2. Descartes.

PRESENTACIÓN. EL PROYECTO CARTESIANO

EL RACIONALISMO: DESCARTES

ÍNDICE

1. Contexto histórico, cultural y filosófico (1).

2. El método cartesiano: Segunda parte del “Discurso del Método” e Ideas para su justificación (2b y2c).

3. La estructura de la realidad: la teoría de las tres sustancias. Cuarta parte del “Discurso del Método” e Ideas para su justificación (2b y 2c)

3.1. La duda metódica: procedimiento cartesiano para llegar a la primera verdad.

3.2. La primera certeza y el criterio: “pienso, luego existo”.

3.3. Las ideas.

3.4. La demostración de la existencia de Dios.

3.5. La demostración del mundo (res extensa).

4. Relación con otra posición filosófica: la crítica de Hume a la idea de sustancia de la metafísica (3).

5. Actualización del tema: matematización y desarrollo científico y técnico. El mecanicismo cartesiano y el problema mente-cuerpo (3).

6. Vocabulario (2a)

1. Contexto histórico, cultural y filosófico

En 1637 se publica en Holanda el Discurso del método para dirigir adecuadamente la razón y buscar la verdad en las ciencias, obra que aparecía anónimamente y en francés, no en latín, como era habitual. El contexto de la primera mitad del siglo XVII en la que vive Descartes, ayuda a explicar por qué éste cree necesario una obra que se ocupe del método y por qué defiende que el anterior “camino” al conocimiento debe abandonarse, buscando una certeza para sobrevivir a la crisis del momento.

Hacia la mitad del siglo XVI comienzan en Europa una serie de crisis, que van a recorrer todo el siglo XVII, que se corresponden en el plano social con el desarrollo de la burguesía y en el plano ideológico con la necesidad que se experimenta de una nueva concepción del mundo basada en el concepto de Razón. Esta crisis supuso la caída definitiva de los fundamentos de la Europa medieval, ya iniciada con el Renacimiento y el establecimiento de los nuevos pilares sobre los que se construirá la Europa moderna.

Podemos resumirlas en las siguientes:

1. Crisis económico-social. El desarrollo del capitalismo se verá en este siglo especialmente favorecido como resultado del desarrollo del comercio marítimo y colonial y de la afluencia de metales preciosos de las minas europeas y americanas, que provoca un alza de precios, produciéndose múltiples revueltas de campesinos, que protestan por la introducción de impuestos reales. Los inventos en las técnicas marítimas, industrial y agrícola son numerosos. Para proteger la producción propia, de cada estado, surge la teoría económica llamada “mercantilismo”, según la cual la riqueza de una nación reside en la cantidad de oro y plata que pueda atesorar. Y esto se consigue potenciando la exportación de productos propios y dificultando la importación de productos de fuera.

2. Crisis política. La principal causa política de los conflictos reside en el absolutismo monárquico. Esta forma de gobierno necesita de nuevos impuestos, no sólo para financiar las continuas guerras, sino también para crear nuevas estructuras de carácter central que permitan gobernar un Estado con territorios muy diversos en costumbres y organización. La carga de estas aportaciones económicas recae en el pueblo llano, ya que en la sociedad del siglo XVII los estamentos privilegiados –nobleza y clero- estaban exentos del pago de impuestos. El resultado de todo esto fue la aparición del hambre y las enfermedades, especialmente la peste, que asoló a Europa.

En el plano político es, por tanto, un período de gran inestabilidad y la crisis se manifiesta en una serie de guerras y revoluciones. Es la época en la que se van formando los Estados modernos, independientes y soberanos, enfrentados en sus afanes colonialistas (expansionismo colonial y guerras entre todos los Estados europeos); y el afianzamiento de las monarquías absolutas con la decadencia del imperio español y el liderazgo de Francia e Inglaterra. Pero también entra en crisis el absolutismo en Inglaterra con la revolución de 1642, que decapita al rey Carlos I, y la revolución gloriosa de 1688, que instaura definitivamente la monarquía parlamentaria.

El movimiento religioso puesto en marcha por Lutero y Calvino, supuso la ruptura del monopolio religioso ejercido por el cristianismo romano, con su fuerte presión sobre las estructuras políticas y morales de la sociedad occidental. Este hecho tendrá repercusiones en lo político, lo social y cultural de la nueva época. Desde el catolicismo romano, esta crisis inspira el Concilio de Trento, la fundación de la Compañía de Jesús y, en general, la llamada Contrarreforma, que consiguió conservar para la obediencia a Roma a los países del sur de Europa, dando ocasión a las largas “guerras de religión”, como la Guerra de los Treinta Años, en las que Descartes tuvo ocasión de participar.

3. Crisis de las mentalidades. Habría que añadir también la crisis que podríamos llamar espiritual o de las mentalidades y que se manifiesta en el desarrollo del espíritu científico, desde los tiempos del Renacimiento. Los modelos construidos en la Edad Media y las soluciones propuestas por el Renacimiento no eran suficiente garantía para responder a las necesidades del momento, poniéndose de manifiesto la poca operatividad del sistema aristotélico-tomista. Sin embargo, el desarrollo del pensamiento cartesiano se enmarca en el proceso abierto en el Renacimiento con el antropocentrismo, la consolidación del humanismo y el desarrollo de la ciencia, que supuso la reacción contra los fundamentos de la escolástica y contra la autoridad de la fe como fuente de conocimiento. Se exalta el valor de la razón frente a la autoridad de libros y maestros, y se fomenta de esta forma el desarrollo científico.

Hacia la mitad del siglo va perdiendo fuerza la creencia en hechicerías y ganando terreno la mentalidad racionalista por influencia del cartesianismo y del desarrollo científico, que se manifiesta en primer lugar en el campo de la astronomía con los descubrimientos de Kepler y Galileo y de la medicina con figuras como Harvey, que descubre la circulación de la sangre y los movimientos del corazón. Siguió el desarrollo de las matemáticas con figuras como Gassendi, Descartes, Leibniz, etc., y de la física que en esta época tiene su culminación en Newton que descubre la ley de la gravitación universal. Estos descubrimientos llevan a una modificación de la concepción del mundo y ahondan el enfrentamiento entre los partidarios de la teoría de Aristóteles y los partidarios de las de Copérnico. La explicación cartesiana del mundo se ajusta a los patrones de la nueva astronomía, que fue condenada por la iglesia, al condenar a Galileo. Es también una explicación mecanicista, totalmente distinta y opuesta a la explicación aristotélica dominante, de carácter teleológico.

En el ámbito de la cultura la crisis del siglo XVII se manifiesta a través de dos fenómenos opuestos: el Barroco y el Clasicismo. El Barroco domina claramente la mitad del siglo y es netamente popular, mientras que el Clasicismo empieza a desarrollarse a partir de la segunda mitad, cuando Descartes ya ha muerto, de manera que será él quien le influya. El Barroco expresa la crisis rompiendo el equilibrio y la armonía renacentistas, exaltando el exceso y la desmesura. Los edificios se hacen más dinámicos mediante el aumento de la curvatura, las imágenes adoptan posturas forzadas y en pintura se resalta el contraste cromático. Todo es cambio, mutación, no hay nada estable. La realidad se reduce a apariencia. La vida se representa como un sueño o como un teatro, tan fugaz como estos mismos, pero no un sueño placentero, sino como una pesadilla o una gran farsa. En relación con la fugacidad del tiempo aparece la máquina más identificativa de esta época: el reloj. Toso esto influye en Descartes, haciéndole desconfiar del conocimiento sensible, que es simple apariencia. Es necesario, por tanto, construir un conocimiento basado en la razón, que es la única capaz de penetrar en la estructura profunda de la realidad.

En oposición al Barroco, el Clasicismo propugna la imposición de una ley y orden racional, claridad y la sencillez, que era lo que buscaba Descartes, frente a las distorsiones y excesos del Barroco. No se trata de un orden natural sino impuesto, de una claridad y sencillez un tanto artificiales. El Clasicismo rechaza la sensibilidad sobreexcitada del barroco y pretende el sometimiento de la imaginación a la razón.

CONTEXTO FILOSÓFICO

El Discurso del Método, en su edición original de 1637, no constituye una obra independiente, sino que iba acompañada de tres tratados científicos, La Dióptrica, Los Meteoros y La Geometría. A esos tres tratados Descartes antepuso una extensa introducción, que viene a ser una especie de autobiografía filosófica. De las seis partes que configuran esta obra, tan sólo la primera, segunda y cuarta ofrecen mayor interés filosófico. Dice Descartes que en la primera parte “se hallarán diferentes consideraciones acerca de las ciencias”, aunque en realidad se sientan las bases de una nueva teoría del conocimiento. La segunda parte contiene las famosas cuatro reglas del método, precedidas por una crítica a la lógica clásica, y en particular al silogismo, que revela la ruptura de Descartes con el pensamiento metodológico tradicional. Pero es en la cuarta parte donde se exponen las ideas esenciales, indicándose cómo se llegó a la primera verdad – pienso, luego soy-, cómo puede extraerse de esta proposición el criterio de verdad, y cuál es la naturaleza de nuestra alma, para rematar con las pruebas de la existencia de Dios.

En la tercera expone Descartes su “moral provisional”. En la quinta, resume las cuestiones que contenía su tratado sobre “El mundo” (sobre física y fisiología), que decidió no publicar por la condena de Galileo en 1633, y expone en particular la constitución y movimiento del corazón, y la diferencia que hay entre el alma humana y la de los animales. En la sexta y última parte nos dice el autor qué cosas juzga necesarias para proseguir en la investigación de la naturaleza y nos revela las razones que le impulsaron a escribir y a publicar la presente obra.

Otros títulos son las Meditaciones metafísicas(1641), los “Principios de la filosofía” (1644) y “Las pasiones del alma” (1649). A estos hay que añadir la obra póstuma, que por diversas razones nos da el Descartes más genuino: el Tratado del hombre”, “Reglas para la dirección del espíritu”, (escrito en 1628 y muy importante para el estudio del método cartesiano), “Le Monde ou Traité de la lumiére”.

Aunque la filosofía de Descartes destaca por su originalidad, su pensamiento registra diversas influencias del ámbito filosófico de la época. La primera influencia viene de aquellas filosofías de la antigüedad griega que resurgieron en el Renacimiento, y más concretamente del escepticismo, que rechaza, y del estoicismo, que admite en sus reglas provisionales de la moral. En efecto, la crisis y pérdida de referentes de la época trajo el escepticismo, que en Francia tenía sólidos representantes como Michel de Montaigne, que sostuvo la imposibilidad de encontrar nuevos referentes sólidos para alcanzar la verdad. Por eso la estrategia cartesiana empezará por vencer el escepticismo con sus propias armas transformando la duda escéptica en metódica.

Por otra parte, conviene resaltar la postura de Descartes ante la filosofía escolástica, ya que aunque la descalifica abiertamente, no es capaz de superar por completo algunos de sus conceptos y planteamientos. Sigue usando la noción de sustancia (res) para referirse al yo, como si el yo fuera una simple cosa, al modo del realismo aristotélico.

Lo más notorio es la polémica entre el pensamiento racionalista continental (Descartes, Malebranche, Spinoza, Leibniz) y el empirismo inglés (Bacon, Hobbes, Locke, Hume), polémica centrada en el tema del origen del conocimiento. El racionalismo ve en el pensamiento, en la razón que posee ideas innatas, la fuente principal del conocimiento humano. Un conocimiento sólo merece en realidad ese nombre cuando es lógicamente necesario y universalmente válido. Cuando la razón juzga que una cosa tiene que ser así y no puede ser de otro modo, siempre y en todas partes, nos encontramos con un verdadero conocimiento. Por el contrario, el empirismo defiende que la única fuente de conocimiento humano es la experiencia, que constituye al mismo tiempo su límite (no podemos pretender ir más allá de la experiencia). No hay ideas innatas y la mente está por naturaleza vacía, como una hoja en blanco en la que escribe la experiencia. Todos nuestros conceptos, incluso los más generales y abstractos, proceden de la experiencia.

2. EL MÉTODO CARTESIANO Segunda parte del Discurso. Ideas para la justificación (2b y 2c)

En el Discurso del método propone Descartes una significativa comparación: todo el saber de su época es como un edificio en ruinas que no merece la pena intentar restaurar. Hay que derribarlo y construir uno nuevo. El proyecto cartesiano, pues, supone:

a) Una reconstrucción del saber desde sus mismas raíces, lo cual, incluye,

b) La unificación de todas las ciencias en una sola.

