SEVILLA CONTEMPORÁNEA


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SEVILLA CONTEMPORÁNEA


Los grandes proyectos nacen de simples ideas, y una surgió en Sevilla en 1910.


«El ferrocarril es el futuro. En treinta horas he realizado el trayecto de Granada a Sevilla, y eso que he tenido contratiempos, sin ellos hubiera tardado veinticuatro horas. En La Roda paramos un par de horas porque había rumores de que unos bandoleros asaltarían el tren, así que aproveché y compré aceite y algunos embutidos. En Pedrera nos detuvimos un rato más, que me bastó para encargar en la cantera del pueblo unos bloques de piedra para las obras del Costurero de la Reina. En la estación de Aguadulce adquirí habas, alcachofas y lechugas. Qué maravilla de tierra, con razón llaman a su gente “panciverdes”. Después, todo transcurrió con normalidad hasta llegar a Marchena. Otra pausa de dos horas, pero no se me hizo pesado porque aproveché para visitar la capilla de Jesús Nazareno en la parroquia de San Miguel, en el antiguo convento de San Agustín; y, por supuesto, compré tortas de manteca», contaba Antonio de Orleans, el duque de Montpensier, a sus invitados, al joven Vicente y a su padre, Luis Rodríguez, comandante de artillería y un próspero empresario, gerente de la fábrica de vidrios “La Trinidad”.

Estaban sentados al fresco, bajo un plátano de sombra, en los jardines del Palacio de San Telmo. Espacio ajardinado junto al Parque de Sevilla, donado a la ciudad por la madre del duque, la infanta María Luisa. Y. mientras un criado les servía una limonada en vasos de fino cristal colmados de cubitos de hielo, continuó el duque con su disertación: «Sevilla en la Edad Moderna fue la capital del mundo, y ahora no puede competir con otras ciudades españolas y europeas. La ciudad es vieja». Y mirando los cubitos de hielo de su vaso prosiguió: «Buenos emprendedores hubo en otros tiempos. Constantina, que está a sesenta y cinco kilómetros en línea recta con Sevilla, proveyó de hielo a la capital, en los siglos XVII y XVIII. Transportado en burro y por la noche, envuelto en paja y madera. Fueron grandes aquellos inventores que idearon los pozos del pueblo constantinense. Ahora, ¿Dónde están las ideas para modernizar Sevilla? ¡Para convertirla en contemporánea!».

«El problema es la mentalidad de la mayoría de los que poseen dinero, de los que podrían invertir. Solo piensan en comprar tierras y no en construir fábricas. Y es la industria la que convierte en moderna a una ciudad. Si bien, es cierto que aquí ha habido a lo largo de la historia mucha artesanía, alguna fábrica de textil, cerámica y loza, jabón y tabaco, pero no al nivel de otras ciudades de Europa», opinó el empresario Luis Rodríguez.

Al joven Vicente se le encendió en su cabeza una bombilla. Tenía una idea. Era una tontería, una ligera inventiva de un simple niño, pensó para sí. «Se podría hacer…», comentó Vicente en voz alta, pero su padre le interrumpió para que callara y no se entrometiera en la conversación de los mayores. «Menos mal. Se habrían reído de mí. Estoy seguro. Mejor olvidar la idea. Si a nadie se le ha ocurrido antes es porque no se puede llevar a cabo», pensó el joven.

«Algo tendríamos que hacer para convertir a Sevilla en una ciudad contemporánea. Me gustaría hablar con Antonio Machado a ver qué se le ocurre ¿Has leído su poesía y sus reflexiones? Sus escritos son faros éticos que nos previenen de los inconvenientes de las prisas, de la banalidad, y nos recuerda la importancia del trabajo bien hecho. Una maravilla de sevillano», comentó el empresario Luis Rodríguez, dirigiéndose al duque, sin mirar a su hijo.

«El problema es la idiosincrasia de los andaluces, su carácter. ¿Has visto las maravillosas obras de teatro de los hermanos de Utrera, los Álvarez Quintero? Son fieles retratistas de la realidad», dijo el duque.

«No generalices. No nos cuelgues el sambenito a los andaluces. Te pongo varios ejemplos. Analiza la prosperidad del pueblo de Villaverde del Río y Minas gracias a su explotación del carbón y al ferrocarril. Otro caso, el gran nudo ferroviario de abastecimiento de agua y carbón que se está desarrollando en Tocina-Los Rosales, en el camino a Córdoba. En Pilas, Luis Medina y Garvey han mecanizado el campo: poseen fábricas de aceite de orujo, de jabón, están modernizando la industria del cuero. Incluso, han puesto en marcha una compañía de transportes. Además, date una vuelta en Sevilla por la Macarena, Torneo y el casco norte, la carretera de Carmona y San Jerónimo, Nervión, Tabladilla, el Canal de Alfonso XIII, Triana y la Cartuja. Verás cómo se están construyendo fábricas», comentó con enojo el empresario Luis Rodríguez al anfitrión de la tarde.

«Amigo, no quiero que te enojes. Pero te voy a poner ejemplos sobre lo que se está haciendo mal… En las marismas del Guadalquivir, en Isla Mayor, se introdujo el cultivo del arroz y ¿quiénes son los empresarios? Ingleses. Otro, la importante mina y fábrica de fundición de El Pedroso. Líderes en explotación y producción de hierro a principios de siglo, gracias a emprendedores sevillanos y gaditanos. Y a los herederos de aquellos magníficos empresarios no se les ocurre otra cosa que dejar el negocio en manos de extranjeros. Ahora, solo queda la actividad minera, cerró la fundición. Y el hierro arrancado de la tierra andaluza viene en vagones de tren a Sevilla, donde se embarca para ser exportado al extranjero. Lejos de España lo transformarán. Eso se llama subdesarrollo. Lo vendemos barato y lo compramos caro», dijo el duque.

Vicente escuchaba la conversación. Parecía ser invisible para su padre y el duque de Montpensier. Y en su cabeza la “idea” que tenía empezó a crecer. A crecer mucho. «¿No se dan cuenta?», se decía Vicente. «Sería maravilloso. Es una buena idea. Pero ¿qué pensarán de ella? ¿Se reirán de mí?....». La idea creció y creció y se le escapó a Vicente por la boca: «Estaría bien hacer una Exposición universal. Creo que Sevilla se convertiría en contemporánea».

El padre de Vicente y el duque de Montpensier lo miraron atónitos. Era una idea genial.

Y se hizo realidad casi veinte años después. En Sevilla, en el Parque de María Luisa, se celebró una gran exposición en la que participaron España, la totalidad de países americanos, además de Macao, Marruecos y Portugal. El objetivo fue compartir ideas y fomentar el desarrollo agrícola, industrial, comercial y cultural. Y con esta excusa la ciudad se convirtió en contemporánea: mejoró su sistema de alcantarillado y pavimentación, así como la red de agua y electricidad. También, se hizo necesaria la construcción de numerosos hoteles y una ampliación de la oferta de viviendas y comercios que acogieron a los miles de trabajadores venidos de todos los pueblos a trabajar en la Exposición Iberoamericana de 1929.

Algo parecido, más internacional, ocurrió en 1992, cuando se celebró en Sevilla una gran Exposición Universal, por la cual se urbanizó la Isla de la Cartuja.