Juanchu

A Juanchu lo recuerdo jovial y lleno de vida, amaba a todos los seres del bosque donde vivía. Era un guarda forestal vestido de verde, con enormes botas (calzaba un cuarenta y seis), tenía una barba corta y dura que contrastaba con su carácter tierno y flexible. Su forma de andar era muy curiosa ahora de mayor nos hacía gracia ver como movía su cuerpo de un lado a otro con cada paso, como si de un velero en el puerto se tratase, sin embargo cuando era pequeño solía ser el blanco de las risas de sus amigos, a veces realmente crueles, sobre todo cuando veían que no le hacía ninguna gracia el que se rieran de su poco grácil forma de andar. Quizás por eso no conservó ninguno de esos amigos de la infancia, aunque algunos de ellos no se burlaron de él, y guardaba en su corazón los buenos ratos vividos con ellos. Pero Juanchu superó las burlas y asumió que una persona de dos metros no podía andar muy elegantemente y después de los años se terminó instalando en un bosque de Turingia, fue sin pensarlo, sencillamente una cosa llevó a otra y en vez de estudiar electrónica o biología como pensaba que haría cuando tenía once años, se hizo guarda forestal. Esto le permitía estar día a día en plena naturaleza, aunque su idea de estudiar biología y realizar estudios de los animales, tal y como había visto los documentales de la televisión era más ambiciosa, se conformaba conviviendo de cerca con los animales y plantas de la naturaleza que al fin y al cabo era lo que más le satisfacía.

El bosque de Turingia era húmedo y con sus treinta y bastantes, el reuma a veces le cobraba una pequeña tasa por su forma de vida. En verano el sol caldeaba el suelo y los animales multiplicaban sus movimientos, Juanchu se tumbaba en la pradera y cerrando los ojos trataba de adivinar que querría decir aquel pájaro cantando en el fresno que estaba a su derecha. ¡Que maravilla esas noches arrulladas con el clamor de los grillos!, se sentaba en la terraza de su cabaña y se preguntaba si no sería ese el sonido que los budistas y pitagóricos llamaban sonido primordial del universo. Y así pasaban los días de invierno, primavera, verano y otoño. Aunque feliz Juanchu sabía que dentro de si tenía un hueco que llenar y no sabía como ni de que, su alma necesitaba desterrar un sentimiento de soledad. Era algo como ese instinto que nos empuja a hablar con alguien que te encuentras en la montaña, o cuando estas en un país extranjero y te encuentras con algún compatriota, ¡cómo te alegras de hablar con alguien que entiende tu lengua materna! Al fin y al cabo el ser humano es un ser sociable, está en nuestra naturaleza y es absurdo luchar contra lo que somos.

Juanchu un día andaba paseando, sintiendo como se quebraban las ramitas y las hojas caídas de los árboles bajo sus grandes botas, escuchando el silencio del bosque los intervalos en que ningún pájaro cantaba ni el aire se movía rozando su cabeza, sin pensar, tan sólo fluyendo en el camino forestal. De pronto, al lado de la senda, algo que no pertenecía al paisaje le llamó la atención. Se acercó con curiosidad cerca de unas rocas cubiertas de musgo y se agachó a recoger un objeto, del que no llegó a saber lo que era hasta que lo tuvo en su mano; era un carcaj. Lo sacudió para limpiarlo de la tierra húmeda y admiró la sencillez con que estaba trabajada la piel, costuras firmes y precisas, suave sin llegar a estar pulida y una ligereza que contrastaba con su robustez. ¿Qué animal habría sido el dueño de esa piel? Probablemente una vaca, quién sabe, pero lo que más lástima le daba era el pensar que algún cazador lo habría utilizado para llevar las flechas con que cazar algún pequeño animal. Curiosamente en el entorno no había ninguna flecha, ¿cómo lo habrían perdido? Quizás se había caído de un Pick-Up que pasase por la pista forestal y en un bache habría salido despedido. Bueno, el caso es que ahí estaba. Entonces se le ocurrió una idea. Sí, el animal estaría orgulloso del uso que pensaba darle, su pellejo serviría para algo más positivo que servir de recipiente de los dardos destructores de un cazador snob. Lo utilizaría para llevar su flauta de bambú. Traída nada más y nada menos que desde Japón por un japonés. Uno de tantos que venían a hacer turismo por los sitios más recónditos e insospechados de Turingia. Su nombre era Mon-Tse, se había hecho amigo de Juanchu en los días que pasó con él. Hablaban sobre la naturaleza en la cabaña de Juanchu al caer la noche, el sonido de una rama de abeto rozada por el viento o el ulular de una lechuza en la noche, la luz tamizada por la espesura o el fuerte olor a humus cerca del río, eran las cosas en que se fijaban los dos amigos. El día que se marchó recibió el obsequio de Mon-Tse: una flauta de bambú. Juanchu le prometió que intentaría dar a su instrumento el aliento de su verdadero ser. Mon-tse le dijo que estaba seguro de que no le costaría mucho trabajo

