D - Ética. El ámbito de la filosofía práctica. Valores morales.Contraste entre el ámbito moral y otros ámbitos

ÉTICA PARA AMADOR[1]

[…] De pronto te llegaste hasta la ventana abierta y me dijiste: “Hola. ¿Qué estás maquinando?” Contesté cualquier bobada porque no era el caso de empezar a explicarte que intentaba escribir un libro de ética […]

[…] todo lo que voy a decirte en las páginas siguientes (…) consejo una y otra vez: ten confianza. No en mí, claro, ni en ningún sabio aunque sea de los de verdad, ni en alcaldes, curas ni policías. No en dioses ni diablos, ni en máquinas, ni en banderas. Ten confianza en ti mismo. En la inteligencia que te permitirá ser mejor de lo que ya eres y en el instinto de tu amor, que te abrirá a merecer la buena compañía. Ya ves que esto no es una novela de misterio, de esas que hay que leer hasta la última página para saber quién es el criminal. Tengo tanta prisa que empiezo por descubrirte en el prólogo la última lección.

Selección de “Ética para Amador”. Prólogo. Savater, Fernando.

[…] Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive, si quieres peor, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso saber estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (…) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir.

En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes.

[…] De modo que ciertas cosas que nos conviene solemos llamarlo “bueno” porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos “malo”. Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir – todos sin excepción – por la cuenta que nos trae.

(…) hay cosas buenas y malas para la salud: es necesario saber lo que debemos comer, o que el fuego a veces calienta y otras quema, así como el agua puede quitar la sed pero también ahogarnos. Sin embargo, a veces las cosas no son tan sencillas: ciertas drogas, por ejemplo, aumentan nuestro brío o producen sensaciones agradables, pero en su abuso continuado puede ser nocivo. En unos aspectos son buenas, pero en otros malas: nos convienen y a la vez no nos convienen. En el terreno de las relaciones humanas, estas ambigüedades se dan con aún con mayor frecuencia. La mentira es algo en general malo, porque destruye la confianza en la palabra – y todos necesitamos hablar para vivir en sociedad – y enemista a las personas; pero a veces parece que puede ser útil o beneficioso mentir para obtener alguna ventajilla. (…) Lo malo parece a veces resultar más o menos bueno y lo bueno tiene en ocasiones apariencias de malo. Vaya jaleo.

Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer. (…)

En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. (…)

Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este embrollo: libertad. (…)

En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos (…) De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.

Selección: “Ética para Amador”. Capítulo I: “De qué va la ética”. Savater, Fernando.

EL ÁMBITO DE LA FILOSOFÍA PRÁCTICA[2]:

1.1. LA ÉTICA COMO FILOSOFÍA MORAL

(…) la Ética entendida como aquella parte de la Filosofía que se dedica a la reflexión sobre la moral (…). Como reflexión sobre las cuestiones morales, la Ética pretende desplegar los conceptos y los argumentos que permitan comprender la dimensión moral de la persona humana en cuanto tal dimensión moral, es decir, sin reducirla a sus componentes psicológicos, sociológicos, económicos o de cualquier otro tipo (aunque, por supuesto, la Ética no ignora que tales factores condicionan de hecho el mundo moral).

(…) filosofamos para encontrar sentido a lo que somos y hacemos; y buscamos sentido para colmar nuestras ansias de libertad, dado que la falta de sentido la experimentamos como cierto tipo de esclavitud.

1.2. La Ética es indirectamente normativa:

(…) la Ética es un tipo de saber normativo, esto es, un saber orientar las acciones de los seres humanos. También la moral es un saber que ofrece orientaciones para la acción, pero mientras esta última propone acciones concretas en casos concretos, la Ética –como Filosofía moral- se remonta a la reflexión sobre las distintas morales y sobre los distintos modos de justificar racionalmente la vida moral, de modo que su manera de orientar la acción es indirecta: a lo sumo puede señalar qué concepción moral es más razonable para que, a partir de ella, podamos orientar nuestros comportamientos.

Por tanto, en principio, la Filosofía moral o Ética no tiene por qué tener una incidencia inmediata en la vida cotidiana, dado que su objetivo último es el de esclarecer reflexivamente el campo de lo moral. Pero semejante esclarecimiento sí puede servir de modo indirecto como orientación moral para quienes pretendan obrar racionalmente en el conjunto de la vida entera.

