EL CLAN DE LA CUEVA DE LOS COVACHOS


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EL CLAN DE LA CUEVA DE LOS COVACHOS


Entre Almadén de la Plata y El Real de la Jara,

en el Parque Natural de la Sierra Norte de Sevilla,

hace más de 6.000 años.


Bajo la luz de una antorcha, dentro de la sala mágica de los grabados de la Cueva de los Covachos, nacieron mellizos en una noche fría y lluviosa de invierno. El llanto de los bebés inundó de alegría los corazones de todos los miembros del clan. La niña lloraba de forma desconsolada, era grande, parecía fuerte y la llamaron “Tormenta”. El niño era pequeño y lo llamaron “Gatito” por sus débiles sollozos.

En aquella época conocida como Prehistoria no había colegios, ni casas, ni pueblos. Varias familias unían sus fuerzas para sobrevivir: buscar alimento, reproducirse y defenderse de las amenazas de la naturaleza. Eran nómadas, en los meses más fríos se refugiaban en cuevas y en los más cálidos construían chozas junto al río. Vivían de la caza, de la recolección de frutos y de la pesca.

Pasados unos nueve años, Tormenta se había convertido en una niña valiente. Y su padre, al que llamaban Gran Jefe, se sentía muy orgulloso de sus aptitudes, pues estaba preparada para formar parte del grupo cazador. Sin embargo, a Gatito no le interesaba la caza, siempre tenía una excusa para no practicar con el arco y la lanza. El niño solo disfrutaba junto al viejo chamán, el cual le enseñaba a recolectar plantas silvestres con propiedades medicinales. Además, pasaba muchas horas elaborando artefactos que parecían no tener utilidad, y su padre cuando lo observaba pensaba: «No sé si mi hijo podrá sobrevivir con sus habilidades».

Y en una noche fría y lluviosa, similar a la del nacimiento de los mellizos, refugiado en el abrigo de la cueva se encontraba parte del clan. Estaban intranquilos, pues se hacía tarde y el grupo cazador no había regresado. De repente apareció Tormenta llorando. Tenían un problema. Su padre, el Gran Jefe, se había caído en una sima, en un profundo pozo entre rocas. La preocupación los invadió, salvo a Gatito, que se adentró en la cueva y salió con una bolsa de piel. «Guíame al lugar donde está papá», le ordenó a su hermana.

Recorrieron sin descanso bajo la lluvia y aprisa diez kilómetros de paisajes espectaculares y de enorme cuesta hasta llegar a la sima, donde el grupo cazador vigilaba para que ninguna fiera salvaje cayese entre las rocas e hiciera daño al Gran Jefe. Allí, Gatito sacó de su bolsa un objeto que parecía hecho de hierba seca. Se asomó al pozo, miró a su padre y le dijo: «Es una cuerda que funcionará como escalera. Impúlsate en cada uno de sus nudos y sube». En un minuto el Gran Jefe se encontró a salvo, pero con lágrimas en los ojos. Era la primera vez que su hijo lo veía llorar. «¿Estás triste?», le preguntó Gatito. «No. Estoy muy feliz», le respondió su padre.

Porque cada niño y cada niña tiene un don, es una nueva esperanza, con capacidades y talentos únicos.