—Juanchu, el hombre es como un crisol, el pasado, todo lo que la humanidad ha sido, su música, sus libros, poesías... todo se funde en cada uno de nosotros y si el crisol está limpio la belleza logrará salir y podrá llegar a otros crisoles. Tienes que intentar que tu cristal esté siempre limpio.

Se abrazaron y después de mirarse se despidieron con unas palmadas en el hombro.

Mientras terminaba su ronda habitual por la montaña, ya se veía con el carjaj cruzado en su espalda portando la flauta de bambú, como si de un cupido barbudo se tratase intentando llevar el amor de su ser al bosque por medio del aliento insuflado en la flauta, disparando sus sonidos como flechas amorosas a los cuatro vientos.

Al día siguiente, Juanchu salió de casa de madera, se detuvo a observar sus ventanas pintadas de rojo y los geranios que rebosaban en las macetas y dando la espalda a la cabaña siguió el camino serpenteante de losetas de piedra hasta la cerca donde comenzaba lo que consideraba el jardín de su casa: el bosque.

Llevaba una hora andando cuando decidió sentarse en un claro cerca de un roble, su sombra potente le inspiró una melodía misteriosa que tocó para las hojas del roble que movidas por el aire suave de la mañana, parecían recibir alborozadas los sonidos que manaban directamente del pecho de Juanchu. Terminó su canción y dando las gracias al bambú que dio su madera y al animal que cedió su piel para el carcaj prosiguió su andadura.

Las rocas calizas salpicaban la ladera contrastando con el verde de la hierba y el azul del cielo. En este paisaje se movía Juanchu preguntándose las cosas que todos nos preguntamos alguna vez y es que a veces todos nos sentimos solos aunque nuestro Juanchu disfrutaba con su vida, el era un ser humano, y es de seres humanos el querer compartir buenos y malos ratos con nuestros semejantes. De repente al bordear una roca el espectáculo de la naturaleza le sacó de sus cavilaciones, allí ante él se encontraba lo que se le antojó un teatro griego natural, las rocas calizas incluso parecían haberse dispuesto en escaños. Entusiasmado se sentó y sacó su flauta tocó unas breves notas y observó como los pajarillos parecían contestar extrañados por el nuevo pájaro que había invadido su territorio, tocaba una y otra vez sintiéndose uno más en la madre naturaleza, sin pensar, sencillamente existiendo, viviendo.

Más tarde al río le cantó una melodía de agua y al viento con su voz grave una canción de la memoria. Al atardecer el aroma del bosque le hizo evocar su infancia y se preguntó que sería de aquellos pinos donde colocaban los recipientes de barro, después de haber herido la corteza para recoger la resina, ¡cuantas veces se había pringado de resina! ¿Se seguiría recogiendo resina con ese sistema? Tocando a los pinos pasados una melodía del presente se sorprendió de repente ante una visión que le cortó la respiración cesando así el sonido, una niña de largo pelo y ligeramente rizado le sonreía con sus labios granates, eran unos labios carnosos que dejaban ver unos dientes blancos que le recordaron las rocas calizas del “teatro griego” de hacía unos instantes. Le saludó con un «¡hola!» sencillo, pero que llevaba una intención que a la niña no se le pudo escapar.

—¡Hola! —contestó ella sin dejar de sonreír.

—¿Qué haces aquí sola?

—Pues jugaba con esta araña amarilla hasta que te he oído y te he visto bajar entre los árboles.

—Es una araña muy rara, y ¡qué despacito camina!

—Yo creo que está embarazada, si es que se puede decir que una araña puede estar embarazada —dijo la niña, olvidándose de la araña y fijando su atención en Juanchu.

— ¿Sabes? Andas de una forma muy graciosa.

—Ya... bueno...

— ¡Oh! pero me gusta. No quería molestarte, es solo que me ha gustado verte como te movías apartado los arbustos para no darte con ellos en la cabeza, ¡eres tan alto!

—Hubo un tiempo en que se metían conmigo y sí que me afectaba pero ahora ya he asumido que soy muy grande y los que medimos más de dos metros somos un poco torpes.

