Arqueología
Hebreos
Arqueología de Hebreos
NOTAS CULTURALES E HISTÓRICAS
Hebreos 1. La “mano derecha” en el pensamiento antiguo
La mano era simbólica en el mundo antiguo. Se creía que con ella se confería gracia o se pronunciaba castigo Además, la mano representaba la autoridad de un individuo, el instrumento para llevar a cabo las intenciones de una persona. La mano derecha, en particular, era especial por dos razones. Primero, la mano izquierda se reconocía universalmente como la que se usaba para propósitos sanitarios y, por lo tanto, se respetaba menos que su compañera. Segundo, ya que la mayoría de las personas eran diestras, la mano derecha se consideraba que tenía más fuerza y destreza superior innata.
Debido a su estatus físico especial, a la mano derecha se le asignó un significado metafórico importante, que con frecuencia expresaba bendición, fraternidad o consuelo. Ciertos actos de limpieza ritual, así como la ordenación del sacerdocio aarónico, involucraban la mano derecha o el lado derecho. La mano derecha también se usaba en juramento en cuestiones jurídicas, ya que se creía representaba el carácter, la voluntad y las acciones del individuo que prestaba juramento. En la literatura, la mano derecha personificaba el carácter y las hazañas de un rey o deidad, mientras que en la Biblia hebrea representaba la fuerza y provisión máxima de Dios para su pueblo.
Sentarse a la mano derecha de un gobernador o anfitrión significaba ocupar un lugar de máximo honor. Esta posición se consideraba un indicador del poder y la autoridad del que la ocupaba. La persona que se sentaba a la derecha del rey era, como en el modismo actual, su “mano derecha”, la persona que actuaba como el agente principal de la autoridad del rey, a través de quien él llevaba a cabo su trabajo más importante. Además, sentarse al lado derecho era una declaración de fraternidad y favor entre la figura central y el individuo honrado de tal manera. Jesucristo se representa varias veces en la Biblia como sentado a la mano derecha de Dios el Padre por toda la eternidad (Sal 110:1; Hch 2:33-35; 5:31; Ro 8:34; Ef 1:20; Col 3:1; Heb 1:3, 13; 8:1; 10:12; 12:2; 1P 3:22).
Hebreos 2. ¿Quién escribió Hebreos?
Casi desde su origen, la autoría de la epístola para los hebreos ha sido cuestión de especulación. La copia completa más antigua de Hebreos (en el papiro de Chester Beatty) está situada justo dentro del cuerpo paulino, inmediatamente después de Romano. Aunque la autoría paulina se convirtió durante un periodo de tiempo en la opinión tradicional, existen razones serias y antiguas para resistir esta conclusión:
El libro de Hebreos es anónimo, mientras que los otros 13 textos paulinos comienzan todos explícitamente con el nombre de Pablo.
También es improbable que Pablo, quien inequívocamente se consideraba a sí mismo un apóstol y un “testigo ocular” del Jesús resucitado (1Co 15:8-9; Gá 1:11-12), se hubiera referido a sí mismo como un creyente de segunda generación (Heb 2:3).
La perspectiva teológica de Hebreos (un énfasis en Jesucristo como sumo sacerdote y el uso de categorías de sacrificio para explicar el significado de su muerte) es atípica de las otras escrituras conocidas de Pablo.
Hay diferencias estilísticas asombrosas entre Hebreos y las cartas de Pablo. El lenguaje de Hebreos es impresionantemente en su elocuencia y visión estructural. El autor utilizó una prosa estudiada y elevada junto con un rico embellecimiento retórico. Por el contrario, Pablo explícitamente declaró que él carecía de esta cualidad en su escritura y sus discursos (1Co 1:17; 2:1; 2Co 11:6).
Los intérpretes a través de la historia cristiana ha luchado con esta cuestión de la autoría de hebreos, y muchos han tratado de explicar estas discrepancias entre Hebreos y las “otras” escrituras paulinas de varias maneras:
Clemente de Alejandría (aprox. 150-215 d.C.) teorizó que Pablo les escribió en hebreo a los hebreos y que Lucas después tradujo el texto a un griego elevado (cf. Ro 16:22; 1P 5:12).
