Hugo Mujica - Salmo

El boxeador había querido ser bailarín.

            Él nunca lo dijo; los otros decían: tendría que haber sido guardabosque, monje, o haber viajado a otro lugar (pero no decían eso, decían otra cosa, no boxeador).

            Golpeaba, golpeaba… golpeó hasta caer sobre la lona. Allí —ahora— dijo una palabra (la de la extrema soledad cuando es la soledad del extremo), esa que de haberla escuchado alguien hubiese sido otra, no la única, la que fue.

            Para decirla nunca fue bailarín.

            (Otros muertos, en cambio, no dicen su silencio: lo amordaza la letanía de los que rezan a sus pies.)