— ¿Torpe? ¿Realmente hay torpeza? Mira esta araña yo no creo que sea torpe es esta araña y punto, ¿tu crees que a alguien se le ocurriría reírse de una araña por su forma de andar? Es muy probable que el que lo hiciese se tendría que preguntar por su salud mental muy seriamente. ¿Quién ha dictado como se debe andar?

—Si. Creo que tienes razón, sin embargo hay formas de andar adorables algunos actores son famosos por ello John Wayne o Gary Cooper por ejemplo.

—Pues a eso me refería tu y tu forma de andar, hablar… todo eres tu mismo.

Así estuvieron hablando hasta que el sol comenzó a ocultarse y su luz dejó de filtrarse entre las ramas de los árboles y el aire comenzó a moverse como queriendo ocupar el espacio que los rayos del sol habían dejado.

—Pero... va a anochecer ¿Has venido sola?

—Sí, vivo abajo en el valle ya iba a volver a casa pero me he quedado escuchando tu flauta ¿por qué no tocas mientras me voy?

Sin otra respuesta que coger la flauta Juanchu toco algo que había ensayando con unos peces a la hora del bocadillo. Dejó de tocar un momento y le dijo:

— ¿Vendrás mañana?

—Si puedo, sí. ¿Cómo te llamas?

—Juanchu. ¿Y tú?

—Moly.

Ella podía decir lo que quisiese pero al verla andar le pareció como estar viendo una obra de arte y pensó que sus pasos eran para él tan gratificantes como el aire cálido que algunos días escogidos podía sentir en la piel a primera hora de mañana. La verdad que los dos se fueron más contentos a casa que otros días.

Se volvieron a ver muchos días. Un día mientras salía de su cabaña, Juanchu pensó que nunca había tocado algo que fuese exclusivamente de Moly, siempre era alguna melodía que ya había tocado a los juníperos o las hojas del roble, gorriones, petirrojos, avefrías...

Así que un día que estaba con ella sentado a lomos de una pobre haya, que el viento nocturno había tronchado, decidió tocar algo para ella pero un temor oculto hizo que su melodía se ocultase en trinos y adornos y supo que no había conseguido su propósito. Ese día se fue a casa con la duda de si Moly se había dado cuenta.

Al día siguiente comenzó a hablar con ella se sentó a su lado y comenzó a contarle cosas de sí mismo y ya animado por la amable expresión de los ojos de Moly, se decidió a tocar para ella su sentimiento más íntimo; cogió la flauta, sopló... pero no surgió más sonido que el aire rozando la madera, como si estuviese apagando una vela. Se sorprendió, pero sin darle importancia y sin mirar a Moly lo volvió a intentar. Sin éxito de nuevo.

— ¿Qué te pasa Juanchu? ¿Estás bien? Dijo moly que no se daba cuenta de que Juanchu no podía hacer sonar su flauta.

—Sí, sí estoy bien… quizás un poco cansado, ya he tocado mucho hoy. Es tarde y está anocheciendo. Le dijo sonriendo y se quedó mirando las hojas amarillas alrededor de su bota.

— ¿Qué piensas?

—Pues pienso en que me he quedado callado sin decir nada. También pienso que no me apetece hablar.

—Bueno, no tienes que hacerlo

—En realidad es que no se me ocurre nada que decir... será mejor que me vaya a casa.

—Vale descansa mucho.

Se dieron dos besos y se despidieron.

Moly caminaba ligera y Juanchu se detuvo a verla hacerse pequeña valle abajo, sólo el sonido de un perro ladrando rompía el silencio casi nocturno.

Ya en su casa Juanchu se sentó a escribir una poesía, su idea era que no debía temer decirle a Moly lo que sentía, decirle que le gustaba, que se encontraba a gusto con ella, su corazón latía a un ritmo tranquilo y su alma se sentía en casa cuando la miraba. Pero ¡ay! El miedo lo atenazaba cuando pensaba que quizás no era apropiado querer a una niña siendo el tan grande, ¡con esas barbas! Además... ¿qué pasaba con su novio? Porque seguro que tenía novio. Pero esto no le impedía decirle que le gustaba, además seguro que ella lo sabía. No sabía si no quería hacerla daño o era él el que temía sufrir. Tendido como estaba se durmió plácidamente y soñó una bonita canción que el cantaba y Moly acogía con una sonrisa pura y sincera, después le abrazaba y le decía ¡tonto!

