REFLEXIONES SOBRE EL INCIDENTE DEL PASADO DÍA 17 DE FEBRERO
Las cosas casi nunca suceden por casualidad; en el fondo, casi siempre subyace una o varias causas que las justifican. Este principio, aplicado al comportamiento humano, se hace aún más preciso. Nuestra forma de actuar, nuestro estado de ánimo, y, en general, todas las pautas de nuestro comportamiento, tienen un determinado origen. Amén de la información genética que configura a cada individuo, que indudablemente intervendrá de forma importante en esta faceta de la vida de cada persona, existen otros factores no menos definitivos, tales como: su formación, ambiente familiar, entorno social, relaciones personales, etc., así como todos los “inputs” que, a través del tiempo, llegan a nuestros sentidos.
El día 17/02/01, durante una pequeña discusión por discrepancias en un tema intranscendente en el fondo, nimio me atrevería a afirmar, has vuelto a mostrar tu conocida altivez frente a quien, por razones naturales, por no mencionar otras de más peso, deberías conducirte con una mayor humildad y moderación. La opinión de tu padre podrá ser compartida o no, pero, en todo caso, debería ser valorada desde la consideración y el respeto que tendría que merecerte. Como en otras ocasiones, la soberbia se ha convertido en tu peor enemigo. Ante tu actitud, he manifestado que representas mi mayor fracaso; pues bien, en el párrafo anterior tienes la respuesta. No cabe duda que, a pesar de todo el interés y dedicación que tanto yo como tu madre hemos puesto en tu educación, en algo habremos fallado. El que no hayas ido a la universidad y no dispongas del nivel de formación que para ti hubiésemos deseado, no lo considero mi fracaso, si acaso podrá ser el tuyo.
Conviene recordarte que, desde tu nacimiento, has sido una niña que gozaste del total cariño de tus padres, y en la que pusieron la mayor de sus ilusiones. En ningún momento hemos ahorrado sacrificios personales, dedicación, ni medios, para conseguir que llegases a lo más alto que tu capacidad te permitiera. Se te ayudó y orientó poniendo lo mejor de nuestro saber y entender. En una determinada fase de tu vida, entraste donde siempre se te advirtió que evitaras por todos los medios: el engaño y la mentira. Presa de la tela de araña que tú misma fuiste tejiendo, llegaste, apenas cumplidos los 18 años, a cometer el mayor de los desatinos que se pueden imaginar, y que, por triste y lamentable, no voy a relatar. Esta acción llevó a tus padres a una gran frustración, con una profunda crisis emocional, que les supuso un elevadísimo desgaste. Puedo asegurarte que, en aquellos momentos, tu falta no nos hubiera causado mayor desazón. A pesar de haber jurado no querer nunca jamás volver a verte, con el ruego de tu madre, y ante la dramática situación a la que te viste abocada, viéndote humillada, vejada y apaleada, te hemos vuelto a tender la mano para sacarte de la profunda sima en la que por tu propia voluntad, y despreciando a cuantos te rodeaban, de forma especial y muy grave a tus padres, te habías metido. La tarea no fue fácil y supuso un gran esfuerzo, al que, especialmente tu padre, tuvo que enfrentarse sin reservas.
La vivencia de todo lo anterior, cabría esperar en ti una reacción que te hiciera madurar de forma definitiva, poniéndote de una vez por todas los pies en la tierra y aprendiendo una lección que muchas otras personas necesitaron toda una vida para ello. Sin que tu situación actual, ni los más recientes acontecimientos, puedan parecerse a la locura que presidió tus actuaciones anteriores, cabe decir que no es precisamente la prudencia y la ponderación la que ha marcado tu rumbo. El resultado es que, en estos últimos años, tu situación familiar se ha ido haciendo más débil y complicada. Casualmente, de nuevo el capote de tus padres te ha salvado de las situaciones más delicadas; eso sí, de nuevo con esfuerzo y desgaste para nosotros. Por tu parte, el esfuerzo ha sido muy moderado: muchos proyectos y ninguna realidad. Y todo eso a pesar del apoyo que, en todos los órdenes, se te ha dado para conseguirlo.
Sonia María, todo en la vida tiene un límite, y tu ya agotaste el enorme caudal de crédito que se te ha concedido, así pues, y sin que falte a ninguno de los compromisos que de forma voluntaria he contraído, llegó la hora de decirte que no confío en ti (tu madre ya lo sabe desde hace tiempo), y no volveré a darte la ocasión para que situaciones como la que se ha vivido el pasado sábado vuelvan a producirse. Tienes tu familia y eres independiente. Desde esta realidad indudable, nadie está autorizado a darte ninguna lección, pero tampoco nadie está obligado a cargar con las consecuencias que se deriven de tus actos, que solo a tu responsabilidad competen.
No veas en estas reflexiones un intento de pasarte cuentas de lo mucho o poco que hemos hecho por ti, eso jamás te lo demandarán tus padres. No esperamos por ello agradecimiento, ni siquiera reconocimiento. Lo que sí podemos esperar y estamos moralmente autorizados a exigir, es que se nos trate con la deferencia que, humildemente, creemos merecer.
Tu padre
Oviedo 18/02/01
Nota al margen:
Esta nota, escrita días después del suceso que se narra, destinada a ser remitida a Sonia María para hacerle llegar mi profunda decepción por lo que ya, en aquel momento, consideraba un caso irrecuperable en su conducta con sus padres, y que supondría un definitivo enfriamiento en nuestras relaciones, finalmente no le ha sido entregada, ni siquiera se le hizo ninguna mención sobre su existencia. Un hecho acontecido en aquellas fechas, que me rompió el corazón, hizo que le volviera a dar una nueva oportunidad, una más, aunque sin la convicción de que hechos similares no volvieran a repetirse. Ocurrió que, habiéndose declarado un incendio en el edificio en el que habitaban, tuvieron que desalojar precipitadamente su piso presentándose a altas horas de la madrugada en mi casa, con lo puesto, con dos niñas en los brazos (mis nietas), una con menos de tres años y otra con apenas cinco meses de edad. La visión de aquel cuadro, junto con las desesperadas palabras de mi hija diciendo: “papá, se ha quemado nuestra casa y lo hemos perdido todo” hicieron el milagro. La imagen de aquella familia desamparada, que aún tengo grabada en la retina, borró inmediatamente de mi mente todos los desagradables recuerdos anteriores y, con un fuerte abrazo, les hemos acogido en nuestro hogar, ofreciéndoselo como suyo, y dándoles la tranquilidad de que no lo habían perdido todo, que allí estaban sus padres y que todo se arreglaría con su ayuda. ¡Cómo no iba a hacerlo! ¡Qué ser humano podría hacer otra cosa en esas circunstancias! ¡Cómo podría yo, en aquel momento, reprocharle nada! Posteriormente, en una inspección a su piso, se pudo comprobar que los daños habían sido menores y poco después pudieron volver a instalarse en el mismo.
De no haber sucedido lo anterior, estoy seguro de que no se hubiera llegado a la alucinante situación que actualmente ha creado, reeditando, aumentada y corregida, la que protagonizó con su primer matrimonio con el musulmán. Por el camino ha habido luces y sombras, aunque siempre se ha podido mantener una aceptable convivencia. Disfrutó de ella, recibió siempre de sus padres todo el apoyo y ayuda que necesitó, que no fue poca, y, además, obtuvo muchos dones y bienes de los que, por cierto, no me arrepiento el haberle concedido. Mi conciencia está tranquila. Supongo que la suya no lo estará tanto; aunque, en su, no sé si deformada o diabólica mente, manifieste opinar todo lo contrario.
Junio de 2015