El guardián entre el centeno

El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger

Sinopsis:

La novela narra, en primera persona, lo que sucede a Holden Caulfield, un adolescente de 16 años rebelde y desilusionado, el día que lo expulsan de su colegio privado Pencey por bajo rendimiento. En una huida sin rumbo por Nueva York para evitar volver a casa y tener que contar la verdad a sus padres, vive una serie de encuentros y situaciones raras y decepcionantes con personajes de todo tipo, conocidos y extraños, que le hacen reflexionar sobre la hipocresía de la sociedad y valorar especialmente el mundo de la infancia, representado por su hermana pequeña Phoebe. Holden nos cuenta su historia desde una situación presente muy concreta que el lector irá descubriendo hacia el final.


Contenidos temáticos de la constelación:

  • Frente al desconcierto vital de la adolescencia. El desequilibrio interior
  • Frente a una sociedad hipócrita


Contenidos específicos del arte de la ficción:

  • Los inicios
  • La narración autobiográfica
  • La presentación del personaje
  • El lenguaje adolescente
  • El título

antes de leer

Gran grupo. Oral. (Tiempo previsto: 10 minutos). ¿Existe la depresión adolescente? ¿Qué causas pueden conducir a ella? ¿Con qué ayudas se puede contar?



tráiler 1

Este fragmento corresponde al inicio de la novela.

Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. Él será quien me lleve a casa cuando salga de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un «Jaguar», uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Antes no. Cuando vivía en casa era sólo un escritor corriente y normal. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren.

Empezaré por el día en que salí de Pencey, que es un colegio que hay en Agerstown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tío montando siempre dice lo mismo: «Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara.» Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y allí no había un solo tío ni espléndido, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como mucho. Y probablemente ya eran así de nacimiento.

Pero como les iba diciendo, era el sábado del partido de fútbol contra Saxon Hall. A ese partido se le tenía en Pencey por una cosa muy seria. Era el último del año y había que suicidarse o poco menos si no ganaba el equipo del colegio. Me acuerdo que hacia las tres de aquella tarde estaba yo en lo más alto de Thomsen Hill junto a un cañón absurdo de esos de la Guerra de la Independencia y todo ese follón. No se veían muy bien los graderíos, pero sí se oían los gritos, fuertes y sonoros los del lado de Pencey, porque estaban allí prácticamente todos los alumnos menos yo, y débiles y como apagados los del lado de Saxon Hall, porque el equipo visitante por lo general nunca se traía muchos partidarios.

A los encuentros no solían ir muchas chicas. Sólo los más mayores podían traer invitadas. Por donde se le mirase era un asco de colegio. A mí los que me gustan son esos sitios donde, al menos de vez en cuando, se ven unas cuantas chavalas aunque sólo estén rascándose un brazo, o sonándose la nariz, o riéndose, o haciendo lo que les dé la gana. Selma Thurner, la hija del director, sí iba con bastante frecuencia, pero, vamos, no era exactamente el tipo de chica como para volverle a uno loco de deseo. Aunque simpática sí era. Una vez fui sentado a su lado en el autobús desde Agerstown al colegio y nos pusimos a hablar un rato. Me cayó muy bien. Tenía una nariz muy larga, las uñas todas comidas y como sanguinolentas, y llevaba en el pecho unos postizos de esos que parece que van a pincharle a uno, pero en el fondo daba un poco de pena. Lo que más me gustaba de ella es que nunca te venía con el rollo de lo fenomenal que era su padre. Probablemente sabía que era un gilipollas.

Si yo estaba en lo alto de Thomsen Hill en vez de en el campo de fútbol, era porque acababa de volver de Nueva York con el equipo de esgrima. Yo era el jefe. Menuda cretinada. Habíamos ido a Nueva York aquella mañana para enfrentarnos con los del colegio McBurney. Sólo que el encuentro no se celebró. Me dejé los floretes, el equipo y todos los demás trastos en el metro. No fue del todo culpa mía. Lo que pasó es que tuve que ir mirando el plano todo el tiempo para saber dónde teníamos que bajarnos. Así que volvimos a Pencey a las dos y media en vez de a la hora de la cena. Los tíos del equipo me hicieron el vacío durante todo el viaje de vuelta. La verdad es que dentro de todo tuvo gracia.