Orígenes (185-253 d.C.) luchó con la idea de si Hebreos era paulino, pero confesó inseguridad con respecto a la identidad del escritor, reportando solamente que algunos sugieren a Lucas o a Clemente de Roma.
Tertuliano (aprox. 155-220 d.C.) primero sugirió a Bernabé como autor alternativo, ya que sus antecedentes levíticos (Hch 4:36) explicarían ciertos puntos enfatizados en Hebreos, así como el hecho de que su nombre (que significa “hijo de ánimo”) corresponde bien con la expresión griega tras Hebreos 13:22.
Martín Lutero (1483-1546 d.C.) propuso a Apolos como el escritor, un “hombre ilustrado” de Alejandría que era “convincente en el uso de las Escrituras” (Hch 18:24).
Los eruditos actuales han ampliado la lista de candidatos para incluir a Priscila, Silas, Epafras y otros.
Mientras que la identidad nombrada del autor de Hebreos permanece incierta, varias afirmaciones se pueden hacer basándose en el texto existente:
Con seguridad, el autor de Hebreos fue un cristiano de la segunda generación (Heb 2:3).
Él fue un pensador profundo quien escribió con un estilo, vocabulario y coherencia impresionantes y que conocía bien el idioma griego (hay una 151 palabras griegas de uso único en Hebreos dentro del Nuevo Testamento).
Él estuvo íntimamente familiarizado con la Septuaginta en su forma alejandrina, al igual que con las costumbres judías y los medios de interpretación de la Escritura.
Sobre todo, él escribió con una convicción estudiada de que Dios se había dado a conocer a la humanidad de manera culminante a través de su hijo Jesús (1:1-2).
Hebreos 6. Juramentos en la práctica judeo-cristiana
La gente en la época del Nuevo Testamento mediante juramentos afirmaba que cumplirían con sus promesas o que decían la verdad, y en los juramentos la gente invocaba maldiciones sobre sí mismos si sus promesas resultaban ser falsas. Éstas, comúnmente tomaban la forma de juramentos tipo testamentarios («Que Dios haga tal o cual sobre mí si no cumplo con este acto») o tipo garantía («Que mi vida se pierda si esto no acontece»).
En el judaísmo antiguo las personas a menudo sustituían el nombre de Dios por alguna cosa cuando hacían un juramento. De tal manera, uno podía jurar por el templo, por el cielo y la Tierra o por Jerusalén. Esta práctica se puso de moda en parte para evitar la amenaza de retribución divina, en el caso de que el juramento no se cumpliera. Pero también había la preocupación de prevenir que el nombre santo de Dios se deshonrara por asociación con juramentos precipitados o promesas falsas. Escritores judíos como Filón, Josefo y Sirac, todos expresaron preocupación acerca del uso del nombre de Dios en juramentos y consideraron tales juramentos como violaciones del tercer mandamiento.
También se le dedicó atención considerable a las maneras por las cuales una persona podía ser eximida de llevar a cabo un juramento que fuera difícil o imposible de cumplir. En vista del abuso extendido de juramentos en su sociedad, Jesús enseñó que era mejor evitarlos por completo (Mt 5:33-37; cf. Stg 5:12). El uso de substitutos no atenuaría el impacto de los juramentos no cumplidos ya que objetos sagrados como el templo o Jerusalén compartían la santidad de Dios. Además, las personas de integridad no tenían la necesidad de recurrir a juramentos; los demás podían confiar de que su «no» significaba «no» y su «sí» significaba «sí» sin la invocación de una tercera parte.
