6. Nietzsche

La razón en la filosofía. El Crepúsculo de los Ídolos

Para los alumnos con más curiosidad sobre la filosofía de Nietzsche tenéis un archivo en PDF con un breve análisis de la "Genealogía de la moral", obra del último período, filosofar con el martillo . También he subido la presentación y el vocabulario.

1. CONTEXTO HISTÓRICO, CULTURAL Y FILOSÓFICO

La vida y el pensamiento de Nietzsche se desarrollan en la segunda mitad del siglo XIX, en el que se fraguan todas las características que definen nuestro tiempo presente. Es el siglo de las revoluciones obreras, con el surgimiento de los movimientos internacionalistas de los trabajadores, el del socialismo, el anarquismo y la contrarrevolución conservadora que pretende restar protagonismo a las masas. La lucha entre los viejos valores de la antigua aristocracia y los nuevos de las masas desheredadas va a generar una polarización del pensamiento. Así, desde el punto de vista político nos encontramos con dos ideologías que representan los intereses de las clases sociales enfrentadas: por un lado, el liberalismo de A. Smith, que defendía la libertad política y económica de la burguesía, y por otro lado, y como consecuencia del balance negativo del liberalismo burgués para el proletariado, el anarquismo y el socialismo, que tienen su origen en K. Marx. Nietzsche no compartía ninguna de estas ideologías, ya que garantizaban un final feliz para la humanidad, bien sea por la asociación del orden burgués con el desarrollo científico técnico, o bien por la implantación de la sociedad comunista. Merece comentario el rechazo de Nietzsche al marxismo y a todo lo relacionado con la lucha obrera. Coincide con Marx en aspectos como la visión materialista del mundo o la denuncia de los elementos alienantes de la sociedad capitalista (muy especialmente la religión). Sin embargo, pesa mucho más en Nietzsche su animadversión a cualquier teoría que elimine la capacidad creadora del individuo en aras de otras instancias superiores y absolutas como la igualdad, el Estado o el Partido Comunista.

Esta época se caracteriza por la consolidación de la burguesía en el plano económico y político. El período revolucionario, iniciado con la revolución francesa, se extiende a lo largo de la primera mitad del siglo XIX y permite a la burguesía construir una Europa a su imagen. Las conquistas burguesas

se fundamentan en su enriquecimiento provocado por la Revolución Industrial, lo que provocará el enfrentamiento del proletariado. La necesidad de materias primas y nuevos mercados tendrá como consecuencia la colonización de Asia y África y convertirá a las naciones europeas en grandes imperios, imponiendo los ideales burgueses a los que Nietzsche criticará.

Si hubiera que buscar un portavoz del fin de siglo, sin duda sería Nietzsche el que mejor podría asumir este papel. Desde el mundo de la cultura existe una aparente ruptura con todo el orden establecido. La música, la pintura y la poesía provocan a una burguesía decadente y aburrida. Sin embargo, estos artistas no dejan de demostrar un claro talante aristocrático y elitista. Es el modelo del bohemio, alguien que renuncia a vivir conforme a los valores de la sociedad dominante, que se considera más allá del bien y del mal y que busca experiencias nuevas, ya sea en el alcohol, las drogas, las relaciones sexuales, etc. Y siempre con el afán de provocar, de que su propia vida sea una obra de arte, como bien afirma uno de sus representantes más genuinos: Oscar Wilde. Para Nietzsche toda la cultura, excepto la música de Wagner en su primer período, es expresión de la decadencia. El simbolismo de la poesía de Rimbaud o Verlaine manifiesta esa visión de desesperanza y desilusión a las que nuestro autor aludirá con el nihilismo. Este ambiente cultural queda plasmado en los dibujos y cuadros de Degas o de Toulouse Lautrec, que dejan vislumbrar un cierto fondo de amargura provocado por la falta de ideales y de esperanza en un futuro mejor. En esta época comienza el impresionismo pictórico que, apoyándose en los importantes descubrimientos de la física en el campo de la luz, rompe con la tradición anterior. La música de Wagner había alcanzado la apoteosis con su concepción del drama musical como unión de todas las artes. Nuestro autor mantuvo una profunda admiración y amistad hacia este músico para más tarde distanciarse de él, al considerar que su música había dejado de ser la flauta de la vida, de Dionisos, para convertirse en un fenómeno más de la decadencia universal.

CONTEXTO FILOSÓFICO.

Los antecedentes intelectuales directos de Nietzsche hay que buscarlos en la revolución teórica producida en el siglo XVIII, como consecuencia de la acumulación de antidogmatismo, anticlericalismo y racionalismo, que en el plano moral y político se manifestaba como la eliminación de la tradición feudal y la recuperación de la Razón como fundamento de los principios éticos y políticos y en el religioso como el intento de acabar con el teocratismo político y el oscurantismo. Nietzsche comprendió el sentido de reforma histórica que produjo la Ilustración, sin embargo, mantuvo en todo momento sentimientos ambivalentes. Es verdad que desde el principio Nietzsche la asume teniendo en cuenta las notas que Kant considera características del espíritu y la actitud ilustradas. La falta de la misma es causa de la ignorancia, de falta de pulcritud, de la superstición, de la dominación del clero; pero también descubrimos razones para establecer diferencias sustanciales por lo que se refiere a la fe en el progreso y por su denuncia sistemática de lo que él entiende bajo la denominación general de “ideas modernas”: el democratismo, el igualitarismo, la uniformidad y nivelación, la reducción o ignorancia de las diferencias, que no son más que consecuencias del último gran acontecimiento político: la Revolución francesa. En este sentido podemos considerar que Nietzsche es heredero de la Ilustración pero a la vez es el intento más fuerte llevado a cabo por superarla. Calificativos como los de “ilustrado” o, más aún, “positivista”, que se suele adjudicar al pensamiento expresado en el periodo intermedio, deberían, por tanto, ser convenientemente matizados.

La primera gran fuente de la filosofía nietzscheana la constituye la relectura del pensamiento griego, y en especial de los autores trágicos. Esta lectura está guiada por la contraposición entre el ideal apolíneo, que representa la racionalidad normativa, y el ideal dionisíaco, que supone la perturbación de esa realidad por un impulso para alterar sus fundamentos, basado en el deseo de retorno a lo originario y de lo que procede todo ordenamiento racional.

Schopenhauer es el filósofo que más influye en Nietzsche, sobre todo en su primera época, en la que lo admiró profundamente. Para Schopenhauer, autor de El mundo como voluntad y representación, las cosas no son más que representaciones aparentes e ilusorias de una voluntad infinita y ciega. Esta representación es fruto de la organización de las categorías del entendimiento a partir de los materiales que nos proporciona las percepciones. El ser humano es la individualización consciente de esa fuerza ciega. Su voluntad es siempre deseo insatisfecho. Por eso propone, inspirado por el budismo, liberarse a través de la disolución del yo individual en la voluntad universal. Esta liberación se realiza a través del arte y la moral. Nietzsche reaccionó contra el pesimismo y el espíritu de renuncia que domina la filosofía de Schopenhauer, incompatibles con su vitalismo dionisíaco, pero su concepto de voluntad de poder sin duda se inspiró en la filosofía de este autor. La influencia de Schopenhauer en el pensamiento nietzscheano se podría resumir en:

+ La inteligencia no es más que una herramienta manejada por los instintos.

+ El papel predominante concedido al arte, sobre todo a la música como apaciguador momentáneo de la voluntad.

+ Radical desconfianza en la historia y en la visión ilustrada de progreso histórico.

Nietzsche también recibe una importante influencia del pensamiento evolucionista de Darwin, en especial de sus nociones de lucha por la vida, y de selección natural de las especies. En definitiva, trata de redescubrir el componente biológico del ser humano y su parentesco con el resto de las especies vivas. Este pensamiento lleva a Nietzsche a ofrecer una visión completamente diferente de la historia de la humanidad.

En general, el siglo XIX significa en lo filosófico el fin de los grandes sistemas y el surgimiento de una pluralidad de movimientos filosóficos de muy distinto signo que rechazan la concepción sistemática y especulativa de la filosofía. Las ideas dominantes en la segunda mitad del siglo giran en torno al positivismo y Comte es su representante más destacado. Se trata de un empirismo radical que hace de la ciencia la única forma válida de conocimiento. En las últimas décadas del siglo se produce una intensa reacción contra el positivismo como el historicismo de Dilthey o el vitalismo del mismo Nietzsche, que pretenden comprender la realidad más allá de experimentos científicos. Las causas son varias: la crisis de las propias ciencias positivas, la toma de conciencia de que hay problemas individuales y sociales que no son resolubles por la investigación científica, el uso ideológico de proposiciones que sólo son científicas en apariencia, etc. La ciencia se basa en presupuestos extracientíficos y ha sacralizado al mundo matemático, muy distinto del caótico mundo real. La realidad no es objetiva sino un conjunto de interpretaciones.

La crítica contra la tradición occidental comienza con la eliminación de todo lenguaje sistemático en tanto que discurso ordenado de ideas propias de la filosofía occidental. “el ansia de sistema constituye una falta de honradez” (Crepúsculo de los ídolos). Es por ello que recurra al lenguaje poético y a los aforismos, de ahí la influencia de Goethe al que consideraba como el auténtico pagano de la Ilustración que comprendió el mundo más en su expresión artística que en la especulación racional.

Podemos señalar cuatro etapas en su obra:

1.- Estética o romántica: con clara influencia de Schopenhauer y Wagner, y de inspiración heraclitiana. La obra fundamental de esta etapa es El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1871). Durante este período Nietzsche considera el arte como el medio más adecuado para penetrar en la realidad y captar el fondo oculto de la existencia (lo dionisíaco, contrapuesto a la luminosidad de lo apolíneo). Dionisos (el dios de la noche) y el artista (el poeta trágico) serán para él en este período los representantes de la actitud auténtica ante la vida. Desarrolla, por tanto, un tema sobre el que volverá continuamente: la contraposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco, dando siempre prioridad a lo segundo. Sócrates le parece ya el gran enemigo.

2.- Intermedio: En este período fundamental de su filosofía se aparta de la influencia de Wagner y Schopen­hauer, despertando del sueño romántico. Si en el período anterior consideraba que la religión (en el sentido griego), la metafísica y el arte, eran superiores a la ciencia como medios para llegar al fondo del mundo, ahora condena a la metafísica, la religión, al arte, mientras que la ciencia pasa a ser el modo de acceso a la realidad profunda, una ciencia que se pregunta por el origen y la historia de los llamados sentimientos morales, una química de los conceptos y sentimientos, interpretando, de esta manera, la genealogía del ideal desde su contrario; el derecho tiene su origen en el provecho común; la verdad en el instinto de falsificación, de engaño; la santidad en un trasfondo muy poco santo de instintos y de rencores. Lo llamado sobrehumano es, en verdad, sólo una ilusión demasiado humana. Nietzsche emplea como método el análisis, entendido como disección, y también la historia, puesto que concibe al hombre como un resultado de procesos históri­cos.

