En aquel tiempo había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: - No les queda vino. Jesús le contestó: - Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: - Haced lo que él diga. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: - Lllenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: - Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: - Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajo a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
El relato presenta a Jesús y su madre participando en una fiesta de bodas, en un pueblecito llamado Caná. En medio de los convidados, ellos están atentos a lo que ocurre, y María siente que se acaba el vino. Y pidió ayuda a Jesús que, con alguna resistencia, acabó por hacer un signo admirable: a la entrada del banquete había unas tinajas llenas de agua, para que los que iban a comer cumplieran con la ley que manda lavarse las manos y de este modo la comida resulte una acción llena de pureza. Pues Jesús cambio el agua de las tinajas en un vino de mucha calidad. Y con este signo quiso darse a conocer como quien trasforma en alegría de fiesta.
Vemos este vídeo sobre la importancia de la confianza.
"No confíes en alguien que no tiene amigos"
MARTES: VÍDEO
Paramos y nos preguntamos:
¿Cómo estamos?
¿Cómo me siento?
¿Cómo vengo hoy?
MIÉRCOLES: PARADA
JUEVES: DAMOS GRACIAS
Sabías que...
Las personas agradecidas son más felices y están más satisfechas con su vida, sus amistades, su familia, su comunidad y su persona. Experimentan más esperanza, optimismo y autoestima y rinden más en la escuela y el trabajo.
La gratitud está relacionada con una mayor compasión, dando lugar a relaciones más sólidas. También se asocia con un estilo de vida más saludable, un mejor descanso, un sistema inmune fortalecido y menos emociones negativas como la envidia, la depresión, el sentimiento de soledad y el materialismo.
La gratitud contribuye a la esperanza, la resiliencia y el afrontamiento de las crisis. Puede ayudarnos a gestionar emociones como la pérdida y el estrés.
La gratitud puede aumentar los neuroquímicos esenciales. Una mentalidad optimista libera neuroquímicos del bienestar como la dopamina, la oxitocina y la serotonina.
En este ratito te toca a ti DAR GRACIAS. Piensa en todas las cosas que tienes a tu alrededor y lo afortunado que eres por tenerlas.
VIERNES: CUENTO: El elefante encadenado (Jorge Bucay)
Cuando yo era pequeño, me encantaban los circos. Lo que más me gustaba de los circos eran los animales, y el animal que más me impresionaba era el elefante. Me fascinaban sus enormes dimensiones y su fuerza descomunal.
Sin embargo, después de la actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que le aprisionaba una de las patas. La cadena era gruesa, pero la estaca era un minúsculo trozo de madera clavado a pocos centímetros de profundidad. Me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, también podía tirar de aquel minúsculo tronco y liberarse. Aquel misterio sigue pareciéndome evidente.
—¿Qué lo sujeta?, ¿por qué no huye?
Tras preguntarle a mis profesores y parientes que consideraba sabios, la respuesta que me dieron algunos fue la siguiente: «El elefante no se escapaba porque estaba amaestrado». Hice entonces la pregunta obvia, «Si estaba amaestrado, ¿por qué lo encadenaban?». La verdad es que no recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente, hasta que alguien que resultó ser lo suficientemente sabio me dio una respuesta convincente:
«El elefante del circo no se escapaba porque estuvo atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño».
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Seguro que en aquel momento el animalito tiró y tiró tratando de liberarse. Debía terminar el día agotado porque aquella estaca era más fuerte que él. Día tras día debía volver a intentarlo con el mismo resultado. Y así́ hasta que un día terrible para el resto de su vida, el elefante aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese poderoso elefante no escapa porque cree que no puede, tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió de pequeño. Y lo peor es que jamás volvió a poner a prueba su fuerza.
A menudo a las personas nos pasa lo mismo que al elefante del circo, vivimos encadenados a cientos de estacas que nos quitan libertad. Pensamos que «no podemos» hacer una serie de cosas sencillamente porque un día, hace mucho tiempo, lo intentamos y no lo conseguimos y/o porque alguien nos dijo que no seríamos capaces de lograrlo. Entonces nos grabamos en la memoria este mensaje:
«no puedo y no podré nunca»
Hemos crecido llevando este mensaje autoimpuesto y por eso nunca volvimos a intentar liberarnos de la estaca. Cuando a veces sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos no puedo y nunca podre. Seguramente ahora somos más fuertes y estamos más preparados, pero aquel recuerdo nos frena a la hora de intentar liberarnos.