Todo lo anterior es posible, ya que, según Descartes:

v Existe un método universal, único para todas las ciencias.

v Aunque existen ciencias distintas, todas ellas forman una unidad orgánica: “Toda la ciencia es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco es la física y las ramas que salen de este tronco son todas las demás ciencias, las cuales se pueden reducir a tres principales: la medicina, la mecánica y la moral”.

Con Descartes la filosofía tiene tras de sí un pasado aleccionador y hay que ser cautos. Hay que tener cuidado, no vayamos a equivocarnos como el aristotelismo. En este sentido podemos considerar a la filosofía de Descartes como una filosofía de la cautela, de precaución en no caer en los errores del pasado.

En las notas de la primera parte del “Discurso” se nos presenta a un hombre cansado de los errores y de la inutilidad de los conocimientos que ha tenido que aprender en su periodo de formación. Por tanto, no es mera casualidad que empiece el texto propuesto para comentario hablando de un hombre que “camina sólo y en la oscuridad” (Parte II, Discurso del método). La situación en la que se encuentra Descartes es la de un hombre perdido y desorientado. Pero, dado que el método que anda buscando Descartes no es un método particular para una ciencia concreta sino un método universal, aplicable al conocimiento en general, es necesario adoptar algunas precauciones. La primera es evitar la ligereza, que ya había criticado un poco antes. La segunda actuar con circunspección, o sea analizar las cosas con mucho cuidado para no caer en errores. La tercera, no abandonar las opiniones previas hasta no haber terminado el proyecto de reforma y no haber descubierto el método adecuado. Descartes pretende analizar todas las opiniones y creencias que hasta ahora ha recibido, para compro­bar, mediante su razón, si son verdaderas.

De ahí la enorme importancia que en esta época se le da al problema del método: antes de responder a la cuestión metafísica, busquemos la manera de no equivocarnos al responderla. Ello trae consigo que el problema del conocimiento ocupe ahora el primer plano en la filosofía (hay que investigar cómo puedo conocer sin error, qué capacidad tiene el pensamiento humano para descubrir la verdad, qué caracteres ha de tener un pensamiento para ser verdadero, etc.). La metafísica y ontología cede el puesto privilegiado que tenía a la gnoseología.

El comienzo de la edad moderna se caracteriza, por tanto, por la búsqueda de un método nuevo, que venga a sustituir al que se había venido utilizando anteriormente, el silogismo aristotélico. Esta búsqueda es la expresión de una situación de crisis, que se produce cuando cae la concepción del mundo hasta ahora vigente, y con ella su criterio de verdad y su método de investigarla, y aún no se han encontrado el método y el criterio sólidos y seguros que puedan sustituirlos. La concepción del mundo, el método y el criterio vigentes eran los de la escolástica, que era la filosofía imperante en la edad media, que armonizaba en un sistema coherente de doctrinas las ideas paganas (de Aristóteles y Platón fundamentalmente) con los dogmas cristianos, (Tomás de Aquino y Agustín de Hipona). Pues bien, la escolástica se mostró incapaz de explicar algunos hechos de la naturaleza que fueron descubriéndose y, así como antes se la aceptaba en bloque, ahora se la va a rechazar también en bloque, con lo cual se perdía la seguridad del conocimiento general sobre el mundo y los hombres. El criterio de verdad del que fundamentalmente se servían los escolásticos era el de autoridad (Aristóteles o la Iglesia decía esto, por lo tanto esto debe ser verdad...). Pero ahora la razón no reconoce más autoridad que ella misma. Este criterio ya no sirve.

Orígenes del método

Para determinar el método de investigación Descartes se fija en los tres saberes que le parecen más significativos: la lógica, el análisis de los geómetras y el álgebra.

Al examinar las disciplinas y artes que ha estudiado desde su juventud, destaca dentro de la filosofía, la lógica y en las matemáticas; el análisis y el algebra. Descartes critica algunos aspectos de cada uno de ellos. De la lógica critica tres cosas. La primera, que la argumentación lógica (los silogismos) no sirve para aumentar el conocimiento, sino para explicar lo ya sabido, por tanto, es incapaz de descubrir verdades nuevas, ya que se construye con razonamientos cuya conclusión está ya dada en la premisa mayor. En el ejemplo clásico, sólo si sabemos ya que Sócrates es mortal podremos afirmar que todos los hombres son mortales; es decir, la conclusión antecede a la premisa mayor y no se deduce de ella. La segunda, que la lógica se puede utilizar, como hace Raimundo Lulio en su Arte General o Ars Magna, para hablar sin fundamento de lo que no se sabe. Para Lulio ese arte era una técnica universal para el des­cubrimiento de la verdad, especialmente las verdades de fe. Y la tercera, que la lógica está mal organizada, combinando reglas correctas y adecuadas, con otras inadecuadas o innecesarias. Bacon por su parte dirá en el Novum organum que sirve más para consolidar errores que para inquirir la verdad, y que es más perjudicial que útil. El método que usaban los escolásticos era el silogismo aristotélico, que consistía en deducir una conclusión a partir de una premisa general y de otra particular (Ej. Todos los españoles son europeos. Juan es español. Luego Juan es europeo).

El análisis no se puede convertir en el modelo que está buscando porque está constituido de forma casi exclusiva por operaciones a base de figuras. Y el álgebra se centra sólo en el uso de reglas y cifras. La intención de Descartes es clara: “es preciso indagar otro método, que asimilando las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos”.

Dirá Descartes que lo importante no es tener un buen entendimiento, sino aplicarlo bien y que los que van por el camino recto pueden avanzar más, aun caminando despacio, que los que corren pero se apartan de él. Resta importancia, pues, al talento personal y a la capacidad racional individual, para poner más el acento en el modo de utilizarlos. La razón, como facultad de distinguir lo falso de lo verdadero, es por naturaleza igual en todos los hombres, y por lo tanto lo que distingue a unos de otros es la manera –método- de usarla. De la unidad de la razón se deduce también la unidad del saber. Las ciencias están todas íntimamente ligadas entre sí, de modo que es más fácil aprenderlas todas juntas que una sola, y se extravía el que trata de conocer una sola ciencia diversificando su razón. De aquí también que sea tan importante encontrar un método adecuado. A ello dedica esta obra, que presenta con lo que parece ser falsa modestia: “No es, pues, mi propósito enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para dirigir bien su razón, sino sólo exponer de qué manera he tratado de conducir la mía”.

Descartes dedica al método sus obras El Discurso del método y Reglas para la dirección del espíritu. Primero escribe las Reglas, que serán publicadas póstumamente y donde se encuentra un estudio más detallado de la cuestión. Sin embargo, en el Discurso nos ofrece una síntesis del método en cuatro reglas concisas.

Definición de método: el conjunto de “reglas ciertas y fáciles, gracias a las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca lo falso por verdadero y llegará, sin gastar inútilmente esfuerzo alguno de la mente, sino siempre aumentando gradualmente la ciencia, al verdadero conocimiento de todo aquello de que sea capaz” (Reglas IV). El método, vimos, tiene que servirle para el descubrimiento de nuevas verdades, no para demostrar lo que ya se ha hallado.

Reglas del método:

1ª. La evidencia es el criterio de verdad. No aceptar como verdadera alguna cosa si no sabemos con evidencia que lo es.

La evidencia consiste en la claridad y distinción. Lo claro se opone a lo oscuro. Claro es “aquello presente y manifiesto a un espíritu atento”. Una idea clara es una idea separada de las demás ideas. Lo distinto se opone a lo confuso y se define como “aquello que es tan preciso y diferente a lo demás que sólo comprende lo que manifiestamente aparece al que lo considera como es debido”. Una idea distinta es aquella cuyas partes están separadas entre sí, que tiene “claridad interior”. Una idea puede ser clara sin ser distinta, pero di es distinta ha de ser clara también. Claro es, por ejemplo, el dolor de estómago que siento, pero no será distinto si confundo tal dolor con la causa que lo provoca. La evidencia caracteriza al método científico (en las Reglas escribe: “toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente”) y se opone a la probabilidad y la verosimilitud. No admite ningún grado intermedio entre la certidumbre absoluta y la ignorancia.

El acto del entendimiento por el cual se alcanza un conocimiento evidente es la intuición, que es el acto de la evidencia o la verdad. En la Regla III define la intuición intelectual: “no el testimonio cambiante de los sentidos, ni el juicio engañoso de la imaginación que compone mal el objeto, sino la concepción de un espíritu puro y atento, concepción tan fácil y distinta que no queda ninguna duda sobre lo que comprende” o “el acto que sale de la sola luz de la razón”. En la intuición intelectual se producen las ideas claras y distintas. Cada cual puede intuir “que existe, que piensa, que el triángulo está determinado por tres líneas solamente, la esfera por una superficie y otras cosas semejantes” (Regla III).

Hay que evitar dos vicios fundamentales en la búsqueda de la verdad: la precipitación y la prevención.

La precipitación o tomar por verdadero lo que no lo es, tomar por verdadera una idea confusa, no distinta. Se produce por un exceso de confianza. Contra ella propone la circunspección o resolución de abstenernos de juzgar hasta que no tengamos evidencia. Para Descartes este vicio lo produce la voluntad, por ser más amplia y extensa que el entendimiento, al anticiparse al entendimiento y aplicarse a cosas que no comprende.

La prevención o negarse a aceptar la verdad de lo que es evidente, lo que es claro y distinto. Es el vicio opuesto a la precipitación. Se debe a que persisten en nuestra alma ciertas nociones, adquiridas en la infancia sin el menor examen, y que oscurecen la luz natural.

2ª. En sentido estricto el método propiamente dicho comienza con esta regla segunda, el análisis: “Dividir cada una de las dificultades que examinare en tantas partes como fuera posible y en cuantas requiriese su mejor solución”. Lo que aquí llama “dificultades” en las Reglas lo llama “cuestiones”, que define como “todo aquello en que se encuentra la verdad o la falsedad, cuyas diferentes especies se han de numerar para determinar qué podemos hacer acerca de cada una” (Regla XIII).La división de las dificultades tendrá un límite, que está representado por lo que llama en las Reglas “naturalezas simples”, que se definen como los elementos indivisibles, que constituyen el último término del conocimiento, más allá del cual no podemos ir. Representan el último momento del análisis y el primero de la síntesis. Se captan por la intuición. Desde el punto de vista del entendimiento son simples aquellas cosas “cuyo conocimiento es tan claro y distinto que no pueden ser divididas por la mente en varias cuyo conocimiento sea más distinto; tales como la figura, la extensión, el movimiento, etc.” (Reglas XII). “Nada podemos entender jamás fuera de esas naturalezas simples y cierta mezcla o composición de ellas”.

3ª. Una vez que la división de las dificultades en tantas partes como nos fuere posible nos permite alcanzar las “naturalezas simples”, se aplica la tercera regla del método, la síntesis, que nos aconseja conducir ordenadamente los pensamiento, “comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más complejos”.

El segundo y tercer precepto constituyen el núcleo fundamental del método cartesiano. Ambos están íntimamente ligados. Una vez concluida la labor de la intuición, por la que se alcanzan las naturalezas simples, comienza el momento de la deducción, que es “la operación por la cual se infiere una cosa de otra” (Regla II). No hay más actos del entendimiento por medio de los cuales podamos llegar al conocimiento de las cosas sin temor alguno de errar que la intuición y la deducción. No hay que confundir el método con la intuición y la deducción: el método nos dice “cómo se debe usar de la intuición de la mente para no caer en el error contrario a la verdad, y cómo deben ser hechas las deducciones para llegar al conocimiento de todas las cosas” (Reglas, IV).

4ª. Pero para tener seguridad sobre la totalidad del razonamiento hay que tenerla sobre cada uno de los eslabones o etapas, pues una sola falla pone en peligro la fortaleza o validez de la cadena. Por eso la cuarta regla nos aconseja: “Hacer en todo enumeraciones tan complejas y revisiones tan generales que estemos seguros de no omitir nada”. Según este cuarto precepto hay que ordenar y enumerar estos elementos para no omitir nada. El ejemplo cartesiano es el de la cadena: sólo podemos estar seguros de la solidez de la cadena si la hemos recorrido sin omitir ningún eslabón.

¿En qué se inspiró Descartes para elaborar su método?