Nietzsche intentará demostrar que la metafísica, la religión, el arte y la moral tienen su origen en instintos y tendencias del hombre que casi siempre están ocultos, y esto es lo que pretende desenmascarar. El esquema del desenmascaramiento es el siguiente: el hombre ha colocado sobre su vida pesos inmensos, se ha hecho escla­vo. La religión, metafísica y moral, son formas de esta esclavitud, y al descubrir el trasfondo humano, demasiado humano, de todo lo ideal o sobrenatural, se puede conseguir una reconversión del hombre, un cambio de su actitud fundamental. El hombre ya no buscará los fines fuera, sino dentro de sí mismo. La vida deja de estar sujeta a los preceptos morales, metafísicos o religiosos, y así se hace libre. Lo infinito ya no está por encima del hombre (como Dios, ley moral o cosa en sí) sino que se descubre dentro del hombre mismo.

Nietzsche inicia la crítica a toda la tradición occidental y sus distintas manifestaciones en obras como Humano, demasiado humano (1875-78), Aurora (1881), La gaya ciencia (1882).

3.- El mensaje de Zaratustra: considerado el periodo fundamental de su obra, ya que en él se desarrollan sus ideas más originales. Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie (1883-1885), utiliza como recurso fundamental la metáfora. No utiliza conceptos especulativos en la exposición de sus ideas, sino imágenes, por lo que la obra puede situarse a mitad de camino entre la filosofía y la poesía. Se trata de un conjunto de discursos simbólicos unidos por una fábula, y cada parte contiene una idea central, aunque la fundamental es la tercera en la que se presenta la idea del eterno retorno. La fábula que sirve de argumen­to es la siguiente: Zaratustra se retira a la montaña al cumplir los 30 años, y allí vive sólo con la compañía de dos animales: el águila que simboliza el orgullo, y la serpiente, que simboliza la inteligencia. Alcanza allí su sabiduría y decide bajar a predicarla a los hombres. A lo largo de su predicación, que sufre diversas vicisitudes, Zaratustra va exponiendo sus ideas fundamentales. En el prólogo describe al superhombre y al último hombre; la primera parte trata de la muerte de Dios, la segunda de la voluntad de poder; y la tercera del eterno retorno. Nietzsche está ahora en la cima de su pensamiento (el "mediodía", el instante de la sombra más corta, el final del error más largo).

4.- La filosofía del martillo: Las obras que siguieron a "Así habló Zaratustra" son las más críticas del pensamiento de Nietzsche. En ellas lleva a cabo lo que se llama la "filosofía del martillo". Ataca duramente a la filoso­fía, la religión y la moral tradicionales, pues considera necesaria la destrucción de estas para abrir caminos al proyecto creador de la existencia. Tiene que destruir al hombre tal como es, para que pueda venir el Superhombre, que es el ser que conoce y asimila la muerte de Dios, la voluntad de poder y el eterno retorno. El método que emplea en esta crítica es el desenmascaramiento psicológico, ya iniciado en el período intermedio o ilustrado, para descubrir lo que se oculta tras los valores más aceptados de la cultura occidental. La transmutación de los valores supone una inversión del sistema de valores dominantes, para mostrar que detrás de ellos se encuentra la vida, el juego de la vida, la vida como voluntad de poder que gira en eterno retorno en el círculo del tiempo. Por otra parte, los sistemas de valores pueden ser, atendiendo al contenido, conformes a la esencia de la vida o contrarios a esta; estos últimos serían las morales de la decadencia de la vida. La vida es por tanto el funda­mento último de todos los valores.

Es un período más violento y apasionado. Zaratustra desciende de la altura a una civilización que está en su ocaso, minada por el nihilismo. Algunas obras de este período son Más allá del bien y del mal, preludio de una filosofía del futuro (1886), La genealogía de la moral (1887). El crepúsculo de los ídolos, El anticristo y Ecce homo (1889).

2. JUSTIFICACIÓN DESDE LA POSICIÓN FILOSÓFICA DEL AUTOR.

La actitud de Nietzsche es crítica y demoledora de los viejos cimientos de la cultura tradicional europea, en particular la importancia dada a la razón especulativa. El origen de esta deformación fue Sócrates, sistematizado luego en el idealismo platónico, el cristianismo medieval, el Racionalismo e Ilustración, y definitivamente Absolutizado por Hegel. Los enemigos de Nietzsche serán, por tanto, todos los filósofos que proclamaron las excelencias de la razón. Toda la cultura occidental es decadente, ha sido un nihilismo, una negación de los valores vitales. Este nihilismo es consecuencia de una “tela de araña” tejida desde cuatro frentes: la metafísica, la religión, la moral y la ciencia positiva.

Comenzaremos con la crítica a la metafísica, objeto fundamental del capítulo propuesto para comentario, «La razón en la filosofía», del libro Crepúsculo de los ídolos, aunque como hemos visto antes, la crítica a la cultura y sus principales manifestaciones aparece ya en las obras del período intermedio como Humano, demasiado humano donde Nietzsche define la metafísica como la ciencia que trata de los errores fundamentales del hombre, pero lo hace como si estos fueran las verdades fundamentales. La metafísica es una inmensa ficción o sueño que el hombre se inventa; una mentira vital con la que se auxilia para escapar de la caducidad y poder dar a su existencia un significado infinito. Los metafísicos son veladores y oscurecedores del mundo. Todos se inquietan cuando comienzan a sospechar que hay algo de acertado en aquella tesis según la cual “toda la filosofía está a partir de ahora a merced de la historia”. La situación del metafísico respecto al texto de la naturaleza es como la del intérprete que da del pasaje de un autor una explicación más profunda que la que éste encerraba, de manera que, en realidad, no ha explicado, sino oscurecido, al autor. Lo que provoca la metafísica en general es la corrupción del texto.

La tarea que se propone Nietzsche es la de desenmascarar todo idealismo, de manera que la idea fundamental podría resumirse así: la metafísica habida hasta ahora ve como “existente” lo que en verdad sólo es una ilusión y una ficción, y rechaza como “no existente” lo que en verdad es el único ser real y efectivo, "lo que en la filosofía tradicional se ha considerado como ser frente al devenir, no es; sólo el devenir es. No hay ningún mundo de ideas eternas, sólo existe el mundo espacio-temporal en el que no hay nada estable".

La metafísica es el mundo al revés, pues habría que partir, no de conceptos, sino de intuiciones de lo sensible, real y cambiante. Rechaza la contraposición entre mundo verdadero y mundo aparente, pues considera que es una duplicación errónea de lo existente. El único mundo es nuestro mundo terrenal espacio­-temporal, experimentable por los sentidos. La eliminación de la diferencia entre lo auténtico y lo inauténtico, entre mundo verdadero y mundo aparente, es para Nietzs­che el punto culminante de la humanidad, el mediodía. Con esta metáfora quiere significar "el instante de la sombra más corta, final del error más largo". El error más largo de la humanidad es la creencia en dos mundos. Los conceptos básicos de la metafísica (yo, unidad, permanencia, sustancia...), las momias conceptuales, nos presentan una idea del mundo totalmente inadecuada, ya que se considera un cosmos y no un caos, además de afirmar la racionalidad de lo real.

En la aparición de la metafísica encontramos dos elementos básicos:

su origen psicológico para salvaguardarnos del miedo y el temor a la inseguridad que nos produce este mundo en continuo devenir, cambio y muerte, y la influencia de la gramática, al mostrarnos el lenguaje una visión errónea de la realidad al utilizar oraciones con el verbo ser, o estructuras gramaticales como sujeto-predicado, que favorecen una interpretación sustancialista de la realidad (se desarrollará en el comentario). Los filósofos han considerado siempre que la realidad puede representarse con conceptos, que reflejarían la estructura de dicha realidad, y que las relaciones entre los conceptos son capaces de representar las relaciones entre las cosas. Para ello aspiró a la definición precisa de cada término y a su aplicación unívoca y no metafórica. Pero para Nietzsche la metáfora es mejor método de captar la realidad que el concepto riguroso y el arte es un medio más adecuado de expresar el mundo que la filosofía. La metáfora implica desigualdad entre objetos, no presenta significados cerrados y deja que el receptor complete el significado a partir de su experiencia en el mundo.

Nietzsche arremete finalmente contra el concepto de verdad. Su pensamiento puede considerarse un fenomenismo (el fenómeno o la apariencia es todo lo que hay). No admite «verdades en sí», que sería algo tan absurdo como un «sentido en sí». Una verdad es tal por su valor pragmático (pragmatismo). La "voluntad de verdad" no es sino "voluntad de poder". Sólo es verdad lo que aumenta el poder, lo que sirve a la vida. Y frente al dogmatismo metafísico, Nietzsche defiende un perspectivismo: «no hay hechos, sino interpretaciones»; «no hay cosas en sí, sino perspectivas». La pregunta: « ¿Qué es esto?» significa en realidad: «¿Qué es esto para mí»? Y la perspectiva es ya una valoración, hecha por la voluntad de poder.

Nietzsche reivindica la ambivalencia del sentido, la ambivalencia simbólica, como la dimensión expresiva propia de la vida, de lo real mismo. El perspectivismo significa que lo real tiene, no sólo múltiples posibilidades de expresión e interpretación, sino incluso posibilidades de sentido aparentemente opuestas o mutuamente excluyentes. El perspectivismo viene a desmontar la antítesis entre verdad y falsedad, que constituye la oposición conceptual de fondo de la metafísica, demostrando que, en las distintas circunstancias, en los distintos aconteceres, la verdad y la falsedad se entremezclan de manera inextricable.

La interpretación metafísica de la verdad se basa en la ecuación platónica “Verdad=Ser=Bien”. La Verdad con mayúsculas es el descubrimiento del verdadero Ser, de aquel ser dotado en grado máximo de unidad y permanencia (inmutabilidad), ser inteligible que constituye la verdadera esencia de las cosas y su fundamento. Ahora bien, esta Verdad es el Bien supremo, identidad que Nietzsche interpreta según la ecuación socrática entre felicidad, virtud y conocimiento. El conocimiento metafísico es la virtud auténtica porque es la única capaz de proporcionar la auténtica felicidad. Pero esta ecuación socrática le parece extravagante y contraria a la vida, pues para él la felicidad es equivalente a instinto, en una vida de plenitud ascendente.

La ambivalencia simbólica es especialmente importante en el ámbito de los valores para liberar al pensamiento de las representaciones morales. El presupuesto básico de la moral es la antítesis entre el Bien y el Mal, pero a través de sus análisis de los móviles y psicología humana, Nietzsche intenta mostrar que no hay nada que sea bueno o sea malo en su integridad, sino que la naturaleza propia de lo real es la ambivalencia de sentido, según las circunstancias, los individuos y los sucesos. El dogmatismo moral proviene precisamente por olvidar que los valores dependen de nosotros, pero también por su carácter de universalidad, ya que para la moral tradicional las leyes morales valen para todos los hombres. Pero Nietzsche niega este rasgo, ya que los valores se crean, cambian y son distintos Este planteamiento no tiene nada que ver con un relativismo abstracto, para el cual todo es aceptable porque todo es indiferente. Aunque no existan ni el Bien ni el Mal substanciales, no por ello vale cualquier cosa.

