Madre

Madre.

Había decidido trabajar de rodillas en vez de reposando sobre esa maldita silla de madera que no la dejaba un mísero respiro. Sabía de sobra que la silla significaba un horrible dolor de lumbares, acrecentado además por el peso que suponía la barriga, ya demasiado grande como para olvidarse de ella y seguir haciendo las labores del día a día como si nada. Yolanda se sentía terriblemente cansada cada vez que volvía a casa después de su teórica jornada de 8 horas que, entre desplazamientos y descansos varios, acababan por ser casi 10. Su madre no podía comprender como, estando embarazada de 8 meses, tenía que acudir diariamente a la oficina para sentarse en su puesto y ser tan productiva, rápida y eficaz como cualquier otro día de su vida. Es que no es normal, Yoli, es que no puede ser, te vas a poner de parto con el teléfono debajo de la oreja. Ya, mamá, y ¿qué quieres que haga? No me apetece verme de patitas en la calle.

Así que había decidido trabajar de rodillas, en la mesita que usaban para tomar café entre horas, con los informes desparramados sobre el escritorio, el condenado teléfono haciendo el mismo jaleo que siempre y su tripa cada día más y más voluminosa. No estaba precisamente cómoda, no obstante. La temporada de ventas estaba empezando, el trabajo era continuo, fatigoso y requería de una gran concentración y eficacia. Los mareos y náuseas eran un constante, Yolanda incluso se estaba acostumbrando a la sensación. No estaba a gusto, eso seguro. Pero tenía que tirar como fuera. Ni su madre ni nadie parecían entenderlo, pero así es como las cosas funcionaban. Adaptarse o morir, eso decía siempre la gente, ¿no? Durante el último mes las pataditas habían sido cada vez más frecuentes, intensas y cargadas de sensaciones y sentimientos para Yolanda. Solía detener la conversación que estuviera teniendo en ese momento o la confección del contrato que estuviera redactando cada vez que sentía una. Notaba, muy fugazmente, como su bebé intentaba llamar su atención, como ponía el foco sobre su existencia recordándola aquello por lo que estaba soportando tanto fastidio e inconveniente.

Ella tampoco lo entendía del todo, a decir verdad. Se limitaba a seguir trabajando incansablemente, con el teléfono entre el oído y el hombro, una mano buscando ficheros y la otra descansando sobre su vientre.


Autora: Elena Eras Fernández