Al comenzar la práctica profesional, tenía una idea de lo que podría ser el aula y el ambiente escolar, pensando específicamente en la relación que uno genera con los alumnos, en la exposición producto de lo mismo, y en la adaptación a los distintos lenguajes que tiene consigo cada estudiante. Aquello me hizo comenzar muy precavida y temerosa, lo que se traducía en que no me sintiera tan cómoda iniciando el diálogo en los primeros días. Pero ese sentir se fue diluyendo con las semanas y en parte por la misma ayuda y curiosidad de parte de los niños.
Cuando elegí la carrera de pedagogía en artes, fue únicamente enfocándome en el área artística y consideré la pedagogía como una consecuencia colateral. Tenía 18 años y una visión bastante distinta de la niñez, sintiendo mucha lejanía con las infancias y pretendiendo mantenerme distante de ellas. Con el pasar de los semestres, el perfil de artista me hacía mucho menos sentido con mi realidad. Entendí que el motivo por el que me involucré en el arte, era el mismo por el que me hacía sentido la pedagogía, pero de un modo colectivo. Escogí artes porque quería aprender, expresar y conectar con mis emociones y sobre todo porque encontraba un refugio en crear. Supongo que es inevitable que mi historia de vida no interfiriera en mi relación naciente con la docencia. Como una persona que nació en un contexto socio-económico de alta vulnerabilidad, creí que yo podría cambiar y mejorar las realidades de otros, siempre aprecié enormemente las demostraciones afectuosas de quiénes creían en mí, porque eran un incentivo para seguir avanzando.
Luego en la práctica, me encontré con una realidad lejana para mí. Ingresando al establecimiento con desconocimiento de la mensualidad y el nivel económico de él, lo noté rápidamente en los comentarios de los alumnos en clases. No eran niños que necesitaran mayor incentivo, puesto que producto de sus realidades, no tenían preocupaciones de si lograrían seguir estudiando en un futuro, por el contrario, tenían certeza de que eventualmente se convertirían en profesionales. Esto lo noté en una actividad de orientación en octavo básico, donde se le entregaba un papel a cada estudiante con 5 preguntas. Dos de ellas eran: "¿Cuál ha sido el regalo más importante que has recibido?" y "¿Qué te gustaría ser cuando grande?" Absolutamente todos respondieron con carreras profesionales, aunque para mí lo más desconcertante fueron sus regalos: viajes a Disney y al extranjero, y consolas de videojuegos de última generación.
“Tratar de conocer la realidad en la que viven nuestros alumnos es un deber que la práctica educativa nos impone: sin esto, no tenemos acceso a su modo de pensar y difícilmente podremos, entonces, percibir lo que saben y cómo lo saben”.
Paulo Freire- Cartas a quién pretende enseñar.
Creo que una se visualiza de una forma como docente, que al estar in situ, termina difiriendo de cómo se dan las cosas naturalmente. Concluí que como profesora, y también como una característica personal, uno debe tener la habilidad de enfocarse en las cualidades de los estudiantes, más que recalcarles en lo que se equivocan. Es por esto que me parecía importante siempre hacer notar a los estudiantes sus puntos fuertes, que se supieran vistos y valorados. Otro punto con el que siempre procuro ser consciente, es con el lenguaje. He notado en diversas prácticas como las profesoras corrigen a los alumnos de una forma, que personalmente si yo fuera la estudiante en cuestión, no me quedarían ganas de volver a participar o preguntar. Es por ello que siempre trato de hablarles de una forma constructiva y cariñosa, ocupando frases del tipo "está bien, pero tal vez podrías añadir esto, pero buen trabajo" o "te parece si nos enfocamos en este punto, vas bien encaminado pero se puede pulir más", más que decirles las frases que he escuchado como "¿tú no entiendes? está todo en la pizarra" o "he dicho tantas veces que así no se hace, eso está mal, no es lo que pedí".