Se despertó con una grata sensación, el sueño le había liberado del sufrimiento. Así, contento, se puso a preparar su desayuno, cogió una hogaza de pan y partió dos rebanadas a las que añadió un chorrito de aceite, observó como el pan lo chupaba y les puso azúcar por encima. Le encantaba este desayuno.

Miró por la ventana, el día era gris y amenazaba lluvia, pero el olor de la tierra le transportaba a algún sitio que le era desconocido, siempre tuvo esa sensación agradable de viajar en un olor, aunque no supiese a donde.

Pronto volvió a sus pensamientos, ¿cuál era su miedo? ¿Que ella no le correspondiese o que sí lo hiciese? Si ella le quisiese ¿podría él quererla tanto como ella se merecía? ¿Hasta donde le podría llevar ese amor que removía toda su vida?

Desechando estos pensamientos decidió que en realidad lo que quería era verla ese mismo día en el bosque así que se puso su pantalón de pana y una camisa verde de cuadros y cogió su carcaj con su flauta dentro y se fue en dirección al bosque. Allí estaba ella sentada en el tronco de haya caído, pasaron una día estupendo con un sol travieso escondiéndose constantemente detrás de las nubes, hablaron, cantaron e incluso se durmieron la siesta. Al despertar Juanchu la miró de reojo, Moly estaba con la mirada perdida en el horizonte, sus ojos un poco entornados y sus labios con una expresión triste ¿qué sería lo que le afligía?, sin embargo Juanchu era incapaz de preguntarle nada sobre sus sentimientos aunque podía sentir que algo en su corazón la impedía ser feliz del todo.

«¡Como yo!» —Pensó— «¿Será posible que ella tenga un pesar como el mío?».

Se despidieron como todos los días con unas sonrisas sinceras, pero sabedores que después la soledad les haría entristecerse. Cabizbajo Juanchu recorría el camino a su casa cuando un silbido penetrante le llamó la atención, buscó con la mirada hasta que cerca del río, en la base de un árbol vio moverse algo, corrió hacia allí y cual fue su sorpresa al encontrarse a un ser diminuto enredado en una red de cazar pájaros. La escena le produjo un escalofrío que le recorrió desde la cabeza a la rabadilla.

— ¡Esas malignas redes!

Lo ayudó a zafarse de la trampa y desmontó la red.

— ¿Estás bien?

—Sí, muchas gracias, pero... ¿por qué me miras con esa cara de bobo?

— ¿Estás de broma? Como no voy a sorprenderme. Jamás he visto nada igual, es decir así delante de mí, quizás en algún cuento de...

—Un cuento de Gnomos – le interrumpió el pequeño ser.

—Si, eso es.

—Pues ya ves, es verdad soy un Gnomo.

—Pero, ¿cómo puede ser verdad? —Respondió todavía incrédulo Juanchu.

—La gente cree en Dios, los santos, la Virgen María, el diablo... y nunca los ha visto nadie

—Como que no ¿y las apariciones qué?

—Eso digo yo las apariciones qué...

—¿Eres una aparición?

—Llámalo como quieras el caso es que estoy aquí.

—Está bien pareces un poco malhumorado, tranquilízate.

—¿Cómo estarías tu en mi caso? Imagínate que estuvieses atrapado en una red y un barbudo 100 veces más grande que tu se abalanzase sobre ti, toda una experiencia ¿eh?

—Si pero estaría agradecido al ver que sólo quería ayudarme

—Estooo...sí, tienes razón, perdona. Veo en ti que tienes bondad en la mirada, no me lo tengas en cuenta, es por el susto. Sin embargo puedo ver algo más.

—¿El qué?

—Veo que antes no eras tan bueno, solo querías coleccionar cosas muertas.

—¿Qué dices?, yo nunca he querido hacer algo tan horrendo.

—Ay ayay, no te has dado cuenta.

— ¿De qué cosa?

—Estás hechizado

—¿Quéee? Pero cómo...

—No se el porqué, tendrás que averiguarlo tu. Pero si estás en este bosque es porque un encantamiento te ha confinado en él y ha confundido tus recuerdos. Bueno me voy que tengo prisa.

—No te puedes ir así después de soltarme lo del encantamiento. Además nunca pensé que un gnomo pudiese tener prisa

—Me recuerdas a mi mujer siempre me lo está echando en cara, “Wilhelm, a ver si te tranquilizas, ¿dónde se ha visto un gnomo con prisa?”

— ¿Tienes mujer...?

—Si, te lo puedo jurar.

—Creo que no me encuentro bien, me voy a casa a acostarme.

—Adiós, Juanchu y recuerdo que nada ocurre por casualidad y que este encuentro ha sucedido para algo.