Nos cuenta Descartes que el método que lo inspiró fue, por tanto, el seguido por los geómetras. Estos parten de las cosas más sencillas y fáciles de conocer para elevarse, por medio de “largas cadenas de trabadas razones”, hasta llegar a las cuestiones más difíciles y complejas. La matemática es la única ciencia que logra alcanzar demostraciones ciertas y evidentes. La confianza en la razón, mediada por el método de la ciencia, lo llevará a la búsqueda de un saber seguro, que le permitía pensar que no habría ninguna verdad tan alejada ni inasequible como para que el conocimiento humano no pudiera acceder a ella. Es el optimismo racionalista: la fe en la capacidad de la razón.

Ya en su juventud, cuando abandona el colegio de la Flèche, se muestra descontento con lo aprendido, excepto con las matemáticas. Frente a todas las demás enseñanzas recibidas, a las que considera cuando menos confusas, si no falsas, Descartes sólo encuentra verdad en los conocimientos matemáticos. De ahí que, nos confiesa en el Discurso, desarrolla una especial dedicación hacia esas ciencias. ¿Qué es lo que hace que los matemáticos sean capaces de demostrar la validez de sus proposiciones, que consigan un conocimiento cierto, mientras que los metafísicos se pierden en vanas disquisiciones y disputas escolares? La razón se ha equivocado en numerosas ocasiones hasta el punto de que Descartes considera necesario reconstruir el edificio del saber sobre bases firmes y seguras, si es que esto es posible. Descartes considera que lo que hace verdaderos los conocimientos matemáticos es el método empleado para conseguirlos. No es que haya en las matemáticas una estructura que hace inevitablemente verdaderos sus conocimientos sino que es el método que utilizan los matemáticos lo que permite conseguir tan admirables resultados. Por tanto, el método tiene que elaborarse de acuerdo con el que utilizan los matemáticos en sus investigaciones. No es que las matemáticas sean un tipo de saber distinto del resto de los saberes. Si la razón es única, el saber es único, y debe haber un único método para alcanzar la sabiduría.

Por tanto, el proceso de la reforma del método empezó por la consideración de las verdades más simples y las ideas más ciertas, como empezaban las matemáticas. Con este ejercicio conseguía que la mente se acostumbrara a la forma de conocer la verdad y de obtener la garantía de un conocimiento verdadero. La aplicación del método a las matemáticas funciona de una forma brillante y Descartes se muestra ilusionado, obteniendo el primer éxito: la geometría analítica. Por ello, propone “aplicarlo con igual utilidad a dificultades propias de otras ciencias”. Pero, para conseguir dicho objetivo, se debe comenzar por establecer la certeza de los elementos en los que se apoya el resto de conocimientos. La metafísica establece esos primeros principios. Por tanto, se debe aplicar el método a la filosofía, donde Descartes no encuentra “ningún conocimiento cierto”.

Con la aplicación del método a las matemáticas Descartes ha obtenido dos ventajas que puede generalizar a cualquier otro tipo de conocimiento. Éstas son: 1a) es un método racional, que sólo usa y en todo momento la razón; 2a) permite a la mente entender las cosas con más claridad y distinción. Sin embargo, tal como ha hecho Descartes en su ensayo de Geometría, la aplicación del método a una ciencia o saber necesita de una adaptación específica. Si quiere universalizar el método sin esas restricciones, tendrá que fijarse en una ciencia universal, que ne­cesariamente es la filosofía.

De la misma manera que en las matemáticas se partía de verdades simples y fáciles de conocer, la aplicación del método a la filosofía exige la determinación de los principios desde donde se ha de partir. Pero estos principios no están claros en la filosofía de su tiempo, por lo cual, dice Descartes, hay que evitar nuevamente la prevención y la precipitación. El término "precipitación" viene a tener el mismo significado que antes, pero el término "prevención" probablemente sea más concreto. Aquí se está refiriendo Descartes a los prejuicios filosóficos consistentes en dar explicaciones desde el aristotelismo dominante en las instituciones educativas de su época. Dada la dificultad de la tarea, por las críticas que iba a recibir y de hecho recibió, Descartes pospone la aplicación del método a la filosofía hasta no haber adquirido una madurez y una preparación suficientes, suprimiendo las opiniones erróneas, aumentando su conocimiento y practicando el método más de lo que lo había hecho.

Establecer la certeza de los primeros principios será el objetivo de la Cuarta parte del Discurso. La tarea queda abierta, aunque posiblemente no sea el momento. Tal vez la edad que tiene no es la más apropiada. Pero tendría que emprender lo que se convertiría en el objetivo principal de su esfuerzo: la reforma de la filosofía, una reflexión serena y sistemática sobre los principios fundamentales de la filosofía.

3. LA ESTRUCTURA DE LA REALIDAD: LA TEORÍA DE LAS TRES SUSTANCIAS. (CUARTA PARTE DEL “DISCURSO DEL MÉTODO” (2b y 2c)

El título de la cuarta parte del Discurso del método, “en la que se exponen las razones que permiten establecer la existencia de Dios y del alma humana, que constituyen los fundamentos de la metafísica”, resume el objetivo de esta parte y que consideraba como tarea fundamental, ya que es “la raíz del árbol de la ciencia”. Descartes distingue tres esferas o ámbitos de la realidad: Dios o Sustancia infinita (res infinita); el yo o sustancia pensante (res cogitans) y los cuerpos o sustancia extensa (res extensa).

Aplicando la primera máxima de la moral provisional formulada en la parte tercera del Discurso del Método ("obedecer las leyes y costumbres de mi' país"), Descartes indica la conveniencia de seguir en la vida ordinaria lo establecido por la costumbre. Pero esto sólo es válido para vivir, no para buscar la verdad. Para llegar a la verdad necesita aplicar el método, cuyas reglas ya había enunciado en la parte segunda. Aplica, por tanto, el método inicialmente sólo a lo teórico y no “a las costumbres” (ámbito moral), porque quiere evitar “no permanecer irresoluto en sus acciones”. La duda es, por tanto, teorética, ya que inicialmente no afecta al ámbito moral y es universal porque puede aplicarse a todos los conocimientos teóricos.

Lo primero que hace Descartes es utilizar la regla del análisis con el fin de llegar a una verdad absolutamente segura. El procedimiento que usa es la duda. No se trata de una duda existencial, ni de una duda escéptica, sino de una duda metódica, usada como medio para obtener la verdad. Además de metódica es una duda universal, porque aquello de lo que se duda es la totalidad de nuestros conocimientos.

3.1. La duda metódica: procedimiento cartesiano para llegar a la primera verdad.

Para el Racionalismo el entendimiento ha de encontrar en sí mismo las verdades fundamentales (ideas innatas) a partir de las cuales sea posible deducir el edificio entero de nuestro conocimiento (ideal deductivo). Este punto de partida ha de ser una verdad absolutamente cierta sobre la cual no sea posible ejercer la duda. La búsqueda de este punto de partida exige la tarea previa de eliminar todos los conocimientos, ideas y creencias que no aparezcan como absolutamente ciertos: hay que eliminar todo aquello de lo que sea posible dudar. De ahí que comience la cuarta parte del Discurso planteando los elementos fundamentales de la duda, que es una duda metodológica (no escéptica o existencial), que viene exigida en el momento analítico de su método. Emprender la duda metódica es la única manera de fundar la filosofía sobre un cimiento sólido, sobre un principio que sea realmente indudable.

Radicalidad de la duda: la duda es progresiva, pues en ella distinguimos cuatro niveles de amplitud y radicalidad, aunque el Discurso sólo expone tres. El cuarto no aparecerá hasta las Meditaciones metafísicas-

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El primer nivel se refiere a los sentidos, que nos engañan a menudo, y “es prudente no fiarse nunca por completo de quienes nos han engañado una vez”. Dudar de los sentidos nos permite dudar de que las cosas sean cómo las percibimos, no de que existan tales cosas

La imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia, ya que los mismos pensamientos pueden asaltarnos estando dormidos o despiertos, le hizo suponer que todos los conocimientos que pudiera haber conseguido su mente tuvieran el mismo valor que las ilusiones de sus sueños. Esta razón para dudar parece afectar a la existencia de las cosas y del mundo, pero no a ciertas verdades, como las verdades matemáticas (dormidos o despiertos, en la geometría euclidiana los tres ángulos internos de un triángulo suman 180 grados).

A pesar de la certidumbre de las verdades matemáticas, en su esfuerzo por eliminar todo `posible error, logrará mostrar que tales verdades no son absolutamente indudables, porque algunas veces ha incurrido en paralogismos (razonamientos incorrectos) al tratar cuestiones relacionadas con la geometría. Sin embargo, en esta cuarta parte del Discurso Descartes afirmará posteriormente que no sólo Dios garantiza el criterio de verdad, sino también la certeza de las matemáticas, cuyas demostraciones, siempre que se muestren claras y distintas, serán verdaderas. No importa si estoy haciendo una demostración o soñando que la hago. En ambos casos lo que hace que la demostración sea verdadera es lo mismo; la claridad y la distinción con que la razón la concibe.

La hipótesis del genio maligno, “de extremado poder e inteligencia, que pone todo su empeño en inducirme a error”, permite extender la duda a todo el ámbito del saber.

Cuando la duda es más intensa, cuando no puede estar seguro de nada, alcanza la verdad del primer principio que estaba buscando.

3.2. La primera certeza y el criterio: “pienso, luego existo”. Críticas al cogito cartesiano.

Esta duda radicalizada conduce a una primera verdad absoluta e inmune a toda duda: la existencia del propio sujeto que piensa y duda. En efecto, si duda de todo, al menos es cierto que duda, es decir, que piensa. Y si piensa, existe en tanto ser pensante. Esto es lo que expresa Descartes con su célebre COGITO, ERGO SUM”, que es una verdad tan firme que ni las más extravagantes de las dudas escépticas podrían atentar contra ella. La duda puede alcanzar el contenido de mi pensamiento, pero no al pensamiento mismo. Puedo dudar de la existencia de lo que veo, imagino o pienso, pero no puedo dudar que lo esté pensando y que, para pensarlo, tengo que existir.

La función del cogito es doble: señala el tipo ejemplar de proposición verdadera y prepara el camino para la radical distinción entre el cuerpo y el alma. Por el mero hecho de dudar y de haber intentado convencerse de que no existía, tiene que existir. La existencia del sujeto pensante es una evidencia que está por encima de la existencia del cuerpo y del mundo, ya que puedo imaginar que no tengo cuerpo, pero hay algo que no puedo separar de mí, el pensamiento. Lo único cierto con precisión es que yo soy una cosa que piensa, por tanto, un “sujeto” cuyo ser es “pensar”, que es su naturaleza, esencia o atributo. El yo es el alma, que define esencialmente al ser humano y, a su vez, el alma se define por ser pensamiento.

Análisis del yo pienso y consecuencias.

- Primera consecuencia: la esencia de la sustancia pensante. Lo único cierto es un sujeto cuyo modo de ser es pensar, que es su naturaleza, esencia o atributo

- Segunda consecuencia: el yo es el alma, lo que define esencialmente al hombre. A su vez, al alma lo define su ser pensamiento

- Tercera consecuencia: el dualismo antropológico. El yo o alma no necesita de ninguna condición material, tampoco del cerebro. Por ello, es independiente y distinta de cualquier sustancia material, si es que existe.

- Cuarta consecuencia: el alma es más fácil de conocer que el cuerpo, ya que de ella tenemos una certeza inmediata e intuitiva, mientras que todavía no me consta la existencia del cuerpo. Quienes creen conocer su cuerpo mejor y más fácilmente que su alma, es porque siguen sus sentidos sin aplicar el método, pero si lo hubieran hecho observarían que “tengo cuerpo” no es una afirmación clara ni distinta.

- Quinta consecuencia: la inmortalidad del alma. Si el alma es pensamiento y, por tanto, independiente del cuerpo, entonces es inmortal, ya que para ser, es decir, pensar, no necesita del cuerpo.

El concepto de sustancia es fundamental en Descartes, y a partir de él, en todos los filósofos racionalistas. Una definición de sustancia es ésta: una cosa que existe de tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Según esta definición, sólo podría existir una sustancia: la sustancia infinita o Dios, ya que los seres finitos, pensantes o extensos, son creados y conservados por Dios. El mismo Descartes reconoció que esta definición sólo puede ser aplicada de modo absoluto a Dios, pero el cogito es el primer principio en el orden subjetivo o del conocimiento de certezas. Descartes descubrirá que el yo depende de Dios, el primer principio en el orden del ser. La primera certeza encontrada es el yo, no Dios. El objetivo último de la filosofía cartesiana al afirmar que alma (pensamiento) y cuerpo (extensión) constituyen sustancias distintas es salvaguardar la autonomía del alma respecto de la materia. Porque la ciencia clásica, cuya concepción de la materia comparte Descartes, imponía una concepción mecanicista y determinista del mundo material, en el que queda poco o ningún sitio para la libertad.