Me recuerdo todos los días el tipo de profesora que quiero ser, y más importante, ser la docente que quise haber tenido cuando niña, para no sucumbir a la rutina y por consecuencia actuar desde el cansancio o la frustración. En este sentido, me parece crucial darle un mayor enfoque al bienestar docente. He notado que el ambiente laboral entre profesores incluye mucha denostación entre pares, acompañado con algo de soberbia. Deduzco que parte de pasar muchos años realizando un mismo trabajo, lleva a los docentes a disminuir su auto-crítica porque tienen incorporada la percepción de que ya se manejan de sobra en su labor, esto lo noto en la cero consideración que tenían con los encargados de ciclo, quienes debían supervisar alguna clase cada cierto tiempo sugiriendo mejoras. Lo percibí también con los cambios de generaciones en los niños y el poco interés por adaptarse a ellos. Pero creo que estas sensaciones son producto del mismo estrés que poseen los profesores por la sobrecarga laboral y el estrés de estar adjudicándose responsabilidad en situaciones que escapan de sus manos, como en el caso de este establecimiento que no contaba con PIE. Muchas veces los profesores comentaban que hacían lo que podían con estudiantes que se desregulaban, ya que no estaban las herramientas para ayudarles.
Es difícil dar una solución absoluta para el estrés que se produce en los docentes, pero si me resultó útil al menos en mi posición de practicante, seguir el consejo de mi profesora tutora y también profesora guía, de no llevar trabajo a mi casa, sino ocupar las horas en el establecimiento para zanjar todo. En un escenario fantasioso e ideal, los docentes también debieran recibir ayuda u orientación psicológica por parte de los establecimientos. No solo debemos procurar rendir con las tareas que solicita cada colegio, sino que constantemente seremos sometidos a evaluaciones y trabajos como investigaciones o portafolios para la carrera docente, y esta presión extra, no es considerada.
Para ser responsable como profesor, uno debe partir por ser responsable consigo mismo y con ello aludo a la importancia de compartir las dudas e incertidumbre entre colegas, solicitar ayuda, asistir a terapia, intentar mantenerse lo más sano mentalmente, porque esto también se transmite a los niños. Y claro, en la importancia de mantener un tiempo intransable para actividades recreativas. Escuchaba de los profesores del colegio, que muchos de ellos ya no tenían tiempo para nada, que era tanto el cansancio, que el poco tiempo que tenían libres se les iba tratando de reponer energías. Comprendo entonces, que por mucho que uno intente tomar medidas, esta situación por desgracia, es lo habitual. Y considero que tal vez producto de que recién comienzo en este campo, es que mi energía y disposición pueden ser distintas. Me parece que los estudiantes son muy perceptivos con ello. Siempre mantuve curiosidad por sus intereses, por lo que creaban, y claro, tuve el tiempo para estar pendiente de forma más minuciosa de estos puntos, también eso me ayudó a formar lazos más cercanos. Les preguntaba constantemente los términos que utilizaban, les pedía que me explicaran, lo que me hizo notar que se sentían en confianza para acudir a mí y contarme cosas triviales fuera de la clase en ocasiones. Producto de mi disposición para explicarles y reiterar información más de tres veces si era necesario, es que los alumnos preferían llamarme a mí para resolver sus dudas u obtener ayuda. No los juzgo, ni tampoco juzgo a la docente, creo que si mi presencia resultó un apoyo para ambos bandos, todos nos vimos beneficiados.
Personalmente me fue de ayuda planificar y visualizar los tiempos que destinaría a cada momento durante la clase, aunque a veces ello no resultaba como imaginaba, pero tener claridad y manejo sobre el ánimo del curso y sus tiempos de trabajo, es algo que me habría ayudado de haberlo sabido con anticipación. Aunque también me fue de ayuda descubrir y poner a prueba mi capacidad de improvisación y resolución. Cuando notaba que había un curso más hiperactivo, les pedía que cerraran los ojos, respiraran, que imaginaran algún paisaje, un animal, y si bien era una pausa para tranquilizarlos a ellos, también funcionaba como un respiro para mí, para pensar en cómo abordar la clase acorde a su energía.