La otra razón por la que no había ido al partido era porque quería despedirme de Spencer, mi profesor de historia. Estaba con gripe y pensé que probablemente no se pondría bien hasta ya entradas las vacaciones de Navidad. Me había escrito una nota para que fuera a verlo antes de irme a casa. Sabía que no volvería a Pencey.

Es que no les he dicho que me habían echado. No me dejaban volver después de las vacaciones porque me habían suspendido en cuatro asignaturas y no estudiaba nada. Me advirtieron varias veces para que me aplicara, sobre todo antes de los exámenes parciales cuando mis padres fueron a hablar con el director, pero yo no hice caso. Así que me expulsaron. En Pencey expulsan a los chicos por menos de nada. Tienen un nivel académico muy alto. De verdad.

Pues, como iba diciendo, era diciembre y hacía un frío que pelaba en lo alto de aquella dichosa montañita. Yo sólo llevaba la gabardina y ni guantes ni nada. La semana anterior alguien se había llevado directamente de mi cuarto mi abrigo de pelo de camello con los guantes forrados de piel metidos en los bolsillos y todo. Pencey era una cueva de ladrones. La mayoría de los chicos eran de familias con mucho dinero, pero aun así era una auténtica cueva de ladrones. Cuanto más caro es el colegio más te roban, palabra. Total, que ahí estaba yo junto a ese cañón absurdo mirando el campo de fútbol y pasando un frío de mil demonios. Solo que no me fijaba en el partido. Si seguía clavado al suelo era por ver si me entraba una sensación de despedida. Lo que quiero decir es que me he ido de un montón de colegios y de sitios sin darme cuenta siquiera de que me marchaba. Y eso me revienta. No importa que la sensación sea triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no, luego da más pena todavía.

ACTIVIDADES TRÁILER 1

1. (Pequeño grupo. Escrita) "El comienzo de la novela es un umbral que separa el mundo real que habitamos del mundo que el novelista ha imaginado. Debería, pues, como suele decirse, `arrastrarnos' ”, ha escrito el novelista y crítico David Lodge. Hoy en día son muchos los modos de empezar una novela o una película: con el nacimiento del protagonista o con un momento complicado de su vida; reconstruyendo las circunstancias de su muerte o en mitad de una conversación. El arranque de El guardián entre el centeno, novela publicada en 1951, es en cierto modo "un corte de mangas a la tradición", según el propio Lodge. Para hacer bien visible ese gesto, Salinger hace referencia a uno de los autores más conocidos de la literatura inglesa, Charles Dickens.


  • Vuestra tarea consiste en hacer exactamente lo contrario a lo que hizo Salinger: reescribir este texto "al modo tradicional" (basta con las que hubieran podido ser las primeras diez líneas). Las novelas del siglo XIX solían abrirse indicando las coordenadas de espacio y tiempo en que iba a transcurrir la acción; utilizaban la tercera persona, propia de un narrador omnisciente que lo sabe todo acerca de todos sus personajes pero frente a los que mantiene una cierta distancia; optaban por un lenguaje formal y elaborado... Para que os sea más fácil la tarea de reescritura os ofrecemos, solo a modo de ejemplo, el comienzo de otra novela del propio Dickens:

"Una fría noche de invierno, en una pequeña ciudad de Inglaterra, unos transeúntes hallaron a una joven y bella mujer tirada en la calle. Estaba muy enferma y pronto daría a luz un bebé. Como no tenía dinero, la llevaron al hospicio, una institución regentada por la junta parroquial de la ciudad que daba cobijo a los necesitados. Al día siguiente nació su hijo y, poco después, murió ella sin que nadie supiera quién era ni de dónde venía. Al niño lo llamaron Oliver Twist."