Toda la moral tradicional es antivital, ya que sus valores son contrarios a la vida y se fundamentan en el resentimiento contra los instintos y cualquier forma de vida superior. Con ella aparece el ideal ascético, de resignación y renuncia a la misma vida. Estos valores son los de la moral de esclavos, que ha resultado ser la vencedora desde el cristianismo, con el que prospera la moral de los débiles, invirtiéndose el código moral aristocrático, ya que en su origen lo “bueno” era lo noble, lo fuerte, pero con Platón y el cristianismo se fue transformando en todo lo contrario. Frente a esto Nietzsche propone la afirmación de la vida en su totalidad y la moral de señores, la única que permite el triunfo del código moral del superhombre al producirse la transmutación de los valores, momento necesario para el final de la moral tradicional y recuperar de nuevo la moral aristocrática.

También la religión cristiana lleva hasta el final el desprecio por la vida al no tratarse de una experiencia verdadera. La metafísica cristiana, movida por la incapacidad vital para aceptar todas las dimensiones de la existencia, busca con afán encontrar un consuelo fuera de este mundo. Nietzsche considera que el cristianismo ha realizado una inversión de los valores religiosos de Grecia y Roma; no es más que una rebelión de los esclavos contra sus señores, una neurosis religiosa, una enfer­medad de la vida, un predominio de los valores plebeyos. Considera a la religión cristiana como el enemigo mortal del tipo superior de hombre; el cristianismo es la manifestación más fuerte que se ha dado en la historia universal del extravío de los instintos, y consiste en el invento de un trasmundo ideal y en una desvaloriza­ción del mundo terreno. El cristianismo es una forma de "platonismo para el pueblo", una forma vulgar de metafísica, al traducir la filosofía platónica en términos comprensibles para todo el mundo.

El objetivo de Nietzsche es poner en cuestión y demoler la “visión moral del mundo” y el motivo de ello es que la moral bloquea y ahoga la vida. Pero esa visión moral del mundo es precisamente la metafísica en todas sus formas, desde Platón. Por eso, la crítica a la metafísica es el instrumento más efectivo para neutralizar el pensamiento moral. Si ponemos en cuestión las convicciones metafísicas de fondo, a la moral le faltarán los instrumentos teóricos para su expansión y supervivencia.

En esta línea son fundamentales dos capítulos del Crepúsculo de los ídolos: “El problema de Sócrates”, en el que se realiza una crítica de este pensador, y “La razón en filosofía”. Con Sócrates, según la semblanza que de él hace Nietzsche, la racionalidad suplanta a la seguridad de los instintos, iniciándose así la decadencia griega. Tras la crítica a Sócrates inicia el ataque global a la metafísica, a la que califica de Egipticismo, con lo que quiere decir que Platón fue seducido en Egipto por los sacerdotes, haciéndose extraño a la auténtica esencia helenística. Esta crítica a Platón como iniciador de una interpreta­ción moral del ser (Bien=Ser), es sobre todo una crítica a un pensamiento que sustituye a la interpretación que los presocrá­ticos hacían del mundo, y que para Nietzsche estaba más próxima a la verdad.

3. COMENTARIO; “EL CREPÚSCULO DE LOS ÍDOLOS”

El “Crepúsculo de los ídolos” también traducido como “El ocaso de los ídolos” es subtitulado por N. “Como se filosofa a martillazos”. Escrita en 1888, su última etapa de lucidez, la más prolífica y fecunda, es casi el ocaso consciente del propio autor, recordemos que meses más tarde, después de una crisis en la que pierde la conciencia, ya apenas volverá a hablar, hasta su muerte, en 1900. La crítica a la tradición occidental nietzscheana es demoledora, y se dirige a todos los campos: la ciencia positiva, las religiones judaica y cristiana, la moral socrática y la filosofía tradicional.

Lo que el título refiere como ídolos es simplemente lo que hasta ahora ha sido llamado verdad. Ocaso de los ídolos quiere decir: fin de la vieja verdad. La vieja verdad es la metafísica socrático-platónica, aunque perviva en su modo cartesiano o kantiano, y la de ontología occidental, que encorseta el devenir en conceptos universales sobre el ser parapetados tras la aparente objetividad de un lenguaje que sólo oculta el miedo a vivir y la falta de arrojo para padecer esta vida.

El capítulo “La razón en la filosofía” del Crepúsculo de los ídolos tiene un carácter fundamental como crítica de la metafísica y del nihilismo que históricamente le ha acompañado y constituye el verdadero centro de la obra. Su tesis fundamental es una crítica al platonismo, ya que se trata de mostrar para qué ha servido. Desde que leemos las primeras líneas de este texto, observamos como el autor va a describir las características propias y distintivas (idiosincrasia) que definen a los filósofos y con esta expresión Nietzsche pretende descalificarlos por no haber tenido se

nsibilidad para reconocer el carácter temporal de la realidad, es decir, no ser capaces de percibir una realidad que cambia de forma continua. La falta de sentido histórico y el odio a la noción del devenir son síntomas repetidos durante siglos, ya que arranca con Parménides y llega hasta el siglo XIX con el positivismo.

Resumen de las ideas principales.

àHistoria de un error.

Sus famosas cuatro tesis sobre el papel de la razón en la filosofía:

  1. No tenemos más realidad que la que nos parece y no las abstracciones universales.

  2. “Ser verdadero”: signos del no-ser, de la nada, en contradicción con el mundo real.

  3. “Otro” mundo distinto de éste no tiene sentido, sería calumnia y empequeñecimiento de la vida.

  4. Distinguir mundo “verdadero” y mundo “aparente” es síntoma de vida decadente. En cambio, la “apariencia” para el artista es una realidad seleccionada, reforzada, corregida …

à Crítica genealógica de la metafísica

1.- La característica de la crítica de Nietzsche a la metafísica es que adopta una perspectiva GENEALÓGICA: origen etimológico, historia y psicología

Nietzsche. ya no confía en poder reconstruir un orden racional en el que la metafísica pueda desempeñar aún algún cometido, como intento Kant o incluso Marx.

La crítica genealógica pretende “derribar los ídolos” sobre los que se asienta el “instinto metafísico”. Intentará descubrir la relación entre metafísica y las vivencias más básicas de los seres humanos, aquellos sentimientos y experiencias que impulsaron, y aún impulsan hacia ese tipo de pensamiento que llamamos metafísica.

2.- Rechazo de todo DUALISMO. El miedo de la crítica de N. es su rechazo de todo dualismo. Desde la antigüedad griega, toda la historia de la metafísica ha estado presidida por algún tipo de dualismo: esencia/apariencia, sensible/racional, sustancia/accidentes, etc. Esto significa que, especialmente desde Platón, el pensamiento metafísico ha ideado otro mundo, distinto a este, el único que poseemos; y además, asegura reiteradamente que ese es el mundo verdadero.

2.1.- Ese otro mundo dice Nietzsche no es más que una invención recelosa, producto de la inseguridad y del miedo a la vida. Lo que el ser humano busca en ese otro mundo es la seguridad de lo verdadero y lo fijo, de lo estable y definitivo, frente a la inseguridad y del azar del devenir incesante, del cambio y la ebullición permanente que son características de la vida. Así rechazando esta permanente transformación se genera la ficción de otro mundo del “ser”, de la “verdad” y del “bien”. Inventar un “mundo verdadero” opuesto a un “mundo aparente” ha sido, sin duda, el mayor error de la metafísica y aún de la cultura occidental.

2.2.- Los principales conceptos metafísicos, los pilares sobre los que se instauró ese “trasmundo” metafísico, son para Nietzsche engaños gramaticales o lingüísticos cuyo trasfondo último es la razón.

Si acudimos a la genealogía del lenguaje descubrimos que los conceptos son el resultado de la unificación, simplificación y regulación a que está sometida la realidad por parte de la razón: ¿a cuántos individuos distintos, en situaciones diferentes, podemos aplicar el concepto “hoja”?, ¿qué queda de la “cosa hoja” en su concepto? Según Nietzsche los conceptos no son más que residuos de metáforas, o también metáforas olvidadas que han perdido su fuerza sensible: como monedas gastadas que han perdido su valor y ya sólo cuentan por el metal con el que están hechas. Por eso, el pensamiento conceptual, los mismos conceptos son opuestos a la vida.

La genealogía del lenguaje nos ha conducido hasta un instinto humano básico, consistente en construir metáforas que no han de terminar siempre en conceptos. Una posibilidad que inaugura Nietzsche sería un rejuvenecimiento de las metáforas

El Crepúsculo de los Ídolos. (Trad. A. Sánchez Pascual). Ed. Alianza. Madrid. 1979, pp.45-50.

1 A partir de la filosofía platónica se ha consolidado la tendencia a percibir la realidad desde la perspectiva de la universalidad y la eternidad. Los filósofos han creído otorgar un honor a la realidad considerándola desde la perspectiva de lo intemporal, “sub specie aeterni”. Así, lo aparente, lo cambiante y lo que deviene quedan condenados a no tener valor. Sólo se reconoce como valioso lo que no cambia, lo permanente y lo idéntico a sí mismo. Mediante los conceptos (“momias conceptuales”), los filósofos convierten la realidad, que es puro devenir, en algo estático, irreal, sin vida, pero con apariencia de realidad y verdad. El cambio incesante propio de las cosas (devenir) es rechazado como algo irreal. Todas las características de la realidad sensible son para ellos características del no-ser (“la muerte, la vejez, el cambio…”). El “verdadero” ser es todo lo contrario: único, eterno e inmutable.

La razón en la filosofía

1 ¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?... Por ejemplo, su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni [desde la perspectiva de lo eterno], cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos, cuando adoran, ‑ se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos objeciones, ‑ incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es... Ahora bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Más como no pueden apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. "Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador? ‑ "Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de la mentira, ‑ la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es "pueblo". ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono‑teísmo con una mímica de sepulturero! ‑ ¡Y, sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable idée fixe [idea fija] de los sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real! ...

Desde la teoría de Parménides se había consolidado el concepto del “ser” en la ontología tradicional. Nietzsche denuncia el egipticismo, el haber considerado la realidad desde una perspectiva falsa, la de la eternidad, y la negación del movimiento y del tiempo. Usa esta imagen metafórica porque la representación humana en la escultura y pintura egipcia se caracteriza por el hieratismo, falta de expresividad y movimiento para acentuar la solemnidad de la imagen. Con este recurso se pretendía plasmar la eternidad e inmortalidad del alma del difunto.

Es gráfica la tesis que nos propone la filosofía: “lo que es no deviene; lo que deviene no es”, consagrando al “ser” como la unidad, lo intemporal, la identidad. La contraposición eleática entre el “ser” y el devenir constituyó el fundamento de la ontología tradicional y de la concepción platónica de la realidad. Y así, el ser queda petrificado y desprovisto de todo tipo de dinamismo. La negación del devenir corre paralela con la negación de la vida.