De mi propia formación docente, aprendí que puedo ser muy paciente, aunque se me advierte que tenga cuidado con ello, que los estudiantes pueden aprovecharse y tomar la oportunidad de engañarme si pueden. Se me comenta que no debo ser tan ingenua. Puede ser cierto, aún no sé cómo no serlo, probablemente porque pienso que si establezco una relación de confianza, sincera y grata con un estudiante, no habría motivo para hacer abuso de ello, pero también es cierto que estuve en una situación ideal de aprendizaje, con pocos estudiantes, en un ambiente donde los niños consideran a los docentes como un familiar al que pueden acudir, y tal vez producto de sus mismos ambientes socio-culturales, parecían ser inusualmente inocentes (o tal vez con comportamientos acordes a su edad), en comparación a las generaciones que he visto en otros establecimientos.
En cuanto a mi relación con los estudiantes, me sentí particularmente apreciada por los niveles de 5to y 6to básico, asocio que esto es producto también de sus edades, por lo que entablar vínculos me resultó más fácil. El primer curso del que me despedí fue el quinto básico. Tenían bastante presente que mi proceso de práctica finalizaba ese semestre, así que cuando pensaban que era mi última clase y luego a la semana siguiente yo volvía, se alegraban y preguntaban si seguiría haciéndoles clases. En un momento en que la profesora fue a buscar los computadores para una actividad que realizaría con ellos, aproveché de comentarles que ese día sería mi última clase acompañándoles. Comenzaron a acercarse y una niña me dice "profesora, no se vaya, usted nos trata bien". No supe bien qué decir, más que aconsejarles que se comportaran mejor y que yo feliz seguiría haciéndoles clases, que fueron un gran curso y aprendí mucho de ellos, además de mencionarles que siempre les recordaría, ya que habían sido el primer curso donde hice clases en mi práctica profesional. De un momento a otro me vi con varios niños abrazándome. A pesar de mantener una postura reticente frente al contacto con los niños, esto no me resultó invasivo, y hasta me pareció confortable para la despedida. Luego ya en clases, los niños buscaban cualquier cosa que tuvieran a mano para regalarme, aunque les insistía en que no era necesario, ya que eran cosas suyas, me convencían diciéndome que quería darme esas cosas o que tenían más de lo que me regalaban. Una niña me regaló un patito de plástico con la excusa de que teníamos que volver a vernos y yo debía volver al colegio. Al día siguiente, mientras estaba en la convivencia con el octavo básico, me encontraba cercana a la puerta, cuando vi a una estudiante de quinto y aproveché de despedirme, junto con ella llegaron varios niños más, hasta que me vi siendo abrazada por unos diez estudiantes, me hacían comentarios pidiendo que no me retirara del colegio y que les adoptara. Les respondí que cuando pudiera adoptar a diez niños, lo consideraría. Como mencioné anteriormente, el quinto básico fue el que me dijeron que era el peor curso y que me recomendaban no tomarlo por su dificultad. Al pasar tiempo con los profesores, escuché comentarios negativos de todo tipo, incluso se decía que esos niños no eran buenas personas. Lo último que recuerdo oír de la profesora jefe de aquel curso es que "no tenía nada bueno que decir" de ellos.
El segundo curso del que me despedí fue el sexto básico, cuando ayudaba a los alumnos a realizar las últimas impresiones pendientes, les comuniqué que ya no tendría más clases con ellos, por lo que quería aprovechar de decirles que estaba muy orgullosa del curso y sus resultados, que todos eran realmente unos artistas, y les agradecía su colaboración en todas las clases, porque a pesar de cumplir con el rol de profesora, yo también era una estudiante aprendiendo de ellos. Fue un poco complicado que me escucharan sin interrupciones, ya que cuando demostraban su pesar porque me iría, luego se distraían conversando. Me resulta gracioso lo disperso que son los niños. Luego cuando les advertía que mi iría (nuevamente) volvían a escucharme y hacer sonidos de descontento. De ellos también recibí regalos, aunque eran creaciones personales en este caso, y abrazos de forma individual.
