RECUERDOS DE LA ESTACIÓN

Durante el tiempo que hemos estado elaborando la información de la estación de Los Ramos-Alquerías para confeccionar esta página, han sido muchos los recuerdos evocados por los participantes en el taller. 

A continuación os dejamos algunos que consideramos de relevancia por la relación que guardan con lo que la estación significó para esta pedanía.

"Por aquí pasaron los más diversos viajeros: trabajadores, estudiantes, militares, turistas, familias y obreros del ferrocarril, y se enviaron y recibieron incontables mercancías. Aquel tránsito de trenes marcaba el ritmo de los días de este barrio".

"Nosotros vivíamos enfrente de la estación. Muchos de los trenes que traían a los militares que estaban de maniobras pasaban de largo, aunque otros estaban varios días parados en la estación. Cuando esto sucedía, los militares hacían guardia alrededor de los vagones. Mi padre salía a platicar con ellos y siempre terminaba alguno comiendo o cenando en mi casa, quizá porque mi padre veía en ellos a mi hermano, que también estaba en la mili".

"Mi tío era fogonero y pasaba tres días a la semana en el tren de mercancías. Mi abuela, mis primas y yo lo esperábamos en la estación para que nos subiera con él y nos llevara hasta el paso a nivel. Era estupendo verlo echar carbón a la máquina".

"Las casillas eran casas para los ferroviarios, y mi padre lo era, y los dejaban vivir en ellas. También les dejaban plantar de todo en las orillas de la vía, en lo que llamaban las cunetas, que eran los trozos de tierra que quedaban pegados a las vías del tren, y ellos, mi padre y mi madre, plantaban de todo".


"La casilla tenía tres dormitorios, un comedor, que no lo usábamos, y una habitación que tenía la chimenea, una mesa pequeña, cuatro sillas de anea, el quinqué y un candil de aceite para alumbrarnos.

Pegado a esta salita de la chimenea había otra habitación para colgar el embutido de la matanza, en unas cañas colgando del techo y había lejas donde se almacenaba toda la comida"

"Hacia el año 1927, el cartero de Alquerías venía en bicicleta hasta la estación,  recogía la correspondencia de Alquerías y Santomera y se la llevaba a Alquerías, a donde el cartero de Santomera se acercaba en una borrica a recoger la de su pueblo".

"Cerca de mi casa había un paso a nivel; los trenes reducían su velocidad al pasar por él, porque muy cerca había unas señales parecidas a los semáforos. Si estaba la señal verde, el tren podía continuar, pero si estaba en rojo, el tren se paraba y no continuaba hasta tener vía libre y la señal en verde; a veces ha estado el tren parado más de media hora y los niños y niñas del barrio bajábamos hasta la mota de la acequia de Beniaján, que estaba junto a las vías, nos sentábamos en la mencionada mota y allí esperábamos hasta que el tren se marchaba y nosotros, felices y contentos, viendo el tren, al maquinista y al fogonero esperando poder continuar".


"Algunas veces, pasaba por la vía una vagoneta manual, que era como una plataforma cuadrada con cuatro ruedas y una palanca en un lado que servía para dirigir la vagoneta sobre los raíles de la vía. Su nombre popular era el cangrejo; su misión era llevar material, como traviesas, herramientas y más cosas y dos o tres hombres sobre ella. Se paraban cuando tenían que arreglar algo de las vías. Cuando nos veían, le decían a mi hermana si quería que llevaran la cesta, pero mi hermana decía: “si me quieren hacer un favor, llévense a la niña hasta la Estación”. Pero yo seguía llorando, para no perder la costumbre, por mucho que los obreros intentaran distraerme.

Recuerdo que el jefe de estación salió de su oficina, tocó la campana (cinco toques, como siempre), se acercó a mí y, ofreciéndome el pito, me dijo “vente conmigo, que tú le darás la salida al tren”. Mirándole, con la cara llena de mocos de tanto llorar, le dije: “el pito no; yo, la gorra” y así lo hicimos". 


"Cuando llegabas a la estación de Los Ramos-Alquerías te gustaba verla tan bonita y cuidada, con sus árboles, palmeras, acacias y eucaliptos y sus jardines; con su gran reloj, su campana sus aseos, su cantina y su depósito de agua para el servicio de toda la estación. Llamaba la atención el gran movimiento de gente y la amabilidad del jefe de estación, con su traje azul marino, su gorra, su pito y su banderín para dar salida a los trenes".

"Las vendimias ¡cómo ayudaron al pueblo!. La mitad de las casas se construyeron con esos ingresos extra. Gracias al tren se iban, familias enteras, dos o tres meses. El tren nos dió trabajo y vida".

"Había un tren muy especial para todos los niños, el Playero, que en los días de calor nos llevaba al Mar Menor, donde practicábamos la natación que habíamos aprendido en la acequia de Beniaján. Solíamos venir quemados y, luego, nuestras madres aliviaban el dolor con un algodón empapado en agua y vinagre. ¡Ese maravilloso Mar Menor que nos quitaba la tos del asma y los dolores a nuestras abuelas!. ¡Y cómo no recordar el cambio de dirección que hacía el tren, que nos daba la sensación que nos volvíamos otra vez al Mar Menor!".