El juramento de Dios, sin embargo, es totalmente diferente al de un simple ser humano. Sabiendo que su palabra será cumplida, él puede jurar por la autoridad más alta, él mismo, que él hará algo sin ninguna posibilidad de fracaso o cambio de opinión. Por lo tanto, el uso de un juramento en Hebreos 6:17 es una manera poderosa en que Dios expresa «que su propósito es inmutable». El uso de un juramento por Dios también se puede considerar una adaptación para nuestra debilidad; él no necesita hacer un juramento, pero el juramento expresa seguridad fuerte para los humanos débiles y dudosos
Hebreos 11. El uso de la Septuaginta en el Nuevo Testamento
Los lectores cristianos a menudo quedan perplejos cuando leen una cita del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento y después, al buscar el texto actual en el Antiguo Testamento, descubren que es algo diferente de la cita en el Nuevo Testamento. Esta diferencia frecuentemente se debe al hecho de que el Antiguo Testamento fue traducido de la versión estándar de la Biblia hebrea (el texto masorético), mientras que el Nuevo Testamento está citando el mismo pasaje como aparece en la antigua traducción griega del Antiguo Testamento conocida como la Septuaginta.
Tanto los judíos helenísticos como la iglesia primitiva usaron la Septuaginta. La mayoría de los eruditos creen que la traducción griega del Pentateuco fue producida por eruditos judíos a mediados del siglo III a.C en Alejandría, Egipto. El resto del Antiguo Testamento (junto con otros libros incluyendo a los apócrifos) se completó durante el siglo siguiente. Algunas partes de la Septuaginta reflejan un enfoque más literal a la traducción, mientras que otros proveen una interpretación más libre. Algunas partes también están mejor traducidas que otras. A veces los traductores de la Septuaginta comenzaban con un texto hebreo que se diferenciaba un poco del texto masorético estándar de la Biblia hebrea.
La Septuaginta es la versión del Antiguo Testamento con la cual los primeros cristianos que hablaban griego, estaban familiarizados. Naturalmente, entonces, la mayoría de las citas del Antiguo Testamento encontradas en el Nuevo Testamento reflejan su influencia. En la mayoría de los ejemplos, la Septuaginta está de acuerdo con el texto masorético, si no palabra por palabra, por lo menos en la idea central. En algunos pocos casos, la Septuaginta puede incluso reflejar mejor el texto hebreo original, de como lo hace el texto masorético. El texto masorético puede contener, por ejemplo, un error de copista, que en algún punto dado no refleja con precisión el texto hebreo original. A veces, en tales casos la lectura griega en la Septuaginta le permite a los eruditos reconstruir lo que estaba en el manuscrito hebreo original (la mayoría de las traducciones actuales del Antiguo Testamento están basadas en el texto masorético, con enmiendas ocasionales sacadas de la Septuaginta).
Cuando un autor del Nuevo Testamento cita la Septuaginta, la validez de su argumento no depende usualmente de las peculiaridades de la traducción de la Septuaginta como si tuviera primacía sobre el texto masorético. En otras palabras, los escritores del Nuevo Testamento no citaron la Septuaginta porque decía lo que ellos querían que dijera, mientras que el texto hebreo no, ni tampoco estaban implicando que la Septuaginta es superior a la hebrea. Por el contrario, ellos citaron la Septuaginta porque sus lectores estaban familiarizados con ella, al igual a que, en general, con el idioma griego. Era importante estar consciente de que la Septuaginta no se preparó por cristianos, sino por eruditos judíos antes de la llegada de Cristo. Por lo tanto, cuando los autores del Nuevo Testamento citaron la Septuaginta, ellos no podían ser acusados de usar una traducción que estaba preparada con sus intereses creados en mente.
Cuando Hebreos 11:21 declara que «por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón», la última cláusula está en acuerdo perfecto con la traducción en la Septuaginta de Génesis 47:31. El texto masorético, por otra parte, declara que Jacob alabó «en su cama». El autor de Hebreos citó la versión de la Escritura conocida por sus lectores para presentar el punto de que Jacob era un hombre de fe y que, incluso mientras moría, su fe lo condujo a bendecir a sus hijos (confiando en que Dios cumpliría la bendición). Sea que Jacob estuviera apoyado de su bastón o acostado en su ama, esto no es esencial para el argumento en Hebreos. Citar el texto en la forma conocida por los lectores contemporáneos del autor no hubiera disminuido su validez sino que más bien, se le hubiera hecho más fácil a la audiencia reconocer una cita de la Escritura.
