El centro histórico

de Moquegua



LA ARQUITECTURA

DE MOQUEGUA



Por César Coloma Porcari

Coloma Porcari es un acucioso historiador. A él le debemos valiosas publicaciones sobre nuestra historia, ya que sus trabajos han estado y están orientados a la defensa de nuestro patrimonio cultural, y constituyen importantes aportes a la bibliografía nacional.

No todo tiene que ser alabanza y lisonja. También debe haber una mirada ajena y crítica sobre nuestra ciudad, y a Coloma Porcari se la debemos. Una mirada hoy un tanto melancólica y amarga, ya que es anterior al último gran seísmo [ocurrido el sábado 23 de junio de 2001, a las 3:30 p. m.], que ayudado por la ineptitud del gobierno y la incapacidad local de quienes debieron velar por una ciudad en ruinas, prácticamente, terminaron por destruir Moquegua.

[Ismael Pinto Vargas].

Se podría hablar de una arquitectura típicamente moqueguana que no solamente floreció en la ciudad de Santa Catalina de Guadalcázar de Moquegua sino en su región circundante, incluyendo, por el noroeste, Camaná y pueblos aledaños y el valle de Tambo; y por el sur, tal vez los antiguos pueblos de Tarapacá.

Si bien es cierto que en estos últimos lugares los acabados son sencillos, el uso del mojinete es una característica típica regional, así como la piedra volcánica o de otra naturaleza, en los muros, que también pueden ser parcialmente de adobe.

El mojinete soluciona de alguna manera el problema de la defensa ante las lluvias y tal vez se dio para ahorrar el empleo de tejas, que hubiera significado un mayor costo de construcción.

De todos modos, en los aguaceros más fuertes, el agua se filtra y causa problemas. Pero como estos fenómenos no son frecuentes, los daños no se consideran tan dramáticos.

Cabría estudiar si las plantas de los inmuebles se repiten en el área que mencionamos, debiéndose tener en cuenta que las proporciones de los ambientes son menores que en la ciudad de Arequipa, que era la metrópoli rica y poderosa.

En la ciudad de Moquegua se presentan acabados delicados en portadas y cornisas, que son de piedra bien labrada y de primorosa talla. Dichas portadas constituyen el ingreso al inmueble, y dan a un reducido zaguán que cuenta con arco, también de piedra, pero sin tallar. De allí se pasa al primer patio, a donde dan las principales habitaciones de la casa.

Casi todos los inmuebles son de una planta, tal vez como medida de precaución ante los frecuentes sismos que han asolado toda la región.

Las iglesias y conventos de la ciudad de Moquegua han sido casi totalmente destruidos, primero por los sismos y más tarde por los malos moqueguanos que han querido matar perversamente su alma.

La iglesia Matriz, que pudo haber sido restaurada hace muchos años, ha sido destruida casi totalmente, subsistiendo solo su fachada principal. El edificio religioso que debió haber sido el símbolo de la ciudad, no mereció ningún respeto ni aprecio y pocas fueron las voces que clamaron por su restauración integral.

El antiguo convento de los jesuitas y más tarde de los franciscanos, quedó semiderruído desde el terremoto de 1868, convento que debería ser restaurado íntegramente, incluyendo el magnífico claustro de piedra tallada y las amplias habitaciones abovedadas.

En cuanto a la tricentenaria iglesia franciscana o jesuita, la dinamita hizo lo que los sucesivos sismos no pudieron. En 1948, la tiraron al suelo, como queriendo destruir la historia que albergaban sus muros, en un afán de modernizar la ciudad. Afán que solo escondía la secreta codicia –de ciertos personajes– de hallar el fabuloso tesoro de los jesuitas, que las leyendas y las consejas locales ubicaban entre sus ruinas.

De alguna manera la pequeña y acogedora iglesia de Belén se ha librado de la picota y de la furia iconoclasta. Hoy es, prácticamente, una vez que le quitaron el atrio tipicamente colonial, un templo moderno.

En cuanto al Hospital de San Juan de Dios, que fuera una joya de la arquitectura virreinal, fue demolido innecesariamente por la simple y llana ignorancia. Y aquí sucedió lo mismo que con San Francisco. La dinamita brutalmente empleada destruyó la fábrica de una de las joyas arquitectónicas de Moquegua.

Finalmente, la iglesia de Santo Domingo, reconstruida con proporciones y estilos que no guardan relación con el barroco moqueguano, es supérstite de esa ignorancia que no tiene perdón y aún clama por el castigo. Sus viejas puertas de roble de Cochabamba, claveteadas por enormes clavos de cabeza de plomo, fueron comercializadas. Y su fachada de piedra labrada ha sido enmascarada en lo que es una vergonzosa “restauración”.

Afortunadamente, en el interior de Santo Domingo, sus hermosos retablos de madera tallada, que prueban que la ciudad de Moquegua fue un centro artístico y cultural, aún se mantienen en pie. Mas la iglesia luce hoy una pobreza franciscana. Sus enormes lámparas coloniales, sus alfombras, y otros adornos que la engalanaban y que hablan de la magnificencia y riqueza de los moqueguanos, han emigrado.

Hoy, solo queda a los moqueguanos que realmente quieren a su ciudad –y conste que Moquegua siempre ha sido una ciudad y no un pueblo– el preservar lo poco que arquitectónicamente les ha dejado la ignorancia de los muchos. El poco cariño y peor aprecio de quienes dieron licencias para abrir calles, derruir casas y envilecer los viejos e históricos solares moqueguanos.

Y en estos días en que se habla entusiastamente de atraer el turismo, es deber de todo moqueguano bien nacido valorar y preservar el perfil histórico-arquitectónico de Moquegua. Una ciudad cuya historia y cuya arquitectura ya quisieran tener otras ciudades del Perú.


César Coloma Porcari

Lima, 1998.


(Publicado en: Ismael Pinto Vargas: "Antologia de Moquegua", Lima, Fundación M. J. Bustamante de la Fuente, 2014, pp. 397-399).



Pueden encontrar el ensayo titulado

"Al rescate del centro histórico de Moquegua",

del Dr. César Coloma Porcari,

en:

https://sites.google.com/site/elperuysuhistoria2/centro-historico-de-moquegua