—Adiós Wilhelm.

Enseguida se dio cuenta de que sabía su nombre, pero cuanto reaccionó e iba a interrogarle: ya no estaba. Pensó que quizás se había dormido y que estaba soñando, pero encima de unos helechos pudo ver la red de cazar pájaros, la recogió y decidió que la quemaría al llegar a casa.

Una vez en casa encendió la chimenea con leña de encina, siempre olía el tronco antes de ponerlo al fuego, su fragancia le invadía, hacía que el bosque le invadiese los pulmones, también estaba esa textura de la madera, su calidez su peso... Realmente el bosque podía impregnar todo su ser.

Sentado a la chimenea cogió una de sus pipas favoritas y cogiendo el tabaco a pequeños pellizcos, lo fue introduciendo en la pipa con la presión correcta hasta que chupando comprobó que estaba correctamente llena, cogió una ramita de la hoguera y lentamente dio unas suaves caladas mientras hacia girar la llama en la cazoleta, con cuidado de no calentar en exceso la pipa, se dejó caer en el sofá y a la vista del fuego y los chispazos de las pavesas pronto tuvo que luchar con la decisión de seguir fumando la pipa o dormirse. La pipa le estaba sugiriendo todos los aromas de su bosque, primero el frescor de la madreselva, otra calada; luego la madera recién cortada, la tierra fértil cerca del río y ya por último sin saber por qué una calada le transportó al muelle de un puerto. Ya en este punto dejó la pipa apoyada en un cenicero de barro a su derecha en el suelo y se quedó dormido.

En su sueño aparecía Mont-Se. Seguía con su cabeza desierta de pelo, una perilla corta y blanca y una gran sonrisa que empequeñecía sus pequeños ojos orientales. Sin embargo había algo diferente en él, cuando se fijó bien se dio cuenta de su atuendo. Vestía en un color crema sin ningún tipo de fantasía, una camisa y un pantalón de algodón sencillo, Juanchu le recordaba con sus pantalones vaqueros y su cámara de fotos.

—Bueno Juanchu San ¿no vas a saludarme?

—Ah claro, ¡que alegría de verte Mont! —Se dieron un abrazo y al separarse, Juanchu le dijo que estaba sorprendido de verle, así de repente, allí en el bosque con esa extraña ropa, y descalzo.

— Oh perdona, es que estaba durmiendo en mi casa cuando he sentido la necesidad de venir a verte, creo que me necesitas...

— ¿Qué quieres decir con que estabas durmiendo y has venido a verme?

—Quiero decir que estamos en tu sueño.

— ¿Es que estoy dormido ahora?, yo me encuentro muy despierto.

—No vamos a discutir eso ahora; el caso es que he venido porque creo que necesitas algunas respuestas.

—Pues ahora que lo dices sí, la verdad es que tengo algunas preguntas. Verás: He tenido un encuentro con un tal Wilheim. Lo raro del asunto no es su nombre sino lo que es, mide apenas 7 centímetros tiene la cara colorada y regordeta y patalones verde musgo.

—Ya, muy mono.

—No, te equivocas: muy gnomo.

—Siempre tuviste gran sentido del humor, me encanta.

—Bueno, pues lo que más me inquieta no es haberlo visto, sino lo que me dijo: Me dijo que estaba hechizado.

Mon-Tse se quedó pensando unos instantes y al final mirando a los ojos de Juanchu, se decidió a darle una respuesta.

—Mira Juanchu, estaba pensando que quizás Wilheim se precipitó al hablarte de eso, pero supongo que el hecho de que te lo haya dicho es señal de que estás preparado para oírlo, quizás sea bueno que lo sepas, te ayudará a despertar y no de este sueño en que estamos, sino en el sueño en que estás cuando todos los días por la mañana te estiras en la cama y vas a buscar tu desayuno, es decir lo que tu piensas que es la realidad.

—¿Quieres decir que es verdad que estoy hechizado, que estoy en un bosque encantado, que ahora estoy en un sueño de mi mismo soñando? Pues sí eso es más o menos.

De repente le pareció oler a humo, Mon-Tse desapareció en la neblina con su sonrisa despidiéndose con sus manos juntas. Juanchu se encontró de nuevo frente a su chimenea que se había apagado y que humeaba dentro de la habitación debido al cambio del aire en el exterior de la casa.