Hebreos 12. Antes de la expansión a los gentiles: Las iglesias judías en la Tierra Santa
La mayoría de los primeros creyente de Cristo fueron judíos. Aunque el pueblo judío en general no aceptó las alegaciones de Jesús, los documentos cristianos más antiguos atestiguan a una respuesta judía importante a la predicación del Evangelio. Lucas reportó que 3.000 personas respondieron al sermón de Pentecostés que dio Pedro (Hch 2:41) y que unas 5.000 creyeron poco tiempo después (Hch 4:4). Cuando el apóstol Pablo fue a Jerusalén alrededor de 58 d.C, los líderes de la iglesia de Jerusalén le informaron de «cuántos miles de judíos han creído» (Hch 21:20). Ya que la población de Jerusalén durante la época de Jesús estaba compuesta de solo unas 40.000 personas, estas cifras testifican del crecimiento y existencia historia del cristianismo judío.
La existencia de iglesias judías encuentra testimonio explícito en fuentes diversas (Hch 8:1; Gá 1:22; 1Ts 2:14), y las excavaciones arqueológicas han revelado sinagogas con simbolismo cristiano en Nazaret y Capernaúm. Estas comunidades de iglesias soportaron una serie de persecuciones en medio de una era tumultuosa de la historia judía. Los primeros líderes fueron arrestados (Hch 4:1-3; 12:3), las personas fueron excluidas de las sinagogas debido a su fe en Cristo (Lc 6:22; Jn 9:22; 16:2), y algunos sufrieron físicamente y soportaron la confiscación de su propiedad (Heb 10:32-34). Uno de los instigadores principales de la persecución parece haber sido Saulo de Tarso (Hch 9:1; Fil 3:6). En 62 d.C., el líder de la iglesia en Jerusalén, Santiago el hermano de Jesús, fue públicamente ejecutado por el reinante sumo sacerdote Anás (Josefo, Antigüedades, 20.9.1; Eusebio. Historia eclesiástica, 2.23.21-28). A pesar de tales presiones externas, las iglesias judías continuaron expandiéndose y dando testimonio.
Al comienzo de la primera revuelta judía contra Roma, la comunidad judeo-cristiana rehusó participar en el conflicto. Esta negativa reflejó un cambio profundo en el entendimiento judeo-cristiano de su propósito y misión. Según Eusebio, la iglesia de Jerusalén fue advertida a través de una profecía que huyera de la ciudad y buscara refugio al otro lado del Jordán en una ciudad llamada Pella (Historia eclesiástica, 3.5.3; cf. Le 21:20-21; Ap 12:6). Algunos en la comunidad judeo-cristiana regresaron después de la guerra bajo el liderazgo de Simeón, el primo de Jesús (Historia eclesiástica, 4.22.4).
En teología y práctica del cristianismo judío poseía ciertas características que lo apartaban del cristianismo gentil que recién se formaba:
El cristianismo judío pudo haber tenido énfasis cristológico distintivo, tal como referirse a Jesús de manera prominente como el profeta equivalente a Moisés (cf. Dt 18:15,18).
Produjo un cuerpo importante de literatura apócrifa. Desafortunadamente, la mayoría de esta se conoce solo de forma fragmentaria.5
Más relevante es la veneración judeo-cristiana de la Ley de Moisés. Para los judíos cristianos, la fe en Cristo era consecuente con la adherencia a prácticas tradicionales tales como la circuncisión, la práctica del Sábado y las restricciones dietéticas (Hch 15:1,5). Los líderes de la iglesia en Jerusalén describieron a los creyentes judíos como «aferrados a la ley» (Hch 21:20). Por estas razones, la predicación de Pablo de que Cristo, y no la ley, era el centro de todas las cosas (Col 2:2-3) frecuentemente era recibida con sospecha y hasta con hostilidad (Hch 21:21), y Pablo tuvo que defender este mensaje a través de sus escrituras (Ro 3:31). Tan posteriormente como el siglo II d.C, el apologista cristiano Justino Mártir aún distinguía a los cristianos de origen judío, que demandaban que los gentiles practicarán los mandamientos tradicionales, de aquellos que estaban listos para aceptar a los gentiles que no lo hacían.
(Biblia de Estudio Arqueológica. Vida. p.2031)