Cuando estaba en preescolar, cada vez que me preguntaban qué quería ser cuando grande mencionaba el ser astronauta. Me fascinaba el espacio, era un lugar hermoso y misterioso para mí. Adoraba dibujar e incluso hacía proyectos sobre él, y en específico mi planeta favorito Saturno. Mi creatividad en cuanto al universo era amplia. Más adelante en elemental, surgió mi gran admiración y deseo por ser cantante. Allí fue donde descubrí mi gran pasión por la música, algo que hasta el día de hoy acojo. Dejé eso atrás como de esos sueños de niña pequeña, pero aun así es de mis grandes pasatiempos. En un adjetivo, era una niña soñadora.
Nunca había pensado realmente a qué me quería dedicar, pero todo dio un giro cuando cursaba séptimo grado. En aquel momento, mi futura profesión comenzaba a tener una forma concreta. Una idea que surgió “de la nada”, pero que más adelante tendría sentido en mi vida. Mi maestra de español en séptimo descubrió mi dedicación y amor por la materia. Desde ese instante, me dediqué a estudiarla con mucho empeño. Incluso, participé durante tres años en las llamadas Competencias Intelectuales de la Sociedad de Honor, en la división de español, ganando el primer lugar en mi último año de competición. Esta preparación me ayudaría a convertirme en una espectacular maestra de secundaria en la materia de español.
Así pasaron los años, manteniendo fiel a mi querida profesión. En undécimo grado, mis decisiones que parecían ser firmes empezaron a tener dudas. Por casualidad (aunque ahora lo veo como una manera de la vida queriendo encarrilarme hacia mi verdadera profesión), un día vde mi undécimo grado visité a los niños del preescolar de mi Colegio. Un día, dos días, tres días, se convirtieron en todos los días restantes del año escolar y allí me encontraba en mi hora de recreo, con los niños del preescolar. Cuando finalizaba el año, me empecé a cuestionar en las noches si de verdad quería dedicarme a ser maestra de español. Se acercaba a graduación de los estudiantes de kínder y su maestra de kínder me invitó a ver a los niños graduarse. Ese día fue un grandioso y decisivo en relación con mi futuro. Ese día tuve un momento de epifanía y tomé mi decisión: quería ser maestra de preescolar. Dolía dejar mi pasión por el español, pero el deber de preescolar me aclamaba.
En ese momento todo encajó en su lugar. Mi afán de querer ser una buena educadora siempre estuvo en mí, pero sin ser descubierto hasta aquel momento. Esto se debe a que durante mi vida he observado a grandiosos educadores y quiero ser uno ejemplar como ellos. Un buen educador, específicamente preescolar, debe tener firmeza, flexibilidad, paciencia, responsabilidad y (la característica que considero principal) dulzura. Estas características pueden encontrarse en mí, excepto la firmeza que es la que debo desarrollar más. De la misma manera, estas características son las que se deben poner en práctica siempre para mejorarlas. Espero poder cumplir mis expectativas para lograr ser una educadora ideal, según mi criterio.