Quedó aturdido unos instantes, se levantó y abrió totalmente el tiro de la chimenea. Añadió unos troncos pequeños y avivó el fuego con un fuelle. Salió al porche de la casa y recordó las palabras de su amigo. ¿Sería posible que estuviese viviendo en un sueño? Eso explicaría el gnomo claro está, ¡pero era tan real!, de repente se acordó de la red para cazar pájaros, se giró rápidamente y allí la encontró, la evidencia le confirmaba que todo había sido real, cogió la red y entró en la casa para quemarla en su chimenea, la echó al fuego con una gran sensación de alivio por los pájaros que no cazaría. Pero algo extraño nuevamente volvió a asombrar a Juanchu un humo azul surgió de la red ardiente y según ascendía en un remolino, pudo percibir un agradable olor a incienso, tan rápido como empezó terminó. Juanchu rebusco los restos de la red con el atizador pero no pudo encontrar nada, entonces pensó que ya no tenía ninguna evidencia de su incidente. Cuando se lo contase a Moly no podría aportar ninguna prueba. ¿Pero se lo debía contar a Moly? ¿Podría decirle que estaban viviendo un sueño? En realidad podría ser tal vez, que viviesen en una ciudad; en un cuarto rodeado de hormigón con un tráfico infernal en la calle... Pero ¿por qué pensar por pensar? ¿Por qué atormentarse por algo que quizás no existiese? Decidió no preocuparse y disfrutar del momento, se estiró y fue a preparar una ensalada de tomate con albahaca, después se sentaría a leer antes de irse a dormir.

En realidad deseaba volver a soñar por si era posible desenredar todo el lío que tenía en la cabeza. Pero esa noche no ocurrió nada salvo que durmió de un tirón hasta el amanecer.

Ya por la mañana de camino a su cita con Moly alzó su cabeza al cielo para contemplar las nubes que parecían cambiar de lugar sin moverse. Al llegar cerca del río decidió ir a ver el lugar donde se había encontrado con Wilheim, en realidad estaba preocupado, es posible que estuviese hechizado y si así era quería salir de su hechizo.

Se sentó a orillas del río y dejo vagar su vista por sus aguas hasta fijarla en una piedra que el río peinaba en su viaje. De pronto, empezó a difuminarse la piedra y el agua, el sonido cesó de repente. Poco a poco, agua y piedra se mezclaron como si de dos nubes de polvo se tratase. En la otra orilla otra nube de polvo se movía aún más deprisa en sentido contrario, ya no podía ver los árboles, diminutas partículas ascendían en el lugar donde estaban, sus propias piernas las veía borrosas, como en los carteles anunciadores donde las grandes fotografías al acercarnos, sólo se distinguen puntos negros de diversos tamaños reunidos más juntos o más separados unos de otros. Pronto pudo ver el aire como si de un universo se tratase, todo giraba en torno suyo y él a su vez giraba en torno a todo lo que le rodeaba. Un poco asustado del vértigo parpadeó y todo volvió a ser como antes. Comprendió que todo lo que había visto le quería decir que la realidad es diversa, todo lo vemos y sentimos según el filtro de nuestras percepciones. Es posible que estuviese en un encantamiento, ya estaba seguro de que así era, pero estaba Moly ¿Sería ella tal y como lo percibía él o sus sentidos le estaban engañando?, ¿Estaría hechizada también ella, el bosque era parte del encantamiento? De lo que no parecía dudar mucho era de que él estaba pensando y sintiendo. Excepto en ese instante al lado del río. Aunque fuese todo engaños de su mente, él estaba en algún sitio.

Gritó y gritó llamando a Wilheim, pero seguramente su mujer le necesitaba y no había podido salir de casa. Miró la altura del sol y se fue rápidamente a buscar a Moly.

Juanchu llegó como siempre tocando la flauta, le gustaba mucho cuando ella le oía, levantaba la vista y le miraba con sus ojos alegres mientras avanzaba hasta ella.

Juanchu entonces le contó el sueño y su incidente con el Gnomo, ella no parecía sorprendida y cambiando su sonrisa por una expresión más sería le dijo:

—Yo también he tenido un sueño, aunque este es desagradable.

