La calle

de la Peña Horadada


Peña Horadada:

curiosidades y mentiras

En esta página

se hace una investigación

sobre el verdadero origen

de la conocida peña o piedra horadada,

ubicada en la esquina de los jirones

Junín y Cangallo



Por: César Coloma Porcari

Presidente del Instituto Latinoamericano de Cultura y Desarrollo

No solamente la delincuencia común afecta hoy a nuestra ciudad capital, también la información falsa que se ofrece al pueblo con el fin de llevarlo a un total engaño. Nos referimos a la vistosa placa de azulejos, en la esquina de las calles de la Peña Horadada y Rastro de la Huaquilla (jirones Junín y Cangallo), que alguien, sabe Dios con autorización de quién, colocó allí.

Esa placa, con un texto mal escrito, registra al final, que es de la pluma de don Ricardo Palma y proveniente, nada menos, que de una de sus Tradiciones, lo cual es absolutamente falso.

Como quiera que, de acuerdo con el Código Penal, ese hecho constituiría un grave delito de falsedad genérica y usurpación de identidad, las oenegés defensoras de los Derechos Humanos deberían tomar cartas en el asunto y resguardar la memoria de un difunto ilustre, don Ricardo Palma, que, por estar muerto no puede defenderse.

[Estas instituciones, tan activas, generalmente, deberían denunciar a las autoridades competentes ese atropello a la legalidad y mandar tras las rejas a sus autores y a quienes repiten las mentiras registradas en la malhadada placa (que debe ser destruida de inmediato)].

[Porque los escritores merecen respeto y no puede atribuírsele a cualquiera de ellos la autoría de un adefesio escrito por un aventurero. Si se atreven a denigrar así a Palma, también podrían hacerlo (si es que no lo han hecho ya), con Mariátegui, González Prada, Riva Agüero o Vallejo].

Y es más, si el genio que puso la placa lograra comprobar documentalmente que el texto proviene de una tradición perdida y desconocida de Palma, que él ha descubierto empolvada en algún archivo, debería ser premiado, nombrándosele, de inmediato, Presidente de la Academia Peruana de la Lengua.

En cuanto al supuesto origen precolombino de la Peña Horadada, les decimos que ello es imposible, ya que la Santa Inquisición jamás habría permitido la existencia de un ídolo indígena a la vista y paciencia de todos, en una calle principal de la ciudad. Para ello estaban los Extirpadores de Idolatrías, que arrasaron con cuanto ídolo prehispánico cayó en sus manos. Además, esa piedra no estaba allí en el siglo XVI ni principios del XVII.

Don Juan Bromley, en su obra “Las viejas calles de Lima” (Lima, Municipalidad Metropolitana de Lima, 2005), al referirse a la calle de la Peña Horadada (páginas 263-264), indica que era conocida, en 1613, como “Cuadra Tercera del Cercado”. [En ese entonces los inmuebles de esta calle eran rústicos y recién en el siglo XVIII se construyen las grandes casonas de notables personajes de la ciudad].

Agrega que “Desde muy a los principios del siglo XVII existía la piedra perforada que hasta hoy se ve en el suelo de la esquina que forman las calles que hogaño se llaman de Peña Horadada y del Rastro de la Huaquilla, piedra cuya existencia dio origen a fantásticas leyendas”. [Pero señala que “Es de advertir que en dicha centuria del XVII, Piedra Horadada se denominaba a la calle que hoy es Rastro de la Huaquilla, y la actual Peña Horadada se llamaba, como queda dicho, Cuadra Tercera del Cercado”].

[Además, “En el solar con esquina a las calles de Peña Horadada y de las Cruces, la familia Mendoza y Ladrón de Guevara construyó el amplio inmueble que fue casa solariega de ella por más de dos centurias”. Más tarde la casona pasó a ser propiedad de los Condes de Montemar y de Monteblanco].

Bromley afirma también que esta calle, en el siglo XVIII, se llamó de Mendoza, y “En 1785 se le denomina de Vergara”. [Recuerda asimismo que en esa calle vivieron el sabio naturalista italiano don Antonio Raimondi y el poeta don Luis Benjamín Cisneros].