2. (Pequeño grupo. Oral) El guardián entre el centeno tiene la forma de una narración autobiográfica -es decir, escrita en primera persona-, aunque ya desde el inicio se nos advierte lo siguiente: "Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco."

  • ¿A qué lugar puede referirse ese "aquí"? ¿Desde dónde está escribiendo/ hablando Holden Caufield? Lanzad vuestras hipótesis.
  • En este fragmento se nos anticipa ya una de las obsesiones de Holden: la hipocresía que reina a su alrededor. ¿En qué momentos critica Holden este tipo de comportamientos?


Tráiler 2

Holden llama a una vieja amiga y queda con ella para ir al teatro. A la salida, deciden ir a patinar un rato. Mientras descansan y toman un refresco tiene lugar la siguiente conversación.


—Oye Sally —le dije.

—¿Qué?

Estaba mirando a una chica que había al otro lado del bar.

—¿Te has hartado alguna vez de todo? —le dije—. ¿Has pensado alguna vez que a menos que hicieras algo en seguida el mundo se te venía encima? ¿Te gusta el colegio?

—Es un aburrimiento mortal.

—Lo que quiero decir es si lo odias de verdad —le dije— Pero no es solo el colegio. Es todo. Odio vivir en Nueva York, odio los taxis y los autobuses de Madison Avenue, con esos conductores que siempre te están gritando que te bajes por la puerta de atrás, y odio que me presenten a tíos que dicen que los Lunt son unos ángeles, y odio subir y bajar siempre en ascensor, y odio a los tipos que me arreglan los pantalones en Brooks, y que la gente no pare de decir...

—No grites, por favor —dijo Sally. Tuvo gracia porque yo ni siquiera gritaba.

—Los coches, por ejemplo —le dije en voz más baja—. La gente se vuelve loca por ellos. Se mueren si les hacen un arañazo en la carrocería y siempre están hablando de cuántos kilómetros hacen por litro de gasolina. No han acabado de comprarse uno y ya están pensando en cambiarlo por otro nuevo. A mí ni siquiera me gustan los viejos. No me interesan nada. Preferiría tener un caballo. Al menos un caballo es más humano. Con un caballo puedes...

—No entiendo una palabra de lo que dices —dijo Sally—. Pasas de un...

—¿Sabes una cosa? —continué—. Tú eres probablemente la única razón por la que estoy ahora en Nueva York. Si no fuera por ti no sé ni dónde estaría. Supongo que en algún bosque perdido o algo así. Tú eres lo único que me retiene aquí.

—Eres un encanto —me dijo, pero se le notaba que estaba deseando cambiar de conversación.

—Deberías ir a un colegio de chicos. Pruébalo alguna vez —le dije—. Están llenos de farsantes. Tienes que estudiar justo lo suficiente para poder comprarte un Cadillac algún día, tienes que fingir que te importa si gana o pierde el equipo del colegio, y tienes que hablar todo el día de chicas, alcohol y sexo. Todos forman grupitos cerrados en los que no puede entrar nadie. Los de el equipo de baloncesto por un lado, los católicos por otro, los cretinos de los intelectuales por otro, y los que juegan al bridge por otro. Hasta los socios del Libro del Mes tienen su grupito. El que trata de hacer algo con inteligencia...

—Oye, oye —dijo Sally—, hay muchos que ven más que eso en el colegio...

—De acuerdo. Habrá algunos que sí. Pero yo no, ¿comprendes?

Eso es precisamente lo que quiero decir. Que yo nunca saco nada en limpio de ninguna parte. La verdad es que estoy en baja forma. En muy baja forma.

—Se te nota.

De pronto se me ocurrió una idea.

