Saludos, mi nombre es Katia Florez Pérez y tengo 21 años. Nací dentro de una familia proveniente de Colombia, así que se puede decir que esta es mi segunda patria. Soy una persona amante a las artes. La música, el baile, la pintura, la escritura, los idiomas... en fin, me fascinan. En mi tiempo libre, siempre me verán haciendo algo relacionado a esta displina. Me destaco por ser apasionada, ya que a lo que me gusta le brindo toda mi dedicación y admiración. Mencionando una cualidad mía en el ámbito profesional, es que soy decidida: sé qué quiero y a dónde quiero llegar, por lo que no me detendré hasta conseguirlo.
Cursé los grados kínder a duodécimo en el Colegio Espíritu Santo, en Hato Rey. Durante esos extensos años desarrollé mis herramientas necesarias para mi formación profesional, las que mejoraré y pondré en práctica como actual estudiante de la IUPI. Además, viví maravillosas experiencias en Espíritu, unas que jamás olvidaré, como eventos y situaciones, hasta personas que dejaron una gran huella en mi corazón. Al maestro que más agradezco se llama Eugene Sepúlveda, quien fue mi educador de español durante los grados octavo a décimo. Durante esos años, yo quería ser maestra de español, por lo que fue mi gran influyente y apoyo. Pero él fue más que un maestro de español. Él enseñaba a cómo ver la vida y cómo convertirnos en mejores personas. Quería que todos brindáramos lo mejor de nosotros y le interesaba escucharnos. Sus clases, su ambiente y sus debates eran los mejores del mundo.
Desde séptimo grado estaba decidida en ser maestra. Fue algo que surgió sin explicaciones. Me gustaba el español y descubrí que resaltaba en la materia así que simplemente dije: quiero ser maestra de español. Sin embargo, en mi undécimo grado algo cambió en mí. Comencé a tener dudas. En el momento no sabía si eran porque ya mismo iría a la universidad o porque algo en el fondo sabía que eso no debía ser. Durante ese año estuve, casualmente (aunque puede decirse que fue como caso del destino), visitando a los niños del preescolar. Allí me encontraba la mayoría de los días en mi recreo, compartiendo con los niños. No me daba cuenta de que cada día me estaba enamorando de ellos. Cuando lo descubrí tuve aún más dudas, pero tomé una decisión. Fui a la graduación de kínder de mis niños y ahí mismo dije: voy a ser maestra preescolar. Desde ese momento todo encajó en su lugar: el querer ser educadora que siempre ha estado en mí; el ser una maestra digna de admirar, ya que por experiencia siempre he visto maestras preescolares que no tienen paciencia, dulzura y dedicación por los niños; y ser parte de su desarrollo. Los niños de mi Colegio fueron el motor de arranque para escoger mi carrera.
Mi gran meta es culminar mi bachillerato en Educación Preescolar. Además, deseo estudiar otros tipos de forma de comunicación (como lenguaje de señas, el sistema Braille) u otros idiomas para expandir mis conocimientos. No quiero limitar mis capacidades. Quiero llegar a comunicarme con todos de una manera u otra. Aspiro a ser una maestra responsable, diligente, dulce, compresiva, paciente e inteligente. Quiero tocar cada corazón de mis niños y dejarles saber que cuentan conmigo. La confianza es algo de suma importancia, por lo que quiero crear ese vínculo con cada uno de mis estudiantes para que estén a gusto. Mis estudiantes serán mi gran prioridad.