La primera verdad y la primera certeza es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza, es decir, es el criterio de todo lo que hayamos de considerar como verdadero en adelante. Porque veamos: ¿por qué es indubitable mi existencia como sujeto pensante? Porque la percibo con total claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de certeza: todo cuanto perciba con igual claridad y distinción que esta primera verdad, será verdadero y podré afirmarlo con toda certeza. Pienso, luego soy no es un silogismo sino una evidencia; no se debe interpretar “si pienso, entonces soy”, sino “soy una cosa que existe siendo pensamiento”.

Hay una grave consecuencia que se deriva del planteamiento cartesiano: el encierro del sujeto dentro de sí mismo. Esto podríamos resumirlo con el término solipsismo. La única verdad que se ha salvado de la duda es la existencia de la propia actividad intelectual, la autoconciencia; pero la existencia indubitable del yo no parece implicar, sin embargo, la existencia de ninguna otra realidad. Por ejemplo, si digo “yo pienso que el mundo existe”, tal vez el mundo no exista, lo único cierto es que yo pienso que el mundo existe. Se ha producido un aislamiento del sujeto respecto del mundo y de los demás. El mundo exterior, la realidad extramental, se ha convertido en algo problemático cuya existencia se ha de demostrar.

3.3. Las ideas.

El yo sólo existe como ser pensante, que tiene ideas. Ya tenemos una proposición absolutamente verdadera por ser indudable y un criterio de verdad preciso y claro. Con estos instrumentos Descartes deberá elaborar todo su sistema filosófico. Sólo sé que soy, dice, pero aún no sé qué cosa soy. ¿Un hombre? Pero, ¿qué es un hombre, un animal racional? Pero entonces surge un problema mayor, porque un animal debe tener un cuerpo y aún no tenemos seguridad alguna de la existencia de mi cuerpo, porque ya vimos que la certeza indubitable del yo no parece implicar la existencia de ninguna otra realidad. ¿Cómo demostrar la existencia de la realidad extramental, exterior al pensamiento? No le queda otro remedio que deducir la existencia de la realidad externa a partir de la existencia del pensamiento. Esta es la exigencia del ideal deductivo racionalista: de una primera verdad absoluta se han de extraer todos los demás conocimientos, incluido nuestro conocimiento de que existen realidades extramentales.

Para hacer esta deducción Descartes cuenta con dos elementos: el pensamiento como actividad (yo pienso, cogito) y las ideas que piensa el yo. Por ejemplo: si digo “yo pienso que el mundo existe”, en esta oración pueden considerarse tres factores: el yo que piensa, el mundo como realidad externa al sujeto, y cuya existencia es aún dudosa y problemática, y las ideas de mundo y de existencia que yo poseo y sin las cuales no podría pensar que el mundo existe.

Las ideas, objeto de mi pensamiento.

Del análisis anterior concluye Descartes que el pensamiento recae directamente sobre ideas, es decir, que el pensamiento piensa siempre ideas. Aquí se ha producido un cambio respecto de la filosofía anterior, en la cual el pensamiento recaía sobre las cosas directamente (realismo aristotélico), no sobre las ideas de tales cosas. La idea para el realista sería como un medio transparente a través del cual el pensamiento recae sobre la cosa, como una lente a través de la cual se ven las cosas, sin ser ella vista. Para Descartes, en cambio, el pensamiento no recae sobre las cosas (de cuya existencia no estamos seguros), sino sobre las propias ideas de las cosas. Aquí la idea no es ya una lente transparente, sino una representación mental, algo así como una fotografía que contemplamos en nuestra mente. De ahí el problema, porque, ¿cómo garantizar que a la idea de mundo le corresponde la realidad mundo?

Las ideas como realidad objetiva y como acto mental.

Descartes distingue dos aspectos en las ideas: su realidad formal en cuanto que son actos mentales o “modos del pensamiento”, y en cuanto que poseen un contenido objetivo, ser imágenes que representan cosas. Como actos mentales, todas las ideas tienen la misma realidad, pero en cuanto a su contenido objetivo su realidad es diversa y distinta porque representan seres con distintos grados de realidad. Hay, por ejemplo, más realidad en la idea de sustancia que en la de color, etc.

Clases de ideas.

Hay que partir, pues, de las ideas y analizarlas detenidamente, para ver si alguna de ellas nos permite salir del encierro del cogito a la realidad extramental.

Descartes distingue tres tipos de ideas: ideas adventicias, las que parecen provenir de nuestra experiencia externa (no nos consta aún la existencia de mundo externo alguno), por ejemplo, las ideas de hombre, de árbol, de los colores, etc. Ideas facticias, las que construye la mente a partir de otras ideas, por ejemplo, la idea de un caballo alado, de un centauro, de un unicornio, etc. Ninguna de estas dos clases de ideas puede servirnos para demostrar la existencia de la realidad extramental: las adventicias por provenir del problemático mundo externo, y las facticias por ser construidas por el pensamiento.

Las ideas más importantes –aunque menos numerosas- no son ni adventicias, ni facticias, por tanto su origen no puede ser otro sino que el pensamiento las posee en sí mismo, o sea, son innatas. Esta es la segunda de las afirmaciones básicas del racionalismo: que las ideas primitivas, a partir de las cuales el entendimiento construye el edificio de nuestros conocimientos, son innatas. Ejemplos de ideas innatas serían: pensamiento, existencia, Dios, extensión, etc.

3.4. La demostración de la existencia de Dios

Concluye aquí la primera gran etapa del recorrido filosófico que ha emprendido Descartes: demostración de la propia existencia como pensamiento, derivación del criterio de verdad y afirmación de que somos una cosa que piensa. ¿Cuál será la próxima etapa? ¿Qué demostrará primero, la existencia del mundo o la existencia de Dios? Un pensador anterior a él hubiera demostrado primero la existencia del mundo, puesto que sobre ésta se apoyan la mayoría de las pruebas de la existencia de Dios. Pero Descartes invierte este orden, porque en vez de sustentar el conocimiento de Dios en el conocimiento del mundo, sustenta el mundo -–al cual la duda metódica ha convertido en algo problemático- en el conocimiento de Dios. Por eso es un filósofo idealista, porque admite como verdad primera la existencia de su propia consciencia y de sus ideas. Así, pues, el próximo problema que tratará de resolver Descartes será el de la demostración de la existencia de Dios mediante tres argumentos: dos causales y el tercero ontológico. Dios permitirá al yo salir de su isla. Para ello tiene que partir de la única verdad que posee, es decir, de la evidencia de la propia existencia como cosa pensante y sus ideas.

A continuación, reflexionando sobre que yo dudaba y que, en consecuencia, mi ser no era omniperfecto pues claramente comprendía que era una perfección mayor el conocer que el dudar, comencé a indagar de dónde había aprendido a pensar en alguna cosa más perfecta de lo que yo era; conocí con evidencia que debía ser en virtud de alguna naturaleza que realmente fuese más perfecta. En relación con los pensamientos que poseía de seres que existen fuera de mi, tales como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otros mil, no encontraba dificultad alguna en conocer de dónde provenían pues no constatando nada en tales pensamientos que me pareciera hacerlos superiores a mí, podía estimar que si eran verdaderos, fueran dependientes de mi naturaleza, en tanto que posee alguna perfección; si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había defecto en mi. Pero no podía opinar lo mismo acerca de la idea de un ser más perfecto que el mío, pues que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible y puesto que no hay una repugnancia menor en que lo más perfecto sea una consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que la existencia en que algo proceda de la nada, concluí que tal idea no podía provenir de mí mismo. De forma que únicamente restaba la alternativa de que hubiese sido inducida en mí por una naturaleza que realmente fuese más perfecta de lo que era la mía y, también, que tuviese en sí todas las perfecciones de las cuales yo podía tener alguna idea, es decir, para explicarlo con una palabra que fuese Dios.

La idea que poseo de un ser perfecto debe ser explicada y, con el primer argumento causal, Descartes demostrará que Dios es la causa de dicha idea, ya que sólo puede haber sido causada en el yo por un ser que tenga tanta realidad formal como realidad objetiva tiene su idea correspondiente. Por ejemplo, la idea de ser bueno no puede estar causada por lo que carezca de bondad. Ahora bien, la sustancia pensante es imperfecta porque duda. Pero entre sus ideas se encuentra la idea de ser perfecto. ¿Cuál es, entonces, el origen de esa idea?

Dios causa mi idea de ser perfecto. Analizando las ideas de cosas que se me presentan como existentes fuera de mí (no tengo la certeza de que existan tales cosas), puedo suponer que han sido inventadas por el yo, porque no hay en tales ideas un grado de perfección superior al que hay en el yo. Por tanto, si esas ideas son verdaderas, es decir, si les corresponde una existencia, su causa puede ser el yo. Si las ideas son falsas, la causa también puede ser el yo en cuanto que es imperfecto y puede equivocarse. Pero, hay dos razones que impiden que la idea de ser perfecto sea facticia; el yo no tiene un grado de perfección suficiente para inventarla (¿cómo puedo yo, que soy un ser finito, haber producido la idea –su contenido objetivo- de un ser infinito, si lo más no puede derivarse de lo menos?) y, en segundo lugar, el yo tiene carencias, y de esa nada no puede provenir nada. La única alternativa es que la idea de ser perfecto “hubiese sido inducida en mí” por una naturaleza que reúna todas las perfecciones de las que, aunque tenga las ideas correspondientes, carezco, como infinitud, omnipotencia… Por tanto, la causa de esas ideas, el ser perfecto, existe.

A esto añadía que, puesto que conocía algunas perfecciones que en absoluto poseía, no era el único ser que existía (permitidme que use con libertad los términos de la escuela), sino que era necesariamente preciso que existiese otro ser más perfecto del cual dependiese y del que yo hubiese adquirido todo lo que tenía. Pues si hubiese existido solo y con independencia de todo otro ser, de suerte que hubiese tenido por mi mismo todo lo poco que participaba del ser perfecto, hubiese podido, por la misma razón, tener por mi mismo cuanto sabía que me faltaba y, de esta forma, ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, todopoderoso y, en fin, poseer todas las perfecciones que podía comprender que se daban en Dios.

El punto de partida del segundo argumento causal no va ser “la idea de un ser perfecto”, sino el “yo que posee ideas de perfecciones”. Si yo soy imperfecto, pero poseo ideas de cosas perfectas (ser infinito, eterno, inmutable….), entonces tiene que existir una causa que me haya hecho con tales ideas. Esa causa tiene que ser Dios, pues sólo él tiene esas perfecciones de las que yo tengo ideas. ¿Puede la sustancia pensante o yo ser causa de sí misma en lugar de estar causada por Dios? Descartes responde que si yo fuera causa de mí propia existencia, no se explicaría por qué, teniendo las ideas de tales perfecciones, carezco de las mismas. Si yo fuera causa de mí mismo, no me hubiera creado sólo con las ideas de perfecciones tales como la eternidad, la omnisciencia…, sino que también me hubiera dotado de tales rasgos, pues es mejor tener esas perfecciones que sólo sus ideas. Así, puesto que no tengo esas perfecciones pero tengo sus ideas, Dios es mi causa y, por tanto, existe.

Pues siguiendo los razonamientos que acabo de realizar, para conocer la naturaleza de Dios en la medida en que es posible a la mía, solamente debía considerar todas aquellas cosas de las que encontraba en mí alguna idea y si poseerlas o no suponía perfección; estaba seguro de que ninguna de aquellas ideas que indican imperfección estaban en él, pero sí todas las otras. De este modo me percataba de que la duda, la inconstancia, la tristeza y cosas semejantes no pueden estar en Dios, puesto que a mí mismo me hubiese complacido en alto grado el verme libre de ellas. Además de esto, tenía idea de varias cosas sensibles y corporales; pues, aunque supusiese que soñaba y que todo lo que veía o imaginaba era falso, sin embargo, no podía negar que esas ideas estuvieran verdaderamente en mi pensamiento. Pero puesto que había conocido en mí muy claramente que la naturaleza inteligente es distinta de la corporal, considerando que toda composición indica dependencia y que ésta es manifiestamente un defecto, juzgaba por ello que no podía ser una perfección de Dios al estar compuesto de estas dos naturalezas y que, por consiguiente, no lo estaba; por el contrario, pensaba que si existían cuerpos en el mundo o bien algunas inteligencias u otras naturalezas que no fueran totalmente perfectas, su ser debía depender de su poder de forma tal que tales naturalezas no podrían subsistir sin él ni un solo momento.