—¡Cuéntamelo! Quizás logremos descifrar la verdad—. Ella asintió y se dispuso a contarle el sueño a Juanchu:

—Soñé que era una corza y que tu me perseguías, mi corazón latía a mil por hora estaba muy asustada, no comprendía por qué me perseguías. Al llegar al río me disparabas con una escopeta y me herías en el pecho, yo caía en él. Después viniste hacia mi con un cuchillo de monte, cuando estabas a punto de llegar resbalabas golpeándote la cabeza contra una roca. Entonces tu sangre y la mía se juntaron en el agua, pero el agua del río se negaba a que la sangre se disolviese en ella: el rojo intenso seguía por encima del agua cuajándose sin que el agua la dispersase. Tu me miraste a los ojos mientras yo miraba los tuyos, creo que no pensaste en si te morías o no, algo dentro de ti se habría y mi mirada lograba llegar muy dentro de ti, una lágrima que no puede contener cayó en el río mientras en tus ojos enrojecidos se acumulaban unas lágrimas que pugnaban por salir. Llegué a sentirme bien pero la tristeza de no poder volver a saltar en el bosque me hería en el corazón. De repente, un hombre pequeño de aspecto oriental, calvo y con una barba blanca se acercó y suspirando profundamente, cerró tus ojos y luego cerró los míos. Entonces me desperté sobresaltada y empapada en sudor, ¡que alivio me dio el ver moverse los visillos en mi habitación!

Juanchu con el corazón en un puño sintió que el relato de Moly era también muy real para él.

—¿Juanchu qué te pasa? te has quedado blanco.

—No es nada, es que me ha impresionado tu sueño.

—Es terrorífico ¿verdad?

—Tengo algo más que contarte

Juanchu decidió que tenía que abrirse del todo, tenía que contarle el problema que tenía para tocarle algo nuevo con la flauta. De repente recordó lo que le dijo Mon-Tse cuando le regaló la flauta: debía mantenerse limpio y la belleza le atravesaría desde su interior. Sí, si era sincero y se mostraba a Moly tal y como era lo conseguiría.

—Pues... esto no es un sueño. Quería decirte algo que me preocupa, no pensé que fuera a tener valor para contártelo, pero se que no me queda más remedio: veras todos los días cuando nos encontramos te toco algún melodía pero siempre que quiero tocar algo que no sea conocido, o sea algo mío, pues no soy capaz de que suene la flauta, es como si no fuese capaz de transmitirte mis sentimientos, intento hacerlo y sólo oigo el aire en la flauta, ¿Te habías dado cuenta?

—No, sólo sentía que había algo que te preocupaba. Pero... sí que me has transmitido tus sentimientos, sé lo que sientes.

—¿De verdad?

—Bueno, yo creo que sí lo se, ¿por qué no tratas de hablarme, decírmelo de viva voz?

De repente parecía que su cuerpo no tenía peso ella estaba allí esperando que él le dijese todo lo que sentía por ella, ¿es que no lo sabía? ¿Por qué le sometía a semejante tormento de tener que decirlo? Entonces al verlo sumido en sus pensamientos ella le dijo:

—Pero no tienes por qué hacerlo si no quieres, aunque no debes tener miedo por decir lo que sientes, digas lo que digas tu serás el mismo de siempre

—Tengo miedo de lo que puedas hacer quizás pienses que no debes verme más.

—¿Tan terrible es?

—No, si no es terrible. A mi me parece algo bello y maravilloso pero quizás no desees que haya ocurrido, o que no entre en tus planes el compartir conmigo mis ilusiones.

—Si fuese así habrías ganado la verdad ya no vivirías con vanas especulaciones y si respondiese bien serías muy dichoso

Ella tenía razón. El la quería y eso no era malo. Si ella no lo quisiese hasta el punto en que él deseaba, pues tan sólo tendría la verdad sobre la que seguir caminando, sabría que todos los castillos en el aire que pudiese forjar serían eso: ilusiones suyas. Sabría a que atenerse

—Bueno pues te lo voy a decir, creo que tienes razón—. Los ojos de Moly vibraban ante la mirada de Juanchu.

—Moly siento que mi corazón se estremece cuando pienso en que tu puedas quererme como yo te quiero, que podamos llegar a abrazarnos y sentir nuestro amor, recorrernos de uno a otro respirar muy cerca y jugar a acompasar nuestra respiración...

—Moly no dijo nada se acercó a Juanchu lo rodeó con sus brazos y acariciándole la cabeza le dijo: mi amor...

Entonces acercaron sus labios y suavemente, se besaron apoyando sus labios el uno en el otro. Se volvieron a abrazar y se quedaron así un rato Juanchu inspiraba su olor, embriagado del amor que sentía por ella.

Juanchu sintió que su garganta se irritaba, entonces despertó. La chimenea volvía a echar humo debido al cambio de presión atmosférica, se levantó y abrió más el tiro, después se sentó y cerró los ojos disfrutando de las sensaciones de su encuentro con Moly, esa sensación de amor que le hacía flotar, aspiró el olor a madera quemada pero de repente una voz le hizo abrir bruscamente los ojos:

—¡Juanchu...! ¡Juanchu ...! ¡Ah! estás ahí, ¿vienes o qué...? Ya está todo preparado.

