Mahler director

"Una sinfonía debe ser como el mundo. Debe abarcar todo", (Gustav Mahler, 1860-1911)

    Los inicios de Mahler como director de orquesta fueron complicados y poco alentadores debido tanto a su mal carácter como al ruinoso estado en que estaban los teatros en que era contratado. Afortunadamente su situación fue mejorando y, después de pasar dos años en Kassel, pudo acceder a Praga en 1885. Entre los años 1886 y 1891 Mahler trabajó como director en Leipzig y en Budapest, pasando luego a Hamburgo para tomar a su cargo el Stadtheather. Aquí ganó notoriedad gracias a sus interpretaciones de las óperas de Richard Wagner, atrayendo la atención del público y de la crítica por su virtuosismo y genialidad como conductor. Entre 1897 y 1907 dirigió la Ópera de Viena, y fue director de orquesta de la Sociedad Filarmónica de Nueva York entre 1909 y 1911.

A pesar del gran prestigio que tenía como director, el antisemitismo imperante en Viena transcendió al terreno musical y se vio obligado a abrazar la religión católica renunciando a su fe judía para conservar su puesto en Viena.

    En vida, el reconocimiento le llegó como director de orquesta, sobre todo en el periodo en que empuñó la batuta al frente de la orquesta Imperial de Viena.

    Sus interpretaciones no eran nunca arbitrarias, si se le acusaba en ocasiones de ello era a causa del abismo que separaba en general sus inspiradas ejecuciones de aquellas a las que el público estaba acostumbrado. Sus retoques a la instrumentación, en los que empleó su enorme conocimiento de todos los recursos que ofrece la orquesta moderna, fueron ferozmente criticados. En nuestros días se suelen aceptar bastante bien este tipo de modificaciones, incluso si las opiniones divergen en cuanto a la forma en que tienen que hacerse.

    Su movilidad y agitación al dirigir eran asombrosas, no es que fueran excesivas o superfluas, pero resultaban llamativas y fueron objeto de numerosas caricaturas. Con el paso del tiempo su técnica se espiritualizó y terminó por alcanzar un grado de concentración que le permitió combinar la fuerza y la precisión de una batuta aparentemente muy simple, y casi sin mover el resto del cuerpo.

    La transparencia de su dirección respondía a su deseo de claridad musical absoluta. En él la precisión era el medio de dar vida al alma de una obra. Mahler tenía un respeto fanático hacia la partitura, su notación, sus tiempos, a sus indicaciones agógicas y a su dinámica. Nunca se olvidaba de que su deber supremo como director de orquesta era realizar las intenciones del compositor.

Caricatura realizada al estrenarse la sinfonía nº 1 en Budapest