Por último, a pesar de que el octavo básico era el curso donde además debí practicar jefatura, mi afinidad con ellos fue distinta, supongo que es por la edad que tienen y sus vínculos con los profesores se debilitan producto de sus propios intereses personales. En el transcurso en el que estuve se formaron dos parejas en el curso, eso da un indicio de que la atención de los estudiantes se dirigía a otros lugares. Mis últimas horas de práctica las pasé con ellos, una en orientación y dos en la convivencia. Sólo al terminar la hora les dije que ese era mi último día, les agradecí por su disposición en mis clases, porque sé que muchos de ellos tuvieron consideración conmigo, e incluso más cuando sabían que debía ser evaluada. Les dije que eran muy talentosos y esperaba que les fuera muy bien en sus siguientes años académicos. Hicieron manifestaciones pero fue bastante efímero, algunos me abrazaron al despedirse.
Me parece que el despedirme me permitió evaluar mi trabajo como docente. Recibir demostraciones cariñosas en gran medida por parte de los estudiantes me desconcertaba y aliviaba, al pensar que si había causado eso en ellos, algo debí hacer bien.
La práctica profesional no se sintió como una finalización de una etapa, sino como una muestra de todo lo que será y de tantas cosas que aún no descubro y que sólo descubriré con los años, de que una vez iniciada mi carrera no hay aprendizaje que se dé por hecho o inalterable.
Algunas de mis inquietudes para mi futuro desarrollo profesional, es tener que replantear las metodologías que deberé llevar a cabo para acercar el arte en otros contextos escolares, puntualmente con aquellos establecimientos que no cuentan con los espacios para trabajar idealmente las artes, ya sea por los espacios o los materiales que escasean. También, algo que he notado es que en algunos establecimientos no se inicia artes visuales con una profesora exclusiva de la asignatura en los primeros niveles, algo que inevitablemente puede entorpecer el proceso de familiarización de los estudiantes con los conceptos artísticos. La pedagogía obliga a ser constantemente creativo y cuestionar los enfoques tradicionales, a estar en proceso de invención y experimentación para captar la atención de los jóvenes. Es por ello que es fundamental la comunicación con los estudiantes, con los colegas, y mantenerse siempre actualizado y aprendiz del arte y la gestión educativa.
Mi acercamiento más significativo a las artes fue en la universidad, utilizando herramientas ad hoc a las técnicas. Es por ello que parte de mi propuesta pedagógica era que los estudiantes vivieran la experiencia completa en el grabado, por ejemplo. Así que hice lo más similar posible, a cómo lo hacía en la universidad, preparé un espacio en el aula con todo para que pudieran realizar sus impresiones en grabado. Los niños disfrutaron el proceso y yo me vi fascinada de descubrir a esos nuevos artistas. En algún momento creí que podía ser una actividad demasiado compleja o exigente para ellos, pero supieron estar a la altura y derribar esa idea. Es cierto que en ese momento me pude permitir aportar con todos los materiales para lograr ese espacio, pero debo atender el hecho de que no siempre podrá ser así, y deberé ingeniármelas en resolver las carencias económicas para realizar artes visuales en otros contextos, aunque gracias a estudiar en el Pedagógico, eso no se ve como un requerimiento imposible, ya que gran parte de la carrera las generaciones que he visto pasar e incluyéndome, hemos aprendido a crear desde la escasez y los basureros de la misma universidad. Supongo que la falta de materiales, nos impulsó a ser más creativos.
Regalo por una alumna de 5to básico. Cuando llegué un lunes en la mañana me avisan que ella fue un día viernes (día el cual yo no asistía) a dejar este regalo en la oficina de las profesoras para mí.🥲 ❣️
Y portada de la croquera de la misma estudiante.
Más regalos por los estudiantes (les gusta el kpop y me preguntaron cuál integrante prefería de cada grupo previo a obsequiarme las cartas).🫰
Bajo el margen de mi relación con los estudiantes, creo que una de mis fortalezas como docente es que con los años he desarrollado mi paciencia, por lo que no me significaba problema tener que explicar detalladamente hasta cerciorarme del aprendizaje de los niños, aunque claro, esto resultaba bien en el escenario ideal de un aula con pocos niños donde el tiempo lo permitía. Aunque a ratos pensaba que por mi propia disposición, los niños se relajaban un poco al momento de poner atención a las instrucciones, porque sabían que recibirían respuesta de mi parte posteriormente. De todos modos, creo que mi carácter comprensivo con su falta de atención, provocó que los niños se sintieran confiados de acercarse y compartirme sus ideas.
