hay un monje arrodillado,
su vida un sudario
en el que nadie
jamás se ha secado.
una virgen cose
con una aguja sin hebras
el traje para su bodas
y está todo hombre
cortándose las palmas de las manos
de tanto apretar los puños,
o abriéndolas como un naufrago
para hacer señas
a nadie.
hay el único desierto:
el no haber partido,
el saber que no habrá llegada.