“...¿Nunca se os ha ocurrido pensar que el mundo podría ser una Unidad, una Unidad generadora de vida y felicidad a la que respetáramos conscientemente y sirviéramos con amor?"
"Una hoja marchita, barrida por el viento a través de la ventana, una hoja pequeña de un árbol cuyo nombre no se me ocurre, yace al borde de mi bañera. La observo, leo la escritura de sus nervios y venas, respiro la notable advertencia de la caducidad, ante la cual temblamos y sin la cual, no obstante, nada sería hermoso ¿Maravilloso el modo en que la belleza y la muerte, el placer y la caducidad se desafían y condicionan mutuamente! Veo claramente en mi torno y en mi interior, como si fuera algo material, la frontera entre la naturaleza y el espíritu. Del mismo modo que las flores son caducas y hermosas, y el oro imperecedero y aburrido, también son todos los movimientos de la vida natural caducos y hermosos, e imperecedero y aburrido el espíritu. En este momento lo rechazo, no lo veo en absoluto como vida eterna, sino como muerte eterna, como algo inmóvil, estéril, informe, que sólo puede adquirir forma y vida mediante el abandono de su inmortalidad. El oro debe convertirse en flor, el espíritu en cuerpo y alma para poder vivir. No, en esta tibia hora de la mañana, entre un reloj de arena y una hoja marchita, no quiero saber nada del espíritu que en otros momentos soy capaz de venerar; quiero ser caduco, quiero ser niño y flor.”
“Después de comer me dirigió la palabra un huésped del hotel, un caballero que me era muy antipático, lleno de opiniones, que ya me había ofrecido periódicos muy a menudo y obligado a conversar; hacía días que, en una larga y extremadamente tediosa conversación sobre la educación y la institución pública, yo había asentido sumisamente y sin reservas a todos sus autorizados axiomas y criterios. Ahora el tipo se detenía como de costumbre en el pasillo y me cortaba el paso.
-Buenos días –me dijo-. ¡Hoy parece usted muy satisfecho.
-Es verdad, estoy muy satisfecho. Durante la comida he visto pasar algunas nubes por el cielo, y como hasta ahora había creído que estas nubes eran de papel y pertenecían a la decoración del comedor, me ha alegrado descubrir que son aire y nubes auténticos. Se han ido flotando ante mis ojos, no estaban numerados y ninguna llevaba una tarjeta con el precio de venta. Ya puede usted imaginarse lo mucho que me he alegrado. ¡La realidad existe en pleno Baden! ¿No es maravilloso?
-¡Oh! Que poco hermoso era el rostro con el que el caballero acogió mis palabras!
-Vaya, vaya -dijo con tanta lentitud que necesitó un minuto entero-. ¿Conque usted creía que ya no existía la realidad? Si me permite la pregunta, ¿qué entiende por realidad?
-¡Oh! -respondí-, filosóficamente, esa es una pregunta muy complicada. Prácticamente, en cambio, es muy fácil de contestar. Por realidad, señor mio, entiendo lo mismo que lo que se llama “naturaleza”. En todo caso no considero realidad todo lo que nos rodea tranquilamente aquí en Baden, ni las historias de enfermos y tratamientos, ni las novelas de reumatismo o dramas de gota, ni los conciertos del casino o al aire libre, ni los menúes, ni los programas, ni los enfermos, ni los bañistas.
-¡Cómo! ¿De modo que los bañistas tampoco son para usted una realidad? Así, por ejemplo, yo, el hombre que está hablando con usted, ¿no soy real?
-Lo siento, le aseguro que no deseo ofenderle, pero de hecho usted no tiene realidades para mí. Tal como se me presenta carece de esos rasgos convincentes que convierten para nosotros lo percibido en experimentado, lo ocurrido en realidad. Usted existe, señor mío, esto no puedo discutirlo. Pero existe en un plano que ante mis ojos carece de realidad en el espacio y en el tiempo. Yo diría que existe en un plano de papel, de dinero y créditos, de moral, de leyes, de inteligencia, de respetabilidad. Usted es un coetáneo de la virtud, del imperativo categórico y de la razón, y tal vez incluso está emparentado con el capitalismo. Pero no tiene la realidad que a mí me convence en cada piedra y cada árbol, en cada sapo y cada pájaro. Puedo, señor mío, aprobarlo y respetarlo infinitamente, puedo dudar de usted o creerle, pero me es imposible percibirle, me es totalmente imposible amarlo. Usted comparte este destino con sus parientes y allegados, con la virtud, la razón, el imperativo categórico y todos los ideales de la humanidad. Son todos maravillosos, estamos orgullosos de ustedes. Pero no son reales. El caballero abrió mucho los ojos.
-Y si ahora sintiera por casualidad la palma de mi mano contra su rostro, ¿no se convencería de mi realidad?
Hermann Hesse. En el balneario.
“-He aquí: “La mayoría de las personas no quieren nadar antes de saber”. ¿No es una frase ingeniosa? ¡Pues claro que no quieren nadar! Al fin y al cabo han nacido para la tierra, no para el agua. Y, como es natural, no quieren pensar; al fin de cuentas, han sido creados para la vida, no para el pensamiento. Y el que se imagine que lo fundamental estriba en el pensamiento, cierto que podrá llegar lejos en este afán; pero da la casualidad entonces de que ha cambiado el suelo por agua, y llegará un momento en que se ahogará.”
"No existe inocencia ni ingenuidad en el comienzo de las cosas; todo lo creado, incluso lo más simple en apariencia, está ya manchado por la culpa, es ya múltiple, ha sido arrojado ya a la sucia corriente del devenir y ya no podrá jamás nadar contra la corriente. El camino hacia Dios, hacia la inocencia, hacia lo increado, no discurre hacia atrás, sino adelante, de forma que cada vez se adentra más en la culpa, en la encarnación. En vez de estrechar tu mundo, de simplificar tu alma, tendrás que dar cabida dolorosamente ensanchada a una cantidad de mundo continuamente en aumento, tendrás finalmente que acoger al mundo entero para llegar quizás al final, para alcanzar el reposo.
Todo nacimiento significa apartarse del todo, significa delimitación, apartarse de Dios, una dolorosa reencarnación. El retorno al Universo, la terminación de la dolorosa individualización, el ser Dios significa haber ensanchado tanto el alma que es capaz nuevamente de dar cabida al Universo."
Hermann Hesse, El lobo estepario.
Comentarios del administrador:
Hasta que no cayó en mis manos un ejemplar de El Lobo Estepario, pensaba que la literatura era una ventana que permitía ver el mundo de diferentes maneras, todas claras, simples y accesibles. Cuando empecé a devorar esta obra, la visión del alma humana que tenía hasta entonces, se borró de golpe. Los valores morales que antes yacía en lo alto, dejaban de ser importantes y cedían el paso a los rincones obscuros, a la rabia y la desesperación, …., a la locura.
Fue como descubrir que entre el cero y el uno existen infinitos números.
Para saber más:
Deja tus comentarios: