Katherine Mansfield
La vela

Junto a mi cama, sobre una mesa redonda

la abuela puso una velita.

Me dio tres besos, dijo que eran tres sueños

y me arropó exacto como a mí me gustaba.

Después salió del cuarto y la puerta se cerró.

Me quedé quieta, esperando que hablaran mis tres sueños;

pero estaban callados.

De pronto recordé que yo también le había dado tres besos.

Tal vez, por error, le había devuelto mis tres sueños.

Me senté en la cama.

El cuarto se agrandó, se volvió más grande que una iglesia.

El ropero, grande como una casa.

Y la jarra me sonrió desde el lavamanos:

no era una sonrisa amable.

Miré la silla de mimbre con mi ropa doblada:

la silla crujió como si estuviera atenta a algo.

Tal vez cobrara vida y se vistiera con mi ropa.

Pero lo más horrible era la ventana:

no podía imaginarme qué había afuera.

No se veía ni un árbol, de eso estoy segura.

Ni una plantita amigable ni un simpático sendero de guijarros.

¿Por qué me cerraba la persiana cada noche?

Era mejor saberlo.

Apreté los dientes y me levanté despacio,

espié por una rendija en la persiana.

No se veía nada de nada.

Salvo cientos de velas amigables por todo el cielo

en recuerdo de los chicos asustados.

Volví a la cama…

Los tres sueños empezaron a cantar su cancioncita