Al considerar que la realidad verdadera no está sometida al cambio, los filósofos determinan que los sentidos nos engañan. El desarrollo de la exposición es lógico: los filósofos han decidido que el ser es estático, pero la realidad le muestra todo lo contrario; el cambio. ¿Cómo es posible esa contradicción? Los filósofos responden que los sentidos, que nos muestran el devenir, no son fiables, que nos engañan. Pero los sentidos no sólo son fuente de engaño sino también de inmoralidad, ya que, tradicionalmente, los filósofos han asociado lo corpóreo y lo sensual, la pasión y el deseo, con el mal. El odio al devenir y a los sentidos se materializa, por tanto, en el odio al cuerpo, a lo corporal; “fuera al cuerpo”. A pesar de esto, las necesidades corporales nos siguen apremiando, siguen haciéndose absolutamente patentes; el cuerpo “es lo bastante insolente como para comportarse como si fuera real”. Ni la ontología ni la moral dominante en la sociedad son capaces de liberarnos definitivamente del cuerpo.

Mediante el término “pueblo”, Nietzsche pretende diferenciar entre el conocimiento producido por los sentidos, que permite vincularnos al mundo de la vida y, por tanto, lo real para Nietzsche, frente al conocimiento racional de los filósofos, desligado del mundo tal y como es. El filósofo entierra así lo real (“mímica de sepulturero”) y convierte lo que su razón inventa (mera idea) en la auténtica realidad. Así, lo auténticamente real está representado por lo máximamente irreal y abstracto: Dios (“representar el monótono-teísmo”) ya que aparece como la síntesis suprema de lo único, eterno e inmutable, el ser estático absoluto.

2. Al único filósofo al que Nietzsche considera exento del error de los filósofos tradicionales es a Heráclito, que afirmaba que la realidad es puro devenir, a pesar de que los sentidos nos muestran cierta unidad y duración en las cosas. Por ejemplo, no vemos cómo una piedra se erosiona, a pesar de que tal proceso es constante. Por eso, también concluía que los sentidos nos engañan, aunque no lo hagan como decían los filósofos. El error tradicional, sin embargo, no proviene de los sentidos, que nos muestran el verdadero ser de las cosas, que es puro devenir, sino de la razón; de la interpretación que la razón hace del testimonio de los sentidos, al calificar este testimonio de engaño o ilusión, e inventar el “mundo verdadero”. El juego de Nietzsche con la terminología platónica es evidente y continuo: repite la dualidad sentidos-razón y “mundo aparente”-“mundo verdadero”, pero lo hace para afirmar exactamente lo contrario ya que lo que hasta ahora se ha juzgado de aparente es lo real, y lo real es pura invención.

En los supuestos nietzscheanos hay que recuperar la mirada inocente, ajena a los presupuestos metafísicos. La mentira introducida por la razón es la mentira de la metafísica, la de la unidad, la coseidad, la sustancia, la identidad y la duración. En todos estos casos los atributos del ser son el sustrato permanente y excluyen la posibilidad del devenir. Nietzsche, sin embargo, recoge la enseñanza de Heráclito de que el ser es una mera ilusión, la unidad del ser es el engaño, ya que la realidad está cambiando de una forma continúa. Este mundo en el que vivimos es el único mundo que existe, mientras que el mundo creado por la razón tiene todos los atributos de un mundo vacío y engañoso. El mundo de las ideas es el engaño de la razón.

3. No logra comprender cómo es posible que la gran mayoría de los filósofos se hayan confabulado para despreciar el conocimiento sensible. A los sentidos les debemos una buena parte de nuestra adaptación a la realidad. El conocimiento y la ciencia dependen de forma directa de la configuración del conocimiento de los sentidos y las disciplinas que no se apoyan en la experiencia, en lo empírico, no son ciencias porque hablan de entidades no sensibles y, por tanto, no reales (psicología, metafísica y teoría del conocimiento. Se incluiría aquí también las ciencias formales, lógicas y matemática por ser un conocimiento cuyo fundamento último no es la realidad sensible. Es grande la ironía de Nietzsche al afirmar su admiración por la nariz y escandalizarse porque ningún filósofo haya hecho nunca una alabanza con veneración y gratitud sobre las cualidades maravillosas del olfato, capaz de una gama tan amplia como fiable de matices sutiles.

4. La unión de la metafísica platónica y la teología cristiana ha constituido el sentido del mundo en la cultura occidental. La mentira fundamental se ha fundado en la invención de un mundo falso e ilusorio, pero también en la confusión de lo primero con lo último, la segunda idiosincrasia de los filósofos, que no sólo han inventado una realidad, sino que la han colocado en el lugar más elevado (transmutación ontológica). Esa primera realidad se forma mediante los “conceptos supremos” que, por ser los más generales, son los más vacíos y, por tanto, los menos reales. Al ser generales, olvidan lo que caracteriza a lo real: la individualidad, la diferencia. Un concepto, por definición, olvida todo lo diferente para recoger sólo lo común a un grupo de seres concretos. A medida que el concepto es más general, por agrupar a un número mayor de individuos, su contenido está más alejado de los rasgos particulares de esos individuos. Por ejemplo, el concepto “ser vivo” es más general que el de “animal”, pero los rasgos que definen a un “ser vivo” son menos que los que definen a un animal. Por eso los “conceptos supremos” son tan universales, pretenden agrupar a tantos individuos, que su contenido es como “el último humo de la realidad”, no dicen casi nada.

¿Por qué damos más importancia a lo general y abstracto que a lo particular y concreto? Porque platónicamente seguimos creyendo en los moldes con los que se ha hecho el mundo. El concepto “hoja” se forma prescindiendo arbitrariamente de las diferencias individuales como si en la naturaleza hubiera algo así como el “modelo”, la Hoja en sí, el Hombre en sí…, que sirviera de forma original y originante de las hojas y los hombres y su definitiva forma de ser. Animados por esta representación del mundo el metafísico cree en sustancias y cosas como la unidad del yo o sujeto, la identidad, la verdad, a la que el hombre del conocimiento debe adecuarse. Pero para Nietzsche nos olvidamos de la génesis del concepto gracias a lo que somos capaces de construir en un nuevo mundo: la representación lingüística del mundo

Dios es el ente máximamente real y se define por ser “causa sui” (causa de sí mismo) y esta característica es para la filosofía tradicional la máxima garantía de realidad y verdad y, por tanto, de superioridad de una entidad; lo que proviene de otra cosa es considerado menos real que lo que proviene de sí mismo. Con la demostración de la existencia de Dios se ha confiado en que lo superior no puede venir de lo inferior. Sin embargo, esto no es una demostración ni una argumentación racional, sino sólo una forma de venerar. Dios es el compendio de esta forma de pensar, pues encarna todos los “conceptos supremos”: unidad, perfección, eternidad, causa sui, sustancia…

Nietzsche señala a continuación que esta peculiaridad de los filósofos es un trastorno mental, similar al que se inventa una realidad y acaba por depender de ella, al juzgarla más real que la verdadera realidad. Por tanto, la fuente del concepto de Dios es la condición patológica del ser humano. La idea de Dios proviene de una menta enferma, de las “dolencias cerebrales” de auténticos “tejedores de telarañas”. Las arañas atrapan a sus presas en la telaraña, red de seda que fabrican con sus propias glándulas. Del mismo modo “el ser verdadero, causa de sí” nace de la razón de los filósofos y se convierte en una creencia que ha sometido al ser humano y le ha obligado a renunciar a sí mismo, a sus instintos; a su vida. De ahí las consecuencias negativas de esta invención para la humanidad: “¡Y lo ha pagado caro!”.

La filosofía platónica y la teología cristiana despojaron al mundo de su sentido natural, de manera que Dios ha trastocado el sentido de la realidad en la medida en que ha pervertido el sentido del mundo. Dios es la suposición que tuerce todo lo que estaba derecho. La historia de Occidente se podría reducir a la voluntad de nada, por lo que el nihilismo es la consecuencia de la tradición platónico-cristiana y el engaño de la metafísica. Por todo ello la condición necesaria e imprescindible consiste en renunciar a Dios como el centro del universo y en que reinen la oscuridad y el sinsentido. La idea de la “muerte de Dios” pone al hombre en el comienzo de la afirmación, en la necesidad de salir de la situación a la que lo lleva el nihilismo. Con la “muerte de Dios” se terminan las esperanzas supraterrenales y el hombre empieza a adquirir el “sentido de la tierra”.

5. Nietzsche es consciente de que su posición es absolutamente minoritaria. El error, como se ha dicho, no proviene de los sentidos sino de la razón, que se ve obligada a elaborar “conceptos supremos” y no puede funcionar de otra manera. La razón crea conceptos para regular, ordenar y sobrevivir al devenir y el verdadero error es creer que la realidad, el devenir, es tal y como ordena la razón. Pero incluso siendo consciente de que el error se produce ahí, no podemos evitar que se produzca ya que la razón opera así y esto hace que nos veamos “cogidos en el error, necesitados al error”. Por eso, de lo que no debemos fiarnos es de nuestra razón y su tendencia hacia lo universal y necesario.

“Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación”. Aunque observamos que una constelación se mueve, sabemos que quienes nos movemos somos nosotros. Pero nuestros ojos insisten en su testimonio y no podemos evitar ver que la constelación se mueve. Del mismo modo, aunque conocemos mediante categorías de la razón tales como identidad, sustancia, causa…, sabemos que la realidad no es así, pero nuestro lenguaje necesita usar tales categorías para tener significado. Esos mecanismos de proyección se llama fetichismo, que corresponde a la forma más primitiva de la psicología, la que atribuye a un objeto una realidad o poder del que carece. Los primeros pasos de la psicología rudimentaria se dan cuando el ser humano toma conciencia de su lenguaje y se pregunta qué hay detrás de sus palabras y lo que encuentra es su razón a la que, desde entonces, idolatra (“fetichismo grosero”). Nietzsche va a criticar, a ponernos alerta, sobre los límites del lenguaje y sus trampas gramaticales en las que cae hechizado el metafísico.

El funcionamiento de la razón le lleva a elaborar entidades como “yo”, “voluntad”, “cosa”, “sustancia”… El primer concepto construido es el “yo”, que tiene el sentido general de identidad psíquica o interior del individuo, el substrato de toda la diversidad y todos los cambios psíquicos, aquello que permanece y da unidad a la diversidad de estados de ánimo, de deseos y emociones. La trampa del lenguaje consiste en su estructura predicativa, sujeto y predicado. El primer hábito del lenguaje, expresando el pensamiento, consiste en atribuir una acción a un agente. Pero esto no es real, sino un postulado lógico-metafísico: lógico porque es una exigencia de la estructura del lenguaje (sujeto-predicado), y metafísico porque el sujeto es el que realiza la acción y al que, por tanto, se le atribuye una existencia independiente de la acción: la sustancia. La atribución de la causalidad al “yo” sirve de modelo para asignar también a lo demás relaciones causa-efecto, es decir, para organizar el mundo según el principio de causalidad. Así, “sustancia” y “causalidad” proceden de la creencia en un “yo” uno, estable, y con voluntad, es decir, un yo agente.