[ Por ejemplo: supongamos que alguien nos pide que elaboremos un “juicio ético” sobre el problema del paro, o sobre la guerra, o sobre el aborto, o sobre cualquier otra cuestión moral de las que están en discusión en nuestra sociedad; para empezar, tendríamos que aclarar que en realidad se nos está pidiendo un juicio moral, es decir, una opinión suficientemente meditada acerca de la bondad o malicia de las intenciones, actos, actos y consecuencias que están implicados en cada uno de esos problemas. A continuación, deberíamos aclarar que un juicio moral se hace siempre a partir de alguna concepción moral determinada, y una vez que hayamos cuál de ellas consideramos válida, podemos proceder a formular, desde ella, el juicio moral que nos reclamaban. Para hacer un juicio moral correcto acerca de los asuntos cotidianos no es preciso ser experto en Filosofía moral. Basta con tener cierta habilidad de raciocinio, conocer los principios básicos de la doctrina moral que consideramos válida, y estar informados de los pormenores del asunto en cuestión. Sin embargo, el juicio ético propiamente dicho sería el que nos condujo a aceptar como válida aquella concepción moral que nos sirvió de referencia para nuestro juicio moral anterior. Ese juicio ético estará correctamente formulado si es la conclusión de una serie de argumentos filosóficos, sólidamente construidos, que muestren buenas razones para preferir la doctrina moral escogida. En general, tal juicio ético está al alcance de los especialistas en Filosofía moral, pero a veces también puede manifestarse con cierto grado de calidad entre las personas que cultivan la afición a pensar, siempre que hayan hecho el esfuerzo de pensar los problemas “hasta el final”].

VALORES MORALES:

Los valores son las características morales en los seres humanos, tales como la humildad, la piedad y el respeto, como todo lo referente al genero humano, el concepto de valores se trató, principalmente en la antigua Grecia, como algo general y sin divisiones, pero la especialización de los estudios en general han creado diferentes tipos de valores, y han relacionado éstos con diferentes disciplinas y ciencias. Se denomina tener valores al respetar a los demás; asimismo los valores son un conjunto de pautas que la sociedad establece para las personas en las relaciones sociales. Su estudio corresponde a la Axiología, una rama de la Filosofía, y de una forma aplicada pueden ocuparse otras ciencias como la Sociología, la Economía y la Política, realizándolo de maneras muy diferenciadas.

II.3.I CONTRASTE ENTRE EL ÁMBITO MORAL Y OTROS ÁMBITOS

En los apartados anteriores hemos podido apreciar hasta qué punto la moralidad es un fenómeno tan sumamente complejo que permite ser descri­to desde distintos puntos de vista, cada uno de los cuales pone el énfasis en alguno de los rasgos propios de lo moral. Uno de esos rasgos que todos los enfoques éticos reconocen, aunque no todos le conceden el mismo valor, es lo que podemos llamar la normatividad, es decir, el hecho de que todas las concepciones morales exponen ciertos preceptos, normas y principios como obligatorios para todo el conjunto de sujetos morales. Esta dimensión prescriptiva de la moralidad se corresponde con la intención orientadora que posee toda moral concreta. Pero el hecho de que la moral se manifieste —no sólo, pero también— como un código de normas, como un conjunto de pres­cripciones, provoca en muchas personas una cierta confusión entre las nor­mas morales y otros tipos de normas (jurídicas, religiosas, sociales, técnicas, etc.) que a menudo presentan los mismos contenidos. No estará de más, por tanto, hacer unas breves consideraciones sobre las diferencias —y semejan­zas— que, a nuestro juicio, existen entre los distintos ámbitos normativos.

II.3.I. Moral y derecho

El término «derecho» admite una gran variedad de significados en cuyo análisis no podemos tratrar aquí, pero sin duda uno de tales significados es el que se refiere al derecho positivo, es decir, a ese código de nor­mas destinadas a orientar as acciones de los ciudadanos, que emana de las autoridades políticos y que cuenta con el respaldo coactivo de la fuerza física del estado para hacerlas cumplir. Las normas del derecho positivo establecen ámbito de la legalidad, esto es, el marco de mandatos, prohibicio­nes y permisos que han de regir obligatoriamente los actos de los ciudadanos en el territorio de un determinado estado, so pena de cargar con las consecuencias desagradables que el propio estado tenga previsto imponer a los infractores. Esta descripción del derecho positivo nos per­mite apreciar algunas semejanzas entre las normas jurídicas o legales y las morales:

a) El aspecto prescriptivo: en ambos casos se trata de enunciados que indican que ciertos actos son obligatorios para las personas.

b) Referencia a actos voluntarios, lo que implica responsabilidad e imputabilidad.

c) En muchos casos el contenido de ambos tipos de prescripciones es el mismo («prohibición de matar», «prohibición de robar», «obligación de auxiliar al prójimo que pide socorro», etc.), aunque esta coincidencia de contenidos no es total ni tiene por qué serlo: existen contenidos morales que no forman parte del derecho positivo, y viceversa, existen o pueden existir contenidos jurídicos que no tienen carácter moral.