Demostrada la existencia de Dios, Descartes deduce su naturaleza o esencia, sin olvidar que Dios no es completamente cognoscible por mí, pues mi entendimiento es finito. Lo que en mí implica imperfección no estará en Dios, pero sí contendrá las perfecciones de las que yo tengo ideas. No será un ser que dude o inconstante, pues tales rasgos implica imperfección, pero sí será, por ejemplo, omnisciente, rasgo del que carezco, aunque tengo su idea. Por otro lado, el hombre es un ser compuesto de alma y cuerpo, pero toda composición denota dependencia e imperfección. Por tanto, Dios, que es un ser perfecto, será un ser simple, de manera que el resto de sustancias, lo imperfecto, es una continua creación divina.

El tercer argumento es una reformulación del argumento ontológico de San Anselmo de Canterbury en relación con las demostraciones de la geometría. En matemáticas se demuestra necesariamente que, por ejemplo, dado un triángulo, sus ángulos suman 180º. Sin embargo, esa demostración no dice nada sobre la existencia de ese triángulo. Por tanto, lo que el criterio de verdad garantiza es la verdad de la demostración, no la existencia del objeto. No hay nada en la definición de triángulo que exija su existencia. Lo mismo podría decirse de cualquier otra rama de las matemáticas. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con la idea de triángulo, la de ser perfecto contiene la existencia de ese ser (infinito, omnipotente, omnisciente, bueno…, y existente). Igual que una característica del triángulo, para que lo sea, es que sus ángulos suman 180º, una característica de la idea de ser perfecto es la existencia del mismo. De lo contrario, dicha idea no sería la idea de un ser perfecto, pues la faltaría una perfección, su existencia.

Posteriormente quise indagar otras verdades y habiéndome propuesto el objeto de los geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en diversas partes, que podían poner diversas figuras y magnitudes, así como ser movidas y trasladadas en todas las direcciones, pues los geómetras suponen esto en su objeto, repasé algunas de las demostraciones más simples. Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.

Pero lo que motiva que existan muchas personas persuadidas de que hay una gran dificultad en conocerle y, también, en conocer la naturaleza de su alma, es el que jamás elevan su pensamiento sobre las cosas sensibles y que están hasta tal punto habituados a no considerar cuestión alguna que no sean capaces de imaginar (como de pensar propiamente relacionado con las cosas materiales), que todo aquello que no es imaginable, les parece ininteligible. Lo cual es bastante manifiesto en la máxima que los mismos filósofos defienden como verdadera en las escuelas, según la cual nada hay en el entendimiento que previamente no haya impresionado los sentidos. En efecto, las ideas de Dios y el alma nunca han impresionado los sentidos y me parece que los que desean emplear su imaginación para comprenderlas, hacen lo mismo que si quisieran servirse de sus ojos para oír los sonidos o sentir los olores. Existe aún otra diferencia: que el sentido de la vista no nos asegura menos de la verdad de sus objetos que lo hacen los del olfato u oído, mientras que ni nuestra imaginación ni nuestros sentidos podrían asegurarnos cosa alguna si nuestro entendimiento no interviniese.

Crítica a la doctrina escolástica del conocimiento

Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes afirma que no sólo el alma, sino también Dios, es más fácil de conocer que lo sensible. De hecho, el yo conoce con certeza su existencia y la de Dios sin tener certeza de la existencia del mundo ni de su cuerpo. Por tanto, la idea de Dios y del alma no son adventicias, pero tampoco, como se ha demostrado anteriormente, pueden haber sido inventadas por el yo (no son facticias). Son innatas. La mayoría cree, sin embargo, que es más fácil conocer la mesa que tiene delante que Dios o su alma porque siguen sus sentidos o imaginación. Pero, si aplicaran el método, se darían cuenta de que sus sentidos no ofrecen un conocimiento cierto, pues caen bajo los motivos de la duda.

La doctrina tradicional de la escolástica decía que el conocimiento de Dios por la sola razón estaba reservado a unos pocos, tras múltiples esfuerzos y con grandes errores. De ahí la necesidad de la Revelación. Descartes piensa exactamente lo contrario, puesto que la idea de Dios es una idea clara y distinta. Pero, harto de los ataques que recibía tanto de las instituciones eclesiásticas como de algunas universidades de Francia y Holanda, responde con una crítica muy dura, dirigida a la teoría del conocimiento que subyacía tras esos ataques, que no es sino el aristotelismo escolástico. Según esta doctrina, todo el conocimiento nos viene a través de los sentidos. Sobre la imagen sensible que forma el sentido interno de la percepción o sensorio común actúa el entendimiento, abstrayendo, separando el concepto universal. Descartes acusa a los defensores de esta teoría de ser poco racionales, de usar más la imaginación que el entendimiento, al ser incapaces de elevar su pensamiento sobre las cosas sensibles, puesto que la imaginación es una facultad del pensar ligada a los sentidos. Tienen dificultad en conocer a Dios y la naturaleza del alma, porque se han equivocado de facultad cognoscitiva; lo mismo que se equivocan de facultad sensible quienes quieren oír un sonido o sentir un olor con la facultad de la visión. Hay otra crítica, más interesante, porque anticipa desarrollos posteriores. En la certeza de nuestros conocimientos sensibles, ya provengan de los sentidos, ya estén mezclados con ellos (la imaginación), interviene el entendimiento. En todo conocimiento, sea el que sea, para que haya certeza tiene que haber una presencia del entendimiento.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres. Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios.

Deducción de la existencia del mundo

Entramos en la tercera deducción metódica. Una vez demostrada la existencia de Dios, Descartes deduce que, como Dios es un ser perfecto y veraz, todo lo que proviene de Él, en cuanto nos ha creado, o sea, el mundo y la mente, es verdadero. Asimismo son verdaderas las ideas de la mente y es válido el criterio de certeza, porque Dios no nos ha podido construir mal; eso iría contra la idea de un Ser Perfecto. Es cierto que la mente y el criterio de certeza ya han sido deducidos, pero ahora un Descartes más tradicional está preocupado por justificar su existencia.

Lo primero que hace Descartes es fundamentar la certeza del conocimiento sensible. Otra prueba de que Dios y el alma son mejor y más fáciles de conocer que lo sensible es que su conocimiento necesita del conocimiento de Dios. Aunque se tenga la “seguridad moral” de que el mundo existe, no se puede tener la “certeza metafísica” de su existencia hasta haber demostrado que Dios existe. La seguridad moral vale para vivir. Todos nos acostamos con la seguridad de que amanecerá, estamos seguros de que tenemos cuerpos y hay flores en el campo. Pero estas seguridades son morales, no metafísicas. Descartes no ha encontrado todavía ninguna razón que haga indudable la existencia del mundo, incluido su cuerpo. Los motivos de duda que sirvieron para rechazar la certeza del mundo siguen presentes. Posteriormente va a demostrar por qué sólo la certeza de Dios puede garantizar la certeza de las ideas adventicias y, por tanto, la existencia del mundo y garantiza esta certeza porque también garantiza la validez del criterio de verdad, ya que lo que se concibe con claridad y distinción es posible gracias a la existencia de Dios, que permite también la verdad de las matemáticas.

Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas. De modo que, si bien frecuentemente poseemos algunas que encierran falsedad, esto no puede provenir sino de aquellas en las que algo es confuso y oscuro, pues en esto participan de la nada, es decir, que no se dan en nosotros sino porque no somos totalmente perfectos. Es evidente que no existe una repugnancia menor en defender que la falsedad o la imperfección, en tanto que tal, procedan de Dios, que existe en defender que la verdad o perfección proceda de la nada. Pero si no conocemos que todo lo que existe en nosotros de real y verdadero procede de un ser perfecto e infinito, por claras y distintas que fuesen nuestras ideas, no tendríamos razón alguna que nos asegurara de que tales ideas tuviesen la perfección de ser verdaderas.

En segundo lugar, tampoco es válido el criterio (la regla) antes aludido de la claridad y la distinción, si no se admite la existencia de Dios que, como ser perfecto, no nos ha podido construir mal. Todas las ideas de la mente son verdaderas en cuanto proceden de Dios y por eso son claras y distintas. Es cierto que no todas las ideas que tenemos son completamente verdaderas; algunas de ellas son falsas o contienen alguna falsedad, porque son oscuras y confusas. Pero esto no se debe a un defecto divino, sino a un defecto de los seres creados, que, por ser finitos, no somos totalmente perfectos. Aquello que no es claro y distinto sino obscuro y confuso, no ha sido creado por Dios y proviene de la nada.

El método de Descartes, como ya hemos comprobado, avanza desde el conocimiento de la existencia del sujeto mismo hasta el conocimiento de la existencia de un Dios que no nos engaña. Por lo tanto, si las pruebas de Descartes sobre la existencia de Dios no son válidas –cosa en la cual coinciden la mayoría de los especialistas- todo su esfuerzo cae por tierra. Sin embargo, el problema no se reduce a que las pruebas que aduce Descartes para demostrar la existencia de Dios sean de dudosa validez: en toda esta cuestión subyace una dificultad estructural más grave. Para demostrar la existencia de Dios hemos de partir de ciertos axiomas o premisas. ¿Cómo sabemos que estos axiomas son correctos? Descartes responde que nosotros percibimos clara y distintamente su verdad. Sin embargo, surge la siguiente pregunta: ¿cómo podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas? Una vez demostrada la existencia de Dios, esto no constituye ningún problema. Descartes puede sostener que Dios, al ser perfecto y por lo tanto bueno, no puede habernos dado una mente sujeta a error acerca de materias que cree percibir con la máxima claridad. No obstante hasta que no sepamos que Dios existe, no tenemos ninguna garantía de fiabilidad de la mente, ni siquiera en las cosas más sencillas. Así, desde el comienzo mismo la empresa cartesiana se encuentra amenazada por un siniestro círculo vicioso: no podemos confiar en nuestras ideas claras y distintas hasta saber que Dios existe; pero no podemos demostrar la existencia de Dios si no nos fiamos de nuestras ideas claras y distintas. La respuesta de Descartes a este considerable problema (conocido con el nombre de “círculo cartesiano”) parece consistir en que existen algunas proposiciones tan claras y tan sencillas que, incluso sin disponer de una garantía divina de la fiabilidad de la mente, se garantizan a sí mismas. “Dos y dos son cuatro” o “si pienso, existo” son ejemplos de proposiciones tan sencillas y directas, que al analizar aquello que afirman, no tengo la menor posibilidad de equivocarme con respecto a su verdad.

Por tanto, después de que el conocimiento de Dios y el alma nos han convencido de la certeza de esta regla, es fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben en forma alguna hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos. Pues, si sucediese, inclusive durmiendo, que se tuviese alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que algún geómetra lograse alguna nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdad. Y en relación con el error más común de nuestros sueños, consistente en representamos diversos objetos de la misma forma que la obtenida por los sentidos exteriores, carece de importancia el que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, pues pueden inducirnos a error frecuentemente sin que durmamos como sucede a aquellos que padecen de ictericia que todo lo ven de color amarillo o cuando los astros u otros cuerpos demasiado alejados nos parecen de tamaño mucho menor del que en realidad poseen

En tercer lugar, la existencia de Dios también fundamenta el conocimiento matemático. Esta fundamentación es consecuencia de la anterior fundamentación del criterio de certeza. Los matemáticos se caracterizan por formular ideas "muy distintas" y precisas. Da igual que esas ideas se formulen durmiendo o en estado de vigilia, porque ya tenemos fundamentado el criterio de certeza. Aunque un matemático formulase una demostración mientras duerme, no por eso dejaría de ser verdadera.

En cuarto lugar, la existencia de Dios fundamenta la existencia del mundo. Descartes dice que nuestro conocimiento del mundo sensible no sólo es erróneo porque, cuando dormimos, solamos representarnos los objetos durante el sueño con la misma forma que cuando estamos despiertos. También despiertos nuestros sentidos externos nos llevan a error. Es lo que sucede a los enfermos de ictericia que lo ven todo de amarillo o cuando nos fijamos en los astros u otros cuerpos celestes, que nos representamos con un tamaño muy inferior al que tienen.

Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo. Y puesto que nuestros razonamientos no son jamás tan evidentes ni completos durante el sueño como durante la vigilia, aunque algunas veces nuestras imágenes sean tanto o más vivas y claras, la razón nos dicta igualmente que no pudiendo nuestros pensamientos ser todos verdaderos, ya que nosotros no somos omniperfectos, lo que existe de verdad debe encontrarse infaliblemente en aquellos que tenemos estando despiertos más bien que en los que tenemos mientras soñamos.

