EL DRAGÓN DE ALCALÁ EN EL PENDÓN DE DOS HERMANAS


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EL DRAGÓN DE ALCALÁ EN EL PENDÓN DE DOS HERMANAS


En el siglo XIII el ejército castellano del rey Fernando III entró en Andalucía e inició la conquista.


El príncipe Yacub, hijo del rey andalusí Ab-Xataf, jugaba solo todos los días con su espada de madera en la ribera del río Guadaira, «contra el dragón y los malos» decía que luchaba.

Un día, estando en la galería que daba al río, donde accedía desde el sótano del palacio, encontró a un niño temblando envuelto en una capa bordada con el dibujo de una granada. «¿Quién eres?», le preguntó. «Soy Muhammad. Jugando me alejé del campamento de mi padre, en la laguna Fuente del Rey, y me perdí. Tengo miedo de que los malos me encuentren y me hagan daño», le contestó. «No te preocupes. Aquí estarás a salvo de los malos», le dijo el príncipe Yacub alzando al aire su espada de madera, a la vez que pensó que no le hablaría de él a su madre, pues temía que no le gustase y tuviera que continuar jugando solo.

Y, dicho esto, el príncipe Yacub corrió hacia su habitación donde cogió unas mantas, además de comida de la cocina. «¿Adónde vas?», le preguntó su madre, la reina. «Voy a alimentar al dragón», le respondió. Ella le acarició la cabeza y le sonrió.

Pasaron los días y los niños se hicieron muy amigos: jugaban, charlaban y contaban las historias que sus padres les habían relatado. Incluso, llegaron a la conclusión de que, quizás, sus papás participaban juntos en la guerra luchando contra los malos.

Una mañana, cuando todavía Yacub no había bajado a la galería, el ruido del galope de unos caballos le sobresaltó. Se asomó por la ventana. Era un mensajero de su padre. El príncipe bajó rápido la escalera hacia donde estaba su madre. La reina con la cara desencajada tenía entre sus manos un mensaje. «¿Qué ocurre mamá?», le preguntó. Ella le contestó: «Nada bueno hijo. Mañana temprano nos marcharemos de Alcalá. Nos reuniremos con tu padre tras las murallas de Isbiliya. Los malos se dirigen hacia aquí. No sé cuándo volveremos. No podemos llevarnos muchas cosas, así que piensa en algo que le tengas cariño, pues solo eso podrás llevarte».

El príncipe Yacub lo tuvo bien claro, lo más preciado era su amigo. Así que los niños aprovechando la oscuridad de la noche y el ajetreo del personal del palacio por el repentino viaje del día siguiente, accedieron a la habitación del príncipe sin ser vistos. Tomaron el pendón que le había regalado a Yacub su padre por su cumpleaños y Muhammad se envolvió en él. «¿Puedes respirar?», le preguntó el príncipe. «Sí. Estoy perfecto» le contestó.

Antes del amanecer, la reina acompañada de sus sirvientes entró en la habitación del príncipe para avisarle que en una hora marcharían a Sevilla. Le pareció extraño el gran paquete que tenía preparado su hijo, pero como le había prometido llevarse una cosa, le cumpliría el deseo. Así que mandó a dos de sus sirvientes trasladarlo a uno de los carros. «Con mucho cuidado, que ahí guardo a mi dragón y no quiero que sufra daño alguno», les ordenó Yacub.

Al salir de Alcalá un estruendo alarmó a la comitiva real. Muchos caballos galopaban a gran velocidad. Pronto los alcanzaron. «Son los malos», le dijo la reina a su hijo Yacub. Se trataba del ejército de Alhmar, del rey nazarí de Granada, aliado del rey cristiano Fernando III, que tras devastar las tierras de Carmona se dirigía a tantear las proximidades de Sevilla. Y, sin resistencia, la comitiva real bajó de los carros. Los soldados granadinos gritaban, empezaron a saquearlos y a quemar aquello que no les interesaba.

Yacub lloró y gritó: «¡Mi pendón! ¡No!». El que parecía el general de aquel ejército, con una gran barba roja, resultó ser el rey nazarí, Alhamar. Este lo miró y señalando el pendón, le preguntó: «¿Ese es tu pendón?». A continuación, cortó las lanzadas que lo mantenían envuelto y Muhammad fue descubierto. El niño no podía creer lo que tenía ante sus ojos. «Papá», gritó. En aquel instante los dos niños comprendieron lo que había pasado: pertenecer a los buenos o a los malos solo dependía del punto de vista de cada uno.

Muhammad le contó a su padre lo sucedido con su amigo, y él para agradecer la bondad del príncipe Yacub, los dejó continuar el camino hacia Sevilla.

Poco tiempo después, en el mes de noviembre de 1248, tras dieciséis meses de asedio, cayó la ciudad. Y, cuenta la leyenda, que el victorioso rey Fernando III tomó aquel pendón y lo llevó al Cerro del Cuarto, en Dos Hermanas, al que llamaban Buenavista, y allí ordenó construir una capilla bajo la advocación de la Virgen de Valme, a cuyos pies puso el pendón del último rey moro de Sevilla, Ab-Xataf.