Así, la metafísica del lenguaje produce la idea de voluntad como facultad autónoma que es causa de nuestros comportamientos. Por tanto, la voluntad puede elegir cualquier acción. Para Nietzsche esta idea de la voluntad libre, al igual que la idea de pecado, no es más que un invento para poder culpar y castigar. La libertad que él reivindica está, por el contrario, apegada a lo instintivo, a lo corporal.

Al entender el “yo” como una sustancia, la metafísica clásica ha proyectado la sustancialidad sobre todas las cosas y en esa medida se introduce el desdoblamiento entre realidad y apariencia, de manera que el yo o sujeto se corresponde con la realidad (el sustrato que permanece) y el predicado con las apariencias (aquello que cambia; accidentes, propiedades, acciones). Sin embargo, la unidad del “yo” es una mera y simple ficción. Por debajo del “yo” sólo podríamos encontrar un sistema de fuerzas que valoran e interpretan; sólo hay una pluralidad de instintos y de pulsiones, y no un sustrato desde el que se pueda garantizar su unidad sustancial. Se cree que el “yo” es un “ser”, una sustancia que magnifica lo que nombra y se constituye como cosa y causa. Pero en el fondo del “yo” sólo hay una constelación de pulsiones. El “yo” como sustancia es un engaño. El recurso nietzscheano del “superhombre” responde a la necesidad de instalarse en el devenir, sin las defensas ni las justificaciones de la metafísica ni de la teología. La voluntad de poder es la necesidad de afirmarse en la tierra y potenciar la vida.

Los filósofos, más adelante, descubren el orden necesario racional del mundo y esta es la prueba de que las categorías racionales tienen su origen más allá de la experiencia, ubicándolas no en este mundo, sino en otro mundo del cual provenimos. Las categorías no pueden provenir de lo sensible, de una experiencia que nos muestra diferencia y devenir. Han de proceder de otro mundo donde la razón haya habitado. Incluso en la época ilustrada, que se construye a partir de la confianza en la razón, alguien como Kant sitúa el origen de las categorías en el entendimiento a priori sin derivar de la experiencia

Aunque podamos negar la validez de la razón y sus categorías, no podemos dejar de hablar. Y para hablar tenemos que emplear las estructuras gramaticales, es decir, no podemos dejar de decir de algo que “es” y en esa medida, seguiremos afirmando la existencia de una sustancia y, en última instancia de Dios, causa y principio explicativo de todas las sustancias. Incluso un filósofo materialista como Demócrito sucumbe a la seducción del lenguaje, ya que su concepto de átomo no es más que otro concepto lingüístico que comparte con el ser de Parménides su cualidad inmutable y eterna. “La razón en el lenguaje” es la fuente del engaño. No podemos desembarazarnos de Dios hasta que no dejemos de creer en la gramática, es decir, hasta que no sospechemos de la consolidación realizada por el lenguaje y la metafísica.

6. En este párrafo resume Nietzsche lo fundamental de su propuesta. Es consciente de que cuanto más sintéticamente exponga su pensamiento, más fácilmente se verá que su propuesta contradice las tesis de la ontología tradicional, que había afirmado la existencia de un “mundo verdadero”, el mundo del ser estático. Lo sensible, puesto que presenta características opuestas (devenir, multiplicidad, caos…), fue calificado de “mundo aparente”. En la metafísica hay una clara opción por la unidad, la permanencia y la necesidad, que supone una desvalorización de sus contarios, la multiplicidad, el cambio y el azar.

Ahora afirma Nietzsche en su primera tesis que precisamente esos rasgos de lo sensible fundamentan su realidad. En la percepción externa, el dato más evidente es la pluralidad, mutabilidad incesante y contingencia de las cosas. En la percepción interna, el dato es la pluralidad y mutabilidad de los estados de ánimo, de los afectos e impulsos. Para Nietzsche la vida es, en esencia, plural, cambiante y azarosa, y la desvalorización de estas cualidades supone en definitiva la negación de la vida, la voluntad de nada, porque provocan en el hombre miedo e inseguridad, que le lleva a inventar un mundo seguro y tranquilizador, pero que es una mera invención. Por tanto, las razones por las que se ha creado ese “mundo verdadero” no son lógicas ni ontológicas, sino psicológicas; en última instancia un instinto, el instinto de conservación frente al devenir (el yo es inmortal). Además, mientras los sentidos atestiguan constantemente el devenir, la existencia del ser estático es indemostrable.

En la segunda tesis afirma Nietzsche que el “ser verdadero” es signo de la nada ya que todos los atributos con los que la filosofía ha caracterizado al “ser verdadero”, es decir, la unidad, la identidad, la sustancia, la permanencia, la intemporalidad y la eternidad, se han convertido en los signos de la nada. Partiendo de las características del devenir, se inventa una “realidad” con características contrarias.

Pero ese “mundo verdadero” no es más que un deseo, una ilusión debida a la consideración del devenir como algo falso, erróneo, irreal y negativo. Y puesto que la creación del mundo verdadero parte de una valoración negativa y pecaminosa de lo sensible, estamos ante una ilusión que no sólo es óptica (vemos lo que no es), sino también moral (el mundo verdadero es el mundo de lo bueno). Ahora bien, el “ser verdadero” que inventa la razón posee en su origen su propia negación, su autodestrucción, pues sobre una ficción no se puede elaborar una concepción auténtica de la realidad. El nihilismo, la afirmación de que el “ser verdadero” no es nada, es una ficción vacía, aparece en esta tesis. La metafísica, con su visión negativa de la realidad, es el efecto de la capacidad de valorar de los seres decadentes, de quienes no han tenido fuerza para soportar la vida, el sufrimiento y la muerte: es el resentimiento contra la vida lo que hace que deliremos un mundo de esas características.

En la tercera tesis nuestro autor afirma que la elaboración del “mundo verdadero” sólo se explica si suponemos en el ser humano una cobardía, un miedo a la vida, que es devenir. De aquí nace el “instinto de calumnia”, de dirigir a la realidad la falsa acusación de mera apariencia. Ese mismo “recelo ante la vida” nos lleva a inventar otro mundo donde los conceptos supremos y la realidad se identifican y corresponden plenamente. Por eso se concluye que el mundo inventado es mejor y más verdadero que el mundo real del devenir, del que nos vengamos creando un mundo a la altura de nuestro miedo (mundo platónico de las ideas, el cielo cristiano, estado positivo de Comte, sociedad comunista…).

En la cuarta tesis se expone como la distinción entre dos mundos, presente de diversos modos en la filosofía tradicional, es un síntoma de “vida descendente”, de decadencia moral, de falta de valor, pues el ser humano se anula por temor a sí mismo y a la vida, y crea un mundo ideal pero ficticio. La alevosía de Kant consiste en que adopta una actitud precavida y traidora: acierta al rechazar la posibilidad de la metafísica como ciencia, para después admitir sus postulados (libertad, inmortalidad y existencia de Dios) como condición misma de la moralidad, desembocando en conclusiones muy análogas a las del cristianismo: diferencia entre “noumeno” y “fenómeno”, una réplica del dualismo platónico.

Por esto, la aproximación a la realidad, al devenir, no puede hacerse mediante las categorías de la razón; los conceptos no se refieren a nada real sino a ficciones producidas por nuestro recelo ante la vida. La estética (el arte) es la única vía de aproximación al devenir. La metáfora del arte, frente al concepto de la razón, abre las múltiples perspectivas que la realidad posee por ser cambio constante. El artista prefiere la apariencia a la realidad, pero no existe escisión, ya que la realidad es siempre perspectiva y apariencia. Los filósofos no se limitan a crear un mundo ficticio sino que pretenden hacernos creer que es la auténtica realidad. El artista, por el contrario, ofrece su interpretación de la realidad, perspectiva que es perfectamente compatible con otras. El mundo creado por el artista es una apariencia creada a partir del devenir y la vida (“seleccionada, reforzada, corregida”, o sea, asumida como perspectiva propia).

El enfrentamiento entre Apolo y Dionisos simboliza la concepción nietzscheana de la vida. En la vida auténtica se produce una tensión irresoluble y trágica entre la razón y los instintos. Por eso, la visión trágica de la vida recoge la esencia de la vida humana y la expresa tal como es; no es una visión pesimista, es real. El pesimista piensa que los aspectos problemáticos fundamentan un juicio negativo contra la vida (la vida como valle de lágrimas); el dionisíaco no juzga sobre la vida sino que la acepta en su integridad, incluyendo el sufrimiento y lo terrible. Pero lo dionisiaco –caótico, irracional, instintivo- es lo prioritario y lo que debe determinar lo apolíneo –el orden, lo racional-. Cuando lo apolíneo domina y somete a lo dionisiaco, se produce una falsificación de la vida, lo que Nietzsche llama una “moral de esclavos”, una moral que califica de bueno todo lo antivital (el control, la austeridad, la sumisión).

2. Pongo a un lado, con gran reverencia, el nombre de Heráclito. Mientras que el resto del pueblo de los filósofos rechazaba el testimonio de los sentidos porque éstos mostraban pluralidad y modificación, él rechazó su testimonio porque mostraban las cosas como si tuviesen duración y unidad. También Heráclito fue injusto con los sentidos. Estos no mienten ni del modo como creen los eléatas ni del modo como creía él, no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira, por ejemplo la mentira de la unidad, la mentira de la coseidad, de la sustancia, de la duración... La "razón" es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos. Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentidos no mienten... Pero Heráclito tendrá eternamente razón al decir que el ser es una ficción vacía. El mundo "aparente" es el único: el "mundo verdadero" no es más que un añadido mentiroso...

3. ¡Y qué sutiles instrumentos de observación tenemos en nuestros sentidos! Esa nariz, por ejemplo de la que ningún filósofo ha hablado todavía con veneración y gratitud, es hasta este momento incluso el más delicado de los instrumentos que están a nuestra disposición: es capaz de registrar incluso diferencias mínimas de movimiento que ni siquiera el espectroscopio registra. Hoy nosotros poseemos ciencia exactamente en la medida en que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos, en que hemos aprendido a seguir aguzándolos, armándolos, pensándolos hasta el final. El resto es un aborto y todavía no ciencia: quiero decir, metafísica, teología, psicología, teoría del conocimiento. 0 ciencia formal, teoría de los signos: como la lógica, y esa lógica aplicada, la matemática. En ellas la realidad no llega a aparecer, ni siquiera como problema; y tampoco como la cuestión de qué valor tiene en general ese convencionalismo de signos que es la lógica.

4. La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final ¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera venir! los "conceptos supremos", es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui [causa de sí mismo]. El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor. Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma... Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto "Dios"... Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo]... ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas! ¡Y lo ha pagado caro!...