Ahí notaba una debilidad, no siempre sabía o me sentía cómoda en ejercer presión. Por algún motivo noté que los niños, particularmente en el curso de octavo, tal vez por ser el curso de la profesora guía, tenían manifestaciones que me hacían dudar de que me vieran como una figura de autoridad. A veces me llamaron por mi nombre, por lo que les corregía que me llamaran como profesora, esto solo como un recordatorio de que no era una amiga en la sala de clases. Deduje esto porque en los momentos en que se comunicaban conmigo, eran para incluirme en las bromas que se hacían entre ellos mismos y preguntar mi opinión respecto a sus temas, y si bien no era algo que me desagradara, noté que no era algo para lo que llamaran a su profesora jefe o interrumpieran su clase. Puedo suponer que ello es porque sabían que era practicante aún o tal vez porque me veían menor en edad de lo que soy. Por lo que en las últimas clases, tuve problemas con este curso para que me entregaran los trabajos a tiempo, a pesar de haber estipulado las fechas con anticipación, de advertirles en reiteradas ocasiones que el trabajo en clases y la entrega en la fecha, eran también parte de la evaluación, parecía no preocuparles mucho. Es por esto, que la profesora jefe me sugirió que yo debía estar constantemente supervisándolos y presionando su trabajo en clases para que entregaran a tiempo, porque de tener una mala calificación, existía la posibilidad de que de alguna forma, el estudiante o el apoderado lo hiciera mi responsabilidad.
Al pasar por los puestos viendo cómo era el trabajo de los niños, me topaba siempre con algún estudiante que no avanzaba en gran parte de la clase, así que me acercaba preguntando primero si se encontraba todo bien, de no ocurrir nada, les decía que "comenzáramos" la actividad. La idea de iniciar grupalmente incentiva al estudiante puesto que debe demostrar su desempeño para que el trabajo en equipo ocurra, revisábamos la actividad en conjunto, les explicaba nuevamente o daba ejemplos, a veces de una forma más sencilla para que les resultara más cercano, haciéndoles ver que la actividad solicitada era perfectamente realizable por ellos. Los niños suelen quedarse un rato en la posición inicial del "no saber qué hacer", por lo que al menos para comenzar, les pregunto qué entienden, o qué les gustaría hacer (siguiendo las indicaciones) y cómo podemos hacerlo, tratando de no retirarme de sus puestos, hasta que dieran un primer paso. No me parece que mi intervención sea extraordinaria en esos casos, pero esa rutina por algún motivo les da un "empujoncito" para empezar. Junto con esto, trato de contrarrestar sus creencias de que no pueden hacerlo, con breves comentarios positivos, enfocándome en la fortaleza de cada niño, ya sea si noto que tienen un estilo peculiar en su arte, o si escriben elocuentemente o tienen ideas novedosas. Termino concluyendo que gran parte de los retrasos para iniciar por parte de los estudiantes, es porque no poseen la confianza en sus capacidades ni en lo que pueden lograr, por lo que un comentario de apoyo, puede cambiar el panorama.
Con lo que más me solía encontrar en clases eran con comentarios como: "Profe ¿lo estoy haciendo bien?" o "¿Está quedando bonito o feo?" por lo que debía recalcarles que en mi clase, la noción de lindo o feo no existía ni se utilizaría. Que sus trabajos estarían bien en la medida en que ellos fueran conscientes de que dieron todo su esfuerzo en realizar una obra o mejorarla con los aprendizajes que tienen. Y más importante, el proceso es más importante que el mismo resultado, ya sea por el desempeño o el disfrute que conlleva.
Bibliografía.
-Freire, P. (2012). Sexta carta: A propósito de "Hablar" con el educando. En Cartas a quien pretende enseñar (pp. 71-72). Siglo XXI Editores.