Dando una ojeada al pasado, recuerdo que en mi primera práctica en la carrera, que solo era de observación, elegí volver al liceo donde había estudiado casi toda mi etapa escolar. Si mal no recuerdo, estuve en un segundo básico. Nunca fui cercana a las infancias, por lo que me deslumbró el trato cariñoso y entusiasta de los niños. Pero en aquella clase toda su motivación se vio reducida a pintar un dinosaurio impreso. Hasta hoy pienso en como la profesora retaba a una estudiante por no estar pintando "bien" y que debía mirar como lo estaba haciendo su compañera de banco. Los niños solo preguntaban si lo estaban haciendo bien, querían recibir la aprobación de la profesora o la mía.
En ese mismo establecimiento, observé también un séptimo. Y como fue mi primera práctica, mi atención y fijación solo se quedó en aquellas cosas que nunca había percibido como algo que debiese corregirse. En este caso, recuerdo a una profesora que había egresado del Pedagógico, tomando el trabajo de una alumna para mostrárselo al curso, diciendo lo bien que lo estaba haciendo y que ella si era una "verdadera artista". Me dio la impresión de que los niños asumieron que no lograrían el nivel de su compañera y se resignaron.
Me recordé a mi como estudiante en esas mismas aulas, siendo una niña que también pensaba que no lograría llegar al nivel de mis compañeros quienes destacaban. Y entendí que esa misma inseguridad, que se había plantado como una semilla en mis tiempos de escolar, aún prevalecía en mi inicio universitario. Revoco a estas experiencias, porque fueron las primeras que me hicieron visualizarme en la pedagogía, y las que encaminaron la visión que tengo hoy.
Gracias a que la profesora María José Domange, en mi escolaridad, precisamente en cuarto medio, que confió en mí y me expresó su creencia de que yo debía seguir en el arte, es que me encuentro acá siguiendo su camino también, pensando en todos esos niños a los que quiero incentivar a que sueñen con una realidad distinta o mejor de lo que tienen, haciendo algo que les apasione. Con los años transcurridos en la carrera, entendí que no elegí artes solo por el disfrute de hacerlo, sino porque fue un espacio donde me contuvieron y espero que también sea un espacio donde yo pueda contener.
En el rol de profesora de artes, una comprende que debe enseñar a los niños, mostrar contenidos, técnicas, pero tengo certeza de que poco de ello sirve, si uno no demuestra confianza en sus estudiantes. El tipo de profesora que pretendo ser, es una que acompañe a sus estudiantes, les escuche, que siempre prevalezca el espíritu de aprendizaje y jamás dar por sentado y cerrarse ante lo que uno sabe. Quiero seguir cultivando la necesidad imperante de querer cambiar y mejorar la forma en que se imparte y cómo se ve la pedagogía. Porque fuera de nuestros estudios más lógicos ligados a la ciencia, la psicología o la teoría, ejercer esta carrera implica y requiere sentir amor.
"Sin aceptación y respeto por sí mismo uno no puede aceptar y respetar al otro, y sin aceptar al otro como un legítimo otro en la convivencia, no hay fenómeno social (...) Si el hacer que los niños de Chile aprendan, no es un hacer en el espacio de vida cotidiana del niño chileno en el Chile que vive, la educación chilena no sirve a Chile".
Humberto Maturana.
El amor se transmite en la forma en que tratamos y escuchamos al otro, brindándole un espacio de contención y acogida para ello.
En mi tiempo en la universidad, he realizado trabajos que siempre abordan la intimidad y lo emocional, realizando fotos-performances que suelo acompañar siempre con poesía. La escritura es algo inherente en mis creaciones, creo que suelo visualizar las palabras en prosa previamente a la obra. Es por ello que si bien no busco explicar el trabajo con un poema, a estas alturas si me parece algo infaltable en cualquier creación que haga. Tal vez si no llego con la imagen, puedo llegar a mostrarme con otro medio. Es por esto que mi interés siempre se ha direccionado a la emocionalidad, lo que en el aula me hace siempre tener curiosidad por los intereses de los niños, saber qué les gustaría aprender, cómo se relacionan, qué piensan, y conversar para conocerlos. Sé que muchos estudiantes consideran el ramo de artes como contenido secundario, pero creo que cuando tienen una relación agradable con la profesora que lo imparte, el aprendizaje se les hace mucho más significativo, y claro, para mí también lo es.
