La Crisis del siglo III fue una sacudida tan grande para la sociedad de la cuenca mediterránea que hay quien ha dicho que el mundo dejó de moverse. En este período los hombres y mujeres se veían como ciudadanos de un mundo enorme, el más grande que había existido hasta entonces, el mundo en el que se extendía el helenismo, desde Nigeria hasta el mar Báltico, desde Hispania hasta la India. Un mundo tan grande que pronto devino inalcanzable. La sociedad se había globalizado, en un ambiente cosmopolita que había escapado al control de las instituciones, e incluso de la comprensión de las antiguas clases dominantes. Un mercader sirio podía establecer su negocio en Cádiz, casarse con una mujer mauritana, y hacer negocios con griegos, judíos y germánicos, y mientras tomaba vino del otro lado del Mediterráneo un poeta le cantaba las leyendas de más allá de la India.
Este mundo, en el que se desdibujaban todos los límites conocidos, brilló como una estrella fugaz, y pronto empezó a precipitarse. Los emperadores caían como moscas, alborotos en las ciudades se lanzaban contra los poderosos, que se fortificaban en sus palacios, y los ejércitos arrasaban sin piedad todo lo que se les oponía en su camino.
Una aventura se presenta ante vosotros: desde vuestro hogar humilde, gracias al esfuerzo en los estudios, habéis accedido a un cargo en la administración, como muchos otros en vuestra época. Descubriréis como los nobles conspiran unos contra otros, los ejércitos son como fieras imposibles de domesticar, las masas se alborotan por las calles, y los emperadores y emperatrices preparan su propaganda como quien se enfrenta a un laberinto de cuchillos en la oscuridad. Cualquier paso en falso os puede llevar a la derrota, y en esta época, la derrota significa la muerte. ¿Podréis sobrevivir a vuestros rivales?
-Tertuliano, filósofo cristiano (160-230)