—Oye —le dije—. ¿Qué te parece si nos fuéramos de aquí? Te diré lo que se me ha ocurrido. Tengo un amigo en Greenwich Village que nos prestaría un coche un par de semanas, íbamos al mismo colegio y todavía me debe diez dólares. Mañana por la mañana podríamos ir a Massachusetts, y a Vermont, y todos esos sitios de por ahí. Es precioso, ya verás. De verdad.

Cuanto más lo pensaba, más me gustaba la idea. Me incliné hacia ella y le cogí la mano. ¡Qué manera de hacer el imbécil! No se imaginan.

—Tengo unos ciento ochenta dólares —le dije—. Puedo sacarlos del banco mañana en cuanto abran y luego ir a buscar el coche de ese tío. De verdad. Viviremos en cabañas y sitios así hasta que se nos acabe el dinero. Luego buscaré trabajo en alguna parte y viviremos cerca de un río. Nos casaremos y en el invierno yo cortaré la leña y todo eso. Ya verás. Lo pasaremos formidable. ¿Qué dices? Vamos, ¿qué dices? ¿Te vienes conmigo? ¡Por favor!

—No se puede hacer una cosa así sin pensarlo primero —dijo Sally. Parecía enfadadísima.

—¿Por qué no? A ver. Dime ¿por qué no?

—Deja de gritarme, por favor —me dijo. Lo cual fue una idiotez porque yo ni le gritaba.

—¿Por qué no se puede? A ver. ¿Por qué no?

—Porque no, eso es todo. En primer lugar porque somos prácticamente unos críos. ¿Qué harías si no encontraras trabajo cuando se te acabara el dinero? Nos moriríamos de hambre. Lo que dices es absurdo, ni siquiera...

—No es absurdo. Encontraré trabajo, no te preocupes. Por eso sí que no tienes que preocuparte. ¿Qué pasa? ¿Es que no quieres venir conmigo? Si no quieres, no tienes más que decírmelo.

—No es eso. Te equivocas de medio a medio —dijo Sally. Empezaba a odiarla vagamente—. Ya tendremos tiempo de hacer cosas así cuando salgas de la universidad si nos casamos y todo eso. Hay miles de sitios maravillosos adonde podemos ir. Estás...

—No. No es verdad. No habrá miles de sitios donde podamos ir porque entonces será diferente —le dije. Otra vez me estaba entrando una depresión horrorosa.

—¿Qué dices? —preguntó—. No te oigo. Primero gritas como un loco y luego, de pronto...

—He dicho que no, que no habrá sitios maravillosos donde podamos ir una vez que salgamos de la universidad. Y a ver si me oyes. Entonces todo será distinto. Tendremos que bajar en el ascensor rodeados de maletas y de trastos, tendremos que telefonear a medio mundo para despedirnos, y mandarles postales desde cada hotel donde estemos. Y yo estaré trabajando en una oficina ganando un montón de pasta. Iré a mi despacho en taxi o en el autobús de Madison Avenue, y me pasaré el día entero leyendo el periódico, y jugando al bridge, y yendo al cine, y viendo un montón de noticiarios estúpidos y documentales y tráilers. ¡Esos noticiarios del cine! ¡Dios mío! Siempre sacando carreras de caballos, y una tía muy elegante rompiendo una botella de champán en el casco de un barco, y un chimpancé con pantalón corto montando en bicicleta. No será lo mismo. Pero, claro, no entiendes una palabra de lo que te digo.

—Quizá no. Pero a lo mejor eres tú el que no entiende nada —dijo Sally. Para entonces ya nos odiábamos cordialmente. Era inútil tratar de mantener con ella una conversación inteligente. Estaba arrepentidísimo de haber empezado siquiera.

—Vámonos de aquí —le dije—. Si quieres que te diga la verdad, me das cien patadas.