—¡Peter!

—Sí, ¿dime? parece que no me hubieses visto nunca, tendrías que ver la cara que estás poniendo, pero... ¿estás bien?

—Sí... es que me he dormido y me he sobresaltado cuando me has llamado.

—Nosotros si que nos hemos sobresaltado con tu flauta de madera, no se como te has podido dormir mientras la tocabas—. Juanchu miró a un lado del sofá y allí estaba la flauta de bambú.

—Peter ¿quieres decir que he estado tocando la flauta?

—Oye, creo que más que dormir lo que ha pasado es que te has dado un golpe, desde que te regalaron esa flauta no has dejado de tocarla. Pero déjala ya y vámonos que ya está todo preparado.

—¿Irnos a dónde?

—¡Qué preguntas!: a cazar, que es a lo que hemos venido

—¿Y qué vamos a cazar?

—Pues algún ciervo si hay suerte.

—Una punzada le recorrió la columna vertebral.

—Id vosotros creo que mejor me quedo aquí, me duele la cabeza.

—Bueno si quieres me quedo aquí contigo.

—No por favor, estoy bien, de verdad. Vete. Pero por favor, no dispares a ningún animal.

—¡Estás loco! si voy a cazar será para dispararle a la mejor pieza que se ponga a tiro.

—Por favor, prométeme que no dispararás a ninguna corza.

—Ya sabes que no me gusta disparar a las hembras. No es un buen trofeo, prefiero una buena cabeza con sus cuernos.

Juanchu supo en ese momento que no podía cambiar de repente el mundo pero que sin embargo su mundo interno sí había cambiado.

—Bueno anda vete, pero espero que falles si disparas.

—Anda descansa, a ver si a la vuelta se te ha pasado.

Esperó a oír salir el todo-terreno, estuvo unos instantes intentando comprender qué había pasado. Cogió su flauta, salió de la casa, cerró los ojos y sintió el aire fresco en su rostro, inspiró profundamente y al espirar sintió como una corriente eléctrica en su piel, su vello se erizó. Tocó en la flauta una melodía que nunca había oído antes, las notas graves vibrando en su boca parecieron llenarle por completo. Mientras, las agudas lo elevaban hacia el cielo azul, la melodía le producía una plenitud en el espíritu, tal que sus ojos se humedecieron y su diafragma se negó a empujar el aire en sus pulmones. Bajó la flauta y miró delante de él: allí estaba ella a unos metros tan sólo. Se acercó sonriente, con lentitud acercó la mano a su cabeza, sintiendo el aire ente ella y la palma de su mano, la acarició, la miró a los ojos. Ella permaneció unos instantes a su lado hasta que dando un brinco, comenzó a internarse en el bosque. Justo antes de desaparecer volvió la cabeza para ver a Juanchu despedirla con la mano. Era la corza más bella que hubiese visto nunca.


Epílogo.

Juanchu no estaba seguro si era más feliz cuando estaba hechizado o ahora, le hubiese gustado volver a hablar con Mon-Tse, discutir con Wilheim... En su corazón ardía el amor por Moly. Pero amaba también la vida por si misma, no se atrevía ni a matar los pequeños insectos que se introducían en casa, los empujaba con cuidado — fuera, al jardín...

Cuando llegaba río se quedaba como esperando algo, quizás deseaba que Wilhem apareciese y le dijese:

— ¡Tonto! Esto sí que es un hechizo, mañana te despertarás y podrás abrazar a Moly.

Todos los días dedicaba unos minutos a tocar la flauta, siempre improvisaba algo nuevo, Entonces la corza lentamente llegaba hasta él en el crepúsculo, la acariciaba y se volvía a internar en el bosque. Él volvía entonces a la casa y alegre pero con un regusto amargo me decía que los hombres somos como crisoles, que todo lo que ha sucedido llega hasta nosotros, aunque no seamos conscientes de ello, música, pintura, poesía, guerras, amor... todo se mezcla dentro de nosotros y tenemos que tratar de tener limpio nuestro cristal, quizás algún día los átomos de Moly y los de Juanchu puedan discurrir por el río recorriendo el bosque, subiendo a las hojas de los árboles y fluir en el aire de la sierra.

Y yo, para mí, pensaba, que quizás algún día podría abrir mis brazos y decirle a Juanchu:

—Parece mentira que no me hayas descubierto, ven anda, y dale una abrazo a tu amigo Mon-Tse.