Mi primera necesidad educativa, cuando aún no llegaba a la práctica final, fue la de ejercer en establecimientos vulnerables o en lugares como el Servicio Nacional de Protección Especializada a la Niñez y Adolescencia. Pensaba en que los niños necesitaban un espacio donde expresarse, jugar, crear y por sobre todo, si no querían hacer nada de eso, tener a alguien que de todas formas los seguiría impulsando y creyendo en ellos. La realidad del establecimiento de esta práctica difiere bastante de las circunstancias donde me imaginaba ejercer, por lo que los niños no parecen necesitar ni buscar mi contención y compañía.
Paulo Freire.
Pero entiendo, que todo aquello que me propongo significa una gran responsabilidad. Siempre los profesores cargamos con ella, al fin y al cabo, tenemos un poder enorme de influenciar en generaciones, y ese poder, debe ser siempre utilizado con cautela y en busca del beneficio de los jóvenes. Es ahí donde se encontraba mi temor, que sigue vigente a decir verdad.
En mi primer día de práctica sentí mucha presión, siempre existen las dudas respecto a desconocer algo o no cumplir con las expectativas de los estudiantes por lo que concluí que no debía dar cabida a errores, porque cualquier cosa que pudiese enseñar defectuosamente o verbalizara mal, sería incorregible en el futuro. Algo que después de unos días de reflexión y conversación comprendí que aquello no sería posible. Me iba a equivocar y era inevitable.
Aquel pensamiento no me otorgó tanta calma, al pensar en qué momento sería eso, pero lo cierto es que por mucho que me preparara, equivocarme podría pasar, y sería tan necesario para mí como para los alumnos. Acepté la equivocación no como algo irreparable, sino como parte natural de mi camino de aprendizaje docente, esto me permitió dejar de ver mi profesión con la distancia del temor que me provocaba sentir que tal vez no podría ejercer, porque lo cierto, es que será solo otra forma en la que aprenderé. Temía que los estudiantes no concibieran la idea de que la docente podría equivocarse, pero eso sería subestimarlos, por lo demás, también de mí dependerá construir un clima amistoso y comprensivo en el aula que me permita siempre corregirme con confianza. En resumen, eso me motivó a querer comenzar cuánto antes la práctica, porque mientras antes esté aprendiendo, antes podré mejorar.
La visión que tenía del colegio, no es la de un lugar que te impulse a jugar o crear, por el contrario, no me hacía sentido la relación entre las exigencias del currículum de trabajar la creatividad o imaginación, en una sala donde el espacio es reducido, no hay materiales y se encuentran 9 horas en el mismo espacio. Ese pensamiento no varía demasiado desde que fui una niña de 5 años hasta ahora que soy una adulta y profesora de 25 años. Algo que fue un tanto distinto en el establecimiento de práctica al ser un lugar en el que cuentan con salas de arte y realizan retiros o salidas pedagógicas con frecuencia.
Al estar al frente en el aula, he logrado ir indagando en el tipo de docente que soy, noto que descarto la idea de gritar o retar, no va con mi actitud y siempre creo que es un desgaste innecesario. En cambio, cuando veo que el desorden es desmedido, me quedo en silencio esperando a los niños, para cuando eso ocurre, les explico que no puedo continuar la clase si no es con la ayuda de ellos, lo que parecen comprender, pero también soy consciente de que no pueden evitar del todo el comportamiento propio de las niñeces inquietas. De todos modos, no los subestimo, les explico mi posición como practicante, como aprendiz y cómo la clase se construye entre todos. Siempre entienden.
Referencias.
-Maturana Romesín, H. R. (1990). Emociones y lenguaje en educación y política. Editorial Dolmen.
-Freire, P. (1993). Cartas a quien pretende enseñar. Siglo Veintiuno Editores.