Lo importante para el conocimiento del mundo no es que estemos despiertos o dormidos. Lo importante es que aquello que conocemos se ajuste a la evidencia de la razón. Descartes recalca que los pensamientos han de ajustarse a la razón, y no a la imaginación o los sentidos. Y pone dos contraejemplos: uno ya utilizado un poco antes, la representación del tamaño del sol, que es una idea adventicia; y otro, la representación de una quimera, que es una idea facticia, fabricada por la imaginación. Para Descartes el mundo existe, pero no tal como nos lo ofrecen los sentidos, sino tal como lo entiende la razón. Y la razón nos presenta el mundo como res extensa, que es una idea innata. No todas las ideas son igualmente verdaderas. Las más importantes son las ideas innatas, porque nos dan un conocimiento claro y distinto, perfectamente ajustado a las exigencias de la razón. Les siguen las ideas adventicias que pueden tener claridad pero no distinción (podemos ver el sol con claridad, pero nos engañamos con su tamaño). Y en el último lugar están las ideas facticias, cuya claridad depende de la imaginación y carecen de existencia real, como la idea de una quimera. Ahora bien, sean cuales sean las ideas, todas ellas tienen un fundamento mayor o menor de verdad, que depende de Dios. No es posible que Dios, que es la Suma Verdad, nos pueda engañar. Luego el mundo existe.

3.5. La demostración del mundo (Res extensa).

En el proceso de construcción del nuevo edificio de la filosofía todavía quedaba por justificar la existencia del mundo. El hombre nunca tendrá mayor certeza del conocimiento de los objetos materiales que la que ha conseguido con respecto a Dios, porque siempre existe la posibilidad de que aquello que creemos conocer con certeza sea la ilusión de un sueño.

La demostración de la existencia del mundo o cosas materiales será fácil: puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz, no puede permitir que me engañe al creer que el mundo existe, luego el mundo existe. Evidentemente tengo ideas sobre unas realidades exteriores a mi pensamiento, materiales y sensibles. Hay en mí una facultad que recibe las ideas de las cosas corporales. Ni mi pensamiento es la causa de ellas,, pues no soy más que una cosa que piensa y se me presentan en mí aun en contra de mi voluntad, ni Dios puede engañarme poniendo en mí tales ideas provenientes de los cuerpos. Por tanto, deben existir las realidades materiales, o cuerpos, que producen en mí tales ideas.

Utilizando la regla de la evidencia, con las características de claridad y distinción, tenemos que admitir como cualidades objetivas de los cuerpos la extensión, el movimiento, la figura, la situación, la duración. A estas cualidades propias de los cuerpos –las llamadas por Galileo cualidades primarias- Descartes las considera realmente como propiedades de las realidades corpóreas. Pero hay otras cualidades, secundarias, que son propiamente subjetivas, porque están en nosotros pero nos orientan en nuestra relación vital con los cuerpos; el color, el olor, el sabor, el sonido, etc.

Dios sólo garantiza la existencia de un mundo constituido exclusivamente por la extensión y el movimiento (cualidades primarias). A partir de estas ideas de extensión y movimiento se puede para Descartes deducir la física y las leyes generales del movimiento, de corte mecanicista. Este mecanicismo incluye tanto a los cuerpos inorgánicos como a los orgánicos: las plantas, los animales e incluso el mismo cuerpo del hombre son como máquinas, que se rigen por las leyes universales y necesarias del movimiento.

5. RELACIÓN CON OTRA POSICIÓN FILOSÓFICA: LA CRÍTICA DE HUME A LA IDEA DE SUSTANCIA DE LA METAFÍSICA (3 a).

La comparación más inmediata es con el empirismo, porque ambos se sitúan en el mismo contexto político, económico, social e ideológico y vienen a ser un replanteamiento de los problemas tradicionales de la filosofía desde los supuestos de la cultura moderna en conexión con la revolución científica. De ahí la importancia que darán a los problemas del conocimiento y del método científico, aunque divergen en sus concepciones respecto al origen y desarrollo del mismo. Por otra parte se encuentran vinculados al desarrollo de la sociedad burguesa y los conflictos del siglo explican el interés que dedican a la teoría política, sobre todo los autores ingleses.

Locke, uno de los principales representantes del empirismo y padre del liberalismo político, coincide con Descartes en que el objeto del conocimiento no son las cosas, sino las ideas, aunque difiere de él al sostener que todas las ideas provienen sólo de la experiencia. Rechaza las ideas innatas, ya que antes de la experiencia el entendimiento se encuentra vacio. Los sentidos nos transmiten las cualidades sensibles de los objetos.

Locke distingue entre ideas simples (de sensación y reflexión) y las complejas, formadas por la actividad del entendimiento al combinar, relacionar y agrupar dichas ideas simples. Las ideas complejas son; sustancia, modos de la sustancia y relaciones. El término sustancia, procede del latin "substancia" que es, a su vez la traducción del griego "ousía". Su significado más general es el de fundamento de la realidad, (significado que adquiere ya de forma clara con Aristóteles), "lo que está debajo", lo que "permanece" bajo los fenómenos, lo subsistente. En cuanto tal, la sustancia es ante todo sujeto, lo que tiene su ser en sí, y no en otro. En esta línea, Locke supone que la idea de sustancia es el sustrato de un conjunto de cualidades o accidentes, aunque en realidad no la conocemos. Lo único que podemos conocer son el conjunto de cualidades sensibles

Hume hará una dura crítica a todas las ideas de la metafísica y, sobre todo, al concepto de sustancia en su triple vertiente: la extensa (mundo), la pensante (cogitans) y la infinita (Dios). Hume se preguntará por la validez de la idea de sustancia, y lo hará recurriendo al criterio de verdad que había fijado en el análisis del conocimiento para determinar la validez de una idea. Según tal criterio, una idea es verdadera si le corresponde una impresión; en caso contrario hemos de considerarla falsa. Ahora bien, sólo hay dos tipos de impresiones: las impresiones de sensación y las impresiones de reflexión. ¿Es la idea de sustancia la "copia" de alguno de esos tipos de impresión? O dicho de otra manera, ¿hay alguna impresión -de sensación o de reflexión- que le corresponda a la idea de sustancia? No, nos dirá Hume. No hay ninguna impresión de sensación que corresponda a la idea de sustancia, ya que esta idea no contiene nada sensible. Todos los teóricos y defensores de la idea de sustancia insiste en que la sustancia no es un olor, un color, un sabor, etc., no es algo que vemos, oímos o tocamos. Lo que vemos, oímos, tocamos, son los accidentes de la sustancia, pero no la sustancia. Pero tampoco hay ninguna impresión de reflexión que corresponda a la idea de sustancia, ya que éstas no están constituidas por pasiones y por emociones, y nadie ha hablado nunca de la sustancia como si fuera una pasión o una emoción. Si a la idea de sustancia no le corresponde, pues, ninguna impresión de sensación, ni tampoco ninguna impresión de reflexión, entonces no le corresponde en absoluto ninguna impresión; y una idea a la que no le corresponde ninguna impresión, de acuerdo con el criterio de Hume, es una idea falsa.

La tesis defendida sobre la sustancia divina estará en consonancia con las conclusiones anteriores. En la sección XI de la "Investigación sobre el entendimiento humano" Hume estudia el tema de Dios y la vida futura, teniendo en cuenta las críticas realizadas a la idea de sustancia y al principio de causalidad. En virtud de ello, Hume no reconocerá validez alguna a las demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, considerando que dicha existencia no es demostrable racionalmente.

Al igual que Descartes, Locke y Berkeley habían utilizado el principio de causalidad para fundamentar la afirmación de que Dios existe. A juicio de Hume, esta inferencia es también injustificada por la misma razón, porque no va de una impresión a otra, sino de nuestras impresiones a Dios, que no es objeto de impresión alguna.

6. ACTUALIZACIÓN DEL TEMA: MATEMATIZACIÓN Y DESARROLLO CIENTÍFICO Y TÉCNICO. EL MECANICISMO CARTESIANO Y EL PROBLEMA MENTE-CUERPO (3 b).

El Discurso propone un método y un criterio de verdad que son herederos de las matemáticas y de esta forma todas las ciencias conseguirán una certeza semejante. La matematización es una característica que desde entonces ha impregnados casi todos los ámbitos de la ciencia occidental. El conocimiento de las cosas se consigue cuantificándolas, es decir, reduciéndolas a magnitudes y hallando luego las relaciones entra esas cantidades. El desarrollo de las ciencias sociales y humanas (sociología, economía, psicología, etc.) también se explica como consecuencia de la nueva visión del ser humano que vino con el cartesianismo. Tanto es así que ni siquiera ellas, a pesar de llamarse “humanas”, han podido sustraerse a la matematización, que se ha convertido en un instrumento necesario en sus investigaciones.

Pero la matematización por sí sola no hubiera propiciado el desarrollo científico si no hubiera ido acompañada por la autonomía de la razón. Sólo una razón independiente de la religión puede llegar a la verdad. Descartes se convierte así en una referencia básica del proceso de laicidad. No obstante, la fe sigue presionando para mantenerse como criterio de verdad, como vemos en el intento del creacionismo estadounidense por eliminar las enseñanzas del evolucionismo en las escuelas, o en las críticas del Vaticano a las investigaciones genéticas. Esta separación entre razón y fe ha contribuido también a la aparición de posiciones ateas o agnósticas. Es evidente que el pensador francés no es ni una cosa ni otra, y que estas ideas no estaban presentes en su proyecto, ya que la razón llega a la certeza de Dios. Pero la modernidad ha perdido el optimismo racionalista y el hombre contemporáneo ya no cree poseer una razón tan poderosa como para afirmar de modo claro y distinto la existencia de Dios, es decir, el racionalismo optimista ha desembocado en un racionalismo agnóstico.

Las demostraciones de la existencia de Dios han caído en desuso. Normalmente se considera que no es posible demostrar la existencia de Dios ni desde la ciencia ni desde la filosofía; la ciencia porque su propio método se lo impide. Dios no es un fenómeno empírico ni una hipótesis contrastable en la experiencia. En filosofía tampoco existe un argumento válido, aunque a través de su historia se han dado varias demostraciones. El argumento causal yerra al saltarse la serie ilimitada de causas y suponer una Causa Primera, que es una causa incausada. El argumento ontológico se equivoca en su punto de partida: la idea de Dios en la mente.

El dualismo antropológico. El problema mente-cuerpo es una de las cuestiones más interesantes en la filosofía contemporánea. Las posiciones dualistas han suavizado sus compromisos metafísicos; de hecho es difícil encontrar hoy día algún defensor del dualismo clásico o dualismo de sustancias. Si existen, sin embargo, otras formas de dualismo que pretenden ser compatibles con los postulados de las ciencias físicas y con las neurociencias. Estas nuevas formas de dualismo se conocen como dualismo de propiedades. Lo que se sostiene en este caso es que, aunque no existe más sustancia que la material, y la actividad mental se realiza en el cerebro, si existen propiedades distintas. Así, podemos distinguir entre las propiedades físicas de cerebro (capacidad para establecer enlaces neuronales, la química que subyace a la actividad cerebral...) y las propiedades mentales propiamente dichas. Defensores de esta posición serían Jerry Fodor, H. Putnam (al menos en una de sus etapas), J. Searle, y en general todos aquellos filósofos que se encuentran cómodos dentro de las posiciones funcionalistas y la Teoría Computacional de la Mente.

Frente a las posiciones dualistas antes mencionadas, existen posiciones fisicalistas, que se oponen a esa distinción entre propiedades mentales y físicas. Estas posiciones se definen como reduccionistas, pues pretenden dar una explicación de los procesos cerebrales en términos exclusivamente neurofisiológicos. La Teoría Neurocomputacional de la Mente, vinculada a los modelos conexionistas desarrollados en el campo de la I.A., y la doctrina filosófica que se suele asociar a ella, el Materialismo Eliminativo desarrolladas entre otros por Paul y Patricia Churchland, conforman la posición reduccionista en Filosofía de la mente

Hay que tener en cuenta que una explicación mecanicista encajaría bien en el modelo de ciencia en el que Descartes pensaba. Si recordamos su imagen de la ciencia, esta era un árbol cuyas raíces serían la metafísica, el tronco sería el equivalente a la física, y las ramas representarían las distintas ciencias. El sistema, nos dice Descartes, estará completo cuando todas las ramas queden conectadas con el tronco. Este modelo de ciencia, en jerga filosófica actual podría reconocerse como una posición reduccionista. Considerar al universo, incluso al ser humano como un complejo mecanismo era algo hacia lo que apuntaba la física mecanicista.

