El evangelio de hoy (Lc 15,1-32) es muy conocido, se considera uno de los relatos más bellos escritos. Y trata sobre la ALEGRÍA de un Padre que encuentra a su hijo.

«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:

“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”...El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, empezó él a pasar necesidad...Recapacitando entonces, se dijo:

«Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre...Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando  su padre lo vio  se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo:

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. El padre celebró un banquete.

Su hijo mayor se indignó y le dijo: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca y a mí nunca me has dado  un banquete con mis amigos. El Padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano estaba perdido y lo hemos encontrado”».

¿Qué tiene que ver esto con la parábola del Evangelio? Mucho, porque en esta parábola Jesús nos revela de modo singular el AMOR DE DIOS .Nos comunican de forma muy sencilla y cercana un mensaje fundamental:  Dios nos ama tanto que nos busca y nos perdona cualquier cosa siempre y cuando estemos dispuestos a volver a Él. El único límite se lo podemos poner nosotros, si es que nos negamos a recibirlo.