Arquitectos que producen una cierta melancolía.
En realidad estamos hablando de un oficio en extinción. Ingenieros y aparejadores son suficientes para la construcción útil. Los arquitectos comienzan a ser económicamente inviables. Los grandes consorcios inmobiliarios no necesitan creadores sino empleados. Los clientes privados con el típico encargo de una casa de campo, ya no son rentables. Los seguros y los colegios arruinan a los arquitectos ya que continúan siendo los responsables jurídicos de la obra, pero a cambio nadie responde por ellos.
Los arquitectos son innecesarios par la construcción habitual, la arquitectura misma es innecesaria… a menos de que estemos hablando de algo más que de corrección y utilidad. Ese algo más suele llamarse, justamente, lo artístico de esa profesión. Pero quizás haya un gran malentendido sobre esa palabra mucha gente cree que un artista es alguien que posee una personalidad original y que expresa su interioridad, sus conflictos espirituales, sus cavilaciones, mediante formas sorprendentes. El ejemplo perfecto de arquitecto artístico en la actualidad es Frank Ghery. En realidad, es todo lo contrario.
Desde su origen los arquitectos son expertos en los modos de habitar. En las tribus, en las comunidades, por primitivas o avanzadas que sean, hay guerreros que protegen al conjunto, hay brujos (suelen ser los herreros) para tratar con los dioses, hay cocineros que alimentan a la comunidad, en fin, hay arquitectos, que son los que deciden dónde y cómo se debe habitar. Quienes hayan leído el célebre libro de Rykwert sobre la fundación de Roma saben a qué me refiero. O quienes vieron la exposición de Pedro Azara “Las casas del alma”, en donde figuraba la placa con el nombre de un arquitecto egipcio, seguramente la más antigua que se conserva. Los arquitectos definían lugares, localizaban, elegían situaciones y construían adecuadamente con respecto a un modo de vida.
Pero los modos de habitar son históricos. La transformación de la vida material trasforma el modo de habitar. Un modo de habitar lo inventa, por ejemplo, el abad Suger cuando introduce más luz en la basílica de St, Denis, abriendo ventanales que desequilibran todo el cálculo de la carga. Lo que llamamos “gótico” no es sino la respuesta a nuevas circunstancias materiales, en este caso, aquellas que se desarrollan en el burgo rural hasta convertirlo en ciudad. Otro modo de habitar es, por ejemplo, la villa que inventa Palladio y que a través de Jefferson llegará a los Estados Unidos y qué podríamos llamar “un palacio para plebeyos”. Cuando Le Corbusier propone arrasar el Marais y construir Maniatan junto al Sena estaba inventando un modo de habitar en Europa que hasta entonces sólo había funcionado en América, y a lo mejor tenía razón. Quizás ahora estaríamos maravillados con el Maghattan parisino y nadie echaría en falta el barrio del Marais, convertido en la actualidad en un parque de atracciones para turistas cursis. Pero también hay creaciones más modestas. Coderch inventó una casa burguesa para la Costa Brava, antes de su destrucción, que sigue siendo un modelo para aquellos lugares en donde sea posible vivir así.
Todos los arquitectos que merecen el nombre de arquitectos han inventado modos de habitar.
En eso reside la artisticidad de la arquitectura y no en las formas espectaculares. El arte de la arquitectura no es la invención de formas volumétricas, para eso ya esta la escultura, sino la determinación de contenidos para unas formas. La forma es secundaria, ni siquiera “sigue a la función”, porque no hablamos de funciones sino del contenido entero de nuestra vida. Y es falso decir que los humanos tenemos “como función” vivir, como es falso decir que tenemos como función “sanar” y que los hospitales deben obedecer a esa función específica.
Por eso la arquitectura verdadera es lo contrario de la expresión de una personalidad o de la expresión de sentimientos íntimos. Por el contrario, es la capacidad de definir soluciones para necesidades vitales mediante formas adecuadas. Y la definición del habitar es previa a su forma, es su condición de posibilidad. Por esta razón muchos de los inventos arquitectónicos suelen ser poco prácticos para la primera generación que los usa. Los clientes pasan frío, hay goteras, en fin, lo de siempre.
La mayoría de arquitectos que conozco no se conforma con edificio correctamente, para luego añadirle a lo construido una piel fotogénica. En eso reside, creo yo, la tantas veces recurrente fórmula de cierta generación de arquitectos que dan gran importantes al contexto o que respectan el territorio sin caer en folklórismos, o que toman en consideración los factores naturales, ecológicos y meteorológicos del lugar. Son modos indirectos de decir que no se agotan en la aplicación racional del programa más la fachada fotogénica, sino que buscan una significación añadida. Y eso es lo mismo que decir que no pueden prescindir de la artisticidad.
Es cierto que ese deseo de significar es cada día más difícil de respectar. Que los clientes no lo aceptan. Que los encargos administrativos sólo lo aceptan si el resultado en mediático, es decir, banal. Que los pocos arquitectos dignos de ese nombre se ven cada vez más obligados a ofrecer un espectáculo. Por eso les decía que los arquitectos me producen una cierta melancolía.
Los arquitectos significativos están en extinción. Yo diría que quieren seguir construyendo un modo de habitar significativo, no renuncian a una arquitectura artística. Y que eso es así aunque ellos mismos están en contra de la artisticidad, como me han dicho en más de una ocasión. Porque la mala reputación del arquitecto artista viene de aquellos que han utilizado la arquitectura como ilustración de si mismos, como trascripción de sus opiniones, sentimientos y creencias, como ficha de su psicoanalista, como espectáculo de una personalidad original, como precioso ejemplo del alma de un genio.
En eso reside el malentendido. La arquitectura como arte ha de ser todo lo contrario no puede ser un monumento a la subjetividad, ha de ser objetiva. Que es otra manera de decir que ha de ser anónima. Aunque suene muy raro en un tiempo de espectáculo y estrellas mediáticas, yo diría que buena parte de la mejor arquitectura pretender ser anónima.