En cuanto a la otra calle (paginas 283-284), del jirón Cangallo (que hace esquina con la anterior), llamada en 1613: “calle de la Piedra Horadada”, Bromley registra que se conoció posteriormente como calle del Rastro de la Huaquilla. [En el siglo XVII fue demolida una pequeña huaca cerca de ella, y más tarde se estableció allí un rastro o matadero].

[Este autor afirma también que “Fue a partir de aquello que tomó su definitivo nombre de Rastro de la Huaquilla, y la antigua Calle Tercera del Cercado cambió su título por el de Peña Horadada”].

[Por su parte, don José Gálvez, en “Calles de Lima y meses del año” (Lima, Imprenta Sanmarti, 1945, página 42), recuerda que “la toponimia de la ciudad conserva señales del temor a los duendes, a los diablos, a las propias y benditas almas del Purgatorio. Una peña horadada por el demonio; varias calles de Animitas […], varias, también, de las Animas […], otro diablo en la calle de la Faltriquera […], el coche de Zavala; un ambiente de alucinación, poniendo toques tenebrosos en la ciudad de las alegrías, halagadora y halagüeña”. Esta es la única referencia que hace sobre la calle de la Peña Horadada].

"[Luis Antonio Eguiguren] nos ofrece una explicación

nada esotérica y muy realista

sobre la famosa peña horadada".

Bromley afirma también que esta calle,

en el siglo XVIII,

se llamó de Mendoza.

TODO ES POSIBLE

Pero don Luis Antonio Eguiguren, en su obra “Las calles de Lima” (Lima, s. p. de i., 1945, páginas 254-255), se lamenta porque “Seguimos creyendo, así como los niños creen que vinieron de París en canastitas; o que Papá Noel les trae los juguetes de Navidad; o que Manco-Cápac y Mama-Ocllo surgieron del lago Tiiticaca; que la Peña o Piedra Horadada era ‘Un hueco hecho por el Diablo, o por las Penas’, en una piedra negra, que se encuentra aún en la esquina de dicha calle. ¡Dios sabe en cuantas cosas más seguimos, infantilmente, creyendo todavía!”.

Este ilustre historiador peruano, autor de muchos libros valiosos, nos ofrece una explicación nada esotérica y muy realista, sobre la famosa Peña Horadada, afirmando que “para que los niños nobles y bien criados no se vieran obligados a tocar las ‘aldabas’ de ciertas casas solariegas, con cuyos dueños no estaban en buenas relaciones sus padres y, por lo cual, para ellos era indecoroso tocarlas, así como lo era igualmente, ocupar la acequia pública, cuando la necesidad les aprestaba, para salvar esas apremiantes situaciones, un Maestro de Pupilos colocó en la esquina de aquella calle, o en algún lugar de la misma, o sobre la acequia, una Piedra HORADADA…” (sic).

Y precisa su información añadiendo que “La forma de la Piedra Horadada, en la esquina de la calle de este nombre, dispuesta, como recuerdo, en sentido inverso del que antes estaba colocada sobre la acequia, puede no haber sido la misma; y, dispuesta, en la forma actual, cuando el ‘señorío’ ocupó aquella calle y nuevas costumbres, dieron, a ciertos actos de la vida, un significado más íntimo y privado” (sic).

Para el Dr. Eguiguren el supuesto adoratorio indígena era ¡un simple retrete! Todo es posible. Nosotros nos inclinamos a creer que la piedra horadada no era más que un protector de esquina, llamado “guardacantón”. La Real Academia Española los define así: “Poste de piedra para resguardar de los carruajes las esquinas de los edificios” (DRAE, 1939, página 659). Las carretas, con sus ruedas, al doblar a la derecha o a la izquierda, podían afectar gravemente los muros de las casas. Por ello en Lima (y en otras ciudades) se colocaban protectores esquineros, ya fueran macizas piedras o cañones enterrados boca abajo.

Ojalá que no sigan engañando a los incautos viandantes, con historias fantásticas, imposibles, y atribuyendo a genios de la literatura cualquier mamotreto escrito por ahí.

(Publicado en “El Comercio”, suplemento “El Dominical”, Lima, domingo 9 de febrero de 2014, página 6).