7. Glosario de Descartes (2a)

Alma. La sustancia pensante.

Análisis. Segunda regla del método consistente en la descomposición de algo en sus elementos constituyentes hasta alcanzar las naturalezas simples. El análisis es uno de los dos procesos deductivos de la razón.

Apetito. Una de las pasiones del alma. Consiste en una agitación del alma causada por que esta desea para el futuro cosas que juzga convenientes. Desear llegar a casa para tener la satisfacción de sentarme toda la tarde a leer es un apetito.

Atributo. Propiedad principal de la sustancia que constituye su naturaleza o esencia. De esta propiedad depende el resto de sus rasgos (modos). Su carácter esencial es lo que explica que sea inseparable de la sustancia que define. Por ello, las sustancias se clasifican en función de los tres tipos de atributos: sustancia infinita o perfecta, pensante y extensa. Las sustancias se conocen gracias a sus atributos.

Buen sentido. Razón.

Certeza, cierto. Se puede definir desde dos perspectivas. Subjetivamente, la razón está cierta de un conocimiento o está en la certeza cuando se le presenta algo ante lo que asiente sin temor a errar, es decir, algo que percibe con claridad y distinción. Desde esta perspectiva la certeza es el criterio de verdad. Objetivamente, todo objeto que produce en la razón un conocimiento claro y distinto se califica de certeza u objeto cierto.

Certeza metafísica. Certeza que se tiene cuando se concluye que no es posible que la cosa sea distinta de como se la juzga. Pienso, luego existo es una certeza metafísica, pues no cabe ninguna posibilidad de que tal afirmación sea falsa.

Ciencia. En el texto se manejan dos acepciones:

La definición cartesiana: un conocimiento cierto y evidente de la razón. Todas las ciencias conforman una unidad provocada por la unidad de la razón y del método. El proceder de las ciencias, por tanto, no se diferencia en función de los objetos que conocen. La ciencia es como un árbol, cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física, y las ramas las demás ciencias, principalmente la medicina, la mecánica y la moral. Por tanto, la verdad de las últimas ciencias depende de la verdad de las primeras.

Su acepción como «ciencia probable»: el tipo de conocimiento que el autor critica por tratarse de saberes formados por razones probables (los saberes escolásticos).

Circunspección. Prudencia que debe mantener la razón ante los interrogantes que se le presentan para así evitar caer en la precipitación. Esta prudencia lleva a la razón a abstenerse de juzgar sobre la verdad o falsedad de los conocimientos hasta que no los conozcan con certeza, y a seguir el orden adecuado en las deducciones.

Claridad, claro. Rasgo que caracteriza a las ideas evidentes. La claridad se produce cuando dicha idea está «presente y manifiesta a una mente (entendimiento) atenta». Lo opuesto a una percepción clara es una percepción oscura.

Concebir. Es un acto propio del entendimiento por el que conoce inmediatamente la claridad y distinción de las ideas. En unos casos es sinónimo de intuir, en otros tiene un sentido más amplio y parece no recoger la idea de inmediatez propia de la intuición.

Conocimiento. Propiamente sólo es conocimiento el conocimiento evidente o cierto. Opiniones, creencias o dudas no son actos de conocimiento porque no conducen a la verdad.

Cosa. (Ver sustancia).

Cosas sensibles, corporales, materiales o extensas. Distintos modos de referirse a las sustancias extensas.

Las sustancias extensas, precisamente por ser extensas, son corporales y materiales y, al serlo, también son sensibles, es decir, cognoscibles a través de los sentidos.

Creencias, creer. Creer en una cosa es distinto de conocerla. Una creencia es un acto de la razón por el que califica algo de probable o verosímil. Mediante la creencia nunca se llega a la verdad. Las creencias se aceptan como válidas, verdaderas, cuando no se sigue el método, por eso Descartes decide metodológicamente considerarlas falsas. En muchos casos Descartes usa «creencia» como sinónimo de opinión, en otros define la opinión como un tipo de creencia.

Cuerpo. Cualquier sustancia extensa. Los cuerpos vivos, incluido el ser humano, realizan sus funciones biológicas autónomamente. Se mueve gracias a su espíritu animal (elemento también material). Sin embargo, para explicar los movimientos voluntarios del hombre, sus sentimientos, deseos..., Descartes afirma que el cuerpo humano y la sustancia pensante están íntimamente unidos a través de la glándula pineal. Pero esa unión no añade ni quita nada a ninguna de las dos sustancias.

Deducción. Uno de los dos actos con los que la razón llega a certezas. Consiste en la simple inferencia de una cosa a partir de otra. Cada etapa de la deducción es clara y distinta si se deduce de la precedente: dada la evidencia de las primeras proposiciones o principios, el resto de certezas resulta de su deducción racional. Frente a la intuición de la razón, la deducción no es inmediata sino discursiva. Por eso con la deducción no se llega a evidencias, sino sólo a certezas. Tanto el análisis como la síntesis que el método exige son formas distintas de la deducción.

Demostración. Argumentación que conduce a una conclusión que debe ser aceptada necesariamente como verdadera ya que es consecuencia de otras proposiciones ya verdaderas. Las demostraciones se oponen a las razones probables y a las simples opiniones. La única demostración posible de los primeros principios es la intuición de su evidencia. Para el resto de verdades, su demostración es la deducción de su certeza.

Dios. La sustancia infinita.

Distinto. Rasgo que caracteriza a las ideas y percepciones de la mente (entendimiento) que, «además de ser claras, son de tal modo precisas y separadas de todas las demás, que no contienen más que lo que es claro». Es la razón a través del entendimiento la que determina la distinción de una idea.

Duda. Incertidumbre o falta de decisión sobre la verdad o falsedad de un enunciado que hasta ese momento es, por ello, sólo una creencia u opinión. La falta de decisión lleva al inmovilismo, a la «puesta entre paréntesis» de cualquier acto o afirmación. La duda puede ser escéptica o metódica (como la cartesiana). Explicar la extensión de la duda

Entendimiento. Uno de los cinco elementos que influyen en el conocimiento, junto a la voluntad, la memoria, la imaginación y los sentidos. Es la capacidad para concebir ideas. En muchas ocasiones esa concepción exige de la colaboración de la imaginación y la memoria, lo que puede ocasionar errores. La voluntad sólo debe juzgar como verdadero lo que el entendimiento conciba claro y distinto.

Error. Jamás se origina de una mala deducción sino sólo de que admiten ciertas experiencias poco comprendidas, o de que se emiten juicios con precipitación y sin fundamento. El error no se produce al concebir ideas sino cuando la voluntad juzga sobre su verdad. La causa del error es que la voluntad va más allá de lo que permite el entendimiento: en muchas ocasiones, el entendimiento concibe ideas que no son claras ni distintas, y sin ese requisito la voluntad empuja a la razón a juzgar que son verdaderas, es decir, que a estas ideas le corresponden realidades. Ahí se produce el error. Por ello, el método debe impedir tales juicios.

Escéptico. Quien niega la existencia de una realidad objetiva y/o la posibilidad de conocerla. Niega, por tanto, que el hombre tenga los elementos suficientes para calificar su conocimiento de verdadero o no. En la época de Descartes existía una fuerte corriente escéptica que este trató de combatir con su método y el establecimiento de conocimientos ciertos. Esencia. El atributo de una sustancia.

Espíritu. Traduce la expresión «esprit». En este texto se usa casi siempre como sinónimo de entendimiento y en los menos como sinónimo de razón. El contexto ayuda a determinar su sentido.

Evidencia, evidente. Lo evidente se puede atribuir al conocimiento (sentido subjetivo) o al objeto conocido (sentido objetivo). Objetivamente lo evidente es el objeto de una intuición de la razón: las naturalezas simples. Subjetivamente lo evidente son los conocimientos resultado de tal intuición. Por tanto, lo evidente es lo inmediatamente cierto. No todos los conocimientos ciertos son evidentes, ya que también se conoce mediante la deducción de la razón.

Existencia. El hecho de ser. La existencia es un rasgo necesario sólo del Ser Perfecto, ya que su perfección implica necesariamente su existencia. En el resto de seres, que no son perfectos, su existencia no es necesaria, por tanto, si siendo imperfectos existen, es porque han sido creados.

Extensión. Atributo que define esencialmente a lo material o sustancia extensa. «Extensión es todo lo que tiene longitud, anchura y profundidad, y puede ser un cuerpo o un espacio».

Falso. Característica de los conocimientos no ciertos. Como consecuencia de la aplicación de la primera regla del método, Descartes considerará falsos los conocimientos dudosos. Dentro de estos se incluyen los probables, verosímiles... Es decir, aquellos de los que no se tenga evidencia o certeza de su verdad.

Fundamentos. Expresión sinónima a primeros principios.

Hombre. Compuesto resultado de la unión accidental y temporal de dos sustancias, una extensa (cuerpo) y otra pensante (alma) que es la que define al hombre quien, por tanto, es esencialmente una sustancia que piensa. Entre extensión y pensamiento no hay ninguna interacción, por ello ambas son independientes. El alma es puro pensamiento que no necesita de ninguna parte del cuerpo (tampoco del cerebro) para pensar. El cuerpo también realiza sus funciones biológicas autónomamente. Para explicar los movimientos voluntarios del cuerpo, sentimientos y deseos Descartes afirma que alma y cuerpo están unidos a través de la glándula pineal. Pero esa unión no añade ni quita nada a esas sustancias.

Idea. Pensamiento que es «como una imagen de una cosa». Son representaciones. Las ideas no son verdaderas ni falsas, puesto que la falsedad o verdad sólo se produce en los juicios. Las ideas tienen dos aspectos: a) su realidad formal, es decir, lo que las define esencialmente, su ser modos del pensamiento. Desde esta perspectiva todas las ideas son iguales, b) Su realidad objetiva: «su consideración como imágenes que representan cosas, y entonces son muy distintas unas de otras», «unas me parecen nacidas conmigo (innatas), otras extrañas y venidas de fuera (adventicias), y otras hechas e inventadas por mí mismo (facticias)». Imaginación, imaginable, imaginar. Uno de los cinco elementos que influyen en el conocimiento, junto al entendimiento, la voluntad, la memoria y los sentidos. Sólo la razón (entendimiento y voluntad) es capaz de percibir la verdad, pero debe ser ayudada por las otras tres, si bien en muchos casos la dependencia de la razón respecto a la imaginación le hace caer en errores. La imaginación finge e inventa imágenes (por eso es el origen de las ideas facticias) o contempla la figura o imagen de las cosas corpóreas recibidas a través de los sentidos. Imaginar es uno de los modos del pensamiento. Por tanto, lo imaginable es lo que puede ser representado en la imaginación, tanto lo recibido a través de los sentidos, como lo creado por ella.

Infinitud. Atributo de la sustancia infinita.

Ingenio. Traduce la expresión «esprit» que Descartes usa con varios sentidos. En unos casos es el conjunto de la imaginación y la memoria. Es distinto en cada hombre, a diferencia de lo que ocurre con la capacidad de la razón en cuanto tal que es la misma. Pero puesto que en muchos casos el entendimiento conoce en colaboración con la imaginación y la memoria, las diferencias cognitivas entre los hombres se producen por las diferentes capacidades de su imaginación y memoria. Por eso también se usa en el sentido de «habilidad». En tercer lugar, también se usa como sinónimo de entendimiento. Finalmente, en otros casos tiene un sentido más amplio y se refiere a la capacidad cognitiva del hombre en general, es decir, a su razón.

Inteligible. Que se puede conocer a través de la razón, que es el único modo de llegar a un conocimiento cierto.

Intuición. Uno de los dos actos por los que la razón, propiamente el entendimiento, llega a conocimientos ciertos. La intuición, que alcanza una certeza inmediata, es decir, una evidencia, cumple los siguientes rasgos: no es resultado de los sentidos ni de la imaginación sino del entendimiento. Es más cierta que la deducción porque no es discursiva sino inmediata, y su objeto de conocimiento son los primeros principios. Juicio, juzgar. Proposición que afirma o niega algo de algo, y que se caracteriza esencialmente porque es verdadera o falsa. La proposición «Vete» no es un juicio, pero sí: «Este glosario es útil». El juicio es donde se produce la verdad o falsedad y es resultado de la voluntad que juzga la verdad de una idea cuando el entendimiento la presenta clara y distinta o su falsedad cuando no es así. Si la voluntad no sigue al entendimiento y se precipita, puede emitir un juicio erróneo.