5 Contrapongamos a esto, por fin, el modo tan distinto como nosotros (digo nosotros por cortesía...) vemos el problema del error y de la apariencia. En otro tiempo se tomaba la modificación, el cambio, el devenir en general como prueba de apariencia, como signo de que ahí tiene que haber algo que nos induce a error. Hoy, a la inversa, en la exacta medida en que el prejuicio de la razón nos fuerza a asignar unidad, identidad, duración, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos en cierto modo cogidos en el error, necesitados al error; aun cuando, basándonos en una verificación rigurosa, dentro de nosotros estemos muy seguros de que es ahí donde está el error. Ocurre con esto lo mismo que con los movimientos de una gran constelación: en éstos el error tiene como abogado permanente a nuestro ojo, allí a nuestro lenguaje. Por su génesis el lenguaje pertenece a la época de la forma más rudimentaria de psicología: penetramos en un fetichismo grosero cuando adquirimos consciencia de los presupuestos básicos de la metafísica del lenguaje, dicho con claridad: de la razón. Ese fetichismo ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general, cree en el "yo", cree que el yo es un ser, que el yo es una sustancia, y proyecta sobre todas las cosas la creencia en la sustancia yo así es como crea el concepto "cosa"... El ser es añadido con el pensamiento, es introducido subrepticiamente en todas partes como causa; del concepto "yo" es del que se sigue, como derivado, el concepto "ser"... Al comienzo está ese grande y funesto error de que la voluntad es algo que produce efectos, de que la voluntad es una facultad... Hoy sabemos que no es más que una palabra... Mucho más tarde, en un mundo mil veces más ilustrado, llegó a la consciencia de los filósofos, para su sorpresa, la seguridad, la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de la razón: ellos sacaron la conclusión de que esas categorías no podían proceder de la empiria, la empiria entera, decían, está, en efecto, en contradicción con ellas. ¿De dónde proceden, pues? Y tanto en India como en Grecia se cometió el mismo error: "nosotros tenemos que haber habitado ya alguna vez en un mundo más alto ( en lugar de en un mundo mucho más bajo: ¡lo cual habría sido la verdad!), nosotros tenemos que haber sido divinos, ¡pues poseemos la razón!"... De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza persuasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue formulado, por ejemplo, por los eléatas: ¡ese error tiene en favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que nosotros pronunciamos! También los adversarios de los eléatas sucumbieron a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócrito, cuando inventó su átomo... La "razón" en el lenguaje: ¡oh, qué vieja hembra engañadora! Temo que no vamos a desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en la gramática….

6. Se me estará agradecido si condenso un conocimiento tan esencial, tan nuevo, en cuatro tesis: así facilito la comprensión, así provoco la contradicción.

Primera tesis. Las razones por las que "este" mundo ha sido calificado de aparente fundamentan, antes bien, su realidad, otra especie distinta de realidad es absolutamente indemostrable.

Segunda tesis. Los signos distintivos que han sido asignados al "ser verdadero" de las cosas son los signos distintivos del no ser, de la nada, a base de ponerlo en contradicción con el mundo real es como se ha construido el "mundo verdadero": un mundo aparente de hecho, en cuanto es meramente una ilusión óptico moral.

Tercera tesis. Inventar fábulas acerca de "otro" mundo distinto de éste no tiene sentido, presuponiendo que no domine en nosotros un instinto de calumnia, de empequeñecimiento, de recelo frente a la vida: en este último caso tomamos venganza de la vida con la fantasmagoría de "otra" vida distinta de ésta, "mejor" que ésta.

Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo "verdadero" y en un mundo "aparente", ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la décadence, un síntoma de vida descendente... El hecho de que el artista estime más la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues "la apariencia" significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco…

4. RELACIÓN CON OTRA POSICIÓN FILOSÓFICA E IDEAS PARA SU ACTUALIZACIÓN.

Teniendo en cuenta el ataque de Nietzsche a Platón, parece lógico relacionar a ambos autores. El interlocutor de Nietzsche es, por tanto, el “platonismo”, entendido este en un sentido muy amplio como la filosofía sistemática y dogmática que arranca con la filosofía eleata, especialmente Parménides, que es el primero en deducir lógicamente las características de la “auténtica realidad” (el Ser como único, eterno e inmutable), y que llega hasta la época de Nietzsche con el Positivismo. El texto comentado recoge muchas referencias a autores y corrientes que forman parte del “platonismo” así entendido (eleatas, Heráclito, Kant, Demócrito, Platón) y que defienden, con distintas modulaciones, su mismo dualismo; la distinción entre un “mundo verdadero”, al que se accede por la razón y que tiene como característica su objetividad e inmutabilidad, y un “mundo aparente” jerárquicamente inferior y, por tanto, de segundo orden, que se conoce por los sentidos y caracterizado por ser subjetivo y cambiante. Este último se relaciona con el mal y el cuerpo, correspondiéndole el nacimiento, la duración y la muerte.

Pero para Nietzsche la única realidad es el devenir, la realidad no es más que una lucha de fuerzas que quieren expresar su poder: un mundo material, sensible, caótico e imperfecto, y no un mundo ideal, inteligible y perfecto. Esta concepción de la realidad es dinámica frente a la creencia en esencias objetivas e independientes, que no es más que una invención de la razón fruto de la decadencia del hombre y la negación de la vida. Considera que la antítesis metafísica “mundo verdadero”-“mundo aparente” es una duplicación errónea de lo existente. La metafísica es el mundo al revés, pues habría que partir, no de conceptos supremos y vacíos, “el último humo de la realidad que se evapora”, sino de intuiciones de lo sensible, real y cambiante. La critica a Platón como iniciador de una interpretación moral del ser (Bien=Ser) es, sobre todo, una crítica a un pensamiento que sustituye a la interpretación que los presocráticos hacían del mundo, que era más próxima a la verdad

En consonancia con lo anterior, si existen dos ámbitos ontológicos, deben afirmarse también dos modos de conocimiento distintos: dualismo gnoseológico. La oposición sentidos-razón ha estado presente en toda la historia de la filosofía así como la consideración de la razón como superior a los sentidos, considerados por Platón como el camino del error y del mero opinar. Sin embargo, para nuestro autor el conocimiento sensible es el único válido, por lo que será múltiple, cambiante y subjetivo. Esta pluralidad y subjetividad de significados obliga a reivindicar la metáfora frente al concepto y, por tanto, la expresión artística frente a la filosófica.

El referente de “La razón en la filosofía” es el cristianismo hostil a la vida. No obstante, se deben mencionar los referentes implícitos sin los cuales la moral cristiana es incomprensible: Sócrates y Platón, que son síntomas del decaimiento al establecer la ecuación entre razón, virtud y felicidad, imponiendo la “moral de esclavos” frente a la “moral de los señores”, defendida por el auténtico espíritu griego expresado en las tragedias de Esquilo y Sófocles. Todos ellos representan la moral contranatural que Nietzsche critica. El cristianismo es caracterizado como “platonismo para el pueblo”, sobre todo por su valoración negativa de todo lo corporal, lo sensible y lo instintivo o sexual. Es una moral contranatural que se opone a los valores vitales que permiten al ser humano desarrollar sus capacidades. No es de extrañar que entienda la moral tradicional como una patología o enfermedad mental: “…las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas”. Los valores propios de la vida, de lo biológico, se convierten en Nietzsche en valores supremos. Lo instintivo, lo que favorece a la vida, la satisfacción de lo corporal son los únicos criterios de validez moral.

VALORACIÓN RAZONADA DE LA ACTUALIDAD

No cabe duda de que el nombre Nietzsche goza de gran difusión y, una vez que él había perdido la lucidez, la lectura de sus escritos se impuso por todas partes y, casi siempre, con matices apasionados, a favor o en contra del filósofo que había proclamado aquel hiriente “Dios ha muerto”. Su influencia aparece ya en la filosofía del inicio del siglo XX, en la psicología y el psicoanálisis de Alfred Adler, así como con en la filosofía de los valores y su crítica a la moral en la obra de M. Scheler.

Ya con las ediciones selectivas y orientadas por la hermana, las obras fueron dirigiendo su lectura según el movimiento pangermanista, racista y antisemita, que surgía en Alemania y culminó con la imposición dominante del nacionalsocialismo, cuyos ideólogos reclamaban a Nietzsche como su inspirador. Pero también encontramos en esta primera mitad de siglo lecturas muy diferentes de la apropiada por los nazis, donde se pone de manifiesto que no es imputable a Nietzsche la atrocidad cometida por aquel régimen germano. Interesa señalar los importantes estudios que sobre nuestro autor publicaron en los años 30 Jaspers y Heidegger.

Las lecturas de Nietzsche a partir de los años cincuenta, con clara intención adversa a su crítica renovadora, podríamos significarlas en una línea religiosa y otra política. Son muchos los escritos sobre Nietzsche, publicados por creyentes, cuyo sólo enunciado suscita el rechazo inmediato, pero también surgieron otros, sin abandonar su intención religiosa, que vieron en el “acontecimiento Nietzsche” un hecho para la reflexión de los creyentes sobre sus propias creencias y modos de vida, como Jaspers en su obra Nietzsche y el cristianismo.

En la línea de oposición a Nietzsche, siguiendo una lectura de intención sociopolítica, ocuparían un lugar destacado G. Luckás en su libro El asalto a la razón, cuando lo considera “fundador del irracionalismo del período imperialista”, y Beltran Russell, en su Historia social de la filosofía, leyendo preferentemente las expresiones nietzscheanas que podían sugerir la proximidad al nacionalsocialismo. Si bien existen estudios clarificadores para no identificar a Nietzsche con esa línea de pensamiento sociopolítica, conviene señalar desde la misma corriente dialéctica, con preocupación social, a los filósofos de la Escuela de Francfort, sobre todo, Horkheimer y Adorno, como posteriormente J. Habermas, que reconocen en Nietzsche la actitud filosófica de “crítica radical” a la cultura y a la sociedad y, por tanto, proponiendo una filosofía de la praxis, transformadora, y sin duda, apostando por el proceso emancipatorio de los hombres. En nuestros días G. Vattimo se hace cargo del legado nietzscheano al subrayar la crisis de los grandes metarrelatos y defender “el pensamiento débil” como la nueva racionalidad de la postmodernidad.

La toma de posición de Nietzsche frente a su cuñado negrero y antisemita, frente a Wagner, frente al nacionalismo y militarismo prusiano, su decidido europeísmo y cosmopolitismo, su actitud respecto a la burocracia universitaria, incluso sus opiniones sobre la pena de muerte y los procedimientos carcelarios, su permanente desdén por la falta de veracidad y por la hipocresía, etc., son bastante clarificadores cuando debemos calibrar el alcance de sus afirmaciones teóricas principales.

En otras manifestaciones culturales, como la literatura, también va acentuándose la presencia de Nietzsche, como puede reconocerse en Thomas Man, entre los alemanes, André Gide entre los franceses y los escritores de la generación del 98 entre los españoles.

