12 de Junio del 2018 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)
Reinaba Felipe V en España, el primer rey de la dinastía Borbón que, como todo lo moderno en aquella época, procedía de París, cuando, en el año 1713, bajo el lema de "limpia, fija y da esplendor" inició su periplo la Real Academia Española, a la que posteriormente se bautizó con el apodo "de la Lengua". Nació con la finalidad de sacudir el polvo al idioma y construir un diccionario completo del español que regulara de forma permanente y siguiera todos los movimientos de nuestro idioma. Qué lejos estaban en aquel tiempo los 12 primeros académicos que iniciaron la andadura de esa noble Institución que, 3 siglos más tarde, algunos sinecuras y peripatéticos personajes amancillaran el idioma que con tanto esmero fue tratado hasta entonces, desfigurando sustantivos en base a extraños sofismas con el avieso objetivo de dar un aparente mayor protagonismo al género femenino, llegando a extremos que sobrepasan el ridículo. Desde aquellos tiempos en los que la ya la casi olvidada Bibiana Aído, a la sazón Ministra de Igualdad del gobierno de Zapatero, con su característico idiolecto, acuñara aquello de "miembros y miembras" en una comisión en el Congreso, hasta nuestros días, son muchas las patadas que se han dado al diccionario con el argumento de que para que haya igualdad real entre géneros es necesario referirse a todo en masculino y femenino, como si no existiese el determinante del artículo para diferenciar el sexo, cometiendo ludibrio contra las más elementales normas gramaticales de nuestro idioma.
Como todo lo malo tiene la facultad de empeorar, el cenit en cuanto a procacidad lingüística, conocida hasta el momento, ha venido de la mano del nuevo Ejecutivo de Sánchez, en el que algunos acuñaron el extraño y malsonante nombre de "portavoza" para referirse a la nueva Ministra de educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, que, además de esta función, asumirá la portavocía del Gobierno, lo que equivale a intentar validar que la voz, cuando proviene de una fémina, se convierte en "voza", cuestión que no es ninguna zarandaja. El problema, además de estas lamentables situaciones puntuales, está en que si no se paran a tiempo tamaños desatinos, en algún momento surgirá algún colectivo masculino que, sintiéndose injustamente discriminado, exigirá igualmente no perder protagonismo en algunas denominaciones de cuño aparentemente femenino y, por tal motivo, reivindicará el derecho a desdoblar sustantivos tales como periodista, taxista, maquinista o dentista, utilizando alternativamente los de "periodisto", "taxisto", "maquinisto" o "dentisto", y así hasta un largo e interminable etcétera. En resumen, el paroxismo en términos de estulticia idiomática castellana que puede conducirnos a que nos malentendamos entre los propios hispano hablantes, y que, tristemente, podría acabar como el fenómeno de la bíblica torre de Babel que se menciona en el Génesis.
NOTA:
Artículo publicado por La Nueva España, en su edición digital: martes, 12 de junio de 2018