ULPI DE ITÁLICA


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ULPI DE ITÁLICA


Itálica, en Santiponce, fue la primera ciudad romana de Hispania. Allí, en el siglo I, nacieron importantes emperadores.


La joven Ulpia Marciana Trajana, conocida como Ulpi, acababa de entrar en casa, la domus más bonita de Itálica. Su familia, los Aelios, eran ricos agricultores y comerciantes de aceite, dedicados, además, a la política y al ejército del Imperio romano.

Ulpi volvía del foro de hacer unas compras con su madre. Allí habían elegido tela de seda con la que sus esclavas confeccionarían su stola de novia. La boda se celebraría la próxima semana, y para las vísperas su padre había financiado juegos de luchas de gladiadores y fieras salvajes en honor al dios Júpiter. Por lo que la familia estaba de fiesta. Esperaban la llegada de parientes de las ciudades de Basilippo (cerca de Arahal), Martia (Marchena), Urso (Osuna), Silena (Gilena) y Olaura (Lora de Estepa), así como de amigos de Arva (Alcolea del Río), de donde procedían la mayor parte de las ánforas con que envasaban su aceite.

Ulpi, al atravesar el atrium, fue sorprendida por el abrazo de su hermano pequeño, Marco Ulpio Trajano. Él así saludaba, todos los días, a la que le enseñaba a ser mejor persona, bondadoso y respetuoso, a tener aspiraciones y no rendirse nunca, a ser constante, y a apreciar los libros y sus enseñanzas.

«No te veo contenta, hermana, ¿qué te ocurre?», le preguntó el pequeño Trajano. «Nada, no te preocupes», le contestó ella. Conversación que no pudieron proseguir porque Esquilo, esclavo griego que trabajaba en casa como maestro, llamó al niño para continuar con las clases de gramática latina impartidas en el tablinum.

Ulpi suspiró, le habría gustado ser un “chico”. Acababa de cumplir dieciséis años y le habían prohibido, a partir de entonces, practicar deporte y continuar las clases con Esquilo. Ahora solo podría leer algunos libros sobre mitología griega o Plutarco, en los que se elogiaba las virtudes femeninas: la belleza, el honor, la sumisión al hombre…, ideas consideradas por Ulpi muy antiguas. Desde su cumpleaños, su madre la había iniciado en lo que llamaba la cultura para ser una buena esposa del pater familia, de su futuro marido. Le enseñaban a cocinar, a organizar la casa, a limpiarla y a decorarla.

Ella estaba muy triste, a partir de entonces ya no pasearía sola por la calle ni en el campo, tenía prohibido practicar deporte, y no podría escaparse de incógnito con su hermano a ver los juegos que se celebraban en el circo o en el anfiteatro. En los banquetes se sentaría en un rincón con las demás mujeres para beber mulsum y no podría participar en las tertulias. Su vida estaba sometida a la voluntad de su padre y tras la boda a la de su futuro marido.

Ulpi aquella tarde se desmayó. Varios médicos visitaron la casa y no supieron diagnosticar la enfermedad de la muchacha. Pero su hermano sí sabía lo que le ocurría. Ella era una “adelantada” para la época que le había tocado vivir. Y Trajano, recostado en el lecho donde descansaba su hermana, le tomó la mano y le besó la mejilla. La joven abrió los ojos y le dijo: «Me recordarán por ser tu hermana». Él le contestó: «Quizás, pero te lo debo a ti. Eres una destacada amazona. La de mejor puntería con el arco y la honda. Traduces, como nadie, los textos latinos. Sé que nunca podré estar a la altura de tu valía, pero me has enseñado que con esfuerzo y constancia aprenderé y conseguiré lo que me proponga. Si me convierto en alguien importante en el futuro será gracias a ti». Y Ulpi lo abrazó.

Pasaron los años y Trajano se convirtió en el primer emperador hispano de Roma, y siempre le acompañó su hermana. La historia lo recuerda como un soldado valiente, un político audaz y un hombre culto. Incluso ordenó construir una biblioteca denominada “Ulpia”. Y su heredero, el segundo emperador hispano, fue Adriano, el nieto de su querida hermana.