¡Jo! ¡Cómo se puso cuando le dije aquello! Sé que no debí decirlo y en circunstancias normales no lo habría hecho, pero es que estaba deprimidísimo. Por lo general nunca digo groserías a las chicas. ¡Jo! ¡Cómo se puso! Me disculpé como cincuenta mil veces, pero no quiso ni oírme. Hasta se echó a llorar, lo cual me asustó un poco porque me dio miedo que se fuera a su casa y se lo contara a su padre que era un hijo de puta de esos que no aguantan una palabra más alta que otra. Además yo le caía bastante mal. Una vez le dijo a Sally que siempre estaba escandalizando.

—Lo siento mucho, de verdad —le dije un montón de veces.

—¡Lo sientes, lo sientes! ¡Qué gracia! —me dijo. Seguía medio llorando y, de pronto, me di cuenta de que lo sentía de verdad.

—Vamos, te llevaré a casa. En serio.

—Puedo ir yo solita, muchas gracias. Si crees que te voy a dejar que me acompañes, estás listo. Nadie me había dicho una cosa así en toda mi vida.

Como, dentro de todo, la cosa tenía bastante gracia, de pronto hice algo que no debí hacer. Me eché a reír. Fue una carcajada de lo más inoportuna. Si hubiera estado en el cine sentado detrás de mí mismo, probablemente me hubiera dicho que me callara. Sally se puso aún más furiosa.

Seguí diciéndole que me perdonara, pero no quiso hacerme caso. Me repitió mil veces que me largara y la dejara en paz, así que al final lo hice. Sé que no estuvo bien, pero es que no podía más.

Si quieren que les diga la verdad, lo cierto es que no sé siquiera por qué monté aquel numerito. Vamos, que no sé por qué tuve que decirle lo de Massachusetts y todo eso, porque muy probablemente, aunque ella hubiera querido venir conmigo, yo no la habría llevado. Habría sido una lata. Pero lo más terrible es que cuando se lo dije, lo hice con toda sinceridad. Eso es lo malo. Les juro que estoy como una regadera.

ACTIVIDADES TRÁILER 2

1. (Pequeño grupo. Oral) En toda narración nos encontramos siempre un conflicto, sea este un robo, una muerte, un amor imposible. En las novelas del siglo XX, la adversidad a la que se enfrenta el protagonista es a veces menos "visible" que todos los ejemplos citados. En El guardián entre el centeno Holden Caufield se enfrenta a su propio malestar ante lo que él considera una sociedad hipócrita.

  • ¿Qué aspectos del mundo que le rodea lo irritan?
  • ¿Cómo reacciona Holden ante ese entorno? ¿Qué vamos sabiendo de él? Subrayad qué frases revelan que tal vez su manera de relacionarse con el mundo, con los demás, no es la de quien está en su sano juicio.


Tráiler 3

Holden entra una noche a escondidas en casa de sus padres porque tiene ganas de charlar con su hermana Phoebe.


- ¿Ves como no hay una sola cosa que te guste?

- Sí hay. Claro que sí.

- ¿Cuál?

- Me gusta Allie, y me gusta hacer lo que estoy haciendo ahora. Hablar aquí contigo, y pensar en cosas, y...

- Allie está muerto. No vale. Si una persona está muerta y en el Cielo, no vale...

- Ya lo sé que está muerto. ¿Te crees que no lo sé? Pero puedo quererlo, ¿no? No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se haya muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo.

Phoebe no contestó. Cuando no se le ocurre nada que decir, se cierra como una almeja.

- Además, ya te digo que también me gusta esto. Estar aquí sentado contigo perdiendo el tiempo...

- Pero esto no es nada.

- Claro que sí. Claro que es algo. ¿Por qué no? La gente nunca le da importancia a las cosas. ¡Maldita sea! Estoy harto.

- Deja de jurar y dime otra cosa. Dime por ejemplo qué te gustaría ser. Científico o abogado o qué.

- Científico no. Para las ciencias soy un desastre.

- Entonces abogado como papá.