Pero, ¿cuál es la gran aportación de Nietzsche al pensamiento ilustrado de la modernidad, tan válida y tan esencial hoy mismo como el día en que fueron escritos sus libros? Sin duda la afirmación incondicional de la vida, el rechazo de todo cuanto desvaloriza la existencia en nombre de ciertos requisitos (teológicos, morales o sociales) que esta debería reunir para contar con el visto bueno de los dubitativos y los remisos (a los que Nietzsche llamó “nihilistas”). El paradigma de esta actitud es el cristianismo: por un lado, sostiene que si Dios no existe la vida carece de sentido, es algo vacío, una broma de mal gusto; por otro, censura las manifestaciones más intensas de la vitalidad (placer físico, alegría, salud, fuerza…, toda exaltación corporal) y ensalza lo mortecino (sacrificio, sufrimientos, lagrimas, renuncia, enfermedad…, toda mortificación de lo corporal).

La singularidad de Nietzsche se muestra también inequívoca en su diagnóstico del nihilismo como “desvalorización de los valores supremos”, que habita en la misma raíz de la historia de Occidente, desde Sócrates a Schopenhauer cuando nos enseñan que “la vida no vale nada”, y su poder como hilo conductor para analizar los problemas neurálgicos de nuestra civilización, desenmascarando las debilidades de tantas legitimaciones y justificaciones ideológicas que tamizan el orden establecido. Esta misma singularidad nos muestra un Nietzsche desenmascarador de mentiras, conscientes e inconscientes, de las hipocresías y de las superestructuras, sociales o psicológicas, de la metafísica y de la moral burguesa-cristiana.

La razón en la filosofía critica la valoración negativa de la vida que el pensamiento occidental había propagado y apuesta por el vitalismo, es decir, una moral que gira en torno a la vida; vivir el momento, renunciar a que los mundos transcendentes confieran a la vida su peso y su sentido, y buscar ese sentido en la propia vida.

Otras ideas para su actualización:

    • El ateísmo

    • El vitalismo

    • La expresión artística. La imagen frente al concepto.

    • El valor de la educación para la crítica y la vida.

    • El nihilismo

5. VOCABULARIO.

Artista trágico. Para Nietzsche la realidad es lo vital. Si la realidad es puro devenir, el concepto no puede captarla, sino la metáfora, pues esta no establece un significado univoco (objetividad) sino que acepta la pluralidad y subjetividad de los mismos (perspectiva). Por esto, el arte para Nietzsche es el único instrumento adecuado para entender la vida, porque afirma la multiplicidad y subjetividad de la realidad (devenir) utilizando la metáfora y no el concepto. Nietzsche considera que la tragedia es la forma suprema de arte, pues aúna las dimensiones apolínea y dionisiaca de la vida. La tragedia no pretende metas ni orígenes fuera de este mundo, sino que afirma la realidad, la vida, tal como nos aparece, incluso en sus aspectos más enigmáticos e irracionales, terribles y dolorosos. El artista trágico, al seleccionar y corregir la realidad no la oculta ni la niega; la acepta y la asume, pero embelleciéndola. Esta aceptación de la vida en toda su plenitud convierte al artista trágico en el verdadero «filósofo». La filosofía de Nietzsche supone una visión trágica de la vida y aquel que la acepta tal y como es puede convertir su vida en una obra de arte, que es lo único que para el filósofo alemán confiere verdadero valor y sentido a la existencia humana. Por ello, el artista trágico es el modelo de ser humano, por encima del santo, del filósofo o del científico.

Causa sui. Causa de sí mismo. Expresión latina que se aplica únicamente a Dios, ser que se da la existencia a sí mismo, o que existe por razón de su misma naturaleza. Es el ser subsistente por sí mismo; lo demás existe por causa de otro.

Conceptos supremos. Expresión que se refiere a las categorías racionales que los filósofos han utilizado para referirse a la «verdadera» realidad del mundo inteligible. Estos conceptos pretenden designar las características de ese «mundo verdadero»: ser, sustancia, unidad, identidad, causa... Para Nietzsche estos «conceptos supremos» no designan nada real, sino que son términos que elabora nuestra razón para referirse a un mundo inventado por nuestro recelo y cobardía ante la realidad del devenir. Deshistorizar. Proceso por el que los filósofos parmenideo-platónicos eliminan el carácter dinámico de la realidad. Historia no debe entenderse aquí como una ciencia ni como el sucederse de lo acontecido al ser humano, sino en un sentido más amplio como el continuo devenir de lo real. Decir que el ser es historia o histórico es otro modo de decir que es devenir. Por eso, al afirmar que la realidad es lo inmutable, lo idéntico a sí mismo (el ser parmenideo, las Ideas platónicas o las sustancias cartesianas) y que lo que cambia es solo apariencia, los filósofos han deshistorizado la realidad. Devenir, lo que deviene. Término con el que se designa el ser como proceso, y que incluye todo tipo de cambio: movimiento, alteración, generación, corrupción... A partir de la filosofía griega, hablar del ser como «devenir» marca la oposición a la concepción del ser como algo «estático». La afirmación del devenir, del ser mutable, se identifica con una concepción dinámica de la realidad, única concepción que, en opinión de Nietzsche, recoge su verdadera naturaleza «histórica».

Dionisiaco/apolíneo. Lo apolíneo, que toma como modelo al dios Apolo, representaría el ideal de belleza y de las formas acabadas, la medida, el orden: las características de la razón. Lo dionisiaco, que toma como modelo a Dionisos, representaría la desmesura, el desorden, lo inacabado: los valores de la tierra, las características de la vida. Ambos polos se necesitan mutuamente y mutuamente se estimulan: la medida y la desmesura son la esencia de todo arte. En la pugna entre ambos, los dos salen victoriosos y su expresión mas acabada es la tragedia griega. Pero esta unidad apolíneo-dionisiaca se verá truncada a partir de S6crates. La disociación de estos valores está en la base de la cultura occidental y supone el sometimiento de la vida a la raz6n, de lo dionisiaco a lo apolíneo, lo que, en última instancia, conlleva la disolución de ambos. Estos dos conceptos representan también las dos tendencias que habitan en los seres humanos. Sólo quienes sepan aunarlas lograran la dimensión artística en su propia vida, situándose más allá del bien y del mal. Así, la reflexión estética aparece como modelo de reflexi6n filos6fica.

Dios. Concepto en el que la filosofía ha aglutinado todas las características y valores positivos que atribuía al «mundo verdadero» por ella creado. Así Dios es el ser, y se caracteriza porque es causa sui, inmutable, perfecto e infinitamente bueno. Es el concepto supremo más elevado de todos y, por eso, el principio explicativo de todos los demás seres. Nietzsche considera que ese concepto, precisamente por ser el más elevado, es el más vacío. Lo llama «el ultimo humo de la realidad».

Egipticismo. Imagen metafórica con la que Nietzsche marca la tendencia a la permanencia, a la intemporalidad, a la petrificación, de la filosofía tradicional, es decir, su tendencia a negar el principal rasgo de la realidad: ser devenir. Es su tendencia a “momificar” la realidad fluyente del devenir por medio de los conceptos. Por eso dice que los filósofos son muy peligrosos cuando adoran algo, porque, en realidad, lo matan, al someterlo al esquema rígido, simplificador e inmovilista de los conceptos, como si estos fuesen “tumbas” en las que un “sepulturero” encierra sus intuiciones de la realidad. Usa esta imagen porque la representación humana en la escultura y pintura egipcia se caracteriza por el hieratismo, falta de expresividad y movimiento para acentuar la solemnidad de la imagen. Con este recurso se pretendía plasmar la eternidad e inmortalidad del alma del difunto.

Eleatas. Grupo de presocráticos entre los que se encuentran Jenófanes, Parménides (máximo representante) y Zenón. Su tesis central es la que tanto critica Nietzsche: una concepción estática del ser, la deducción racional de sus categorías y, por tanto, la negación de lo sensible. «Eleatas» hace referencia al lugar en tomo al cual transcurre la vida de estos autores, Elea (entonces en la Magna Grecia, hoy sur de Nápoles). Pero Nietzsche usa la expresión también en un sentido más amplio, calificando de «eleatas» a todos los filósofos que han aceptado esa concepción estática del ser.

Ens realissimum. Expresión de la filosofía escolástica que significa «ente realísimo». «Ente» hace referencia a cualquier cosa existente y, por tanto, «ente realísimo» hace referencia exclusivamente a Dios como el ser máximamente real por ser perfecto, necesario y causa de sí mismo (causa sui). Los demás seres, por ser creados y tener una existencia dependiente de Dios, son contingentes y, por tanto, no máximamente reales como lo es Dios. Para Nietzsche este concepto no es más que una ficción vacía.

Fetichismo. Veneración excesiva y superstición, idolatría. Con la expresión «fetichismo del lenguaje», Nietzsche alude al proceso mediante el cual se proyecta la categoría gramatical de sujeto de la proposición en nuestra experiencia de lo real, 1o que genera la falsa creencia de que en la realidad existen sujetos (seres idénticos, consistentes, libres, que actúan como causas) y predicados (accidentes, modos, atributos, cualidades de esos seres). Es decir, el fetichismo del lenguaje consiste en atribuirle un poder que no tiene. Por tanto, el «fetichismo de la metafísica del lenguaje» consiste en dar un valor ontológico a las estructuras gramaticales.

Filosofía, filósofos. Nietzsche utiliza esta expresión con un sentido peyorativo muy concreto. Se refiere a los fi1ósofos que mantienen una concepción estática de la realidad. «Fi1ósofo» es en Nietzsche sinónimo de platónico (en sentido amplio) y filosofía de «filosofía platónica». Por tanto, cuando Nietzsche califica algo de filosofía o de fi1ósofo está lanzando un ataque.

Genealogía. Es el método utilizado por Nietzsche en su crítica de la moral, que le ha convertido en uno de los tres “filósofos de la sospecha”. Los tres tienen en común el desenmascaramiento de las ilusiones del pensamiento y la sospecha de las motivaciones encubiertas que hay en la filosofía, la moral o la cultura. En Nietzsche, el método genealógico se opone a la consideración de los valores morales como “realidades en sí”, ya que los analiza como “máscaras” o “síntomas” investigando su origen y las condiciones vitales en las que surgieron. La genealogía cuestiona “el valor de los valores morales” y, para ello, se pregunta si son un signo de empobrecimiento de la vida o, por el contrario, de plenitud vital.

Idiosincrasia. Las características propias y distintivas que definen cualquier cosa. Nietzsche utiliza esta expresi6n para referirse a las características que definen a los fi1ósofos tradicionales, los «platónicos». Son dos: la creación del ser estático y la transmutación ontológica.

Idolatría, idólatra. El culto a los ídolos, entendiendo por tales cualquier cosa objeto de admirada exaltación. En el texto, Nietzsche hace un uso metafórico de esta expresión, aplicando este significado religioso a los conceptos supremos. Los filósofos adoran los conceptos forjados por la razón porque para ellos representan la realidad «verdadera». Pero para Nietzsche estos conceptos supremos, estos «ídolos» de la razón, son pura apariencia que no designan nada realmente existente; son momias conceptuales.