Libertad. La capacidad de elegir. Es un rasgo de la voluntad. Esta capacidad es la más amplia de las faculta-des, la menos limitada y, por ello, la que más asemeja al hombre a Dios. Consiste «en obrar de tal modo que no nos sentimos constreñidos por ninguna fuerza exterior», y en este sentido, aunque la voluntad de Dios puede referirse a más objetos, considerada en cuanto acto, la del hombre no es menor.

Memoria. Uno de los cinco elementos que intervienen en conocimiento, junto al entendimiento, los sentidos, la imaginación y la voluntad. La memoria ayuda al entendimiento cuando elabora deducciones. Pero esa intervención puede hacerle caer en errores, debido a los olvidos de las razones y argumentaciones anteriores. La deducción siempre es correcta, el error sólo proviene de la intervención de la memoria. Método. Conjunto de «reglas ciertas y fáciles, mediante las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero y llegará al conocimiento verdadero de todo lo que es capaz sin emplear inútilmente ningún esfuerzo de la mente [razón], sino que aumentará siempre gradualmente su ciencia». El método es necesario para que la razón consiga la verdad. Está formado por cuatro reglas.

Modo. Las modificaciones que puede sufrir el atributo de cada sustancia creada. Así modos de la sustancia pensante son afirmar, negar, creer, tener certezas, imaginar, sentir, es decir, todos los posibles pensamientos de los que la sustancia pensante es capaz. Los atributos de la sustancia extensa, es decir, de un cuerpo, son el tamaño, forma. Sin embargo, Dios, la sustancia infinita, al ser inmutable, carece de modos. Mundo. Conjunto de las sustancias extensas entendido como una totalidad. Es una idea innata.

Naturaleza. Expresión usada en el texto con dos sentidos. Lo que define a una sustancia y explica los diversos cambios accidentales que en ella se producen. En este sentido, naturaleza es sinónimo a atributo. Como sinónimo de sustancia. Cuando la expresión se usa en plural, su sentido es siempre éste. Si aparece en singular, es necesario ayudarse del contexto.

Naturaleza corpórea o corporal. El atributo de las sustancias extensas. Corpóreo es sinónimo de extenso.

Naturaleza inteligente. Atributo de la sustancia pensante. Tiene naturaleza inteligente porque su atributo es el pensamiento.

Objetos más simples. O más fácilmente cognoscibles o naturalezas simples. Son los elementos que pueden ser conocidos sólo mediante una intuición de la razón. Su conocimiento es evidente. Son los últimos elementos en los que se debe analizar los problemas que se pretenden resolver y conocer con certeza. Son los últimos elementos en los que la razón puede analizar lo real, aquello que no puede ser nuevamente analizado en elementos más simples.

Opinión, opiniones probables. Cualquier conocimiento del que se desconoce su certeza. En muchas ocasiones esta expresión es sinónima de creencia. Se desconoce la certeza de las opiniones porque son recibidas desde diversas fuentes (libros, profesores, sociedad...) sin que el sujeto las someta al juicio de la razón.

Paralogismo. Un razonamiento erróneo cometido sin que el sujeto que lo elabora sea consciente. Se diferencia del sofisma en el que el sujeto sí sabe que tal razonamiento es erróneo, pero lo recubre retóricamente con la apariencia de corrección para confundir al contrario.

Pasiones. Emociones que el alma experimenta involuntariamente gracias a la acción que el cuerpo ejerce sobre ella. A través de la glándula pineal el alma recibe las impresiones del mundo que provocan las emociones. Aunque en nuestro organismo está la causa de nuestras pasiones, es el alma quien las sufre. Son actos puramente psicológicos (admiración o sorpresa, amor y odio, deseo, alegría y tristeza...). Las pasiones no son malas de por sí, sólo lo son si no se las dirige bien, ya que pueden impedir que la razón alcance la verdad.

Pensamiento. En singular se refiere al atributo de la sustancia pensante. Debe entenderse en un sentido amplio como toda actividad consciente. Entender, querer, negar, imaginar, odiar, sentir... es aquí lo mismo que pensar. En plural, «pensamientos», es sinónimo a ideas.

Precipitación. Error en que caen quienes olvidando que su entendimiento es finito, no son pacientes y juzgan verdadero lo que aún no es evidentemente tal. También caen en el error al no concederse el tiempo necesario para deducir ordenadamente nuevos conocimientos a partir de los primeros. El error es doble: emitir un juicio a partir de una idea considerada clara y distinta cuando realmente es confusa y oscura, y no seguir el orden necesario para un análisis y síntesis correctos. El remedio a la precipitación es la circunspección.

Prejuicio. Conocimientos no ciertos que condicionan nuestra razón impidiendo que juzgue sólo a partir de sí misma. Estos conocimientos son las creencias y opiniones recibidas del entorno socio-cultural de un modo más o menos inconsciente sin haber analizado y comprobado su certeza. Estas creencias y opiniones confunden a la razón y la llevan a emitir juicios erróneos. Por ello, para conseguir juicios verdaderos, es necesario un previo proceso de duda que nos haga conscientes de que tales opiniones y creencias no son certezas sino simples «pre-juicios».

Prevención. Vicio de la razón opuesto a la precipitación. La cometen aquellos que no se consideran con la capacidad suficiente para juzgar por sí mismos y siguen los juicios de otros a los que consideran más capacitados y que, por ello, los consideran sus maestros. Por esa falta de confianza en la propia razón, quien padece la prevención se niega a aceptar la verdad de una idea a pesar de presentársele clara y distinta. Primeros principios. Subjetivamente (desde el sujeto que busca certezas) son las primeras certezas del conocimiento. Dichos principios son el yo (primer principio), Dios y el mundo. A partir de estos principios, que forman parte de la metafísica, se construye el resto del saber. Objetivamente son los primeros principios del ámbito del ser: las naturalezas simples conocidas por la intuición de la razón. El orden de los primeros principios en sentido subjetivo no se corresponde con su orden en sentido objetivo.

Prudencia. Un saber práctico válido para dirigir las acciones y decisiones ético-morales de la vida.

Razón. Expresión con dos sentidos. En sentido amplio es la capacidad de juzgar correctamente y distinguir lo verdadero de lo falso. Es la única propiedad que nos hace hombres y, por ello, es igual en todos. Las opiniones y creencias erróneas no provienen de la razón en cuanto tal sino del mal uso que de ella se hace debido al empleo de métodos inadecuados o a su ausencia. Conoce a través de dos actos: intuición y deducción. En ella se distinguen las percepciones del entendimiento y las voliciones de la voluntad. En sentido estricto, «razón» es sinónimo de entendimiento.

Razón suficiente. El principio según el cual nada se produce sin una razón que lo explique. Esa razón explicativa es la razón suficiente.

Razonamiento. Argumentación que partiendo de conocimientos ciertos o evidentes (que actúan como premisas) conduce a otros ciertos (conclusión). A partir de los primeros principios la razón, siguiendo el método, elabora argumentaciones que llevan a conocimientos ciertos. Los razonamientos se oponen a las razones probables. Es una expresión sinónima a argumentación, deducción o demostración.

Razones probables. Argumentos no ciertos. Descartes considera, como consecuencia de la primera regla del método, que todo conocimiento «probable» es no cierto. Probabilidad y certeza son excluyentes, ya que lo probable es dudable y en la certeza no hay espacio para la duda. La expresión «opiniones probables» tiene el mismo sentido. Lo opuesto a razones probables son razones ciertas y evidentes. Descartes se separa así de la escolástica que diferenciaba entre lo verdadero, lo probable y lo falso.

Seguridad moral. O certeza moral. Certeza que juzgamos suficiente para guiarnos en nuestra vida. «Esta certeza es suficiente para regular nuestras costumbres, o tan DESCARTES, DISCURSO DEL MÉTODO grande como la de aquellas cosas de las que no solemos dudar cuando se trata de la dirección de la vida, aunque sepamos que puede suceder, absolutamente hablando, que sean falsas. Así, los que nunca han estado en Roma no dudan de que es una ciudad de Italia, aunque podría suceder que les hubiesen engañado todos los que así se lo han dicho». Lo contrario de una seguridad moral es posible.

Sentidos. Uno de los cinco elementos que intervienen en el conocimiento, junto al entendimiento, la voluntad, la memoria y la imaginación. La información que nos proporcionan no es ni cierta ni evidente. Continuamente nos hacen caer en ilusiones y nos engañan. Es una facultad que forma parte del cuerpo y no del alma. Por tanto, no es una espiritual.

Ser. (Ver sustancia).

Ser perfecto. La sustancia infinita (Dios). Es el Ser Perfecto porque aglutina todas las perfecciones, incluida la existencia, rasgo que permitirá demostrar su existencia.

Silogismo. Razonamiento que consta de tres proposiciones de modo que las dos primeras actúan como premisas (mayor y menor) de las que deriva necesariamente la tercera, que es la conclusión. Se caracteriza porque la conclusión nunca puede exceder el saber establecido por la premisa mayor. Por tanto, nunca amplía el conocimiento.

Síntesis. Proceso que a partir de elementos simples, tomados como premisas, alcanza la certeza de los elementos complejos por ellos constituidos. Es uno de los dos procesos de deducción de la razón. Su correcto funcionamiento está regulado por la tercera y cuarta regla del método.

Sustancia. Una cosa que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra para existir. Por tanto, estrictamente sólo hay una sustancia, Dios. Por ello, cuando Descartes califica el yo pienso o los cuerpos como sustancias, aplica ese concepto de un modo analógico, ya que el yo y los cuerpos tienen cierta independencia respecto a otros seres, pero ambos han sido creados y, por tanto, dependen de Dios. Las sustancias se caracterizan esencialmente por sus atributos. Hay tres (infinitud, pensamiento y extensión) por ello hay tres tipos de sustancias: sustancia infinita, pensante y extensa. En segundo lugar, las sustancias, excepto la infinita, tienen modos que son las distintas modificaciones que pueden sufrir los atributos.

Sustancia extensa o corporal. Sustancia que tiene como atributo la extensión, es decir, que ocupa un espacio y nunca puede moverse por sí mismo sino por alguna otra cosa. Dicha extensión excluye la posibilidad del pensamiento. Los modos de esta sustancia son la longitud, anchura, profundidad, figura... Gracias a su extensión, las sustancias sensibles pueden ser conocidas por los sentidos. El cuerpo humano también es una sustancia extensa.

Sustancia infinita. Dios. Sustancia cuyo atributo es la infinitud o perfección. El único ser que propiamente es una sustancia, ya que el resto lo son sólo de un modo análogo, puesto que Dios es el único ser que no necesita de ningún otro para existir. Esta sustancia por ser inmutable no admite modos. Lo único que cabe afirmar de Dios son rasgos ya incluidos en el atributo «perfección» o «infinitud»: eterno, inmutable, simple, independiente, omnisciente, omnipotente y creador de los seres imperfectos (las sustancias pensantes y extensas). Su esencia exige su existencia.

Sustancia pensante. Sustancia cuyo atributo es el pensamiento. Se identifica con el yo o alma. Hay dos modos del pensamiento: la percepción del entendimiento y la volición de la voluntad, pues sentir, imaginar y el puro entender, son diversos modos de percibir, así como desear, rehusar, afirmar, negar y dudar, son diversos modos de querer. Se caracteriza porque es lo que define al hombre, es independiente y separada del cuerpo (dualismo antropológico), es inmortal (su existencia no depende del cuerpo), y es más fácil de conocer que el cuerpo.

Verdad, verdadero. La evidencia o certeza de la razón. Las ideas que la razón a través de la voluntad juzga evidentes y/o ciertas son verdaderas. La verdad, por tanto, no se da en la idea como tal sino en el juicio que sobre ella se hace. Es decir, propiamente la verdad no es fruto del entendimiento sino de la voluntad.

Voluntad. Facultad de la sustancia pensante que juzga, asintiendo o negando a partir de lo que el entendimiento percibe. La voluntad del hombre es infinita y libre, y por ello es el origen del error. Una idea oscura o confusa nunca es falsa. La falsedad se produce cuando la voluntad, no sometiéndose al entendimiento, afirma la verdad de esa idea que el entendimiento no ha percibido con claridad y distinción. Las voliciones de la voluntad son uno de los modos del pensamiento.

Yo. La sustancia pensante