- Supongo que eso no estaría mal, pero no me gusta. Me gustaría si los abogados fueran por ahí salvando de verdad vidas de tipos inocentes, pero eso nunca lo hacen. Lo que hacen es ganar un montón de pasta, jugar al golf y al bridge, comprarse coches, beber martinis secos y darse mucha importancia. Además, si de verdad te pones a defender a tíos inocentes, ¿cómo sabes que lo haces porque quieres salvarles la vida, o porque quieres que todos te consideren un abogado estupendo y te den palmaditas en la espalda y te feliciten los periodistas cuando acaba el juicio como pasa en toda esa imbecilidad de películas? ¿Cómo sabes tú mismo que no te estás mintiendo? Eso es lo malo, que nunca llegas a saberlo.

No sé si Phoebe entendía o no lo que quería decir porque es aún muy cría para eso, pero al menos me escuchaba. Da gusto que lo escuchen a uno.

- Papá va a matarte. Va a matarte - me dijo.

Pero no la oí. Estaba pensando en otra cosa. En una cosa absurda.

-¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir?

-¿Qué?

-¿Te acuerdas de esa canción que dice, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo, cuando van entre el centeno...»? Me gustaría...

- Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno» -dijo Phoebe-. Y es un poema. Un poema de Robert Burns.

- Ya sé que es un poema de Robert Burns.

Tenía razón. Es «Si un cuerpo encuentra a otro cuerpo, cuando van entre el centeno», pero entonces no lo sabía.

- Creí que era, «Si un cuerpo coge a otro cuerpo» -le dije-, pero, verás. Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura.

Phoebe se quedó callada mucho tiempo. Luego, cuando al fin habló, sólo dijo:

- Papá va a matarte.

ACTIVIDADES TRÁILER 3

1. (Gran grupo. Oral) El título de una novela tiene una importancia enorme. Es lo primero con que nos tropezamos, y basta por sí solo a veces para que nos acerquemos al libro o lo apartemos.

  • ¿Recordáis alguna ocasión en que de un libro os haya atraído sobre todo el título, o alguna otra en que hayáis retrasado la lectura de un libro que luego sí os gustó, porque el título os "echaba para atrás"? ¿Qué tres títulos de cuantos conocéis -valen tanto de libros como de películas- os parecen más atractivos?
  • ¿Qué imaginasteis la primera vez que oisteis el título de "El guardián entre el centeno"? ¿De qué creíais que iba a ir la novela?
  • ¿Y ahora? ¿Qué relación veis entre el título y el libro? ¿Os parece acertado? Con lo que conocéis del protagonista y de la novela, ¿os atreveríais a proponer otro mejor?
  • El título original del libro es The Catcher in the Rye, y ha dado lugar a dos traducciones diferentes a ambos lados del Atlántico: El guardián entre el centeno y El vigilante oculto. ¿Cuál os gusta más como título? ¿Qué otra traducción para la expresión inglesa se os ocurre?


PARA SEGUIR LEYENDO/VIENDO

El precedente indudable de El guardián entre el centeno, en su tono desenfadado y el relato en primera persona a cargo de un adolescente es Las aventuras de Huckleberry Finn, que comienza con estas palabras: "No sabréis quién soy yo si no habéis leído un libro titulado Las aventuras de Tom Sawyer, pero no importa. Ese libro lo escribió el señor Mark Twain y contó la verdad, casi siempre".


Gran parte de la literatura juvenil contemporánea es heredera, en su tono, de El guardián entre el centeno. Os recomendamos la lectura de dos libros publicados ya en el siglo XXI en cuyas primeras páginas es bien visible este guiño a la obra de Salinger:


Todo por una chica, de Nick Hornby.

Deseo de ser punk, de Belén Gopegui.

En el ámbito del cine hay una película que podéis ver, Rebelde sin causa, de NIcholas Ray (1955). Jimmy, el protagonista, es un adolescente problemático cuya actitud fuerza a su familia a cambiar de ciudad de residencia con frecuencia. A pesar de su comportamiento es un muchacho noble y capaz de arriesgarse para proteger a sus amigos.