Ilusión óptico-moral. Expresión con la que Nietzsche caracteriza el mundo inteligible. Este «mundo verdadero» se ha elaborado desde el único mundo real, el devenir. Partiendo de las características del devenir, se inventa una «realidad» con características contrarias. Pero esta «realidad» no es más que un deseo, una ilusión debida a la consideraci6n del devenir como algo falso, erróneo, irreal y negativo. Y puesto que la creaci6n del mundo verdadero parte de una valo-raci6n negativa y pecaminosa de lo sensible, estamos ante una ilusión que no es solo «óptica» (<<vemos» lo que no es) sino también «moral» (el «mundo verdadero» es el mundo de lo bueno).

Momias conceptuales. Según Nietzsche los conceptos que han utilizado los filósofos para referirse a la «verdadera» realidad (única, eterna e inmutable) inventada por la razón, son conceptos huecos, vados, que no encierran nada vivo, nada real. Son como las momias. Para Nietzsche el concepto es sepulcro de intuiciones: el concepto momifica el pensar y la realidad. Por eso, este autor pretende desplazar la razón y su complemento necesario, el concepto, hacia la intuici6n y su expresi6n necesaria, la metáfora.

Monótono-teísmo. (Monoteísmo). Expresión irónica con la que Nietzsche se refiere al monoteísmo, no solo desde el punto de vista religioso, sino también desde el filosófico. La filosofía tradicional cae en el monoteísmo cuando renuncia a la vida y establece un principio inmutable, que es el fundamento que explica todo lo que es y ordena jerárquicamente lo que se considera real. Este principio supremo cumple las funciones atribuidas a Dios en las distintas religiones, aunque se lo llame Idea, Nous, imperativo categórico, etc.

Mundo aparente /mundo verdadero. Esta pareja de conceptos resume la dualidad presente en la filosofía. Este pensamiento parmenideo-platónico ha afirmado la existencia de un «mundo verdadero» que se caracteriza por ser racional, estático, inmutable y bueno. El mundo conocido por los sentidos es devenir, multiplicidad, cambio y origen del mal, es decir, presenta rasgos opuestos a los de ese mundo inteligible y, por ello, se ha calificado de «mundo aparente». Nietzsche cambia completamente el sentido de esa pareja. Afirma que el único mundo real es el devenir, el calificado de «aparente», y que el «mundo verdadero» es una mera invención de la razón.

Muerte de Dios. Significa no sólo que se hunde el mundo suprasensible, sino que pierde su sentido la existencia humana que se había fundamentado en él. a consecuencia de este acontecimiento “vamos errantes a través de una nada infinita”, es como si hubiésemos “borrado el horizonte” o “desprendido la tierra del sol”. Una vez que se ha corrompido esta fe, tiene que derrumbarse todo lo que estaba edificado sobre ella, como “toda nuestra moral europea”.

Nihilismo (voluntad de nada). Todos los valores creados por la cultura occidental son falsos valores, son la negación misma de la vida, y en el fondo proceden de una «voluntad de la nada». Este nihilismo es consecuencia de la interpretación que se ha hecho hasta ahora del valor de la existencia. Cuando esos valores se derrumben —y lo harán, porque son ilusorios— llegará necesariamente el nihilismo. El nihilismo también significa, pues, que los valores supremos pierden validez. La civilización occidental quedará sin los valores tenidos hasta ahora. Pasaremos de decir «Dios es la verdad» a decir «todo es falso»; perderemos el sentido de la existencia, cualquier noción de meta o de objetivo hacia el que dirigirnos, los «para qué». Aunque esta situación no había llegado todavía en tiempos de Nietzsche, algo de ella se intuía en las corrientes pesimistas de su época (el pesimismo budista de Schopenhauer), en la “decadencia” y en el agotamiento generalizadas. A pesar de que en Nietzsche hay importantes elementos románticos, como son la afirmación de lo instintivo, su valoración del genio o la importancia dada a la voluntad y a todo lo que procede de la naturaleza impulsiva del hombre, condena el “pesimismo romántico” de Schopenhauer y Wagner, que nace, a su juicio, de “un empobrecimiento de su vida” que niega la voluntad de vivir y busca la salvación a través del arte, el conocimiento y la compasión.

Prejuicio de la razón. En general, un «prejuicio» es cualquier elemento previo a la emisión de un juicio y que a la vez condiciona cómo se va a juzgar. La razón argumenta utilizando juicios que se componen de conceptos. El material de la razón es el concepto; no puede funcionar de otro modo. Según Nietzsche, eso ha llevado al ser humano a considerar que estos conceptos, con los que la razón pretende organizar el devenir y el caos del mundo, corresponden a seres realmente existentes. Es decir, se han confundido las categorías racionales con categorías de la realidad. Estas categorías racionales constituyen el prejuicio de la razón, pues condicionan los juicios que emite.

Pueblo. En este texto el término pueblo está entrecomillado porque se refiere al conocimiento vulgar de quienes afirman como real y verdadero lo que le muestra sus sentidos (los encadenados en la caverna platónica). Los filósofos se separan de lo que dice el «pueblo», ya que afirman que el conocimiento superior es el propio de la razón. Los sentidos son fuente de error, por eso la mayoría (el pueblo) está equivocada (vive en las sombras) y, por tanto, los filósofos, y después los sacerdotes, deben revelar al pueblo la verdad de un mundo inteligible, trascendente y divino para que, al menos, crea en él y viva de acuerdo con él.

Razón. Nietzsche escribe “razón” entre comillas, porque se refiere al concepto que tienen los filósofos de ella, para los cuales es una fuente de conocimiento autónoma que permite acceder a realidades no dadas en la experiencia sensible (el ser, la sustancia, el yo). Desde Parménides, la filosofía ha cometido el error de creer que “las formas de la razón” eran el criterio de lo que era real. La filosofía tradicional ha distinguido entre dos fuentes de conocimiento: los sentidos y la razón. Los primeros se han considerado el origen de nuestros errores. Por el contrario, la razón se ha visto como la fuente de la verdad. Esta facultad ha generado un mundo verdadero, lo inteligible; y los sentidos nos han presentado un mundo aparente, el devenir. Rompiendo son esa tradición, Nietzsche afirma que los sentidos son los únicos que nos atestiguan cómo es la realidad, el devenir. La verdad establecida por la razón no es más que un mundo ilusorio producto del miedo y cuya existencia es indemostrable

Sub specie aeterni. Expresión que Nietzsche toma de Spinoza (1632-1677), fi1osofo racionalista. Para este autor lo que existe es una manifestación que proviene necesariamente de Dios. La verdad se alcanza cuando se conoce «sub specie aeternitatis», desde la perspectiva de la eternidad. El ser humano llegara a la verdad cuando, abandonando su perspectiva particular, vea las cosas como las conoce Dios, como necesidades.

Substancia. Según la filosofía tradicional, lo que existe por sí. Sustancia se opone a accidentes, que son seres que existen «en» la sustancia. Calificar algo de sustancia supone introducir el concepto de ser permanente, estático. Para Nietzsche la organización del mundo en sustancias y accidentes es una invención de la razón.

Superhombre. Es una posibilidad abierta por la “muerte de Dios” y el hundimiento del mundo suprasensible. Por eso constituye el “sentido de la tierra”, a la que hay que rescatar una vez destruidos los ideales y las “esperanzas sobrenaturales”, forjadas por los despreciadores de la vida. La “muerte de Dios” libera la voluntad de poder que obra en el hombre para que este alcance un ideal superior de existencia humana, amenazado, a juicio de Nietzsche, por el igualitarismo de las corrientes democráticas, anarquistas o socialistas, herederas del cristianismo. El superhombre es la meta a la que debe dirigirse el hombre con la transvaloración de los valores.

Transvaloración de todos los valores. La tradición judeo-cristiana produjo una transvaloración de los valores antiguos, invirtiendo la identificación aristocrática del bueno con el “noble=poderoso=bello=feliz”, para afirmar que los buenos son “los miserables, los impotentes y los pobres”. Esto significaba la “rebelión de los esclavos en la moral”, contra la “moral de los señores” y el triunfo de unos valores, contrarios a la vida, nacidos de la impotencia y el resentimiento. Su consecuencia sería la igualación y la degradación de la existencia humana y, en definitiva, el nihilismo. Nietzsche se propone, pues, una transvaloración de los valores, es decir, un cambio o sustitución de los valores vigentes por otros que “dijeran sí” a “todo lo que hasta ahora ha sido prohibido, despreciado y maldecido”. Último hombre. Consecuencias de la “muerte de Dios” son tanto el “último hombre” como el “superhombre”, dos polos opuestos. El “último hombre” es un producto de la cultura nihilista e igualitarista que representa un “retroceso para la humanidad”, “el empequeñecimiento y la nivelación del hombre europeo”. Se trata de un hombre “de rebaño”, “manso” y “civilizado”, que, después del hundimiento de los grandes ideales, ha optado por su “felicidad”, basada en una existencia acomodada y entregada a los pequeños placeres, sin grandes esperanzas ni anhelos de superación. En realidad no logra superar “la voluntad de nada”, característica del nihilismo pasivo. Es un tipo humano que produce náusea e inspira compasión.

Valor, valores supremos. En general, un valor es una cualidad que atribuimos a las personas o cosas porque las nos parecen estimab1es (valores positivos) o rechazables (valores negativos). Los valores supremos son los valores que la filosofía atribuye al mundo inteligible inventado por la razón: lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto... Donde hay vida hay valoración, de manera que los valores no existen como entidades independientes, sino como manifestaciones de la vitalidad.

Vida. Criterio fundamental de valoración. Todas las tablas de valores son inventadas, pero sólo aquellas que afirman la vida son aceptables. La misma vida es voluntad de poder.

Vida descendente. Para Nietzsche, la cultura occidental, desde Sócrates, ha defendido valores contrarios a la vida y ha creado en un mundo objetivo, verdadero, inmutable y racional, que fundamenta dichos valores antivita1es. La «vida decadente» es la vida de quien cree en esos valores por encima de los valores de la tierra, del devenir. Es decadente todo lo que se opone a los valores del existir instintivo y biológico: la filosofía, la religión y la moral.

Voluntad de poder. Nietzsche corrige a Schopenhauer cuando este establece la voluntad como la realidad que se esconde detrás de todos los fenómenos y la caracteriza como voluntad de vivir. Para Nietzsche, es la voluntad de poder, que no es sólo una característica de la naturaleza humana, que determina la moral y el conocimiento, sino que constituye la esencia de todo lo existente. El mundo es un juego de fuerzas que actúan como voluntad de poder, se precipitan sobre sí mismas, cambian y vuelven a configurarse en ciclos eternos.

[1] Los conceptos son metáforas que hemos olvidado que lo son. No se trata sólo de olvidar los rasgos no pertinentes de la analogía latente, sino de olvidar también la existencia misma de la analogía. Por ejemplo, en la concepción del cosmos como “mecánica celeste” subyace un uso metafórico de cosmos. Kosmos era el verbo empleado en la antigua Grecia para designar, entre otras cosas, la actividad del jefe militar de disponer sus tropas en la batalla. La relación que establece el griego con una naturaleza entendida como “cosmos” se manifiesta así como una relación bélica: un lugar a ordenar y conquistar. Con el paso de los siglos, esa analogía subyacente se ha olvidado y hemos llegado a tener al concepto de “cosmos” como un concepto neutro.