profesora cree que tú has intervenido en ella y te sanciona. Tú no puedes decir que no has participado y no quieres contar la verdad porque eso implicaría traicionar a un amigo.

- En la elección de delegados ha habido empate; el tutor o la tutora te designa a ti ya que considera que tú eres la mejor opción a pesar de que a ti no te apetece nada.

Para seguir leyendo/viendo

En internet podéis encontrar vídeos, comentarios, páginas institucionales, etc. en los que se denuncian los maltratos que diariamente sufren muchas mujeres en el mundo. Os proponemos que veáis dos vídeos que buscan concienciar a la población sobre este gravísimo problema:


Sobre este mismo tema giran dos magníficas películas españolas:

  • Te doy mis ojos (2003), dirigida por Icíar Bollaín y protagonizada por Laia Marull y Luis Tosar.
  • El bola (2000),dirigida por Achero Mañas y protagonizada por Juan José Ballesta.
  • También os recomendamos una película que gira en torno al maltrato contra la mujer y al racismo: El color púrpura (1985), dirigida por Steven Spielberg y basada en la novela homónima de Alice Walker que fue gandadora del Premio Pulitzer en 1983.

Como sabéis, la violencia no solo es física, sino que otra forma de maltrato es la agresión psíquica y sistemática contra la mujer. Este hecho no es algo de nuestros tiempos, sino que, por desgracia, siempre ha existido.


  • Un ejemplo literario de ello lo encontraréis si leéis Casa de muñecas, la obra de teatro que escribió Henrik Ibsen en el siglo XIX. La protagonista, Nora, es una mujer insatisfecha que, con la mejor intención, toma la iniciativa en un asunto sin consultárselo previamente a su marido. Esto desencadena un fuerte conflicto y Nora comprende que nunca ha podido opinar sobre su propia vida y esto la impulsa a tomar una decisión muy avanzada para su época.

Y, por último, Escuela de mujeres, del dramaturgo francés Molière, muestra cómo el control sobre la mujer se vuelve en contra del hombre que reclama de ella amor y respeto.