Sin embargo, también es posible señalar algunas diferencias notables entre ambos tipos de normas:

a) Las normas morales connotan un tipo de obligación «interna», una auto-obligación que uno reconoce en conciencia, es decir, como contenido normativo que alguien se impone a sí mismo, con independencia de cuál sea el origen fáctico de la norma.

[Es indiferente que hayamos aprendido la norma moral en la familia, en la escuela o en la calle; también es indiferente que la norma en cuestión perte­nezca a una tradición religiosa, o a una tradición laica. Lo importante es que uno acepta la norma voluntariamente y la considera como una obligación hasta el punto de que si en adelante uno cede a la tentación de vulneraria, aparecerá un sentimiento de autorreproche o remordimiento.]

En cambio, las normas jurídicas sólo pueden imponer un tipo de obliga­ción externa, no precisan que el sujeto las acepte de buen grado para que sucumplimiento sea exigible (aunque el funcionamiento estable del esta­do aconseja que la mayor parte de las normas jurídicas se acepten voluntariamente. En rigor, una norma jurídica obliga a todo miembro de la socie­dad en tanto que ciudadano que vive bajo a jurisdicción de un estado, y que por ello está sometido al ordenamiento legal promulgado por las insti­tuciones políticas de dicho estado.

En este punto se aprecia una posible fuente de conflictos: algunos contenidos morales que alguien reconoce en conciencia pueden estar en contradicción con lo que ordena el estado en un momento determinado. De este modo puede surgir la llamada “objeción de conciencia” de la persona frente a las normas legales correspondientes.

b) Las normas morales se presentan ante la propia conciencia como “instancia última” de obligación. Esto significa que el sujeto considera a su propia conciencia como tribunal último de apelación ante el cual se tiene que dar cuenta del cumplimiento o incumplimiento de la norma moral. La propia persona (su conciencia) es a la vez quien promulga el mandato moral, el destinatario de dicho mandato y el tribunal ante el que responde.

II.3.3. Moral y normas de trato social

Las costumbres (en latín mores, antecedente. del término «moral») son una parte insoslayable de la identidad de un pueblo en cada momento de su historia, pero no todo lo que pertenece a la costumbre tiene relevancia moral en sentido estricto, Los usos y reglas que rigen para sentarse a la mesa son un buen ejemplo. La observancia de tales reglas puede ser decisiva para quien pretenda alcanzar algún grado de aceptación social, pero el quebran­tamiento de alguna de ellas no alcanza generalmente el rango de infracción moral, salvo que la intención y el contexto indiquen otra cosa. Y lo mismo podría decirse con respecto a los modos de vestir, de peinarse, de saludar, etc.: aunque, en principio, son asuntos ajenos a toda concepción moral, pue­den revestir cierta “carga moral” en determinadas circunstancias.

Naturalmente, un buen número de contenidos morales -no agredir al prójimo, respetar los bienes ajenos., etc.- suelen ser al mismo tiempo reglas del trato social, puesto que las normas morales cumplen en todas las sociedades una determinada función de control social que permite una con­vivencia más o menos pacífica y estable. Sin embargo, podemos detectar algunas diferencias entre las normas morales y las que sólo son de trato social. Por una parte, se puede considerar que las normas meramente sociales presentan un tipo de obligatoriedad externa, bajo cierta coacción psi­cológica que todo grupo ejerce sobre sus miembros, y no constituyen la ins­tancia última de referencia para el agente moral, mientras que las normas propiamente morales—insistamos en ello— nos obligan en conciencia <obli­gatoriedad interna> y funcionan como instancia última de juicio para la propia conducta.

Por otra parte, tampoco es la misma “autoridad” ante quien se responde en caso de infracción: en el caso de las normas morales es la propia conciencia el tribunal último que nos pide cuentas de nuestros actos, mientras que las infracciones a las reglas de trato social son juzgadas por la sociedad que circunda al infractor (compañeros, vecinos, parientes y, en general, quienes conozcan el caso).

Ética paraAmador. Savater, F. (selección).

Ética. Cortina, A. Martínez, E. (selección).